Cien años de radio
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Cien años de radio

A una centuria de su surgimiento en México bien podría decirse, tal y como enfatizaba un conocido slogan del dial, que la radio es el medio que llegó para quedarse.

Ciertamente, en la tercera década del Siglo XXI la radio coexiste con sofisticadas tecnologías digitales, como parte de un ecosistema mediático complejo encabezado por Internet. En los albores de la llamada Cuarta Revolución Industrial se enfila hacia transformaciones más profundas que las que ha vivido hasta ahora.

Y en el 2021 en nuestro país la radio está ahí, con vastas audiencias que constatan su arraigo. La radio, siempre la radio.

Un origen plural

Antes de adentrarnos en algunas de las reflexiones que suscitan cien años de la existencia en México de tan añejo y entrañable medio es ineludible remitirse a su nacimiento, y con ello a una controversia que en realidad no es tal.

Son necesarias algunas precisiones al respecto a partir del suceso fundacional de la radio mexicana, cuya importancia va mucho más allá de las meras efemérides. Veamos por qué.

A nivel general, o bien en textos donde se realiza el recuento de los momentos iniciales de dicho medio en el territorio nacional, se da por hecho que la radio nació privada. No fue así. La investigación histórica apunta a que tan importante suceso ocurrió de forma distinta.

Resulta que en la medida en que corría el Siglo XX un nuevo medio tomaba terreno en el viejo continente, de donde llegaban noticias sobre los avances logrados por Guillermo Marconi, inventor de la telegrafía inalámbrica, al transmitir sonido vía las ondas de radio cada vez a mayores distancias. Si en 1897 el italiano había logrado transmitir a 25 kilómetros y en 1899 a 160, en 1907 anunciaba haber construido un enlace trasatlántico permanente. Se trataba de una secuencia de hazañas que detonarían el advenimiento de la radio en el mundo.

No pasaría mucho tiempo para que las transmisiones radiofónicas comenzaran en varios países europeos, y en América, en los Estados Unidos. Surgía un medio prodigioso que, a partir de los descubrimientos e invenciones de varios científicos y técnicos de diferentes países irrumpió en el éter con transmisiones cada vez más lejanas y sin cables (es decir, sin “hilo”, sin “alambres”).

En México las noticias sobre los avances de la radiocomunicación, retratadas en la cinta europea La magia del inalámbrico fascinaron a muchos, entre ellos, a ingenieros o estudiosos de los fenómenos de la física. Fue así como los radioexperimentadores decidieron involucrarse en la aventura de realizar las primeras transmisiones radiofónicas en el país.

Fue así como el 27 de septiembre de 1921, día en el que se conmemoraba el centenario de la consumación de la Independencia, vibraron por primera vez las ondas radiofónicas. En el centro de la Ciudad de México, el doctor Adolfo Gómez Fernández y sus colaboradores, con un sencillo equipo técnico, lograron transmitir una melodía desde el Teatro Ideal (que se ubicaba en el área de lo que hoy es el parque de La Alameda, en Avenida Juárez) hasta el Teatro de Bellas Artes, entonces inconcluso.

Los radiófilos (así se llamaban a sí mismos los radioexperimentadores) habían logrado su sueño: estrenar el espacio electromagnético con las ondas radiales. Esos pioneros de la radio mexicana, algunos de ellos profesionales o técnicos con alta escolaridad en tanto contaban con estudios superiores de ingeniería, se inclinaban por el teatro, la ópera y la música clásica, o bien por la popular, con interpretaciones más elaboradas. Pensaban en la radio como un instrumento educativo y de difusión de la cultura.

A partir de su proeza, Gómez Fernández fundó una sencilla emisora experimental, que funcionó desde ese 27 de septiembre de 1921 hasta el mes de enero de 1922, con transmisiones sábados y domingos de las 20 a las 21 horas. Su potencia era de apenas 20 watts, por lo que sólo era posible escucharla en las zonas aledañas.

Sin embargo, según la “historia oficial” del medio, la avalada por la industria, la radio en México nació privada. El 9 de octubre de ese mismo 1921 en Monterrey, el ingeniero Constantino de Tárnava transmitía un corto programa desde su propia casa. Con el múltiple rol de productor, técnico y locutor (o “vociferador”, como se le llamaba entonces al profesional del micrófono), el ingeniero regiomontano, con estudios en Europa fundó ese día la estación llamada “Tárnava Notre Dame” (TND), concebida con una visión comercial.

Todo esto ocurría mientras en el vecino país del norte la radio se transformaba en una industria lucrativa que subía como la espuma. Sin embargo, en su primer lustro la radio en México fue predominantemente experimental, impulsada de forma notable por los radiófilos.

Tomar en cuenta lo anterior es importante, dado que la transmisión del ingeniero Constantino de Tárnava, al ser reconocida por los industriales como la primera del país, se convirtió en una suerte de carta de naturalización para el esquema comercial como el modelo originario del medio en el país y por tanto, el que lógicamente había de ser asumido.

En ese panorama radial temprano coexistían las emisoras de experimentación con las de tipo gubernamental: en el año de 1923 lanzó su señal la célebre JH, de la Secretaría de Guerra y Marina y en 1924 comenzó a funcionar la CZE (hoy XEEP, Radio Educación), así como la emisora de Relaciones Exteriores, de corta vida.

En cuanto a las privadas, figuraban la CYL (La Casa del Radio, propiedad de Raúl Azcárraga Vidaurreta) y la CYB (de la fábrica de cigarros El Buen Tono, la cual más adelante fue conocida como La B).

La versión del origen comercial de la radio del país se vio reforzada eficientemente con la fundación de la XEW, el 18 de septiembre de 1930, emisora creada por Emilio Azcárraga Vidaurreta que se convertiría en La Catedral de la Radio desde México y, con el respaldo de la política del Estado mexicano, en pilar de un auténtico emporio radiofónico que en los años cincuenta, se extendería a la televisión. Desprovisto de un apoyo gubernamental que alentara su proyecto, los radiófilos fueron disminuyendo su actividad, mientras en contraste ganaba terreno el esquema comercial.

Vale aquí recordar el conocido dicho de Carlos Monsiváis sobre el desarrollo de la radio del país en sus inicios, al señalar que en México, “técnicamente la radio nació en 1921, pero como industria surgió en 1930”.

La radio ayer y hoy

A lo largo de sus diez décadas de funcionamiento y de su tránsito de un siglo a otro la radio ha cambiado, y hasta podría decirse que en los tiempos de los medios digitales está viviendo su más grande transformación, sobre todo en cuanto a su desarrollo tecnológico.

Ciertamente en los tiempos que corren la radio del país está migrando a un nuevo ecosistema digital; sin embargo, el sector preserva rasgos estructurales cimentados mucho tiempo atrás, entre ellos los que se mencionan a continuación.

El predominio del modelo comercial

Si bien el esquema lucrativo para la radio no se implantó en los momentos en los que vio la luz el nuevo medio, muy pronto ese modelo se adueñó de la escena.

En efecto, si ya en el citado año de 1923 transmitían emisoras gubernamentales, experimentales y lucrativas, apenas tres lustros más tarde esa pluralidad casi había desaparecido: por 89 emisoras comerciales existían sólo 13 gubernamentales.

Ni qué decir sobre el panorama del dial radiofónico en la “Época de Oro” de la radio (1935-1955), cuando ese modelo se vio consolidado y se convirtió en casi imbatible, con la arrasadora presencia de las cadenas XEW-NBC y después la XEQ-CBS, gestionadas por el primero del clan de los Azcárraga. En su asociación con las dos poderosas cadenas norteamericanas, interesadas en el mercado radiofónico mexicano Emilio Azcárraga Vidaurreta fundó una constelación de emisoras en diversas regiones del país.

Si bien Lázaro Cárdenas, en el contexto de esa brillante etapa para la industria buscó construir un sistema radiofónico estatal (en lo que vino a ser remoto antecedente del actual Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, SPR, creado en el 2013), su proyecto fue infructuoso frente al poder económico y político acumulado ya por los radiodifusores, aglutinados en un fuerte gremio que se enfilaba a constituirse años más tarde en un auténtico poder fáctico.

El equilibrio de los primeros días de la radio no se recuperaría nunca más: por ejemplo, en 1985 de 856 emisoras que operaban en el país, 818 eran comerciales y sólo 38 culturales. Y en el 2021, de acuerdo con datos del IFT (2020), frente a 1275 estaciones comerciales, 566 son de tipo no lucrativo (entre las de “uso público” y las de “uso social”, que agrupa a emisoras comunitarias e indígenas).

De acuerdo con la misma fuente, hoy en día el 69% de las concesiones para radio otorgadas corresponden al uso comercial, 18% al uso público, 9.2% al uso social, 3.4% al uso social comunitario y 0.4% al uso social indígena.1

Concentración y centralismo

Otra constante histórica que se mantiene viva en el arribo a los cien años de la radio en el país, es la que apunta a la persistencia de un oligopolio en la industria, el cual comenzó a configurarse desde los orígenes mismos de la radio, con todo y los efímeros esfuerzos del presidente Álvaro Obregón por instaurar un modelo “mixto” para la radio mexicana.

A lo largo de décadas han sido unas cuantas familias (algunas de ellas presentes en el escenario desde la etapa de mayor auge del medio hertziano) los titulares de múltiples concesiones radiofónicas, a través de las cuales continúan operando un número considerable de frecuencias.

Es posible señalar, entre las dinastías que a través de generaciones han preservado su participación y dominancia en la industria, a las familias Ibarra (Grupo ACIR), Aguirre (Radio Centro), Vargas (MVS), Laris (RASA), Sánchez Campuzano (hoy Sánchez Abbot), Vázquez Aldir (Grupo Imagen) y Huesca (Radio Mil).

Mas la concentración también se expresa en otro ámbito, estrechamente vinculado: el de las cadenas radiofónicas, que manejan la “venta” de espacios en las emisoras y les consiguen anunciantes. Dichas agrupaciones, a las que muchos concesionarios comerciales confieren la operación de sus estaciones, colocan en éstas la publicidad pero también producen programas, que se transmiten en sus “estaciones afiliadas”. Por tanto, las cadenas cuentan con un peso considerable en el desarrollo del mercado de la industria.

Varias de esas empresas han formado parte de los grupos que por largos años han dominado el sector. Actualmente, de acuerdo con datos del IFT, se trata de alrededor de 310 empresas, algunas de larga data, entre las que sobresalen Radiorama (183 estaciones y 70.3% de cobertura en la población); Grupo ACIR (56 estaciones y 51.1% de cobertura); Radio Centro (49 estaciones y 49.2% de cobertura); Grupo Multimedios (44 estaciones y 17.3% de cobertura); Grupo Fórmula (39 estaciones y 51.6% de cobertura) y Grupo MVS (35 estaciones y 41.8% de cobertura)2.

El fenómeno del centralismo va de la mano del acaparamiento en la operación de concesiones, en tanto parte considerable del reducido número de organizaciones radiofónicas comerciales se ubica en la Ciudad de México. Ciertamente, hoy en día destacan en el cuadrante radiofónico nacional otras importantes sedes radiofónicas, pero las pautas fundamentales para el desarrollo de la poderosa industria aún se trazan en la capital de la república.3

Inequidad jurídica

Como parte de una clara política del Estado mexicano orientada al apoyo a los industriales radiofónicos, con quienes desde los primeros lustros del funcionamiento del medio suscribió un acuerdo de apoyo mutuo y conveniencias comunes, a lo largo de los años el marco jurídico para la radio ha sido formulado a favor de los concesionarios comerciales.

Aun cuando en el gobierno de Álvaro Obregón, cuya visión para el naciente medio apuntaba hacia un “modelo mixto”, con interés en impulsar el servicio público de radio pero permitiendo la utilización lucrativa de la radiofonía, sería en el gobierno de Plutarco Elías Calles cuando se establecieron las bases jurídicas que garantizaron la evolución de la radio comercial, con normas y garantías para los capitales que invirtiesen en tal actividad.

Así, tanto en la Ley de Comunicaciones Eléctricas (1926), como en un conjunto de leyes y reglamentos específicos para la radiodifusión expedidos durante el maximato, aunque el Estado mexicano podía operar y explotar a su favor las llamadas estaciones “oficiales”, desatendió ese recurso y apoyó la consolidación del sector radiofónico comercial, y con ello fortaleció a los grupos de poder empresarial, mismos que, a cambio, se sujetaron a fuertes exigencias del gobierno en turno, como el cierre de micrófonos para la expresión política de las diferentes fuerzas sociales, a excepción de la burocracia gobernante (Mejía Barquera, 1989).

La llegada de Lázaro Cárdenas a la silla presidencial hacía suponer cambios trascendentes en el marco legal para la radio, tendientes a imprimir otro rumbo a su desarrollo, en momentos en los cuales aquélla se había convertido ya en un auténtico medio masivo.

Cárdenas consideró seriamente limitar el poder de los grupos dominantes de la radiodifusión, ya sea a nivel de generar reformas importantes al marco legal en vigencia, como en lo referente a crear contrapesos. Parte de este último objetivo fue el de su proyecto “La Radiodifusión y el Estado”, preparado por el general Francisco Mújica y con el cual se pretendía, ni más ni menos, estatizar a la industria radiofónica y reformar la Ley de Vías Generales de Comunicación, con el fin de que la radiodifusión en su conjunto se integrase a una red nacional a manera de servicio público, bajo el control y la autoridad del Estado.

Sin embargo Cárdenas, como ha señalado Mejía Barquera, sin una fuerza social que apoyase ese proyecto, al que se oponía además de los industriales su propio partido (el PRM, Partido de la Revolución Mexicana, antecedente del PRI), y con la lucha por la sucesión presidencial al interior de dicha institución política, que le retiró su apoyo en tal coyuntura, la radical propuesta de “La Radiodifusión y el Estado” no prosperó.

Fue así como, en lo que vino a ser un gran triunfo político, la Ley de Vías Generales de Comunicación de 1939 dio continuidad a los favorecimientos a los radiodifusores privados, con ventajosas medidas (entre ellas, exenciones fiscales), con las que a fin de cuentas hacia el término de su mandato Cárdenas acabó apoyando a la industria, mientras que las emisoras que podrían haber formado parte de un sistema de tipo servicio público (como la famosa XEFO, única en la historia nacional que ha pertenecido a un partido político), atestiguaron el refrendo de su calidad de “estaciones oficiales”, siendo sujetas a normas para su control gubernamental.

Años más tarde, durante el sexenio de Adolfo López Mateos (1960-1964), los radiodifusores privados alcanzaron otro triunfo político con la expedición de la Ley Federal de Radio y Televisión (LFRTV), promulgada en 1960, en cuya formulación participaron de forma directa y que dio continuidad a un régimen legal de privilegios y con óptimas condiciones para la televisión, entonces emergente y de sumo interés para los industriales.

Resultaría por demás extenso reseñar aquí las numerosas diferencias entre, por ejemplo, los requisitos para obtener concesiones radiofónicas comerciales y los exigidos a los entonces denominados “permisionarios” (ya que los “permisos” eran la figura jurídica para autorizar el uso del espectro radioeléctrico a radiodifusoras culturales, educativas y experimentales). Vale al menos mencionar que los acotamientos de tipo financiero para las emisoras no lucrativas establecidos por dicha ley fueron asfixiantes y obstaculizaron su desarrollo.

Ya en el Siglo XXI, a partir de las luchas de múltiples organizaciones de la sociedad civil (2001-2002), que se empeñaron en la necesidad de modificar, entre muchos otros aspectos del marco legal para los medios electrónicos las inequidades del régimen de concesiones y permisos, se abrió otra etapa en dicho proceso. Después de un largo impasse aplicado a la llamada Iniciativa Ciudadana, que presentaba múltiples propuestas para modificar la LFRTV, en el 2013 como parte de la Reforma de Telecomunicaciones hubo reformas constitucionales que establecieron la “concesión única” como figura jurídica común para los diferentes estamentos radiofónicos, con las vertientes de uso comercial, privado, uso social (medios comunitarios e indígenas) y uso público.

No obstante, las asimetrías entre el régimen para los medios comerciales y los no lucrativos no se vio modificado sustancialmente, dado que la “ley secundaria”, es decir, la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión (LFTyR), puesta en marcha en 2014, de nuevo estableció condiciones desfavorables para estos últimos, tanto en aspectos técnicos como financieros y burocráticos. Y si bien dicho marco legal extendió su reconocimiento a las radios comunitarias (estigmatizadas y hasta perseguidas por décadas, en tanto eran calificadas de “ilegales” o “piratas”), lo cual constituyó un cambio positivo, los requisitos para conseguir y mantener una concesión para algunas de las modalidades radiofónicas con objetivos distintos a los de la industria, de difícil cumplimiento, se mantuvieron como un desestímulo para su proyecto actual y futuro.4

Un déficit de investigación

Un asunto más que permanece a través de la larga vida de la radio en el país, es el reducido interés de estudiantes e investigadores por conocer sus trayectos históricos, su evolución y momentos actuales.

Como bien afirmara hace algunos ayeres el profesor Miguel Ángel Granados Chapa,5 “La radio en México es la gran desconocida de los medios masivos”. Cien años de radio no han sido lapso suficiente para contar con un acervo de análisis y estudios sobre el medio que llegara a ser el de mayores audiencias del país durante el siglo XX.

Las transformaciones de las audiencias, los cambios en los formatos y contenidos, la estructura de la industria, la continuada batalla de la radio no lucrativa a lo largo del tiempo, así como la evolución de la tarea noticiosa radiofónica, los cambiantes roles sociales de esa decana de los medios electrónicos, las experiencias de la radio en el ciberespacio, como también las pruebas que habrá de enfrentar en los tiempos que vienen son algunos de los múltiples temas necesarios de abordar.

Hace falta también conocer, rescatar y documentar lo que aquí denominamos las historias de la radio, las cuales, más que anécdotas, refieren episodios inéditos o significativos de los cuales muchos fueron de impacto nacional o mundial.

Casos como “la toma de la XEW” (ocurrida el 7 de noviembre de 1931, cuando miembros del Partido Comunista Mexicano se apoderaron de sus micrófonos para transmitir un mensaje en contra del imperialismo, y que se escuchó casi en todo el continente americano); el conflicto internacional desatado por la XER, Radio Acuña, en Coahuila, emisora que en los años treinta llegó a ser una de las mayor potencia del mundo); la invaluable tarea de organización cumplida por la radio de la capital del país para las tareas de rescate en la urgencia ocasionada por el sismo del 17 de septiembre de 1985, o la actividad militante de una pequeña emisora que en 1994 funcionó en los territorios chiapanecos durante el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, son entre tantos otros, acontecimientos necesarios de investigar o documentar.

Asimismo, es necesario acometer el análisis del desempeño de la radio en los tiempos de la pandemia, una etapa en la que, como se sabe, en función del obligado confinamiento las audiencias de los “medios clásicos” se incrementaron, y muchas emisoras se vieron en la necesidad de ofrecer más opciones de interés para sus públicos (entre ellos, el podcast, interesante opción de “radio a la carta”).

En suma, continúa siendo poco lo que sabemos sobre la radio en el país, no obstante su evidente importancia, reflejada en las cifras registradas por el IFT que la señalan como un medio de gran cobertura hoy en día: 96 y 93% de la población nacional vive en localidades que cuentan con cobertura radiofónica en AM y FM, respectivamente.6

Siempre la radio

A finales del siglo pasado, con base en el arribo de Internet y en el marco de la denominada “guerra de los medios”, se señalaron los grandes retos que acecharían al otrora medio hertziano en el futuro. Incluso se predijo su desaparición. No ocurrió así. Debiendo enfrentar desafíos tan importantes como la convergencia tecnológica, el arribo de las redes sociales y las hondas transformaciones de la audiencia, la radio prosiguió su camino y sin más se trasladó a los escenarios digitales.

Sus próximas luchas se sitúan en las coordenadas de la denominada Cuarta Revolución Industrial. Pronto, en un futuro que ya está aquí, la radio quizá haya de jugarse su propia existencia, al menos tal como la hemos conocido.

Por lo pronto la radio continúa entre nosotros, con un enraizamiento que ha resistido el paso del tiempo y que obedece a características muy propias de su naturaleza que le continúan reportando audiencias. Sumadas a su conocida versatilidad (que pasa tanto por su eficacia informativa como por la función de funcionar como una “caja de música”, al mismo tiempo que espacio artístico, como dijera Lluis Bassets, la radio conserva su valor cotidiano y emotivo.

Incluso por cuestiones técnicas así como culturales, la presencia de la radio en nuestro país sigue. Su capacidad para ser comprendida por un público heterogéneo, que no requiere de conocimiento especializado para comprender o acceder a sus mensajes continúa siendo inapreciable para sectores de la sociedad en países como el nuestro, donde los medios digitales no resultan accesibles para todos.

Por ésas y muchas otras razones la radio continúa ahí.

Siempre la radio.

Alma Rosa Alva de la Selva

* Doctora en Comunicación por la UNAM. Autora de “Telecomunicaciones y TIC en México” y “Reforma de Telecomunicaciones: De la Apariencia Democrática a las Realidades Estructurales”

13 de febrero de 2024