El estilo coloquial desde la Presidencia, revisión estratégica rumbo a 2021
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El estilo coloquial desde la Presidencia, revisión estratégica rumbo a 2021

Axel Velázquez Yáñez

Desde la precampaña rumbo a la elección de 2018 que lo llevó al poder, quedó claro que el hoy Presidente, Andrés Manuel López Obrador, entendió la fórmula infalible para lograr un triunfo electoral en el momento de libre flujo de información y de viralización de contenidos que vivimos: estar en la agenda siempre, a costa de lo que sea. Todos hablamos de él, desde que persiguió una paloma en Guanajuato, en octubre de 2016, hasta que guardó su cartera cuando se le aproximó Ricardo Anaya –el entonces candidato del PAN– en el segundo debate realizado en mayo de 2018.

Esa fórmula no es tan simple, tiene que estar acompañada de condiciones propicias para que la presencia funcione a favor. Era el caso del descontento generalizado con los gobiernos emanados de la componenda político-empresarial del llamado PRIAN. En la memoria de los ciudadanos, López Obrador era el opositor por excelencia y desde tiempo atrás había ofrecido soluciones a todos los problemas acumulados debido a la corrupción.

Tenía además el mérito de haber recorrido todo el país, de su carisma nato y de contar con un relato sencillo que parecía congruente para los tiempos que corrían.

Estar siempre en la agenda y ofrecer respuestas tajantes que polarizan puede considerarse una técnica populista, sí, pero López Obrador no sigue el guion del buen dictador latinoamericano ni es la copia exacta del presidente estadunidense Donald Trump (de manera caprichosa, sus adversarios lo han acusado de ambas cosas). El político tabasqueño siempre ha sido su propio estratega y eso ha derivado en un modelo de comunicación política original.

Su modelo de conferencias mañaneras diarias desde la Presidencia, el cual implica centralización e improvisación, coincidió con un momento en el mundo en el que dejaron de tener eco los discursos supuestamente técnicos, derivados del neoliberalismo como ponderación de la economía (y sus dinámicas interpretadas como ciencia exacta) por encima de la política. Pero el origen de ese estilo está en su dominio de los templetes en pequeñas y grandes plazas de todo el país, en su capacidad de adaptar el discurso para aglutinar y conmover hasta construir mayorías.

Cuando el Presidente visitó a su homólogo estadunidense en julio pasado, más de uno se mostró sorprendido por el ritmo con el que dio lectura a su discurso. Habría que recordar, -cuando se revise la manera como un sector de la prensa cubre la actividad del mandatario-, los encabezados de la prensa más o menos similares al día siguiente: “¡Milagro! AMLO habló 45% más rápido gracias a Trump” ¿Acaso entonces es premeditado el ritmo y el enredo usual de las mañaneras?

Sí, y nos tiene a todos hablando, con indignación o convencimiento, de los temas que propone, de la manera coloquial en la que aborda algunos de ellos y de sus respuestas que pueden remitir hasta el siglo XIX. El modelo es efectivo, con todo y un sector de la sociedad empeñado en retratar una situación de desastre generalizado, la popularidad del Presidente –a pesar de la peor circunstancia posible a nivel mundial– está en buenos números. No obstante, esa efectividad no es eterna. El ejercicio del gobierno desgasta, tanto como la sobreexposición mediática. Ya hemos revisado en estas páginas los deslices discursivos en temáticas que rebasan el relato habitual y funcional a la Cuarta Transformación. Además, es predecible que, tal como el discurso neoliberal perdió legitimidad, este nuevo estilo de comunicar desde el gobierno se agotará en todo el mundo. México, por supuesto, no será la excepción.

No sabemos cuándo ocurrirá, podría ser en unos cuantos años o incluso décadas, pero también pudo ser la pandemia actual por COVID-19 la que ocasionara ese quiebre, que le quitará sentido al discurso de austeridad gubernamental, moralidad anticorrupción y apoyo económico a grupos vulnerables. En este punto se puede afirmar que, aunque la pandemia continúa y los números de muertos y contagiados siguen siendo alarmantes, la agenda tanto individual como colectiva ha pasado a otros temas.

En cuanto a lo colectivo, los meses siguientes estarán marcados en buena medida por lo electoral. Ocurrirán con mayor frecuencia actos simbólicos que muestren descontento o avance (es probable que se retome con mayor estridencia el manejo del COVID-19, claro), dependiendo del bando que los motive. En esa circunstancia, la primera elección federal que enfrente López Obrador como gobernante en 2021, habrá de pesar cada vez más su estilo coloquial, consecuencia de la estrategia que ha elegido.

Nos servirá de ejemplo un enunciado del 31 de julio, en respuesta a la petición del PAN para obligar al Presidente a usar cubrebocas: “Me voy a poner un tapaboca cuando no haya corrupción”. A los ojos de un analista, se trata de un ejemplo más de la estrategia de permanencia en la agenda que se ha descrito en líneas anteriores, para quienes apoyan al Presidente habrá manera de justificar el dicho al saber que la frase fue usada en sentido figurado y para sus opositores es una oportunidad más de descalificar su persona y su gobierno.

El sector al que se debe prestar atención son los ciudadanos que no son seguidores del Presidente, los indecisos que definen las elecciones. Para ellos, un dicho así puede comunicar incapacidad o locura. Cada vez es más notorio que los dichos coloquiales del Presidente tienen un efecto negativo en el ánimo del ciudadano común. Esa dinámica es alimentada por un sector de los medios de comunicación, empeñada en construir una narrativa de desastre desde que inició este sexenio.

El Presidente siempre ha sido su propio estratega en comunicación y, hasta ahora, tiene el mérito de haber entendido el momento mejor que nadie hasta conquistar el poder político en contra de todo pronóstico. No obstante, hay un cálculo simple ya en el gobierno, si tiene una base que apoya sus dichos de manera incondicional, en algún punto habrá que dirigir el mensaje hacia quienes consideran sus dichos actuales como insensibles o como la mejor prueba de que el país va mal.

10 de marzo de 2021