Rodrigo Coronel*
Tlaxcala, Tlaxcala.- Manuel Buendía es una figura tutelar del periodismo mexicano. Lo mismo conoció los secretos de la nota roja, como practicó el difícil oficio de periodista político, tan cercano al de equilibrista por las muchas y agotadoras negociaciones que acarrea la obtención de información.
Tampoco le fue ajena la política activa, pues ejerció de coordinador de prensa y relaciones públicas en el, entonces, Departamento del Distrito Federal. Y aunque su trayectoria, prestigio y contactos le auguraban un tranquilo puesto directivo en algún medio de circulación nacional -que también lo tuvo-, Buendía se decantó por el arriesgado e ingrato oficio de reportero.
“Red Privada”, la columna que durante 26 años escribió, es un buen parámetro de su vasto apetito periodístico, calidad escritural y solidez metodológica. Los objetivos periodísticos de Buendía no se distinguían precisamente por su pasividad. Ahí está Rubén Figueroa, el cacique de Guerrero –“yo no soy de Guerrero, Guerrero es mío”-, sobre quien Buendía desplegó algunas afiladas investigaciones. O sus pesquisas sobre la ultraderecha mexicana y los Tecos, de la Universidad Autónoma de Guadalajara. O la historia aquella, digna de ser plasmada en un thriller de espionaje, que desnudó a un exoficial nazi vendedor de armas a México. O, por si fuera poco, sus investigaciones, profundas e incisivas, sobre las operaciones de la CIA en territorio mexicano.
Buendía también fue pionero en el abordaje de muchos temas ajenos al ecosistema periodístico de la época. Como la ecología o, más preponderantemente, el narcotráfico. Cuesta creerlo, pero hubo un tiempo en que este tema algo tenía de novedad. Fue Buendía, pues, uno de los primeros en traerlo a la vida pública. Y también uno de los primeros periodistas en ser castigado por ello.
De su escritura -una variable que suele soslayarse cuando de valorar la obra periodística se trata- destaca su precisión. Nada sobra en las columnas de Buendía. Las palabras del periodista, se nota, pasaban por rigurosas pruebas de descarte hasta llegar, sobrias y exactas, a las planas de los cerca de 60 periódicos que las publicaban. De su metodología ¿qué más podría decirse? Si la prueba última de la calidad de un periodista son las consecuencias que desatan sus revelaciones, el asesinato de Buendía es un preciso rasero de su magnitud.
Red privada, el documental
En Red privada. ¿Quién mató a Manuel Buendía? (Dir. Manuel Alcalá, 2021), disponible en Netflix , se revisita la imagen del periodista, su influencia y obsesiones, así como el contexto de sus días. El documental se organiza alrededor de las columnas de Buendía mientras se intercalan las opiniones de colegas, investigadores y funcionarios públicos, tanto sobre el legado e importancia del periodista, como alrededor de las instituciones de seguridad que investigó, y por supuesto, el lamentable desenlace de esta historia.
Como en una novela policiaca, el repaso de los tópicos que abordaba Buendía, dispuestos a lo largo del documental como citas a sus columnas, parece una invitación para hallar entre ellos al culpable de su asesinato. ¿Quién mató a Buendía?, ¿cuál de sus muchos enemigos pergeñó el plan y jaló el gatillo? Como muchos otros magnicidios, el de Buendía forma parte del incómodo expediente de los asesinatos irresueltos, al menos para la opinión pública, pues, hasta ahora, para las instituciones de justicia José Antonio Zorrilla es el autor intelectual del asesinato.
No obstante, como se desprende del documental, en particular de la entrevista hecha a Javier Coello, abogado litigante quien en su momento fungió como subprocurador del Distrito Federal y declaró a Zorrilla, éste ocultaba al verdadero autor intelectual. “Se comió el pastel solito”, se diría en el argot apropiado. Igual destino recibe la teoría del supuesto autor material, el estrambótico roquero, actor, piloto y policía Juan Moro Ávila. Con desparpajo, Moro refiere el gran montaje construido alrededor de su captura y el destino probable de los verdaderos perpetradores del asesinato: una muerte silente y oscura.
La historia del asesinato de Buendía, o mejor dicho, del encubrimiento a los responsables, tiene ese tono entre retorcido y perverso que suelen convocar las tramas de la corrupción y la impunidad. Hasta ahora, la hipótesis más aceptada para explicar el crimen es una intrincada madeja que involucra a la CIA, el narcotráfico y la vinculación de éste con diferentes actores institucionales. Un coctel explosivo donde los haya.
Si bien el documental no es definitivo en cuanto a la autoría del asesinato, hace un valioso esfuerzo por colocar en su lugar las fichas del enmarañado complot que acabó con la vida de Buendía. Además, claro, de resaltar las cualidades que lo hicieron destacar en el gremio; como que Buendía era periodista por los cuatro costados y su ambición, como quedó claro, no era otra más que la de hacer y ejercer el periodismo sin cortapisas. Una aportación, por cierto, que no sobra en vista de la difícil coyuntura actual, tan marcada por la hiperideologización del ejercicio periodístico, ahora tan poco dado a la prudencia o el equilibrio en uno y otro lado del espectro político.
Y a todo esto…
Buendía, para sus malquerientes -que los hay-, fue un hombre del “sistema”, sambenito que un sector del gremio le endilgó por su fugaz paso en la administración capitalina en un momento especialmente delicado: el Halconazo. Pero como ha quedado por demás demostrado, el periodista no fue un propagador de la versión oficial. Por el contrario, cuando su responsabilidad terminó en el gobierno del Distrito Federal, Buendía regresó a su columna, sus fuentes y su humor negro. Tuvo, como se ve, la inédita y sensata cualidad de la ubicuidad.
Alguien sabe con certeza quién y por qué fue asesinado Buendía. Y esa persona no ha hablado y todavía. A estas alturas, la pregunta sigue sin respuesta: ¿quién mató a Buendía?, ¿Quién mató a ese crack?