Ivonne Acuña Murillo
Como académica de la Universidad Iberoamericana no puedo sustraerme al dolor que significa perder a dos integrantes de la Compañía de Jesús (Societas Jesu, en adelante S.J.), los sacerdotes Javier Campos Morales, S.J., de 81 años, y Joaquín César Mora Salazar, S.J., de 79, asesinados el lunes 20 de junio en Cerocahui, municipio de Urique, en el estado de Chihuahua, por el jefe de una célula de sicarios y traficantes de droga al servicio de Los Salazar, grupo delictivo que forma parte del cártel de Sinaloa, identificado como José Noriel Portillo Gil, apodado “El Chueco” (Gustavo Castillo García, “Identifican al asesino de dos jesuitas y un guía de turistas”, La Jornada, 22 de junio de 2022).
Faltan palabras para expresar lo que pasa por la mente y el corazón de quien comprende el valor de la vida humana, especialmente cuando se pierde tratando de proteger la de otro, de acuerdo con una de las dos versiones que corren en torno al también asesinato de un guía de turistas, al parecer Pedro Eliodoro Palma Gutiérrez, quien herido entró al templo tratando de protegerse de aquel que le perseguía para matarlo y a quien los sacerdotes trataron de disuadir. (“Hombre asesinado junto a sacerdotes jesuitas en Chihuahua era guía de turistas”, Nación321, 21 de junio de 2022). Esta misma afirmación fue sostenida por Vatican News (“México: asesinan a dos jesuitas tras defender a un hombre que buscaba refugio” rb.gy/1rgi28).
Una segunda explicación de los hechos es la escrita en un tuit, la mañana del 21 de junio, por Ricardo Palma, hijo de Pedro, a quien “avisaron” que su padre, junto con un grupo de turistas, había sido sacado a la fuerza por hombres armados del hotel Misión Cerocahui, después del asesinato de los sacerdotes jesuitas.
En la conferencia de prensa de este 22 de junio, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, confirmó la primera versión al tiempo que dio el pésame a la Compañía de Jesús, además de comprometerse a apoyar en la aprehensión del asesino y en la recuperación de los tres cuerpos, así como encontrar a dos personas desaparecidas, entre ellas “la esposa de una de las víctimas”, se infiere que hablaba del civil.
Sin embargo, en estos casos, no basta con un “lo siento”, “los acompaño en su dolor”, “ahora están en un mejor lugar”, “han dejado de sufrir”, “se encuentran ya en presencia del Señor”. Frases hechas encaminadas a disminuir o, por lo menos, acompañar el pesar y el vacío que deja quien se va. No alcanzan ahora, no cuando la vida ha sido arrancada de manera violenta, brutal, sin sentido. Lo que queda hoy es exigir que las autoridades correspondientes hagan justicia, como ofrece el primer mandatario, y que quien privó de la existencia a los sacerdotes y el civil devuelva sus cuerpos mortales, sustraídos después del brutal asesinato, para que sus familias, hermanos y fieles puedan darles el último adiós y sepultarlos de acuerdo con el ritual acostumbrado.
Sin embargo, pareciera sencillo “pedir justicia” como si hacerlo supusiera únicamente atrapar y castigar a quien de manera vil arrancó la vida de los sacerdotes jesuitas y el guía de turistas. Asimismo, pareciera sencillo “pedir la reparación del daño”, como si se pudieran devolver las vidas tomadas, pues sólo así puede concebirse una reparación verdadera.
Ser vueltos a la vida para continuar la tarea que, por amor a Dios y al prójimo, se habían trazado los sacerdotes Joaquín y Javier como eje de un destino. Caminar en compañía, hacer la voluntad de Dios, poner los ojos, los pensamientos y el corazón al servicio de los otros, de los rarámuris que históricamente sufren hambre, pobreza y abandono, a los que hoy se suman desplazamientos forzados y acoso de bandas del narco como los Zetas, los Salgueiro, el cártel de Sinaloa y Gente Nueva, las cuales han obligado a muchos pobladores de la sierra a sembrar mariguana y amapola o a dejar sus viviendas intentando conservar la vida.
Poner todos los sentidos en la otra persona y sus problemas como hiciera Jesús, en el siglo I de nuestra era, ya no será posible para Javier y Joaquín, lo seguirán haciendo los sacerdotes y las religiosas jesuitas que permanecen en la zona y quien llegue después de ellos y ellas. Ante la imposibilidad de devolverles la vida, queda la exigencia de “no repetición”.
Al final, el abandono de sí mismos en pos del amor a Dios y a su prójimo, en aras de un proyecto más grande que aquel formado por las apetencias personales, los llevó a sacrificar la vida por aquel que entró en el templo buscando escapar de quien le perseguía.
Por supuesto, la obra queda. Las horas, los días, las semanas, los años entregados al pueblo rarámuri no pueden ser borrados, olvidados, ignorados. La memoria del amor ofrecido permanecerá como aquella leyenda que recoge la pastoral del sacerdote Glandorf, S.J., y sus zapatos mágicos que, a mediados del siglo XVII, cuando la Compañía de Jesús llegó a la Sierra Tarahumara, le permitían correr a toda velocidad, igual que han hecho siempre quienes “tienen los pies ligeros”. (Según recordó el periodista Alejandro Páez Varela, en el programa “Los periodistas”, de Sin Embargo al Aire, el 21 de junio de 2022).
En alguna ocasión, escuché a otro sacerdote jesuita, cuyo nombre se me escapa, contar: “Estuvimos sentados en algún lugar de la sierra por una hora, al final de la cual mi acompañante rarámuri se levantó y me dio las gracias por el tiempo compartido. No hablamos, no hubo necesidad de proferir palabra alguna ni buscar algo que contar. Bastó nuestro silencio para estar juntos”. Por supuesto, no fueron estas las palabras exactas de quien trajo a su memoria y dejó en la mía este recuerdo, pero valga parafrasearlo para decir que el relato pretendía dejar constancia de la sensibilidad y amoroso sentido de la vida y el estar con otros de este extraordinario pueblo indígena y de cómo la labor pastoral jesuita no termina ni comienza con llevar la Buena Nueva, una evangelización a rajatabla, sino que implica caminar juntos y compartir las diversas formas de ver, sentir, vivir la vida.
Suman a esta reflexión las palabras de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, publicadas a raíz del asesinato de los sacerdotes jesuitas y el guía de turistas, mismas que dejan claro que hacer justicia no es sólo atrapar y castigar a quien cometió este atroz asesinato.
También demandamos que de forma inmediata se adopten todas las medidas de protección para salvaguardar la vida de nuestros hermanos jesuitas, religiosas, laicos y de toda la comunidad de Cerocahui.
Hechos como estos no son aislados. La sierra tarahumara, como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no han sido revertidas. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos.
Los jesuitas de México no callaremos ante la realidad que lacera a toda la sociedad.
La justicia entonces pasa por romper el ciclo de marginación y violencia que vive el pueblo rarámuri y otros sectores de la sociedad mexicana; por cumplir con la razón de ser del Estado mexicano -la protección física y patrimonial de la población-; por devolver al país la paz que se vivía antes de que esta absurda y mortal guerra en contra del narco y la delincuencia organizada sumiera a México en un baño continuado de sangre, muerte y sufrimiento; por replantear una estrategia de seguridad que no ha dado los resultados esperados, a pesar de que quien la encabeza, el presidente López Obrador, comparta con los jesuitas el amor al prójimo y la apuesta por la paz; por recuperar y entregar a la Compañía de Jesús los cuerpos de sus hermanos asesinados en un último acto de amor en Cristo; y por recuperar y entregar a su familia el cuerpo de Pedro Palma o de quien haya sido en vida el civil asesinado; finalmente, por encontrar vivas a las dos personas desaparecidas, según refirió el primer mandatario.
Cierra esta participación con lo escrito por el rector de la UIA, Doctor Luis Arriaga Valenzuela S.J.: “Los homicidios de los hermanos Javier y Joaquín nos colocan nuevamente ante el horror de la violencia y la incertidumbre de la impunidad” (“Jesuitas”, Reforma, 22 de junio de 2022).
Nota: Gracias a las pacientes explicaciones del padre Pepe (Humberto José Sánchez Zariñana, S.J.) sobre lo que significa el “discernimiento ignaciano”, espero no haberlo malentendido.