Al emprender un viaje solemos llenar nuestras maletas de objetos que consideramos esenciales, sin darnos cuenta de que lo verdaderamente valioso es lo que adquirimos al regresar. En este sentido, nuestro recorrido nos llevó a Lisboa: ciudad señorial de las siete colinas que emerge con la solemnidad de un viejo sabio que susurra secretos a quien quiera escucharlos. Sus calles estrechas de piedras marmoladas que se entrelazan en un baile eterno, se elevan y descienden como si intentaran alcanzar el cielo y besar el horizonte al mismo tiempo.