Los Intelectuales hablaron
Comunicación Política, Principales

Los Intelectuales hablaron

Rodrigo Coronel

No es que no lo supiéramos. Nadie se llevó las manos a la boca y con un espasmo hizo manifiesta su sorpresa. Desde luego, nadie tampoco esperaba ansioso la llamada. Pero, aun así, lo hicieron con la convicción de quienes se sienten necesarios.

    Un grupo de 250 Intelectuales –en realidad 248, pues al paso de las horas el grupo perdió fuelle- se manifestaron a favor de Xóchitl Gálvez, la candidata del PRI, del PAN y del PRD a la Presidencia de la República. 

     Lo hicieron sin ambages ni regateos. Al fin hicieron pública una convicción que, por lo demás, al menos en algunos “Abajo firmantes” –categoría sociológica que les define con largueza- era más que conocida. Buena parte de ese grupo ha insistido en sus inclinaciones políticas día y noche, en sus columnas de opinión o en sus intervenciones televisivas y radiofónicas en horarios estelares, en los podcasts que conducen sus amigos –los mismos que en televisión y radio hacen manifiesta opiniones semejantes-, en conferencias o en sus libros; en fin, en todos esos lugares en los que no tienen empacho de también condenar su improbable censura. 

    La operación tiene algo de histriónica, de ópera bufa, pues se encuentra fundada en la muy cuestionable versión de que en la próxima elección se define todo y poco más. Dicen los Intelectuales: “Hemos decidido manifestarnos públicamente debido a que el gobierno de López Obrador y su partido pretenden extender la deriva autoritaria durante el próximo sexenio, lo que significa una grave amenaza para la democracia”; y afirman también, con vocación aforística: “Las elecciones del próximo junio serán una confrontación entre el autoritarismo y la democracia”. No obstante, la repercusión mediática del acto reviste la paradójica condición de refutar buena parte de sus afirmaciones.

     Con un muy pobre sentido del suspenso –tan necesario para el cine y el teatro- quienes avizoran la “confrontación entre el autoritarismo y la democracia” culminaron el acto sin ninguna parafernalia que al menos continuase la ficción aquella del “fin de los tiempos”. Y qué bueno. 

      A uno de los “abajo firmantes” pueden atribuírsele algunos de los mejores cuentos mexicanos escritos en la segunda mitad del siglo XX: Enrique Serna, quien ha construido toda una propuesta literaria bajo los auspicios de una crítica ácida y dolorosa. El escritor ha puesto un espejo y frente a él colocó a la sociedad mexicana; sin empacho ha señalado sus hipocresías, mediocridades y abismos, como el de la corrupción política, el clasismo o, paradojas de la vida, la soberbia de sus élites. 

      En El miedo a los animales, Serna coloca el bisturí sobre el tejido adiposo y corrompido de la élite intelectual mexicana y no teme diseccionarlo con morbo deleitable. En la novela, el asesinato de un crítico de arte, olvidado y pobre pero fiel a sus convicciones, sirve a su protagonista, un novelista frustrado ahora metido a policía, para ser testigo de la cara más sucia de quienes se erigen en directores morales y creativos de la sociedad. Este último tópico es recurrente en la obra del escritor, tanto que uno de sus libros de ensayo, el de más largo aliento, lleva por título Genealogía de la soberbia intelectual. 

      En él, Serna identifica históricamente una cualidad determinante en las élites culturales de todo el mundo: la soberbia. Con ánimo militante y polémico, el autor desgrana los mecanismos de los que esa élite echa mano para defender su prerrogativa: la de dictar los gustos y legitimar el orden establecido que les da cabida. Su ensayo bien podría leerse como una rebelión de la creatividad libre y obcecada, frente a un sistema que castiga la libertad cuando es real y amenaza el status quo. En una operación metaliteraria sin precedentes, Serna se ha constituido en protagonista, antagonista y objeto de su propia obra.

    Días después de la publicación del manifiesto, desde El Universal, Jorge G. Castañeda imbuyó la presentación de éste con el halo de la épica… para líneas adelante arrebatárselo: “El manifiesto firmado por más de 250 integrantes de la comunidad cultural […] marca un hito en la vida intelectual y creativa del país […]. No sé qué tanto pueda incidir en el resultado de la elección —creo que muy poco-. Tampoco estoy seguro que su importancia radique en su efecto político”.

    ¿Qué sentido hay detrás de un ejercicio así, cuyas limitaciones eran evidentes hasta para sus autores? Toca especular. La primera razón que acude a mí es la de atemperar la irrelevancia social y política a la que les ha llevado su ahora escasa vigencia.

    Recordemos: algunos de ellos definieron y legitimaron la vida política y cultural décadas atrás; hoy en día, el sistema que nutrían y respaldaban no existe más. Sus interlocutores carecen ya de vigencia política. El mundo cambió y con él los circuitos de legitimación, que se desplazaron a otro sitio y cuyas operaciones ya no transitan por sus revistas o sus libros. Los intelectuales hablaron, pero nadie los escuchó.

29 de mayo de 2024