El diluvio y el intervencionismo: la catástrofe de Libia
Hemeroteca, Internacionales, Principales

El diluvio y el intervencionismo: la catástrofe de Libia

Naief Yehya

Nueva York. – Esto se escribe cuando ha comenzado la 78ª sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, un evento anual que coincide con el final del verano y paraliza buena parte de Manhattan por la visita de representantes y líderes de alrededor de 140 países miembros de los 193 registrados. Este año tendrá la característica de que únicamente asistirá uno de los líderes de las cinco grandes potencias: Joe Biden. No estarán presentes, ni Vladimir Putin (por el riesgo de ser arrestado) ni Xi Jinping (que nunca viene a estos eventos), ni el primer ministro británico, Rishi Sunak (quién sabe por qué) ni Emmanuel Macron (que recibió al rey Charles III en esos días para lamentarse del deterioro de su influencia en sus viejas colonias africanas).

Esto podría representar una señal de fractura en la capacidad de convocatoria de la ONU en un momento de alianzas que se rompen mientras el mundo se reorganiza. Entre los temas que ocuparán el centro de las discusiones estará obviamente el cambio climático y sus consecuencias, la guerra de Rusia en Ucrania, los golpes de estado en África, los dilemas económicos surgidos por los BRICS, los devastadores incendios en Canadá y Grecia, la catástrofe que vive Haití, el terremoto en Marruecos y entre otras grandes desgracias, las trágicas inundaciones en Libia.

Si bien es de esperar que se hablará del aumento en número y poder de las tormentas recientes, debido al incremento de las temperaturas de los océanos, es muy poco probable que en esta ocasión se discutan las razones por las que Libia estaba tan particularmente vulnerable, difícilmente se mencionarán las causas del terrible abandono y descuido de su infraestructura y de la ausencia de mecanismos de emergencia y protección en ese país africano. Las lluvias torrenciales producidas por la inusual tormenta “Daniel” en el mediterráneo provocaron que un par de represas en la cercanía de la ciudad costera de Derna se rompieran y causaran la súbita inundación de ese puerto, destruyendo barrios completos, arrastrando toda clase de objetos, casas, autos, animales y por supuesto seres humanos hacia el mar.

Por el momento, se han confirmado más de once mil muertes y se teme que el número alcance veinte mil. Los trabajos de rescate, recuperación de cuerpos, limpieza y reconstrucción serían un desafío, por su magnitud apabullante, aún para un país con servicios eficientes y amplios recursos. Tan sólo la gran cantidad de cuerpos en descomposición representan una amenaza a la salud.

Desde hace por lo menos 17 años, se había evaluado el riesgo que representaba este sistema de represas. Hubo numerosas advertencias acerca de este peligro, el hidrólogo Abdul Wanis Ashour declaró a Reuters que tras estudiar la situación, reunir los datos y analizar las grietas en los muros de las presas construidas medio siglo atrás por una empresa yugoslava, coincidió con otros reportes y estudios existentes acerca de la posibilidad de inundaciones si no se les daba mantenimiento adecuado. La noche del 10 de septiembre pasado tuvo lugar el peor desastre en la historia moderna de esa nación.

En 2007 el gobierno libio concedió un contrato a una empresa turca para reparar las presas. Sin embargo, en 2011 la OTAN apoyó un levantamiento que derrocó a Muammar Gaddafi y desató una violenta guerra civil entre facciones, tribus y mercenarios (de muchos países pero principalmente rusos y turcos). Aunque la empresa turca, Arsel, incluye esa obra como terminada en 2012 en su sitio web, la realidad es que los trabajos fueron abandonados por motivos de seguridad y quizá por incumplimiento de pagos.

Incluso de haber terminado aquella reparación es probable que las presas se hubieran colapsado por la potencia de la tormenta y la cantidad de agua acumulada que rebasaba las capacidades de esos sistemas, pero es innegable que el daño hubiera sido menor. Con la caída del régimen, las represas quedaron en manos de grupos de militantes que se sucedieron en la región, entre los que se contaban facciones de al Qaeda y del Ejército Islámico o ISIS. Cuando por fin se impuso una facción armada y los milicianos fueron expulsados, los bombardeos en esa zona probablemente dañaron más las represas. Para el nuevo régimen las obras de reparación no eran prioritarias debido a la inestabilidad política y las condiciones de seguridad que exigían acciones inmediatas.

Las autoridades libias sabían cuál era el curso de la tormenta, entendían las posibles consecuencias de una lluvia de esa magnitud y aun así no hicieron gran cosa. El alcalde de Derna, Abdulmenam al-Ghaiti, declaró haber dado personalmente la orden de evacuación de la ciudad, tres o cuatro días antes del desastre. No hay señales ni testimonios oficiales de que esta orden haya sido puesta en marcha, más allá de algunos policías que anunciaron a los ciudadanos que debían desalojar pero muy pocos hicieron caso.

Al mismo tiempo la Dirección de Seguridad de Derna anunció en un mensaje oficial la imposición de un toque de queda para, “confrontar las condiciones del clima”. El Ministerio de Recursos Hidráulicos anunció, vía Facebook, que no había porque preocuparse: “Las presas están en buenas condiciones y las cosas bajo control”. El portavoz del parlamento de Bengasi dijo que la tragedia se debió a “un desastre natural sin precedente” y recomendó a la gente “no enfocarse en lo que pudo o debió hacerse”.

La Primavera Árabe contagió a varias naciones con el sueño revolucionario, las multitudes se levantaron en contra de los tiranos desde Túnez hasta Siria. En 2011 una rebelión que comenzó en Bengasi amenazaba al régimen que llevaba 42 años en el poder en Trípoli. Francia e Inglaterra pidieron a Estados Unidos y a la Liga Árabe que se sumara a sus esfuerzos para proteger a los civiles e impedir que las tropas de Gaddafi aplastaran la rebelión.      

Obama estaba temeroso de involucrarse en otra guerra más en el Medio Oriente. Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, se reunió con el líder insurgente Mahmoud Jibril (quien murió de coronavirus en 2020) que la convenció de la urgencia de intervenir para crear las instituciones de un estado “democrático e incluyente”, en una estudiada perorata demagógica, lastimera y absurda que un político con experiencia hubiera podido reconocer como tal. Sin embargo, Hillary creyó en él o escogió apoyarlo ya que el beneficio para estados y corporaciones occidentales de deshacerse de Gaddafi siempre había sido una gran tentación.

Una vez más la maquinaria propagandística fue echada a andar para promover historias absurdas de abuso y destrucción, en este caso corrieron el rumor de que Gaddafi daba viagra a sus tropas para que cometieran violaciones masivas. Los argumentos que sirvieron como casus belli probaron ser tan falsos como las supuestas armas de destrucción masiva con que Estados Unidos justificó su ataque a Irak. Incluso el Comité de Asuntos Extranjeros del parlamento británico concluyó en 2016 que: “La propuesta de que Muammar Gaddafi hubiera ordenado una masacre de civiles en Bengasi no era sostenida por las pruebas disponibles”.

Los brutales bombardeos de la OTAN cobraron un número enorme de vidas. Seis meses después de lanzado el ataque en contra del gobierno Libio se estima que murieron más de 50,000 personas, la gran mayoría civiles. La campaña militar terminó con la filmación de Gaddafi siendo asesinado y sodomizado en la calle.

Las consecuencias eran predecibles pero tal vez no la inmensidad del desastre que significaba esa acción militar. Cuando cuestionaron a Clinton en una entrevista el 20 de octubre de 2011 para la televisión de la cadena CBS, respondió literalmente entre carcajadas: “Llegamos, vimos y él [Gaddafi] murió”, parafraseando la frase latina veni,vidi,vici, atribuida a Julio Cesar. Paradójicamente la mujer que quiso ser presidente y trató de hacerse pasar como icono liberal, perdió las dos elecciones en las que participó por haber apoyado guerras en el mundo islámico: la primera contra Obama por haber votado como senadora en favor de la guerra de Bush contra Irak, la segunda contra Trump por haber sido fundamental para convencer al presidente de lanzar el ataque contra Libia.

Una vez terminadas las campañas de bombardeos de la OTAN y abierto el terreno a petroleras y empresas extractivas, los ejércitos extranjeros se retiraron dejando al país convertido en una pesadilla madmaxiana, controlada por redes criminales que trafican armas, drogas, bienes y personas entre África y Europa, una sociedad desmoronada donde han vuelto los mercados de esclavos a la luz del día. La red social creada en los años de Gaddafi, un líder sin duda autoritario y represor, pero que dio a su pueblo educación, salud, seguridad, servicios públicos gratuitos y uno de los niveles de vida más altos del continente durante décadas, fue despedazada en semanas en este “cambio de régimen”.

La OTAN justificó sus acciones en contra de otro país rico en petróleo bajo la premisa de que se trataba de una intervención humanitaria, bajo el principio de “responsabilidad de protección”. El sufrimiento del pueblo libio siempre fue la última preocupación de las potencias que buscaron deshacerse de Gaddafi.

Desde el derrocamiento de Gaddafi hace 12 años el país ha sido arrasado por guerras entre facciones que han sembrado ruina y terror en un estado de caos sin precedente. El primer ministro del gobierno oficial (reconocido por Occidente y apoyado por Turquía y Qatar) es Abdul Hamid Dbeibah y tiene su sede en Trípoli, desde donde más o menos controla el oeste del país, pero no tiene poder en el este, que está en manos del Ejército Nacional Libio de Khalifa Hafter (quien es ciudadano estadounidense y agente de la CIA), con Ossama Hamad como primer ministro y está asentado en Bengasi (con apoyo de los Emiratos Árabes, Egipto, Rusia y Francia). Sin embargo, este gobierno tiene un control muy precario de la zona de Derna. Hasta 2020 estos dos líderes estaban en guerra abierta, las pocas negociaciones para crear un gobierno de unidad han fracasado.

Aunque en ruinas, el estado Libio aún sigue extrayendo petróleo (tiene las reservas más grandes de África), con interrupciones debido a ataques armados, deterioro del equipo que no tiene mantenimiento y saqueos. De funcionar como antes de la caída de Gaddafi la producción petrolera representaría un ingreso per cápita superior a los seis mil dólares anuales, lo cual debería poner al país en una situación de privilegio no sólo de la región sino de buena parte del mundo. A partir de 2011 el dinero del petróleo se queda en manos de las facciones que controlan los escombros del aparato político con el apoyo de sus aliados occidentales.

En cables filtrados por Wikileaks de 2010 se puede ver que mientras la política estadounidense hacia Libia era diplomática, en privado estaban alarmados y furiosos porque Gaddafi seguía manteniendo sus planes de construir una unión africana, con una política extranjera coordinada y hasta una moneda común. Y si bien esto podía descalificarse como simples sueños pan africanos que serían invalidados por los muchos autócratas serviles a los intereses de Occidente que gobiernan varios países de la región, en Estados Unidos estaban muy preocupados por la apertura del mercado libio a China y Rusia. Paradójicamente, poco después del golpe tanto BP como Shell volvieron a Libia.

La bestial actitud de las potencias occidentales y su grotesca autocomplacencia siguió manifestándose en los principales medios durante algunos meses. Celebraban haber rescatado a un pueblo de su tirano, creían haber redimido el intervencionismo humanitario después de las catástrofes de Afganistán e Irak. Poco a poco la maquinaria propagandística dejó lugar a reportes de lo que realmente estaba sucediendo: las víctimas, la miseria, el hambre, la guerra sin fin, la esclavitud, la riqueza de la nación saqueada por los presuntos redentores.

Hoy en que está teniendo lugar una oleada de golpes de Estado (Mali en 2020; Chad, Mali, Guinea, Sudan y Níger, en 2021; Burkina Faso en 2022 y Congo Brazzaville, en 2023) en contra de viejos tiranos dóciles a sus antiguos amos europeos y a la Casa Blanca, es evidente que hay un cambio profundo en África y aunque es muy difícil ser optimista tal vez entre estos nuevos gobernantes haya alguno que realmente quiera proteger la soberanía y riqueza de la nación, y esté dispuesto a darle al pueblo lo que le corresponde aunque las corporaciones extractivistas trasnacionales y las fuerzas intervencionistas de la OTAN, China y Rusia traten de impedirlo.

Mientras en Nueva York los líderes del mundo, se reúnen a hablar, seguirán los socorristas y voluntarios desenterrando cadáveres y recuperando cuerpos en el océano de víctimas que no pudieron ser protegidas por el estado disfuncional que dejaron los aventureros militares extranjeros.

Escritor, analista y periodista

25 de octubre de 2023