Ivonne Acuña Murillo
Una pregunta recurrente que se hace a Claudia Sheinbaum Pardo, especialmente a partir de que ganó la elección presidencial del 2 de junio, es si continuará con las conferencias de prensa conocidas como Las Mañaneras. La virtual presidenta electa no ha dado una respuesta contundente en torno a cuál será el modelo de comunicación política que aplicará durante su administración.
La insistencia en si continuarán o no Las Mañaneras no es irrelevante, sí se tiene en cuenta que, con éstas, el actual Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, instauró una forma de comunicar inédita y única en el mundo y la historia. Ofrecer una conferencia de prensa de lunes a viernes, a partir de las 7 de la mañana, por dos horas o más, supone la conformación de un espacio propio de comunicación que permitió romper el monopolio de la información que mantenían los principales medios de comunicación en el país.
Desde este espacio, el primer mandatario ha abierto un canal de comunicación directo con las y los reporteros que cubren la fuente, con periodistas y personas públicas que de manera ocasional asisten a las conferencias, pero, sobre todo, con la ciudadanía, especialmente con aquella que forma la base social del movimiento político-social conocido como “lopezobradorista”.
El formato de Las Mañaneras ha permitido armonizar diversos modelos de comunicación al combinar diálogo abierto, propaganda política y mensajes segmentados dirigidos a diversas categorías sociales como trabajadores, jóvenes, personas adultas mayores, mujeres. Ha hecho posible también colocar temas en la agenda pública, responder de manera oportuna a los señalamientos, acusaciones, notas falsas sobre el Presidente y su administración y, al mismo tiempo, rendir cuentas sobre las promesas cumplidas, las obras realizadas, en curso o por ejecutar.
No se puede pasar por alto que también han servido como escenario de las estrategias políticas del Presidente quien entiende a la perfección el valor de la opinión pública y la presión que esta puede ejercer sobre los diversos actores políticos, sus opiniones y acciones. No es casual que insista, en una suerte de pedagogía política, en desnudar a quienes, en gobiernos pasados y aun ahora, se han encargado de defraudar a la población dejando de lado sus necesidades para hacer valer sólo los intereses de grupo. Los calificativos de “minoría rapaz”, “mafia en el poder”, “fifis”, “conservadores”, han permitido identificar a quienes se han comportado de manera contraria al bienestar de la mayoría.
Tan importante ha sido la influencia de estas conferencias que otros actores políticos, cercanos a la Cuarta Transformación (4T), y aún opositores, han intentado emular el ejercicio con bastante menos éxito. Lo hizo la misma Sheinbaum como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México (CDMX); lo hace la gobernadora de Campeche, Layda Sansores San Román, con su emisión de los “Martes del Jaguar”; lo hizo Ricardo Anaya Cortés, durante la campaña presidencial de 2018; y lo puso en práctica Xóchitl Gálvez Ruiz durante la presente elección.
Pero, más allá de esos intentos, hoy Claudia Sheinbaum se enfrenta al reto de encontrar su propia voz y un estilo personal de gobernar y comunicar que logre diferenciarse del ejercido por López Obrador. Difícil tarea dada la huella socio-político-pedagógica que ha dejado el actual Presidente, aunque no imposible.
Por principio, como Jefa de Gobierno, Sheinbaum dio muestras de una comunicación política asertiva en los momentos más difíciles de su administración, los años de la pandemia provocada por el Covid-19. Supo no solo gestionar de manera adecuada los requerimientos de la población afectada por la enfermedad, sino comunicar a la ciudadanía, sana, enferma o en riesgo de contagio, las directrices a seguir para disminuir, en lo posible, los efectos de la enfermedad.
Dedicó importantes esfuerzos a informar de manera directa y en el momento adecuado la progresión del padecimiento, las medidas que se estaban tomando, los lugares de atención, las líneas de emergencia y demás acciones encaminadas a brindar a la población la información y el apoyo necesarios. De hecho, su gestión de la pandemia se convirtió en ejemplo para otros mandatarios estatales.
Se puede afirmar que la comunicación política, entendida como “la producción e intercambio de discursos políticos, entre gobernantes y gobernados, a través de los medios de comunicación, para legitimar a quien gobierna o pretende gobernar”, es fundamental para toda gestión gubernamental exitosa y la futura presidenta lo ha probado. Primero, como candidata a la Jefatura de la CDMX, después como Jefa de Gobierno y, recientemente, como candidata a la presidencia de la República.
En estos tres momentos ha hecho una suerte de malabarismo discursivo combinando su adhesión al presidente de la República, la 4T, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y los valores políticos que enarbolan, con la búsqueda de un estilo personal derivado de su propia experiencia político-social-familiar; activismo estudiantil y post estudiantil; preparación académica; intereses científicos, y la disciplina que su preparación formal le ha impuesto.
Consciente de la importancia de saber comunicar, en sus discursos no puede faltar la referencia al Presidente y el honor que supone “estar con Obrador” y a todos aquellos elementos que trazan la continuidad de un proyecto centrado en el bienestar de las mayorías: “por el bien de todos primero los pobres”. No podría ser de otra manera, no sólo porque ella sea la mejor discípula de López Obrador, sino porque él es el principal activo con el que cuenta la coalición que repetirá en la silla presidencial en el sexenio 2024-2030.
Desde su gestión como Jefa de Gobierno fue afinando sus discursos de manera que, si en un principio fue más evidente su adhesión a las propias declaraciones del Presidente, por ejemplo, respecto de las marchas feministas y de un supuesto ataque deliberado en contra de su administración, poco a poco fue moderando sus palabras para dar paso más a la negociación y al diálogo que a la confrontación y la ruptura. Por supuesto, sin abandonar aquellas que pueden ser consideradas como posiciones irreductibles y que apuntan al eje ideológico-normativo del lopezobradorismo y la 4T.
Sin embargo, se cuida mucho la próxima mandataria de ir en contra de AMLO, sus decisiones y declaraciones, al tiempo que busca no mostrar una especie de rendición abyecta al líder. Sin duda, un equilibrio de difícil manejo que requiere de una lectura correcta del contexto y del papel histórico desempeñado por el líder opositor más importante de las últimas décadas. Pero, sobre todo, del líder y hacedor legítimo de un movimiento social que ha sido capaz de arrebatar el poder político a las élites enquistadas, también desde hace décadas, en la presidencia de la República; Congreso de la Unión y Congresos Locales; Poder Judicial; organismos autónomos; medios de comunicación; universidades y diversos espacios de pensamiento y reflexión y en todo lugar desde el cual era posible sostener un modelo político-económico centrado en la generación de riqueza para una minoría, en un claro desprecio por la mayoría de la población.
Un ejemplo reciente de esto es lo que ambos personajes declararon en torno al documento Análisis técnico de las 20 iniciativas de reformas constitucionales y legales presentadas por el presidente de la República (febrero 5, 2024), coordinado por Sergio López Ayllón, J. Jesús Orozco Henríquez, Pedro Salazar y Diego Valadés, juristas del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El presidente López Obrador dijo, en la conferencia de prensa del 17 de junio: “Salen los de la UNAM, claro con línea seguramente de los directivos, a dar su opinión como expertos sobre las 20 reformas que estamos proponiendo (…) Son predecibles, pero les diría ¿qué se tienen que meter? Si claro, ahí es donde debe darse el debate, el análisis de la realidad para transformarla. Todas las universidades tienen ese papel…”.
Por su parte, Sheinbaum, a pregunta expresa, dijo que: “Es que no es una opinión de la UNAM, la UNAM no tiene una sola opinión. La gran virtud de las instituciones de educación pública, primero es que hay libertad de cátedra y segundo es que se permitan todas las opiniones (…) Entonces hay personas del Instituto de Investigaciones Jurídicas que tienen esta opinión, muy respetable, pero hay otros universitarios probablemente que tengan otras opiniones. Entonces yo respeto a la UNAM, de ahí vengo”.
Hace Sheinbaum prestidigitación verbal para no cuestionar abiertamente lo dicho por el Presidente y al mismo tiempo para no descalificar el documento publicado ni a sus autores y menos a la UNAM, cuyas autoridades hicieron lo propio al deslindarse del texto citado, vía redes sociales, sosteniendo que: “El documento sobre las 20 iniciativas de reformas presentadas por el presidente Andrés Manuel López Obrador, elaborado por académicos del Instituto de Investigaciones Jurídicas, entre otras personas, y circulado profusamente en las redes sociales durante el pasado fin de semana, de ninguna manera representa el posicionamiento de la Universidad Nacional Autónoma de México ni el sentir de su comunidad. En todo caso, los textos reflejan exclusivamente la opinión de los autores. La UNAM convocará en su momento a diversos foros académicos donde podrá darse una discusión abierta y plural”.
Por supuesto, el deslinde obedeció al cuestionamiento presidencial a la institución como un todo. La próxima presidenta del país hizo la misma puntualización que las autoridades de la UNAM, por lo que en sus palabras hay un toque perceptible de diferenciación con AMLO, pues ella no arremetió en contra de quienes hicieron el supuesto análisis ni lo generalizó como una postura representativa de la institución universitaria, pero tampoco desautorizó lo dicho por López Obrador. Poco a poco, las diferencias entre el político y la política irán perfilando el estilo personal de comunicar de la primera mujer presidenta de México.
Catedrática de la Universidad Iberoamericana