Hace veinte años, el Congreso mexicano dejó una de las postales más incómodas de la relación entre poder político y poder mediático. La llamada “Ley Televisa” no fue únicamente una mala reforma; fue la expresión más nítida de un sistema político dispuesto a plegarse ante la televisión abierta, en pleno periodo neoliberal, cuando la pantalla seguía siendo el principal “soporte” de la vida pública.





