Periodismo: entre propaganda y cámaras de eco
Hemeroteca, Periodismo

Periodismo: entre propaganda y cámaras de eco

Gerardo Albarrán de Alba*

La disputa política por la construcción social de la realidad ha alcanzado tonos estridentes, multiplicada en redes sociales por opinadores cada vez más polarizados y magnificada desde los medios electrónicos que repiten el ciclo y reducen el periodismo a meras cámaras de eco. Un ejemplo palmario ha sido la victimización de Carlos Loret de Mola tras la imprudente exhibición presidencial de sus supuestos ingresos y la reiterada pretención de equiparar los deberes legales de transparencia de un funcionario público con una figura pública que, por lo demás, carece de autoridad moral incluso ante sus pares.

No debería sorprendernos el cierre de filas de conductores de espacios informativos de radio y televisión, así como de muchos columnistas y de los otrora intelectuales orgánicos. La maniobra, que se expresó con el hashtag #YoSoyLoret, es resultado de la acción propagandística concertada entre Latinus (el medio digital financiado y dirigido por los hijos de Roberto Madrazo Pintado, histórico adversario salinista de Andrés Manuel López Obrador) y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (organización de la derecha empresarial dedicada a la exposición quirúrgica de entramados políticos e intereses que le son contrarios).

No me detendré en repetir las falencias del supuesto “reportaje” difundido en Latinus, elaborado desde Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, sobre el estilo de vida en Estados Unidos de José Ramón López Beltrán, hijo del Presidente Andrés Manuel López Obrador. Sólo subrayaré que la pinza propagandística se cerró en redes sociales y medios electrónicos como perfecta burbuja informativa gracias al reiterado dislate presidencial que pretende que los periodistas (se entiende que aquellos que le son políticamente adversos y aun los legítimamente críticos) transparenten sus ingresos, empezando por Loret de Mola, epítome de la corrupción periodística y el servilismo político-empresarial.

* * * * *

Aclaremos de una buena vez: Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad no hace periodismo, hace política.

Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad no es un medio de comunicación. No es un periódico, una revista, un noticiero de radio o de televisión. Tampoco es un portal informativo. La organización de Claudio X. González que hoy dirige María Amparo Cazar es un grupo de presión con una agenda y objetivos políticos definidos –aunque no siempre explícitos– desde los que pretende incidir en las esferas del poder público y privado.

Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad no tiene como objetivo informar ni formar opinión, utiliza las herramientas del periodismo para posicionar sus intereses en la agenda pública y ganar visibilidad bajo la bandera anticorrupción, lo que en esencia es legítimo. No son los únicos que lo hacen; de hecho, esa es la naturaleza de las organizaciones civiles. Pero eso no es periodismo, por más que nos lo quieran vender así. Sus “reportajes” son activismo político.

Aclaremos de una buena vez: Latinus no hace periodismo, hace propaganda.

Latinus nace para exhibir al presidente López Obrador y movilizar a la opinión pública en su contra, como lo declaró el propio Roberto Madrazo Pintado en una entrevista radiofónica hace ya casi un año.

Teniendo como adversario común (¿o enemigo?) al presidente Andrés Manuel López Obrador, y compartiendo soterrados intereses económicos y políticos (ampliamente documentados por el periodista Álvado Delgado, primero en la revista Proceso y luego en el portal Sin embago), resulta natural la alianza entre Latinus y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad para pergeñar y difundir un texto pretendidamente periodístico cuyo objetivo ha sido desacreditar políticamente a López Obrador mediante insinuaciones y especulaciones que son presentadas como hechos, para luego multiplicarlas en redes sociales y magnificarlas en la mayor cantidad de medios electrónicos posibles.

A los propósitos políticos de estas organizaciones sirvió el reiterado dislate con que ha respondido el Presidente.

Es lamentable que López Obrador acostumbre reaccionar desproporcionadamente a los cuestionamientos que se le hacen mediante descalificaciones y anatemas hacia sus opositores y críticos. Reducir la política a pleito de callejón favorece a sus detractores, que se victimizan cínicamente –como lo hace Loret de Mola–, e impide a grandes grupos sociales entender las razones presidenciales, que vaya que las hay. Esto ya le ha valido a López Obrador la animadversión o, al menos, el desencanto de activistas, feministas, periodistas (me incluyo), académicos, científicos y capas amplias de clase media agraviadas por las indiscriminadas generalizaciones del presidente.

Esta erosionada base de apoyo, que en 2018 lo llevó a la Presidencia de la República, no puede ser reconstruida ni mucho menos reemplazada con propaganda, por más que el modelo de Estado comunicador de López Obrador se base en hacer de la información un derecho y ya no una mercancía. Las mañaneras representan la construcción de una agenda política propia que disputa los reflectores del escenario político mediático y mella el trabajo periodístico. (Este modelo comunicacional ha sido descrito y analizado por María Alaniz y Rodrigo Bruera, académicos de la Universidad Nacional de Córdoba, en una investigación sobre agendas políticas y de comunicación de gobiernos progresistas latinoamericanos entre 2010 y 2015, y en la que hoy podría inscribirse a la presidencia de López Obrador).

La propaganda –cabe subrayar– no es una herramienta política exclusiva del gobierno. La emplean todos los días, con mayor o menor fortuna, otros actores políticos y económicos difuminados en un amorfo frente opositor.

Recordemos que la propaganda es una forma de desinformación deliberada del público “para influir en las opiniones en masa y lograr (o al menos aparentar) el apoyo popular”, como explicó Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo. Pero la eficacia de la propaganda depende del control de los medios masivos de comunicación, a los que hoy debemos agregar el uso de los medios sociales en internet. Quien domina los medios tiene ventaja en la disputa por la narrativa. Y los grandes medios en México siguen en manos de los mismos actores políticos y económicos que los han explotado desde su origen, y que crecieron y se consolidaron gracias a la sumisión y contubernio con todos los gobiernos federales priístas y panistas, al extremo de constituirse en un metapoder.

Esos grandes medios en México siguen atados a las mentiras de los regímenes a los que servían por vergüenza y complicidad: vergüenza por su impotencia para resistir a las mentiras gubernamentales que estaban forzados a repetir, y complicidad porque rápidamente descubrieron que tal sumisión les resultaba muy rentable.

Esta forma de relación prensa-gobierno se ha roto en México, al menos en el ámbito federal, pero no porque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no recurra a la propaganda. Lo hace tanto o más que sus antecesores. Lo que pasa es que los medios se mantienen alineados a los intereses económicos y políticos que los beneficiaron hasta finales de 2018. La disputa por la narrativa se libra desde los medios del gobierno (SPR, IMER, Canal 22, Canal 11, Canal 14, Radio Educación), que dan salida al discurso propagandístico de López Obrador, y sus pocos aliados en los medios privados (La Jornada y, eventualmente, Televisa y TV Azteca). Del otro lado están prácticamente todos los demás periódicos que se dicen nacionales, casi todas las revistas impresas, las cadenas radiofónicas y Televisa y TV Azteca, que practican un doble juego condicionado a sus propios intereses.

Quienes acusan al presidente López Obrador –y lo acusan con algo de razón– de practicar un discurso excluyente, cuyo trasfondo es un “estás conmigo o contra mí”, incurrieron en un montaje propagandístico que se condensó en el hashtag #TodosSomosLoret. El cinismo de los grandes medios de comunicación y de sus principales conductores de noticieros, columnistas y opinólogos pretende igualar a todo el gremio periodístico con uno de sus más indignos representantes (ver mi texto “Loret de Mola: periodismo de ficción”, Zócalo 250, diciembre 2020). So pretexto de defender al desacreditado periodista de un exabrupto presidencial (uno más de una larga lista que alimenta a sus detractores), los grandes medios han ejecutado una campaña de descrédito presidencial (una más de una larga lista del que se nutre el encono de López Obrador). La coyuntura fue propicia para el discurso opositor, luego del asesinato de cinco periodistas entre el 10 de enero y el 10 de febrero de este año, que se suman a los otros 25 homicidios de periodistas en lo que va de este sexenio.

La disputa por la narrativa termina volcada en las redes sociales, donde los bandos actúan como cámaras de eco que buscan anular visiones contrarias y luego son magnificadas por los medios electrónicos. En estas también llamadas burbujas informativas no importan los argumentos, si es que los hay; el antagonismo desplaza el debate posible y acrecenta la polarización, como lo documentaron hace un año Gabriela Cruz Alonso, María del Mar Argüelles y Rodrigo Dorantes-Gilardi en “La quinta columna del odio en redes”, una investigación académica del Laboratorio de Odio y Concordia, como parte del Seminario sobre Violencia y Paz de El Colegio de México, coordinado por Sergio Aguayo Quezada.

La propaganda utiliza medias verdades para construir mentiras completas. Es cierto que Latinus, Loret y muchos detractores de López Obrador en los medios sirven a intereses extraperiodísticos (Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, ya aclaré, no es un medio ni hace periodismo), pero no es cierto que todo periodismo crítico sea conservador ni que esté al servicio de lo que el Presidente llama la “mafia” del poder. Es cierto también que el presidente incurre en abusos discursivos y generalizaciones injustas (desproporcionadas, considerando su investidura), pero no es cierto que atente contra la libertad de expresión de quienes ejercemos profesionalmente el periodismo, incluso de aquellos que son indignos de llamarse a sí mismos periodistas, como Loret de Mola y de quienes se presten a identificarse políticamente con él.

*Gerardo Albarrán de Alba es periodista, defensor de la audiencia de Ibero 90.9, en la Universidad Iberoamericana, y del Sistema Universitario de Radio, Televisión y Cinematografía de la Universidad de Guadalajara (Canal 44 y Radio UdeG). Es presidente del Consejo Consultivo del Mecanismo de Protección Integral para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Ciudad de México. Tiene estudios de Maestría en Comunicación y de Doctorado en Derecho de la Información. En Twitter es @saladeprensa

27 de diciembre de 2022