La fuerza de las palabras: Hamas contra Israel
Internacionales, Principales

La fuerza de las palabras: Hamas contra Israel

Alfredo Tenoch Cid Jurado

Cátedra Mexicana de Estudios Semióticos Umberto Eco, Universidad Akal

La palabra acción en los conflictos

Una de las batallas libradas con la plena conciencia de su trascendencia se realiza en el control semántico de las palabras en una lucha que enfrenta a dos facciones. El hecho involucra a los bandos implicados y busca adhesiones para cada posición hasta lograr un consenso de aliados, amigos o definir a los no enemigos. Las palabras se vuelven acción cuando la fuerza nominativa deriva en calificación, no solo ética sino incluso moral. El efecto será otra acción sobre el contrario como sucede con la palabra “contrataque” y en la adhesión de terceros permite posicionar la validez del punto de vista defendido.

Dicha valoración repercute además en las acciones realizadas y dan nombre a las estrategias y tácticas hacia el contrario. Al entrar en acción, las palabras suponen dos opciones: por un lado, describen la posición defendida, la fuerza de los actos propios y, por otro, perfilan al contrincante para calificarlo. Tales acciones llevan el conflicto a dominar con sus actos performativos: nombrar, realizar, calificar, categorizar y las descripciones son la potencia para imponer o contraponer la veracidad relatada en cada verdad representada.

En sus efectos colaterales permiten realizar otras acciones: “reprimir”, “castigar”. El nombre asignado concibe su relato tal y como sucede con el tema y el rema clásicos, es decir, el tópico y lo que se dice de él. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, ser comunista trazaba un doble predicado: “héroe de la lucha” o “villano malvado” con sus respectivos contrarios. En consecuencia, se podía ser “bueno” desde un lado o “malo” desde el otro. La dimensión enunciativa, es decir, pronunciar las palabras, no era una acción bélica, lo era cuando ser comunista suponía un delito con potencial muerte o tortura. Mientras ser anticomunista o enemigo del comunismo lo era igual, pero en sentido contrario. Un enemigo de la revolución comunista podía conducir a un Gulag en Siberia o si se era comunista a la célebre ESMA en Argentina y en ambos casos ser torturado, vejado y privado de cualquier derecho.

La fuerza de las palabras llevó, por ejemplo, a buscar la forma correcta para nominar la respuesta a los atentados a las dos torres en Manhattan en septiembre de 2001, pues llamar a una Cruzada, significaría enarbolar valores positivos para una parte del mundo occidental pero una amenaza a la paz a los pueblos musulmanes como pudieron verificar más tarde poblaciones civiles en Irak y Afganistán. Un nombre es un tema cuando lleva su propio rema, “luchador”, “guerrillero”. Es decir, “alguien que lucha” o “alguien que realiza una guerrilla.” La acción abre además connotaciones negativas y transforma palabras en preocupación, célebres cuando su fuerza performativa supone amenaza: “rebelde”, “sedicioso”, “terrorista”, y otras más. Cada uno actúa como acción potencial y realizable, es ahí donde se califica al contrario y las recurrencias pueden desprender desconocimiento, o narcotizar la comprensión de los hechos que las motivan.

Los opuestos en la lucha por el significado

La lucha por el control del significado es una operación cotidiana e involucra a los seres humanos, obedece a causas y responde a las condiciones de los medios donde circula la comunicación. En una confrontación, los hechos permiten identificar posiciones y delinear, identificar un hecho histórico motivado por una disputa. Al usar las palabras se confiesa una posición y se revela, consciente o inconscientemente, la postura para describirlos, pero sobre todo para valorarlos.

La descripción toma partido y sitúa roles favorables o contrarios incluso para el espectador externo. El control es necesario cuando se busca la adhesión de los grandes auditorios para lograr o ampliar consenso: condena o beneplácito, rechazo o aceptación, aprobación o desaprobación, repudio o asentimiento. Las dicotomías anteriores revisten el reconocimiento de los bandos y los califican. El control trae consecuencias positivas o negativas para quien logra atraer a las mayorías y para quien las pierde.

Se puede llegar a perder el derecho al propio punto de vista, a expresarlo, incluso a combatir y proseguir en la lucha, por eso llega a ser encarnizada e involucrar a terceros. Cuando en agosto de 1981 la declaración conjunta de Francia y México reconoce al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y al Frente Democrático Revolucionario (FDN) como fuerza política representativa. François Mitterrand, presidente de Francia y José López Portillo, su homólogo de México, consiguen validarlos como actores políticos en El Salvador. La posterior adhesión de los 43 países miembros de la Internacional Socialista pone en aprietos a la Administración de Ronald Reagan pues los grupos revolucionarios no son ya “terroristas” ni “rebeldes” que desobedecen las leyes del país, sino contendientes defensores de una posición política. En años posteriores ese reconocimiento los convertirá en partidos políticos.

¿Hamas versus Israel?

El conflicto árabe-israelí es una forma de dar nombre al problema por la disputa de los territorios de Palestina y surge a inicios del siglo pasado con el desmoronamiento del Imperio Otomano. La presencia británica como fuerza vencedora obtiene el mandato inglés de ese territorio y la Cisjordania. La presión de los grupos sionistas y la deuda del Imperio con los grandes capitales judíos tras los gastos bélicos de la Primera Guerra Mundial consienten la migración al territorio de judíos principalmente de Europa oriental. La situación se recrudece a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial con los desplazamientos de importantes comunidades judías de la Europa ocupada por los alemanes.

La llegada masiva trajo la práctica de actos de violencia contra palestinos por parte de algunos grupos extremistas para obligarlos a abandonar sus tierras y ellos respondieron de la misma manera. Desde entonces han sido recíprocos: atentados, desplazamientos forzados, construcción de muros, pero sobre todo una lucha por controlar el significado de la información de la contienda.

Los hechos recientes reportados por los medios muestran una fase de acción violenta de la confrontación centenaria y hemos asistido a lo largo de los años a terribles episodios como las masacres de la Villa Olímpica de Múnich en 1972 o Sabra y Shatila en 1982. El control semántico abrió una espiral y ha mostrado acciones que van desde las metáforas a las metonimias. Comparar a uno de los contendientes con actores del pasado condenados por la ferocidad en la violencia o reducir a un polo atacante a una organización extremista permite juzgar a los contendientes. Dichos juicios permitirán además a los novelos o desconocedores del conflicto a posicionarse de manera práctica y asumir una opinión con relativa poca información.

Si los protagonistas son Israel y Palestina cada uno tiene gobierno y partidos políticos no siempre alineados. Ambos posen brazos militares y organizaciones de defensa o de liberación, según el ángulo de observación. Si el principal enfrentamiento reside en la posesión del territorio donde los palestinos habitan desde hace varios siglos y los judíos llegaron para recuperarlo, la polarización nomina a cada bando creando difíciles generalizaciones. Los judíos reconocen su derecho a partir de la posesión sugerida en sus libros sagrados y los palestinos por la propiedad territorial desde hace varias centurias.

Ambos contendientes ostentan aliados que adhieren a sus discursos, descripciones, narrativas e historias oficiales, pero también contrarios que toman la posición adversaria como propia. De ahí la importancia de construir discursos cohesionados, pero fundamentalmente coherentes, ya sea lógica, lingüista e históricamente. Hamas es un brazo militar, se contrapone a Israel, entendido como un estado con unidad monolítica, sin separar ejército, fuerzas militares y de inteligencia, extremistas y radicales. El considerar a Hamas como la principal representación de todo el pueblo palestino permite responder a su violencia contra toda la población de la región de Gaza sin reparar en el daño a los civiles, más aún si han sido considerados “terroristas”.

El derecho de la palabra y el derecho a la palabra

Toda confrontación bélica carga actos violentos repudiables en tiempos de paz, y desafortunadamente son actuales en los ataques a civiles en Ucrania por el ejército ruso, en los desmanes de grupos armados talibanes por el control total de Afganistán. Son ejemplos de la crueldad en el uso de la fuerza militar para alcanzar el triunfo y todos generan su propio discurso, descriptivo, narrativo y valorativo. En consecuencia, las palabras refieren, narran, pero también sientan las premisas para la valoración y en sus efectos logran adhesiones, aprobación o bien, lo contrario, rechazo y repulsa. La posición es especular, cada bando sufre las acciones del opuesto y se convierte en víctima, mientras el discurso construye al contrincante como un enemigo capaz de realizar actos abominables y sobre todo reprobables.

Al lograr el rechazo de los auditorios expectantes se facilita la negación al derecho a la palabra pues ya denostada, cualquier defensa o explicación puede incrementar la reprobación. Y aún más si se caracteriza al oponente como el malo, el bárbaro, el feo al que se debe negar cualquier derecho. Parecería que un terrorista no debería ser cobijado en la convención de la Haya o en los Derechos Humanos. Las fuerzas de ocupación alemana llamaban terroristas a los partisanos para justificar el trato recibido al ser capturados.

Las prisiones de Guantánamo en Cuba son célebres por responder a la misma lógica. El derecho a la palabra reconoce el derecho a poseer una posición y hacerla pública, el derecho de la palabra consiste en describir, narrar, explicar los propios actos y sus antecedentes, pero también para “justificar” las acciones de guerra. El uso construye al enemigo y necesariamente es activo, constante, ya que refuerza la identidad, robustece las convicciones, conserva al propio bando unido y a sus simpatizantes. Y lo más importante, mantiene viva la adversidad hacia el contrario.

Hamas no es el pueblo palestino aun cuando lo defienda, y condenarlo no significa hacerlo a todo el pueblo, aun si las palabras así lo buscan significar. Y más aún, construir un enemigo abyecto puede constituir el principal obstáculo a vencer al momento de negociar la paz y administrar la derrota. Los rusos nunca se volvieron “hermanos” de los polacos, los hindús y paquistanos “amigos” de los ingleses, pero el sentimiento de lucha no pudo dejar de ser semántico y los construyó enemigos mientras fue necesario.  

19 de diciembre de 2023