La insospechada sonoridad del viento
Comunicación, Hemeroteca

La insospechada sonoridad del viento

Gilberto Vargas Arana
(Tercera de cuatro partes)

La hora y la palabra

La radio devino en su día, como un sonido semejante al que produce el viento al mover con ímpetu las llamas de una gran imaginación. El murmullo provenía del aparato de cuya energía se desprendía con gran fuerza de impulsión una gran masa de voces y ruidos de máquina nueva. Esta emisión extraordinaria era única, tenía la novedad de dejar ir un montón de palabras. El sonido llegó a ser escuchado tres kilómetros después, hasta el cerro del Castillo de Chapultepec.

La consistencia de las palabras y de las noticias del día, leídas de las páginas de Excélsior y Revista de Revistas, hacía que la enorme transmisión procurara no deformarse con el viento y continuara por algunos minutos, estacionaria e indeformable. Esto duró los minutos necesarios, cabales e históricos. Después el viento arrasó todo, llevó voces y sonidos por doquier, y a ello se le llamó radio.

Las noticias de los periódicos dieron por hecho que pasadas las diez ocurrió la llegada del secretario de Industria, Comercio y Trabajo, que en representación del presidente Álvaro Obregón acudió a la inauguración de la Exposición Comercial Internacional del Centenario.

Los miembros del comité organizador, Genaro Aristi Madrid, presidente; M. L. Arauza, secretario, e Isidro Fabela, abogado consultor, honraron la llegada del secretario de Comercio e iniciaron, entre romería de visitantes, el recorrido por los stand de materias primas, manufacturas, localizados a ambos lados de cada pasillo de los tres pisos. Diversiones y restaurantes, teatro y juegos de salón.

A cada paso, decorados de la cultura azteca y el esfuerzo de una industria empeñada por recuperarse tras la convulsión social reciente. Víveres, telas, utensilios y muebles domésticos, orfebrería, peletería, juguetería, artículos de lujo. Lo mismo ganado bovino y porcino.

A la altura del segundo piso, la Secretaría de Comunicaciones, por medio de la Dirección General de Telégrafos, exhibió aparatos de telegrafía, novedosos por enviar mensajes mediante simple cuadro de antena. A la altura del momento, el escenario dio paso, en ese mismo departamento, a la presentación en sociedad de la telefonía inalámbrica.

El gobierno obregonista tuvo en el teniente coronel Luis G. Zepeda al impulsor de los trabajos en la Dirección General de Telégrafos Nacionales. La experiencia de telegrafista en campañas militares del propio general Obregón alentó prácticas de una renovada inquietud tecnológica, que vio su oportunidad de prueba en la simbólica exposición. El Heraldo de México pulsó el momento, como hechura de alcance internacional, pues lo ocurrido ese día 27 de septiembre logró comunicación hasta Balboa, Panamá; Berlín, Alemania, y Nueva York, Estados Unidos; pero aún más, reconoció trascendencia de la manufactura nacional: “Hay en estos gran simplificación, pues no se usa de torre alguna, sino únicamente de una antena cuadrada, que se encuentra instalada en el mismo lote que ocupa la estación”.[1]

El secretario Rafael Zubarán Capmany constató la proeza de la transmisión de un mensaje recibido en el Castillo de Chapultepec; para “después de escuchar el efecto de la comunicación con diversas partes del mundo”,[2] como expresión de la pronta realidad de que México contaría desde ese momento no sólo de un nuevo instrumento de comunicación, sino el que en mucho coadyuvaría a consolidar el nuevo Estado Mexicano venido de la Revolución de 1910.

La pretensión original era que el primer mensaje fuera escuchado por el presidente Obregón, pero en esos momentos se encontraba en Palacio Nacional, donde observaba el paso del desfile oficial. La ausencia del general no resultó impedimento para que el comunicado se dirigiera a su persona, en voz del presidente del comité organizador, Genaro Aristi Madrid, que tuvo a bien informar que la Exposición Comercial Internacional se inauguró de manera oficial a las once de la mañana.

El mensaje reiteró la invitación al primer magistrado para honrar con su presencia el certamen; en tanto que se fijó el horario de once a doce del día para que “el público pueda escuchar la claridad con que se reciben y envían mensajes por el teléfono inalámbrico”.[3]

En el esqueleto del palacio soñado, la voz se hizo espíritu, o bien, el espíritu se hizo voz. La radio nació con esa forma. Se empezó a escribir de la radio desde su primera voz: el murmullo asomó. Mensajes y noticias tomaron su espacio. En el fondo se trató de un origen. Si se provocaba a las ondas hertzianas, la transmisión era posible. ¿No era ese el sueño de quienes imaginaban escuchar algo en la distancia, sin artificios, sin hilos?

Arnulfo Rodríguez Viborillas, redactor fundador de Excélsior, acopió el momento como quien sabe del porvenir que tendrá su relato. Transmitió y sin duda escribió con acierto la efusión del momento: “Es éste un paso efectivo en la conquista de las modernas ciencias físicas”.[4]

La Ciudad de México experimentó una nueva sonoridad, entonces de impensables alcances. La crónica del redactor de Excélsior testimonió que no pasó más de un minuto para saber que el mensaje había sido recibido en la Estación Radiotelegráfica del Bosque de Chapultepec, donde estaba instalado otro equipo de telefonía inalámbrica.

El periódico aparecido hacía menos de un lustro, el 18 de marzo de 1917, fue convidado de las pruebas radioexperimentales. La Dirección General de Telégrafos permitió que Arnulfo Rodríguez transmitiera un saludo al presidente Obregón:

Excélsior felicita muy cordialmente al Gobierno de México por el éxito alcanzado en las pruebas experimentales de telefonía inalámbrica que llevó a cabo hoy, 27 de septiembre de 1921, el Departamento Técnico de la Dirección General de Telégrafos, dependiente de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas.

Este es un paso efectivo en la conquista de las modernas ciencias físicas.[5]

El viento fue tentado por una energía, que ya era llamada desde entonces como onda hertziana. Tocaban lo que no se podía ver, pero se podía escuchar. Tan lejos, tan cerca. Así escucharon, así hablaron.

            El gobierno de la Revolución se pronunció, alentó el invento. Lo hizo desde la Dirección General de Telégrafos, y sin duda que el redactor lo entendió así al enfatizarlo y, puede decirse, pregonarlo:

Para los hombres de ciencia que sirven al Gobierno Mexicano es un motivo de orgullo la implantación del moderno sistema de comunicación telefónica, porque se revela en él la asiduidad de sus hombres de trabajo en la conquista cada vez mayor de las ciencias físicas para su empleo en las actividades humanas.

La crónica de Excélsior que tuvo como título: “2 estaciones de telefonía inalámbrica” no tiene crédito de autor, pero es de inferir que se trata de Arnulfo Rodríguez, pues fue quien hizo uso del primigenio micrófono para probar la estación transmisora, enviar un mensaje y hablar del avance de las modernas ciencias físicas.

            Al ocurrirse la Exposición sobre la estructura metálica, los organizadores dieron paso a la posibilidad de que algo podría construirse en ese lugar. Los asistentes vieron dos máquinas, que le llamaron aparato transmisor y aparato receptor, hechas, modificadas o rehabilitadas, o todo lo necesario, por manos mexicanas, en los talleres de la Dirección General de Telégrafos Nacionales.

            Toda esa gente y cada una de las personas, con su entrada pagada a peso, vieron que alguien habló y suponían que otra persona escuchaba, porque así les informaron. Los aparatos estaban a cargo del inspector de Estaciones Radiográficas, Agustín Flores, y José Valdovinos, operador técnico. Allí mencionaron que la voz podía alcanzar la distancia de 150 kilómetros, pero la prueba requería lo suficiente para hacerse oír desde lo que va de la sede de la exposición al Bosque de Chapultepec, donde se encontraba la Estación Radiotelegráfica del gobierno.

Ante las miradas atónitas de la concurrencia a este acto inaugural, el señor Flores comenzó a establecer contactos con corrientes eléctricas de alta tensión, a encender bobinas, a mover palancas, y bien pronto se ponía al habla con la Estación de Chapultepec.[6]

En fotografía se llama el momento preciso cuando se disparaba el obturador; en materia de radio pudo denominarse el respiro preciso, cuando de la boca salió y el aparato transmisor la condujo lejos. El inspector Agustín Flores literalmente tomó la palabra: “Bueno, bueno, bueno, voy a leerles una información de Excélsior de hoy, relativa al servicio radiotelefónico…”.[7]

            El inspector continuó la maniobra. Nadie habló de cables tendidos hasta la distancia pretendida. Todos eran nuevos en esto, la posibilidad real de enviar la voz, el sonido o el mínimo susurró a la distancia, sin hilos. Nació en ese momento el ciudadano del aire, le llamarían con el tiempo radioescucha.

Se pasó al aparato receptor, y tras de las conecciones [sic] necesarias y el establecimiento de la comunicación por radio, la voz del transmisor de Chapultepec se escuchó clara, precisa, enérgica, comentando nuestra información y leyendo luego ya editoriales de Excélsior ya de Revista de Revistas, dio tiempo para que los espectadores, turnándose los audífonos, percibieran la comunicación inalámbrica.[8]

Palabras que siguieron a palabras. Palabras que se dijeron, las mismas que se escucharon. “Bueno, bueno, bueno…”. Así inició. Gente que vigiló, expectante y curiosa. Los aparatos correctos para el respiro preciso. Era gente, que pensaba cómo era posible…

            Luego siguió el mensaje del redactor de Excélsior Arnulfo Rodríguez, autorizado por el director de Telégrafos, Luis Gómez Zepeda. Después, el público participó de las pruebas de comunicación. Llegó el momento para que el presidente del comité organizador de la Exposición Comercial Internacional del Centenario enviara un mensaje a la Estación de Chapultepec, dirigido al presidente Álvaro Obregón, por esos momentos ocupado en Palacio Nacional.

Palacio Legislativo, México, Septiembre 27 de 1921.˗ Señor general don Álvaro Obregón.˗ Presidente de la República.˗ Chapultepec.

Honrámonos en comunicar a usted señor Presidente de la República, que hoy a las once de la mañana, hora oficial, quedó inaugurada la Gran Exposición Comercial Internacional, lamentando vivamente ausencia nuestro Primer Magistrado. Permitímonos encarecerle nuevamente honrarnos con su visita al permitírselo las altas atenciones de usted, obligándonos de antemano por la deferencia al honrar con su presencia nuestro certamen comercial. Respetuosamente.

Exposición Comercial Internacional del Centenario S.A., Genaro Aristi Madrid, Presidente, M. L. Araiza, Director General.[9]

La participación del redactor de Excélsior,[10] lo mismo que la lectura de sus editoriales y noticias, dieron inicio a la relación estrecha con que la prensa y la radio se entenderían desde entonces. Al día siguiente, los periódicos dieron cuenta de la historia. El Universal dedicó en la nota principal, “La gran exposición comercial constituye una brillante prueba de la vitalidad de México”, un apartado con el subtítulo “Telefonema transmitido por la estación radio-telefónica instalada en el edificio de la Exposición Comercial Internacional del Centenario”. El Demócrata le describió el suceso en la nota “Ayer fue inaugurada espléndidamente la Gran Exposición Internal., del Centenario”; lo mismo hizo El Heraldo de México, con una de sus notas de primera plana “La Gran Exposición del Centenario”, y sin duda, la más elocuente y reveladora, la de “2 estaciones de telefonía inalámbrica” de Excélsior.

La magia del inalámbrico hizo tiempo, de horas que marcaron desde entonces una época. A los mensajes inaugurales, conforme a lo divulgado por El Demócrata un día antes, devino continua la emotividad y curiosidad que el invento provocó: “las personas que se instalen en el Palacio Legislativo, cerca del aparato telefónico, que estará provisto de una bocina, [escucharán] las composiciones musicales que producirá un fonógrafo que se instalará en Chapultepec. También podrán comunicarse con aquella estación libremente, y recibirán, por un experto las explicaciones sobre el invento”.[11]

El día de 27 de septiembre de 1921 tenía en sus horas la inevitable contradicción de que un acto referido a la consumación, en este caso de la Independencia de México, tuviera la virtud de ser punto de partida, de ser el principio de algo, como lo sería la primera transmisión oficial de radio, con todo un panorama por entonces impredecible, pero obsequioso de porvenir.

            El desfile militar del Centenario concluyó oficialmente a las 14:25 horas. En Palacio Nacional, los músicos de la Típica Torreblanca y Banda del Estado Mayor colmaron el banquete, para concluir a las 15:00 horas un día de Centenario, frenesí de historia y revelación. En tanto, en la gran exposición comercial, primera de carácter internacional llevada a cabo en el país después de la Revolución, recibió la participación de negociaciones estadunidenses, españolas, inglesas, suecas, danesas, italianas y suizas.

Las horas nocturnas se prendieron del encanto de la mole metálica convertida en monumento a la radio, el nuevo invento. Fiesta en el cabaret instalado con “Supper danzant”, con girls de Nueva York, y la compañía Velasco en su teatro, de un día especial dedicado al presidente Álvaro Obregón.

La noche del martes 27 de septiembre devino elocuente y más reveladora. La “Noche mexicana” se hizo popular y festiva en el bosque de Chapultepec. El arzobispo José María Mora y del Río celebró en el templo de La Profesa un Te Deum más, organizado por la Orden de los Caballeros de Colón, para 600 invitados, caballeros de negro y mujeres con mantilla. El Popocatépetl, la “montaña humeante”, pervivió sus exhalaciones, mientras que en otro palacio trunco, el Teatro Nacional, tenía lugar otra transmisión radiofónica.

Durante los años de suspenso revolucionario, con extraordinaria discreción el Teatro Nacional como el Teatro Ideal parecieron prepararse para ser foro y telón, donde habría de aparecer protagónica la voz, pero una voz diferente casi artificial, en el sentido de que más parecía obra de magia, pero no era más que el resultado del invento de la llamada telefonía sin hilos. La radio aparecía como una obra de la imaginación ideada para provocar en los seres a la fantasía misma.

*Maestro en Comunicación UNAM/FES Acatlán


[1] “La gran Exposición del Centenario”, El Heraldo de México, 28 de septiembre de 1921, p. 7.

[2] Ibid.

[3] “La gran Exposición Comercial constituye una brillante prueba de vitalidad de México”, El Universal, 28 de septiembre de 1921, 1a. sec., p. 5.

[4] “2 estaciones de telefonía inalámbrica”, Excélsior, 28 de septiembre de 1921, 1a. sec., p. 1.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] “2 estaciones de telefonía inalámbrica”, Excélsior, 28 de septiembre de 1921, 1a. sec., p. 1, 3. La versión del mensaje de Excélsior coincide en esencia y estructura con lo publicado por El Universal y El Heraldo de México, [58] en tanto que El Demócrata reveló la comunicación con brevedad de líneas, aunque conservó su sentido: “Señor Presidente de la República: ˗Honrámonos comunicarle que hoy a las once de la mañana inauguróse la Gran Exposición Comercial Internacional, lamentando vivamente ausencia nuestro Primer Mandatario. Pero le encarecemos honrarnos con su visita al permitírselo las altas atenciones de atenciones de usted. Obligándonos por la deferencia al honrarnos con su presencia nuestro certamen nacional. ˗Genaro Aristi M., presidente. ˗ N. L. Araiza, secretario”. “Ayer fue inaugurada espléndidamente la Gran Exposición Internal. Comercial del Centenario”, El Demócrata, 28 de septiembre de 1921, p. 10., “La Gran Exposición Comercial constituye una brillante prueba de la vitalidad de México”, El Universal, 1a. sec., pp. 1,5., y “La gran Exposición del Centenario”, El Heraldo de México, 28 de septiembre de 1921, pp. 1, 7.

[10] Excélsior será el primer periódico que solicite autorización para instalar una estación transmisora en el país, el 5 de febrero de 1923.

[11] “Un teléfono inalámbrico unirá Chapultepec con la exposición”, El Demócrata, 26 de septiembre de 1921, p. 1.

10 de noviembre de 2021