El amor está en otro sitio… pero requiere de nombre de usuario y contraseña
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El amor está en otro sitio… pero requiere de nombre de usuario y contraseña

Naief Yehya

Nueva York.- No existe la menor duda de que ningún invento ha transformado de manera más radical y en un periodo tan breve de tiempo al sexo y al amor como internet. Si bien la red de redes ha provocado transformaciones constantes en todos los ámbitos del conocimiento y el trabajo, ajustes bruscos de las costumbres, aparición de nuevas tradiciones y condiciones sin precedente, su impacto más radical y muy probablemente irreversible está en la cartografía emocional y erótica de la humanidad. Por lo menos una generación no conoce las relaciones sentimentales ni sexuales sin internet.

Internet se convirtió en el espacio de encuentro, descubrimiento, seducción e interacción universal en menos de tres décadas. En cierta forma podríamos pensar que el sexo depende más ahora de los smartphones que de las camas. En una era en que el verdadero fetiche sexual es la panta-lla, la estimulación permanente, la gratificación instantánea, las posibilidades sexuales aparentemente inagotables y las relaciones amorosas duraderas parecen estar a un clic de distancia.

Vivir permanentemente conectados se traducen en un estado de esquizofrenia que va de las distracciones eventuales a la absorción total en un mundo aparte. Así mismo, significa un universo de tentaciones y de posibilidades que acechan con promesas de placer y romance.

Soledad

Desde sus orígenes Internet tenía foros de chateo para personas que compartían intereses. Así, los físicos que trabajaban en programas armamentistas en MIT y Berkeley podían intercambiar documentos, impresiones y resultados. Pero en ellos también se hablaba (chateaba) de trivialidades y muy a menudo el tema dominante era el inmenso potencial del medio mismo, de esa comunicación instantánea, eficiente y en cierto sentido gratuita.

A los foros de especialistas no tardaron en seguir los foros de fanáticos, coleccionistas, comunicadores compulsivos y de solitarios. En estos foros se hablaba de hobbies, de afinidades diversas, de política y muy a menudo de sexo. Ahí comenzaron a compartirse imágenes pornográficas antes de que los primeros pornógrafos del ciberespacio buscarán cómo establecerse y ofrecer sus materiales aprovechando que era un territorio sin ley.

También entre esos foros no tardaron en aparecer los espacios de encuentro para quienes buscaban compañía, cualquier tipo de contacto humano.

La red en esos años ofrecía una sensación de seguridad y anonimato, de libertad para la experimentación con la comunicación y con la identidad. Y si bien, como ya se ha repetido mucho: en la red uno podía ser cualquier cosa, lo único que no se podía era dejar de estar solo. Así, mucho antes de que llegaran las redes sociales a capitalizar en el fenómeno surgieron estas formas sin precedente de soledades en compañía, de comunidades virtuales donde se podía tener la ilusión de ser parte de algo más grande, de establecer vínculos con desconocidos que súbitamente parecían más cercanos que los amigos y los familiares. Podemos pensar que estas relaciones a distancia, mediatizadas por dispositivos, configuradas por la curaduría de la personalidad eran resultado de un estado de enajenación creciente, pero sin embargo la sociedad en el mundo material comenzó a adoptar esas formas y a moldearse a partir de los estándares que comenzaban a aparecer en el éter.

Cargar un smartphone se convirtió en el antídoto a la soledad. En todo momento podiamos entretenernos, comunicarnos, informarnos y estimularnos. Hoy en las calles, restaurantes, salas de espera y el transporte público estamos más acompañados y más solos que nunca. Parecería que vivimos en una adaptación de la novela Congreso de Futurología, de Stanislaw Lem, en donde nuestros dispositivos personales se han convertido en el narcótico que un gobierno omnipotente distribuye para controlarnos. Ahí el pueblo era drogado con una sustancia que hacía a la gente benévola y complaciente. De manera semejante, las redes sociales digitales tienen un poder de seducción que tiende a volvernos a veces irreverentes, otras moralizantes y a reaccionar en manada, en coreografías emocionales planetarias de alabanzas, desprecio masivo y linchamientos histéricos. Dóciles críticos implacables, manipulados por emociones a flor de piel y sin autonomía.

La red se volvió el Aleph borgiano y el panóptico benthamiano, la mente de colmena que contiene todo el conocimiento humano posible y la prisión del espíritu donde nunca nadie volverá a tener un secreto. Una ventana a las maravillas del planeta y un laberinto de la atrocidad. Internet acabó con las certezas del tiempo, la distancia, el trabajo y en cierta forma el dinero (otra semejanza con la novela de Lem, donde el dinero pierde significado). En este extraño y estridente nuevo orden económico, social y político MATCHES no queda tan claro lo que quiere decir la soledad mientras estamos bajo vigilancia permanente por ojos y oídos humanos y maquinales.

Pornografía

(En el principio fue la imagen prohibida)

El motor de la invención en el mundo de los medios de comunicación es la promesa de un sexo mejor. La promesa de acercarnos a lo estimulante y erótico —si no con el tacto y el olor, por lo menos con la vista y el oído— popularizó a la imprenta, a la fotografía y al cine. Internet no fue la excepción, de ser un recurso de comunicación entre laboratorios e instituciones educativas, militares y científicas, pasó vertiginosamente a canalizar fantasías y fetiches, a abrir las puertas del deseo y a demoler los tabús al exponerlos, discutirlos y caricaturizarlos. Internet destruyó el modelo económico había dado sentido a la pornografía durante 518105, No sólo las características peculiares de la red provocaron una saturación de materiales pornográficos sino que también dieron lugar a una total depreciación de los «contenidos». El riesgo asociado con el consumo de estos materiales no desapareció del todo pero pasó a volverse trivial.

La pornografía se hizo omnipresente e influenció a otros géneros y a las formas en que consumimos entretenimiento. Las nuevas formas pornográficas imitaban a las tradicionales pero ofrecían fantasías inagotables. El panorama digital de la pornografía se amplió al tiempo en que disminuían y a veces desaparecían las motivaciones económi-cas. Se multiplicaron las opciones de pornografía ética feminista, gay, lésbica, trans, plurisexual, consensual y experimental. Por supuesto que la pornografía explotadora, brutal y tóxica no des-apareció, ya que siempre habrá consumidores para ella, pero se convirtió en una variante más y dejó de ser la única forma de retratar explícitamente la sexualidad humana para el placer de otros.

Si antes buena parte de las protagonistas de la pornografía caían ahí por desesperación, por ser víctimas de abuso o el tráfico sexual, ahora sabemos que muchas personas llegan a este mundo atraídas por sus propias fantasías.

Durante décadas los conservadores y algunas feministas radicales han denunciado a la pornografía como un elemento perverso que conduce a la disolución moral y la objetificación de la mu-jer. Lo que hoy consideramos pornográfico está muy lejos de ser un fenómeno monolítico. Basta considerar sitios como Pornhub donde millones de videos amateurs son posteados por entusias-tas, exhibicionistas y personas sexo positivas en general. Este megasitio que sigue creciendo y el año pasado tuvo 42 mil millones de visitas (115 millones al día) se ha convertido en una fuente inagotable y sin precedente de información para entender la fascinación que ejerce la pornografía, así como las preferencias de los consumidores. En 2019 la categoría más popular en este sitio fue: amateur y entre las nueve siguientes no aparecía nada que hubiera sido convencional en el pasado, como grandes senos o caderas o cualquiera de los clichés misóginos que dominan la pornografía comercial de antaño. Los términos más buscados fueron curiosamente: japonesa, hentai, lesbiana, milf (Mothers I’d Like to Fuck) y coreana.

Y si bien la pornografía puede crear expectativas irreales o conductas antisociales o adiestrar a los jóvenes e inexpertos con actitudes negativas, prácticas crueles, estúpidas o egoístas, también hay un vasto universo de posibilidades y de influencias igualitarias para romper con el legado de siglos de misoginia, homofobia y masculinidad tóxica. A esto podemos añadir la proliferación de camgirls y camboys, trabajos sexuales que no involucran contacto físico. Estas formas de entretenimiento sexual son una variante de la pornografía, en las cuales el espectador puede interactuar con la o él modelo o bien simplemente contemplar pasivamente el espectáculo.

Amor

Pero la satisfacción inmediata de los deseos sexuales mediante la tecnología no es el único legado sexual y emocional de internet. Es claro que la tecnología puede tender a aislarnos y enajenarnos. Sin embargo, también puede dar lugar a nuevas formas de socialización, de comunidad y a relaciones amistosas, sexuales y amorosas. Antes de la aparición del WWW ya había bulletin boards o tableros de comunicación donde existían foros para establecer contactos sexuales o románticos. La aparición de la red gráfica dio lugar a recursos que facilitaban los encuentros y después de 2007, con la popularización de los smartphones, la búsqueda se volvió mucho más intensa y espontánea, ya que no había que tener una computadora para entrar a un sitio de citas, sino que se podía hacer desde cualquier lado, con lo que tener un encuentro podía ser tan fácil como pedir una pizza. Hoy miles de

personas participan en sitios de citas como Match. com, el más grande del mundo, que en realidad es un «agregador» de otros sitios (alrededor de 30) y que en 2018 generó ingresos de 1,729.8 millones de dólares (un aumento de 242.5% de sus ganancias en 2012).

Un estudio publicado en agosto de 2019, del sociólogo de Stanford, Michael Rosenfeld, encontró que el 39% de las parejas heterosexuales se habían encontrado en línea, con lo que los algoritmos de compatibilidad y las enormes bases de datos, parecían demostrar ser más efectivos que los medios tradicionales de encuentro en el mundo real como la escuela, el trabajo, los clubes, los bares y más confiables que las amistades y familiares. La gente toma cada vez más en serio a estos recursos y el estigma asociado con usarlos ha disminuido y en algunos casos desaparecido. La expresión más inmediata de esta tendencia son los apps Tindery Grindr, en los que con frotar (swipe) la pantalla se da un juicio de aprobación (derecha) o rechazo (izquierda) a la foto de un prospecto sexual o romántico que se encuentra relativamente cerca físicamente. Así, el romance y el azar dan lugar a una lógica de juego de video con la posibilidad de ser premiado con una experiencia emocional y erótica.

Estos encuentros pueden tener un carácter utilitario y pragmático que destruya la intimidad pero las experiencias de miles de usuarios demuestran ser tan exitosas o frustrantes como las que se podrían tener por otros métodos convencionales. Para muchos jóvenes, que de cualquier modo conducen gran parte de su vida social en línea, los sitios de citas son completamente naturales. Además, cada vez más gente mayor asimila y normaliza el uso de estos recursos, y aparentemente con tan buenos o malos resultados que los jóvenes. Podemos imaginar que este es un efecto nocivo más de la digitalización del todo pero por otro lado también es una demostración de un deseo vital e intenso de contacto humano. A final de cuentas al presentarnos en un medio digital estamos actuando un papel, estamos construyendo y editando una identidad deseable para ofrecerla. Usualmente frente a la pantalla somos otro, más atrevidos, más ecuánimes, más divertidos. En el mundo real es difícil estar a la altura de nuestras idealizaciones.

Ahora bien, independientemente de los éxitos o fracasos amorosos que se tenga en estas plataformas o de la satisfacción que produzcan determinadas imágenes y videos, los sitios que ofrecen estímulos o encuentros también recogen información sobre los usuarios, que incorporan a grandes bases de datos -las que quisiéramos creer que protegerán nuestra identidad. Sin embargo, en la era del Big Data, el anonimato es una falacia. Así nuestros deseos pasan a ser mercancía del capitalismo de vigilancia. La experiencia humana es el elemento central con el que las grandes corporaciones hacen sus fortunas en línea.

En el caso de la sexualidad se trata de un material particularmente controvertido y con potencial para trastornar o incluso destruir nuestras vidas.

A pesar de esta sombría realidad económica, es claro que somos ciborgs, entidades cibernéticas en las que lo biológico y lo tecnológico interactúan de manera inseparable. Es nuestra realidad y si bien por un lado significa dar a las corporaciones una variedad de maneras para explotarnos también representa una redistribución del placer sexual, la consolidación de comunidades sin importar obstáculos geográficos, generacionales y étnicos, así como posibilidades de establecer relaciones amorosas, sanas y humanas.

14 de febrero de 2024