¿El discreto encanto de las clases medias?, o nuevas imprecisiones del discurso presidencial
Comunicación

¿El discreto encanto de las clases medias?, o nuevas imprecisiones del discurso presidencial

Tanius Karam*

Desde hace algunas se­manas las clases medias han vuelto ser motivo de polémica. Hablar de “clases medias” es un poco más complejo de lo que parece. Si la narrativa dominante del régi­men ha sido enarbolar la lucha del “pueblo-bueno” contra una minoría rapaz, leonina, ¿donde insertar a los sectores medios?, ¿qué relación hay entre el concepto de clases medias y la idea que se tiene del país?, ¿las clases medias se pueden considerar parte del “pueblo”, o no?

Uno de los problemas de AMLO es la concepción de “clase media”, parece más de los setenta e inicios de los ochenta donde imperaba una concepción esencialmente conser­vadora de estos sectores, y que plas­mó el sociólogo Gabriel Careaga (Cf. Mitos y fantasías de la clase media en México¸1974; Biografía de un jo­ven de la clase media, 1977) en sus estudios. Careaga describió como pocos en esa década a una “clase media” inmediatista, pro-norteame­ricana, de doble moral, racista, muy poco interesada en lo que sucedía en su contexto, y esta es justo la imagen que AMLO parece reproducir como si la clase media de hoy fuera la misma a la de hace 40 años.

Los teóricos establecen discu­siones entre “clases media” que es un concepto político, y “estra­tificación” que es algo que se da en todo el mundo y corresponde a las diferencias que se observan en todas las sociedades. A AMLO le gusta moverse en el maniqueís­mo, donde generalmente se siente cómodo ya que ahí se puede erigir como justiciero y representante de un pueblo idealizado, homogéneo, “bueno” y siempre víctima de mi­norías, mafias y grupos de oscuros intereses. AMLO sí considera nece­saria la “clase media” pero en lugar de verla como es polimórfica, hete­rogénea y compleja (en lo político, lo cultural, lo electoral, lo social) apela al imaginario (en el sentido psicoanalítico del término) de una “clase media” a modo, a su imagen y semejanza, ideal también para manipular, cooptar o “negociar”.

Hay que decir por otra parte que la “clase media” como tópico en el discurso de la opinión es también un indicador que nos ayu­da a reconocer cierta perspectiva política. Generalmente un pensa­miento más conservador tiende a sobreestimar la presencia de la “clase media” y considerarla como si fuera la mayor parte de la pobla­ción mexicana. A diferencia de un pensamiento más “crítico” que por oposición describe a la población mexicana como principalmente pobre, en distintos modos y grados.

El 6 de julio 2020 se divulgó en redes sociales un texto de Viri­diana Ríos sobre las clases me­dias, aparecido inicialmente en The New York Times (NYT). Ríos propone, para simplificar que la “clase media” podría caber en un ingreso por familia que vaya desde 16 mil pesos por persona (o 64 mil pesos suponiendo que cohabitan 4 personas que gana cada una esa cantidad). Para Ríos 43 millones cree equivocadamente pertenecer a este sector. Ríos señala que hay 37 millones que si bien no son “po­bres” tienen carencias particulares en algún rubro o en todos (salud, seguridad social, educación) pero tampoco son de “clase media”; y esto se debe a que la línea de la pobreza del gobierno mexicano suele ser muy baja, y considera a alguien que gana a partir de 3,200 pesos mensuales puede satisfacer sus necesidades básicas, es una consideración muy apretada de la realidad.

Las formas para definir a la “cla­se media” varían. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) forman parte de la “clase media” cerca del 40% de la pobla­ción, lo que se afirma a partir de ingresos y hábitos de consumo: por ejemplo, tener al menos una computadora, gastar en torno a 1,500 pesos al mes en comer fuera de casa y contar con alguna tar­jeta de crédito. Igualmente, para el Índice de Desarrollo Social, esa “clase media” puede tener acceso a bienes duraderos, teléfono, y ciertamente muchas veces con la cantidad que se atribuye o dice que tiene la “clase media” eso no sería posible. En todo caso, para Ríos sólo el 10% de los hogares tiene 64 mil pesos al mes.

Esta restricción de la “clase me­dia” únicamente al ingreso indivi­dual o familiar es muy polémico. Toda clase social tiene una dimen­sión no solo objetiva o económica sino también subjetiva, traducida de alguna en un término del otrora utilizado “consciencia de clase” y que no se reduce al conocimiento sobre el propio poder adquisiti­vo, sino a una consciencia sobre intereses en común que pueden transformar a la sociedad. La re­ducción de un ingreso es impreci­sión porque no se considera esta dimensión identitaria, el estatus, el funcionamiento del capital cul­tural y social que ayuda a enten­der a la clase social más allá del ingreso mensual, y que describe lo que la literatura sociológica ha estudiado de las clases, que dicho sea de paso, la “media” es la clase social menos estudiada porque no es la más fácilmente estereotipa­ble y porque tiene una particular movilidad interna siempre en ten­sión sociológica con otros niveles y estratos, al grado que no falta alguien que afirme justamente por ese estiramiento la “clase media” ya no existe.

Días después de su texto, Ríos aclaró que el objetivo de su artí­culo en el NYT era apelar a que la clase media sea consciente de esta situación y pueda con ello impulsar una agenda política pro­pia; también considera necesario desterrar muchos prejuicios, como, por ejemplo, el de vincular a la “clase media” con un nivel de esco­laridad y esto a un factor de movili­dad socioeconómica. Esta relación pide cautela (algo inexistente en el discurso político de AMLO): si bien es cierto que conforme avance el nivel de escolaridad, una persona puede tener más posibilidades de acceder a mejores ingresos, esto no es una ley en todos los casos. La desigualdad se ha aplanado, pero “hacia abajo”, porque antes quienes tenían mayor escolaridad podían casi proporcionalmente acceder a trabajos mejor remu­nerados, lo que ahora resulta más difícil de sostener.

Elecciones, algo de cuartiles y el pendiente del consumo mediático en las clases medias.

Uno de las conclusiones de las pasadas elecciones de junio es que las “clases medias”, de mane­ra particular en centros urbanos dejaron de dar su voto masivo a AMLO, lo que hizo el presidente las tomara más que un “nuevo enemi­go” como “enemigo del momento” a este sector.

Si bien Morena amplió su exten­sión territorial, perdió 3 millones de votos sobre todo en los sectores medios, lo que de manera particu­lar se visualiza en la ciudad capital donde el partido gobernante perdió las alcaldías de mayor población de “clase media”.

Ajeno a cualquier viso de auto­crítica, AMLO azuza. En una de sus conferencias de prensa AMLO, se refirió a las clases medias como individualistas, que le dan la es­palda al prójimo, aspiracionista y que quieren llegar “arriba a como dé lugar”, sin escrúpulos morales y partidarios de la lógica “el que no transa, no avanza”. También acusó —siempre sin precisar y hablando de modo genérico— que las “clases medias” han apoyado a gobierno corruptos. Por si esto no fuera poco, AMLO considera que este tipo de población es la que más se informa a través de la “prensa tradicional”, mira con buenos ojos el trabajo de las orga­nizaciones de la sociedad civil. En suma, la encarnación perfecta de un enemigo más, sencillamente por culpa a este sector, de lo que, si bien no fue una derrota para Morena, no puede el enunciador político apelar a su grandilocuen­cia triunfalista como tanto le gusta decir de manera sonriente.

De los principales especialistas en geografía electoral Willibald Sonnleitner, ha polemizado el con­cepto de “clase media” y de hecho se ha preguntado a propósito de las elecciones pasadas si se habría dado una “traición” de éstas, ¿las clases sociales pueden votar en contra de sus intereses de clases?, ¿se pueden traicionar a sí mismas? Por principio Sonnleitner señala que el concepto de “clase media” es ambivalente, 61% de la pobla­ción se dice o se identifica con el concepto de “clase media”, como hemos dicho arriba, siendo o no parte de ella.

Sonnleitner ha ana­lizado la relación entre la estratificación y la escolaridad. Para ello el investigador hace una di­visión en cuartiles o cua­tro segmentos por años de escolaridad: de 5-7 a 8 años que equivale más o menos a primaria y se­cundaria inconclusa; de 8 a 9.2 años o secundaria concluida; de 9.2 a 10.7, preparatoria inconclusa y de 10.7 a 14.6 años o estudios universitario.

En entrevista para Aristegui Noticias (23 de junio 2021) Son­nleitner explica cómo el descen­so de Morena en las elecciones se observó no solo en ciudad de México, sino en el México más urbanizado con altos niveles de escolaridad. Un hallazgo es el que el PRI ya no es la fuerza dominante en los distritos rurales marginales como solía darse en el pasado. En cambio, el PT si tiene ese sesgo de permanecer fuerte en regiones más marginadas. El Partido Verde también tiene este perfil que antes tenía el PRI. En general podemos ver cómo el perfil del votante de Morena cada vez más se parece al que fuera el votante del PRI.

Morena no ha logrado más votos en el cuartil menos educado, ni en el cuartil más educado, sino que va incrementado su porcentaje de electores en la medida que nos movemos del cuartil medio-bajo a medio-alto y alcanza su mejor promedio en población con un pro­medio de escolaridad de 10.3 años, lo que son en término de estratos, los estratos bajos de la clase media.

En el caso de Ciudad de México la alcaldía con más escolaridad es Benito Juárez (con 14.6 años de es­colaridad), pero hay otras alcaldías con alta escolaridad como GAM que sí votaron por Morena. En el caso de Benito Juárez solo el 20% votó Morena; en cambio en algu­nas regiones indígenas de Chiapas llega al 70% del voto.

Para Sonnleitner, el retroceso de Morena no fue solo en la capital, sino en zonas urbanas parecidas, que de hecho ya tenían inclinación más panista como Puebla, Cuerna­vaca o Pachuca. Ahora bien, cabe señalar en el análisis del compor­tamiento electoral que ninguna variable aislada puede explicarlo. Siempre es una mezcla de factores; por otra parte, es difícil medir tam­bién el impacto de las narrativas mediáticas en algunos estratos o niveles socio-demográficos para estudiar por ejemplo en qué gru­pos afectó más la representación mediática del colapso de la Línea 12 del Metro.

En conclusión, puede decirse que el sufragio no solo está deter­minado únicamente por la variable “clase social” o escolaridad, sino por el contexto territorial don­de vive y se trabaja, por el sexo, por el tipo de relaciones sociales, todo ello influye en como el ciu­dadano interpreta una campaña y reconstruye su identidad po­lítica o socio-cultural de la cual expresa una pequeña parte a tra­vés del voto. México es muchos Méxicos, y ninguna perspectiva política agota su com­plejidad y diversidad. En las pasadas elec­ciones la “clase media” no obró de manera homogénea, ni es un tema exclusivo de la ciudad capital, ni de la escolaridad. Queda pendiente por analizar de manera adicional el impacto de las narrativas mediáti­cas en sectores y grupos (“medios” o no) para ver si efectivamente el presunto lector de Reforma, El Universal o el televidente de Foro TV habría votado en su conjunto en una u otra dirección.

*Analista y académico

23 de agosto de 2021