A principios de la década de los sesenta del siglo XX, el mundo continuaba convulso: la Guerra Fría se intensificaban en Vietnam; en México todavía se vivía el desarrollo estabilizador; aunque se reprimía a maestros y médicos; en el cine, las vicisitudes de la clase media desplazaba a la comedia ranchera. Se abrían paso “la primera generación de estadunidenses nacidos en México”: los rebeldes y su música, la minifalda y la “liberación” sexual.

Luis mi padre, se sentaba debajo de aquel árbol para escuchar -en su radio de pilas- el fragmento de algún discurso de Fidel Castro trasmitido desde Radio Habana. Ése es el primer recuerdo de aquel aparato que despertó mi curiosidad al no comprender cómo funcionaba.