Las audiencias y la posverdad
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Las audiencias y la posverdad

Darwin Franco y Guillermo Orozco / OBITEL México

Guadalajara, Jalisco.- Todo proceso de comuni­cación implica que quien emite un mensaje tiene consciencia de su receptor; las clásicas e históricas teorías de la comunicación buscan determinar que este proceso –más allá de la percepción lineal que se tiene del mismo– es complejo y multifac­torial, porque quien recibe un mensaje también interpo­ne una serie de múltiples mediaciones que le permiten “resistirlo” o “aceptarlo” e, incluso, dada nuestra actual posición como comunicantes, tenemos la posibilidad de contrarrestar el mensaje inicial para disputar su sentido (práctico y simbólico) en la misma arena mediática. Así que todo proceso comunicativo lleva implícita la posibi­lidad de reacción.

En este sentido, ¿cuál es la consciencia del otro que gesta el gobierno de Donald Trump en la comunicación política en sus primeros meses de gobierno? ¿A qué au­diencias se dirige cuando, frente a los medios, edifica las declaraciones con las que desea justificar decisiones como las de construir un muro entre México y Estados Unidos?

Donald Trump, consideramos, tiene bien claro a sus interlocutores y, por ello, en sus procesos de comunicación política alimenta las ideas conservadoras y xenófobas que tan redituables le resultaron durante el periodo electoral, pero también logra ampliar su mensaje a todos aquellos que, si bien no votaron por él, si se ven afectados por las políticas que, desde su percepción, resultaron equivoca­das en la administración de Barack Obama; por ello, en la mayoría de sus primeros mensajes como presidente de Estados Unidos, inició sus discursos con un agrade­cimiento a los que él considera minorías.

Analistas políticos estadunidenses indican que la co­municación política que emplea desde que asumió el poder es muy similar a la que usó durante su campaña

electoral y, por ende, alimenta un discurso conservador y xenófobo, ya que éste no sólo fue un mero discurso sino que, además, constituye el centro de sus promesas de campaña, de ahí que enfatice “la necesidad de construir un muro entre México y Estados Unidos”, “la urgencia de ex­pulsar a los malos mexicanos”, “la inminente inseguridad que provoca aceptar a personas provenientes de países con grupos terroristas”, “la cero tolerancia para quienes viven de los programas sociales sin realmente necesitar­los”; entre muchas otras visiones que derivan (o derivarán) en políticas públicas durante su adminis­tración, esto a pesar de que su ejercicio y acción atenta contra los derechos huma­nos de quienes –des­de su visión– son perjudiciales para Estados Unidos.

Esta comunicación política, ya desde el poder, da continuidad a la forma de interpe­lación comunicativa y mediática que tuvo durante las eleccio­nes; por ello, para nada es fortuita su aparente enemistad con los grandes me­dios estadunidense a los que, incluso, ta­cha de difundir fakes news (noticias falsas), aunque es incapaz de presentar pruebas de sus acusa­ciones. Esta pelea con los medios y la censura que Trump emite contra ellos, le hace mantener una comunicación directa con los ciudadanos estadunidenses, porque la manera como elige interpelarlos y aludirlos es mediante sus cuentas de Twitter y YouTube. Ahí es donde él y su equipo de trabajo decidieron tener su centro de opera­ciones mediáticas.

Por ello, no es de sorprender que sus estrategas en la materia no sean expertos en la comunicación masiva sino en la realizada mediante internet y las redes sociales; Hope Hicks, Daniel Scavino, Jason Miler y Justin McCon­ney conforman y edifican la comunicación mediática del presidente de Estados Unidos y lo hacen conscientes de que mediante las redes sociales se tiene un impacto ma­yor; Scavino, director de Social Media de la Casa Blanca, asegura: “podemos colgar vídeos en sus plataformas y podemos conseguir más impactos que si aparecemos en los medios tradicionales como la CNN”.

Esta comunicación política, ya desde el poder, da con­tinuidad a la forma de interpelación comunicativa y mediática que tuvo durante las elecciones; por ello, para nada es fortuita su aparente enemistad con los grandes medios estadunidense a los que, incluso, ta­cha de difundir fakes news (noticias falsas).

La construcción de la legitimidad política y mediática de Donald Trump desde y mediante las redes sociales, también se acompaña de una oposición al papel de los medios en la política estadunidense y, por ello, no resulta raro que desde la cuenta de Trump o de sus colaboradores se emitan este tipo de mensajes: “Don’t believe the main stream (fake news) media.The White House is running VERY WELL. I inherited a MESS and am in the process of fixing it” (@realDonaldTrump).

El saltarse a los medios tradicionales, bajo la pers­pectiva del equipo de Trump, les permite sostener –sin oportunidad de crítica o cuestionamientos– su verdad, y esto propicia que el control mediático-informativo se dé desde una plataforma en la que la respuesta no se construye por y para quien cuestiona a Donald Trump sino principalmente para todos aquellos que podrían cambiar su percepción sobre éste después de leer artículos y reportajes que, con sustento periodístico, demuestran los malos manejos de la administración en sus primeros meses de gobierno. La pelea para ellos, quizá, no reside en la verdad sino en la posverdad, en la que no importa la verosimilitud del hecho sino la construcción y visibilidad mediática que puede hacerse del mismo.

La apuesta, en este sentido, es altamente riesgosa, porque ya no sólo se trata del personaje construido en las elecciones y que tan rentable fue para los medios (tradicionales y virtuales) sino que hablamos ahora del presidente de la nación más poderosa del mundo y, por ende, constituir una estrategia política pensando en el personaje y no en la responsabilidad pública del cargo podría propiciar (y parcialmente lo hizo) que el centro de atención y comunicación mediática se dé sobre el escándalo pero no sobre el hecho, sobre la figura mediá­tica pero no alrededor de la responsabilidad pública del funcionario y, peor aún, sobre la posverdad y no sobre la verdad per se. He ahí la visión que Trump tiene de las audiencias a las que desde Twitter les habla para no creer en la verdad de los medios sino sólo en aquella que se escribe en 140 caracteres.

Publicado en Revista Zócalo

Número 206

Abril, 2017

4 de abril de 2023