La comentocracia y los medios
Comunicación, Hemeroteca

La comentocracia y los medios

Hernán Gómez Bruera

Como en otros ámbitos, la blancura en México ha tenido un acceso privilegiado en el periodismo y los medios de comunicación. Alguna vez escribí en las páginas de El Universal algo que a muchos periodistas consagrados no les gustó leer: que entre las 40 plumas más conocidas que escriben en nuestros diarios —la «oligarquía comentocrática », la llamé— figuran mayoritariamente hombres blancos de más de 50 años, pertenecientes al 1 o 2% de quienes perciben mayores ingresos. «En un país de Hernández, Ramírez, Gutiérrez y González», decía, las columnas de opinión de los principales periódicos casi nunca llevan esos apellidos. La respuesta de esa comentocracia fue la que típicamente se observa cada vez que se cuestionan los privilegios de las élites blancas, y exhibió cuán escasamente se dimensiona el racismo y la discriminación. Además de los diversos reclamos en privado, algunos analistas expresaron públicamente su incomodidad, acusándome de «temerario» y «xenófobo».

Pablo Majluf, comentarista en La Hora de Opinar y articulista de Reforma, escribió en Twitter, por ejemplo: «@HernanGomezB propone un decreto mediante el cual se disminuya la cantidad de personas con apellidos extranjeros y de altos ingresos en la prensa de opinión, y sustituirlos por Gómez y Pérez pobres sin importar talento, supongo que por porcentaje. Es fascismo señores. Neta» (@pablo_majluf).

Entre los internautas algunas reacciones fueron aún más risibles: «Para donde pretenden llevar al país, a la balcanización?» (@McfloresCruz); «Pues como que este periodista, tampoco se ve muy prietito ni muy pobrecito. El tema es seguir enfrentado al pueblo bueno con el pueblo malo» (@carolita_7); «Este wey solo quiere quedar bien con el “pueblo bueno”, ese que se auto excluye y se regodea en su resentimiento social» (@JulioMontiel29). Hubo muchos otros comentarios, todos en ese tono.

¿Para qué opinar cuando se puede simplemente medir? El conteo de blancura en los grandes medios arroja datos contundentes, como lo demostró nuestro equipo de investigación: si atendemos a que las personas de tez clara tan solo conforman cerca de 12% de la población mexicana, su sobrerrepresentación es enorme.

Esto se puede ver, en particular, cuando calculamos el tono de piel de los conductores y panelistas de los principales programas de noticias, análisis y debate político que aparecen en la televisión, donde la blancura abarca hasta 60%. En los niveles más altos están Imagen Televisión, con 83%, y Las Estrellas, de Televisa, con 80%.

Le siguen Foro TV —también de Televisa— con 64%; El Financiero Bloomberg, con 58%; Milenio TV, con 54%; TV Azteca, con 54%. Cuando vemos los medios impresos encontramos también que 61% de sus columnistas son de tez blanca. El primero de los que revisamos fue El Universal, donde se trata de 81% de las plumas; luego Reforma con 73%; La Jornada con 67%; El Financiero con 66% y El Economista con 55%. Excélsior es el periódico con mayor diversidad, al registrar 49% de personas de piel «clara», lo que coloca al diario en la «distinguida» posición de ser el único medio revisado donde la blancura no supera a más de la mitad de sus plumas.

Los medios también son mayoritariamente propiedad de hombres blancos, mientras que son en general hombres blancos, y una que otra mujer, quienes dentro de ellos toman las decisiones más importantes en puestos directivos. Raramente vemos a una persona considerada indígena o afromexicana emitir opiniones de forma regular en alguno de los tantos programas de opinión que aparecen en las grandes cadenas televisivas nacionales. Pero el problema, más allá del tono de piel detrás de la cara que nos habla en la televisión, es que la visión del mundo, la perspectiva de la realidad, las preocupaciones y los intereses de nuestros medios son los de la minoría blanca o, si acaso, de los tonos de piel más claros del espectro.

Por ello es que, en gran medida, las historias que nos cuentan los medios, como las columnas que emanen de esa «oligarquía comentocrática», son las historias que representan a un grupo muy pequeño de la población, que en muchos casos tan solo alcanza a interpelar a una porción muy limitada de nuestra sociedad.

Más allá de quienes ocupan los sitios de privilegio en los medios de comunicación, lo más preocupante es la manera en que estos han reproducido y difundido históricamente discursos racistas. El carácter estereotipado de las imágenes difundidas por la prensa mexicana sobre los pueblos indígenas y la enorme distorsión que se ha hecho de sus luchas viene desde el siglo XIX. Como lo documenta un estudio sobre el tema, desde esa centuria los periódicos han difundido imágenes a través de las cuales los indios eran siempre presentados como «bárbaros», «salvajes» e «inferiores».  Aunque hoy ya no se recurre a apelativos tan abiertamente racistas, hay otras formas de caricaturizarlos.

Las principales formas de ejercer racismo en contra de ellos pasan en gran medida por la invisibilización y la infantilización, formas de discriminación que les niegan legitimidad, protagonismo o reconocimiento a sus luchas. Basta con recordar el editorial que publicó el periódico Reforma el 3 de enero de 1994, tan solo dos días después del alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en el que se leía: «¿Quién organizó y equipó a los indígenas chiapanecos que se aventuraron en la ciertamente muy atrevida puntada de declarar la guerra al gobierno de México?

Pudo haber sido la izquierda nacional o la izquierda internacional, pero también pudo haberlo hecho algún grupo narcotraficante o incluso alguna secta evangélica o un fanático católico admirador de José León Toral, quizás hasta el neopanismo radical o los seguidores de Rose Perot, e igualmente pudo haber sido la obra de algún sector desleal al gobierno interesado en influir de mala manera en el proceso de la sucesión presidencial».

En pocas palabras, podía ser cualquier actor, salvo los propios indígenas, a los que ese diario, que por aquellos días publicaba sus primeros números, era incapaz de reconocerles el más mínimo mérito político para iniciar una sublevación. En los medios de comunicación de varios diarios estatales se expresa más claramente el racismo en contra de los pueblos indígenas.

En varias ciudades de México los diarios propagan un sinnúmero de estereotipos y estigmas que muestran un racismo velado. Un estudio sobre la forma en que se hablaba de los indígenas hace tan solo dos décadas en Cancún, Mérida y Chihuahua resulta revelador. Al referirse a ellos era siempre para asociarlos a la violencia intrafamiliar, a la drogadicción o a la ebriedad que causa accidentes de trabajo, asi nunca a temas como la precariedad de sus condiciones laborales o a la sobreexplotación.

«Cafre atropella y mata a ebrio indígena», titulaba por ejemplo la portada de un diario en Chihuahua, como si realmente fuera necesario identificar de esa manera a la víctima en vez de evitar revictimizarla.

«Piden aún kórima [limosna] en cruceros más de 100 familias tarahumaras», rezaba otro titular, con un cintillo que decía:

«Llegan a juntar al día hasta 500 dólares que se los entregan al papá para emborracharse» (nótese cómo en ese mensaje, en lugar de poner el acento en los niños indígenas, que deberían ser vistos como las principales víctimas del alcoholismo, se les coloca casi en la posición de cómplices del mismo).

Cuando se abordaba su participación en política, el tono no era muy diferente. La idea de que los indígenas carecen de pensamiento propio, son ignorantes e incluso incapaces de tener una postura propia se expresaba claramente en una nota del mismo diario chihuahuense, que rezaba: «Manipulación política a los indígenas. Grupos de acarreados ignoran a qué los trajeron».

En el mismo rotativo, en cambio, se encontraban titulares como este: «No es grave aún el problema de desnutrición», minimizando así uno de los mayores flagelos que han enfrentado los tarahumaras. Un artículo más encabezaba su nota así: «Creen indígenas presos que recibirán penas menos duras, por el hecho de pertenecer a una raza étnica», un mensaje que caricaturiza las reivindicaciones indígenas como una tentativa de adquirir «derechos especiales», como suele hacerse frente a su demanda de mayor autonomía, y que mostraba además una absoluta ignorancia del medio al emplear un término inexistente como es el de «raza étnica».

Y por si al lector estos ejemplos no le bastan, van algunos más: en el conservador Diario de Yucatán, el más leído en Mérida, aparecía otra nota que se titulaba así: «Las prácticas paternalistas impiden que los mayas piensen y actúen por sí mismos».

Aquí el trasfondo racista es evidente al colocar a un pueblo entero en la posición de «carecer de pensamiento» y ponerlo en la frontera de la animalidad, además de evitar cualquier crítica seria a las raíces y las razones de ese paternalismo. También una nota en El Heraldo de Chihuahua decía: «Mujer indígena se ahorcó. Salió por la puerta falsa por problemas conyugales».

Abajo, un cintillo explicaba: «Al esposo ni se le pudo notificar, ya que estaba embrutecido por el tesgüino». El tesgüino es una bebida fermentada de maíz que es utilizada por los tarahumaras, normalmente durante sus festividades. La forma en que se exagera y caricaturiza la manera de beber de este pueblo es típica de cómo se estereotipa a los indígenas como borrachos.

Bien harían los medios en tomar en serio el texto de la Declaración sobre la Raza y los Prejuicios Raciales de 1978 que dice en su artículo 5, párrafo 4: «Se exhorta a los grandes medios de información y a quienes los controlan o están a su servicio, así como a todo grupo organizado en el seno de las comunidades nacionales —teniendo debidamente en cuenta los principios formulados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en especial el principio de la libertad de expresión— a que promuevan la comprensión, la tolerancia y la amistad entre las personas y los grupos humanos, y a que contribuyan a erradicar el racismo, la discriminación y los prejuicios raciales, evitando en particular que se presente a las personas y a los diferentes grupos humanos de manera estereotipada, parcial, unilateral o capciosa».

Las revistas de sociales

En pocos espacios mediáticos se observa una discriminación racial tan clara como en las cada vez más leídas revistas de sociales. Entre las clásicas están Hola, Caras, Central y Quién (esta última, la más vendida del Grupo Expansión, con un tiraje quincenal de 125 mil ejemplares), aunque están también los suplementos de los diarios, principalmente R.S. V. P. del Excélsior, Clase in de El Universal, y tres del Reforma que han circulado: Club, Club Joven y Red Carpet.

En un artículo ingeniosamente titulado “Quién no es quién”, Mario Arriagada hizo un cálculo para la revista Nexos que llamó “conteo de blancura editorial” (identificado con las siglas CBE). Conforme el autor avanzó por las páginas de las revistas y los suplementos de sociales arriba mencionados fue comprobando cómo se acumulaban más y más personas de tez clara. En algunos casos la cosa va más allá del tono de piel Tiene que ver también con los rasgos, el fenotipo o el origen. Si la tez morena se acompaña de apellidos extranjeros o rasgos mediterráneos, como advertía Arriagada, pueden aparecer retratados, pero si estos son de tipo mesoamericano o amerindio, muy difícilmente califican.

Para el caso del Club Reforma, por ejemplo, el conteo arrojó en una sola edición 300 blancos y dos morenos, siendo uno de ellos el futbolista Jorge Campos. El suplemento de Excélsior, R.S. V.P., por su parte, mostraba a 666 blanquitos de un total de 676 imágenes. El total de morenos –no libaneses o de otro tipo de origen mediterráneo y con clara semejanza a la mayoría étnica mexicana- suma la magra cantidad de diez. Hay que ver, sin embargo, cómo son representados esos diez y en qué contexto aparecen: de entrada, únicamente tres parecen tener un nombre propio.

Uno de ellos era entonces procurador Rafael Macedo de la Concha y otros dos eran Manuel Camacho y Felipe Cazares. Los otros siete resultaban ser simplemente “morenos sin nombre”, como los bautizó Arriagada. Algunos eran ayudantes, otro era un caddie en un campo de golf y dos más resultaron ser escoltas del entonces jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera.

En la revista Quién de marzo de 2013 aparecía un muy buen reportaje especial a Eufrosina, “la indígena que podría gobernar Oaxaca”, donde se incluían declaraciones del presidente de la Conapred, Ricardo Bucio, que hablaba del problema de la discriminación que enfrentan en México quienes tienen la doble condición de ser indígenas y mujeres, como la propia Eufrosina. Paradójicamente, ese interés en el tema no impidió que en el mismo número de la revista se pudieran contabilizar 348 blancos contra tan solo cuatro morenos.

Ninguna revista de sociales escapa a esta lógica: en el suplemento Club, de Reforma, el CBE de Arriagada arrojó 529 blancos y 11 morenos, en la revista Central, 168 blancos y tres morenos (dos ellos morenos-sin-nombre). Conteos más recientes, realizados en otro tipo de revistas arrojan el mismo tipo de resultados.

Al calcular el porcentaje de personas de tez morena que aparecían en sus páginas –no todas ellas de sociales- se encontraron estos resultados:

  • Caras, 3.3%
  • Chilango, 17.5%
  • Esquire, 7.4%
  • Vanity Fair, 6.3%
  • Cosmopolitan, 10.4%
  • In Style, 9%
  • Marie Claire, 14.6%
  • Hola, 7%
  • Vanidades, 6.4%; 15 a 20, 20.6%
  • Moi, 8.5%,
  • Fernanda, 2.1%
  • Y párale de contar…

La reflexión que al final hizo Mario Arriagada como resultado de su conteo de blancura editorial fue tan clara como reveladora: “El argumento de que las ventas están asociadas a cierto estereotipo “occidental” de belleza es un argumento viejo y sustanciado. Sin embargo, aunque sea cierto que lo blanco venda, no quiere decir que solamente lo blanco vende. Quiere decir que estas publicaciones venden un producto específico, uno que está pintado de color blanco”.

Las revistas de sociales tienen un sesgo racial que no siempre se busca intencionalmente, sino que expresa el perfil de los estratos altos que aparecen retratados en esas publicaciones. Aun así, entre las clases altas hay muchos más morenos de los que aparecen en esta publicación. Y es que también las clases altas son objeto de discriminación por su tono de piel, como lo advirtió Arriagada. (16).

No es casual que la Encuesta Nacional de Discriminación muestre que 16.3% de quienes se ubican en la parte superior de la pirámide socioeconómica en México se ha sentido discriminado por su tono de piel, comparado con 20% de los que se ubican en los niveles más bajos (17).

Como bien señala el autor de este artículo en Nexos, las publicaciones de sociales intentan mostrar el ideal al que aspiran las élites y retratarlas –más que como son realmente- como quisieran verse a sí mismas, bajo sus propios términos de elegancia. La revista Quién, por ejemplo, está más dedicada a mostrar a “personajes inspiradores de la élite mexicana e internacional” y “lo último de la moda, estilo y buen vivir”, según su propia descripción. No todo el mundo puede ser parte del selecto círculo que aparece retratado en sus páginas.

Como explica Mario, “a quien le toca el reflector y a quien no, es parte del hechizo social con que se mantiene el monopolio del gusto, de lo socialmente aceptable”, de más está decir que la piel morena casi nunca es parte de esa ecuación. Podría argüirse que los medios son libres de publicar lo que les plazca en sus páginas. Sin embargo, el Estado también puede elegir a cuáles premiar o castigar con recursos públicos.

Recordemos que la Convención Internacional Sobre la Eliminación de todas las Formas de la Discriminación Racial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) compromete a los Estados firmantes (México incluido) a utilizar la educación, la cultura y sus actividades informativas para “combatir los prejuicios que conduzcan a la discriminación racial”.

Además, el artículo 2, apartado b, de ese documento obliga a los Estados a no fomentar, defender o apoyar la discriminación racial practicada por cualquier persona u organización. En ese sentido, el gobierno debe ser más exigente frente a aquellos medios que reciben algún tipo de subsidio, patrocinio o publicidad oficial, para evitar premiar a los que utilizan sus páginas para promover directa o indirectamente el racismo y la exclusión.

Fragmento del capítulo La comentocracia y los medios, incluido en el libro El color del privilegio, el racismo cotidiano en México (Planeta), © 2020, escrito por Hernán Gómez Bruera. Reproducido con la autorización de la editorial Grupo Planeta México.

24 de diciembre de 2021