Origen, horizontes y perspectivas del movimiento antiporril en la UNAM
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Origen, horizontes y perspectivas del movimiento antiporril en la UNAM

Luis Josué Lugo

La movilización estudiantil realizada el pasado 3 septiembre, en contra de la violencia porril, evidencia diversos procesos socio-políticos tanto de la Universidad como del país; a saber: acciones colectivas que rompieron –y al mismo tiempo combinaron– formas tradicionales de organización, demandas focalizadas en temas específicos, adherencia de ideologías más flexibles a la lucha, así como un intenso uso de plataformas digitales en sus diversas expresiones.

Desde luego, esto no implica que organizaciones con mayor antigüedad en el trabajo político no se hayan sumado, pero lo cierto es que quien ha encabezado principalmente las movilizaciones han sido un contingente conformado por un grupo heterogéneo de estudiantes –diversidad que se ha desdibujado con el paso del tiempo–. Así, se entiende que no todos son “feministas” ni todos son “marxistas” ni todos “antisistema”, pues aunque los existen en numerosas cantidades, se imbrican con otros tipos de alumnos e ideologías.

No obstante, el futuro de las movilizaciones y del “movimiento” sigue incierto. Si bien, han logrado “ganar” algunas de sus demandas, lo cual es evidente por los “porros” que ya han sido expulsados, no se sabe hacia dónde se seguirán dirigiendo, pues inclusive personas cercanas a las asambleas denuncian que otros grupos se las quieren “apropiar”; más aún, dentro de la misma universidad, varios grupos de poder parecen mover sus posiciones para intentar “ganar algo”.

Breve recuento de los hechos

A raíz de un feminicidio sucedido en el CCH Naucalpan, algunos estudiantes se comenzaron a movilizar. Esto llegó hasta Rectoría, en donde el 3 de septiembre se convocó a una marcha para exigir mayor seguridad y resolución del problema. Como ha sucedido en reiteradas ocasiones, para intentar contener este hecho llegaron “porros” –quienes en su mayoría son exestudiantes, algunos otros son sujetos externos– que golpearon a asistentes a la marcha, varios de los cuales llegaron incluso a la hospitalización.

Esto no resulta nuevo en las dinámicas de la Universidad; los “porros” han operado durante años, auspiciados por partidos políticos e inclusive por funcionarios públicos que resguardan sus propios intereses, tal como ha documentado en numerosas ocasiones el catedrático de la UNAM, Hugo Sánchez Gudiño. Empero, en esta ocasión no pudieron operar como en antaño; es decir, sin consecuencias.

Gran parte de la comunidad universitaria mostró su rechazo e indignación ante la presencia de los “porros”, y poco tiempo después, uno de los recursos de organización más importantes, la asamblea, se fue expandiendo a lo largo de las facultades de la UNAM. En una contienda histórica para la Universidad, hubo consenso para cerrar casi todas las facultades; en total fueron 34, considerando escuelas, las que se sumaron la última ocasión.

Para Víctor Vilchis, estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), quien ha estado activo y habló con Zócalo, las plataformas digitales impulsaron considerablemente el movimiento, pues lo “volatizaron de una forma realmente impresionante, pero por esto mismo no se han podido implantar cosas tan básicas como una identidad que establezca quienes entran o no el Movimiento”.

Todo esto llevó a que se generaran paros activos en diversas facultades, exigiendo de parar la violencia de los “porros”, así como de brindar mayores condiciones de seguridad para los estudiantes de Ciudad Universitaria (CU). De inmediato surgieron las interpretaciones: algunos apelando a que podría ser el despertar revolucionario de los estudiantes, otros sospechando de la existencia de fuerzas externas para desestabilizar a la Universidad, y algunos más desestimando el hecho, calificando a los jóvenes de “chairos”. Y aún en la pluralidad de perspectivas, la mayoría sin fundamento, un hecho sí estaba presente: la indignación, a pesar de la falta de una identidad fuerte (como señala Vilchis).

De la indignación a la acción colectiva

Como se puede entrever, se generó un fuerte clima de indignación, que a decir de varios especialistas en acción colectiva –como el Doctor de la Universidad Complutense José Candón, el catedrático especializado en tecnologías Manuel Castells o el pensador obligado para movimientos sociales Alberto Melucci–, es el motor de cualquier movilización.

En este sentido, cabría preguntar ¿indignación hacia qué? Y entonces, nos aventuraríamos a decir que fue fundamental, pero no exclusivamente, contra la inseguridad y violencia que están viviendo los estudiantes en Ciudad Universitaria, que resulta estructural, en tanto que es un espejo de lo que se está padeciendo en el país.

Por mencionar algunos ejemplos: en CU han aparecido cuerpos de jóvenes muertos y asaltos –tanto a profesores como a estudiantes– al interior del campus; espionaje en el sanitario de mujeres en la FCPyS, además de variados y sonados acosos.

Tomando como base la teoría populista del destacado filósofo Ernesto Laclau, la inseguridad es el “significante amo” que logró articular el resto de las demandas de los estudian tes, no por ello menos importantes; mientras que el tema de género, la forma de gobierno al interior de la UNAM, el salario de los profesores de asignatura, podrían denominarse como “significantes flotantes”.

Al mismo tiempo, se generó una identidad colectiva lo suficientemente fuerte como para convocar a tantos y tan variados estudiantes, quienes no reclamaban el fin del capitalismo, sino más seguridad, caminar por las noches sin miedo.

“Los otros” que articularon el movimiento fueron, fundamental pero no exclusivamente, las autoridades que no habían resuelto oportunamente los conflictos.

Uriel Martínez, estudiante de la FCPyS, lo expresa así para Zócalo: “Partimos de la idea de que el problema histórico de los “porros” se debe, en gran parte, a las propias estructuras centralizadas de designación de autoridades dentro de la universidad. Estos circuitos de renovación del poder se prestan a la creación de núcleos o grupos políticos con intereses particulares”.

Sin embargo, también convendría pensar qué tanto, la memoria colectiva que dejaron movimientos como #YoSoy132, se sigue materializando en movimientos como el recientemente observado. Cabría, también, observar las narrativas de sus videos, o la organización en redes, así como las formas de organización, para pensar el hecho del 3 de septiembre, toda vez que como el propio Alberto Melucci señaló: los movimientos, al terminar, pueden permanecer latentes para luego reactiviarse en determinadas coyunturas.

El papel de las plataformas digitales en la movilización

Todavía hasta el movimiento #YoSoy132, diferentes especialistas cuestionaron el papel de las tecnologías en la movilización. Como históricamente se ha observado, existieron los tecnófobos contra los tecnoutópicos. Llegados a ese punto, parece ocioso inclinarse única y exclusivamente a uno u otro lado, como toda herramienta creada por el ser humano, las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), tienen sus pros y contras.

Hoy es claro que las TIC forman parte del repertorio de acciones de diversas movilizaciones, incluida la antiporros, y que su uso ha fungido como medio de organización, interacción, visibilización, denuncia y sensibilización; así como de aristas que conllevan espionajes, polarizaciones discursivas.

Empero, habría que preguntar si al omitirlas en el esquema de la presente acción colectiva, los resultados en cuanto a la movilización hubiesen sido los mismos; cuestionamiento ante el cual nos atrevemos a conjeturar que no, porque lo que indignó a la comunidad universitaria fue observar a los “porros” golpeando a sus compañeros. Algo que no hubiese sido televisado y viralizado tan fácilmente – aunque hay que reconocer que esta ocasión sí hubo coberturas en vivo, en gran medida por el interés generado en redes–, entre un fuerte sector de la comuni- dad universitaria, no hubiera logrado tal sensibilización ante los hechos.

Sucedió una suerte de “contagio emocional” (concepto ampliamente revisado por expertos como el estudioso de la tecnopolítica, Javier Toret, o la destacada pensadora Zizi Papacharissi), que fue alcanzando a diversos sujetos, quienes constituyeron sus propios grupos de apoyo hasta confluir en movilizaciones como la del silencio, ocurrida el pasado 13 de septiembre. Así pues, se concluye que la movilización seguramente hubiera existido, aunque sin la fuerza que se observó tanto en las redes como en las calles.

Horizontes y perspectivas del movimiento

Empero, acciones como la que se describe en este texto, aunque pueden ser muy potentes al inicio, pueden perder fuerza o rumbo posteriormente. Por ello, subyace una gran pregunta: ¿hacia dónde va el movimiento? Algunas voces lo equiparan con el 68, otros con la huelga del 99; sin embargo, hay que recordar que cada proceso es particular en sí mismo.

En consecuencia, parece difícil –casi imposible– que se repita una masacre como la sucedida en Tlatelolco, o una huelga general en la UNAM. No obstante, si los estudiantes no logran focalizar sus demandas hacia negociaciones concretas, que en el cabildeo resulten efectivas, y hasta podría decirse “realistas”, existe un riesgo significativo de que algunos grupos tomen el control de las asambleas e incorporen demandas que satisfagan sus propios objetivos y no los de la mayoría de los estudiantes ni de la comunidad académica.

Algunas de las demandas como la de desaparecer los consejos universitarios y técnicos o destituir al rector, tienen “buenas intenciones”, las cuales tienen cabida gracias a la democratización de la Universidad, sin embargo, no se considera su trasfondo político, y peligrosamente, se olvidan los “significantes amos” que articularon a los jóvenes: inseguridad y violencia, los cuales al cabildearse, y solucionarse, podrían abrir la discusión de otros posibles problemas, pero no sin antes atender a aquello que articuló la preocupación de un buen número de integrantes de la comunidad UNAM.

Por otro lado, la ocasión se pinta como una oportunidad “azul y oro” para que la UNAM dé muestra de su vocación democrática –presente en distintas ocasiones, pero ausente en varios de sus procesos–, y brinde una rendición de cuentas puntual sobre el tema de los porros y los actores involucrados, para atajar el problema de raíz, al tiempo que se piensen soluciones reales y efectivas contra la inseguridad en el campus de Ciudad Universitaria, sin afectar la autonomía de dicha institución pública.

El ejercicio se antoja como una prueba para los jóvenes y las autoridades, que tienen en sus manos la experimentación de otras formas para hacer política y resolver conflictos que afectan a la Universidad, problemas que no se encuentran alejados de la realidad que vive México día a día

2 de octubre de 2021