Crónica de viaje
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Crónica de viaje

“El viajero no es turista, es viajero. Hay gran diferencia.

Viajar es descubrir, el resto es simplemente encontrar”:

José Saramago

Alicia Alarcón

Al emprender un viaje solemos llenar nuestras maletas de objetos que consideramos esenciales, sin darnos cuenta de que lo verdaderamente valioso es lo que adquirimos al regresar. En este sentido, nuestro recorrido nos llevó a Lisboa: ciudad señorial de las siete colinas que emerge con la solemnidad de un viejo sabio que susurra secretos a quien quiera escucharlos. Sus calles estrechas de piedras marmoladas que se entrelazan en un baile eterno, se elevan y descienden como si intentaran alcanzar el cielo y besar el horizonte al mismo tiempo.

Hay una melancolía dulcemente enamorada metida en cada esquina, un eco musical que canta el fado de tiempos pasados, haciéndonos recordar que esta ciudad de techos rojos cayó devastada por un terremoto en el siglo XVIII (1755). ¿Quién iba decir que en Lisboa tiembla? Y que fue un marqués, el de Pombal, que además de ser aristócrata también fue quien lideró la reconstrucción. Afortunadamente muchos monasterios e iglesias no cayeron, siguen conservando el estilo gótico manuelino, conocido así por el reinado de “Manuel el Afortunado” (siglo XV).

Cada paso es una fatigada ascensión hacia el corazón de lo desconocido, guiado sólo por el murmullo del viento primaveral, el cual lleva consigo todavía suspiros invernales, que acaricia las fachadas de azulejos resplandecientes y, en esa estela de paso, deja al visitante un aroma marino.

Desde el mirador de cada una de las siete colinas, el alma se regocija con el abrazo indisoluble del paisaje que se une al Tajo, ese río que susurra historias a su paso, reflejando la danza del sol y las nubes sobre sus aguas hacia ese encuentro final con el Gran Océano. En este escenario de nostalgias y poesía, llegamos al café-restaurante “Martiño da Arcada”.

En su interior, cuelgan retratos de ilustres artistas y escritores portugueses, entre ellos José Saramago. El mesero nos revela que a dos cuadras está la “Casa dos Bicos” (inconfundible la fachada de la que emergen docenas de picos en forma de prisma), que cuenta con una exposición permanente sobre la vida y obra de José Saramago.

Al cruzar el umbral de la “Casa dos Bicos”, a lo largo de las paredes se alinean estanterías repletas de libros, aquellos que pertenecieron a los años de formación como guardianes silenciosos de los pensamientos y las palabras del célebre escritor.

Fotografías enmarcadas cuelgan intercaladas, capturando momentos singulares de su vida: fotos de su infancia escolar junto con credenciales y un pequeño diario; Saramago en su escritorio, rodeado de manuscritos, o paseando tranquilo por su jardín. Saramago junto con escritores y artistas, y la icónica foto recibiendo el Premio Nobel de Literatura. En un lugar especial, bajo una luz tenue, destaca el primer despacho del escritor: escritorio, diccionario, máquina de escribir, juego de lentes, hoja en blanco y un facsímil de la declaración universal de derechos humanos.

Autor de más de 40 títulos, José Saramago nació en 1922 en la aldea de Azinhaga. Las noches de lectura en la Biblioteca Pública del Palacio de las Galveias, en Lisboa, fueron fundamentales en su formación: “Y fue ahí, sin ayudas ni consejos, guiado por la curiosidad y la voluntad de aprender donde mi gusto por la literatura se desarrolló y afinó”.

En 1947 publicó su primera novela A Viúva, la cual por razones editoriales acabó apareciendo como Terra do pecado. Seis años más tarde, en 1953, terminó Claraboya, publicada dos años después de su muerte.

Posteriormente, asumió responsabilidades editoriales que lo alejaron de la escritura, la que retomó en 1966 con Los poemas posibles. Hasta 2010, año de su muerte, José Saramago construyó una obra incuestionable en la literatura portuguesa e internacional con títulos tan significativos como El año de la muerte de Ricardo Reis, El evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, El viaje del elefante o Caín. Está traducida y publicada en todo el mundo. Murió en su casa de Lanzarote el 18 de junio de 2010, hace casi 15 años. Sus cenizas están en Lisboa bajo un olivo frente a la “Casa de dos Bicos”.

El catálogo que acompaña la exposición permanente titulada “La semilla y los frutos”, firmado por Fernando Gómez Aguilera, señala que la obra literaria de José Saramago conjuga la literatura más exigente y personal. Fue un autor tardío que supo construir, a partir de la década de los 80, una literatura renovadora y original, que lo hizo merecedor en 1988 al Premio Nobel, concedido por primera vez a un escritor en lengua portuguesa.

Denso e irónico, inteligente y escéptico, tierno y sarcástico, demoledor y pertinaz en sus críticas, practicó a lo largo de su producción narrativa tanto la desmitificación de la Historia convencional, como la censura activa de los desvíos contemporáneos, tomando siempre como referencia la esencia humana de la vida.

Saramago, que nunca ocultó su militancia comunista, proyectó mundialmente su trabajo y su figura pública, acentuando su perfil de intervención civil en defensa de la libertad, los derechos humanos y la inclusión social, alentado por los valores e ideales susceptibles de construir otra realidad más justa, más humana.

Salimos con la sensación de que hubiéramos compartido una charla con el escritor, ya que su presencia se siente viva.

Ahora nos dirigimos a otro lugar, al barrio de Campo de Ourique conocido por su comunidad activa y comercio tradicional. Caminamos serpenteando las calles hasta llegar a la casa de Fernando Pessoa, museo dedicado al famoso poeta portugués, e inaugurado en 1993 en el edificio donde vivió sus últimos 15 años de vida, entre 1920 y 1935.

Asombrados por ese otro refugio, nos asomamos con sigilo y en silencio. La sala donde se muestran los objetos personales exhibe la cama en su habitación, una instalación multimedia que utiliza un proyector para mostrar algunos de los textos del poeta sobre la sábana, lo que crea una experiencia visual poética y evocadora. Este enfoque permite que el texto de Pessoa cobre vida de manera dinámica, como si sus palabras flotaran sobre dunas blancas. La instalación no sólo ofrece una experiencia única, sino que también refuerza la conexión entre las ideas del poeta y el espacio físico donde vivió y trabajó.

Al pie de esta cama, se encuentra la reproducción del baúl que forma parte esencial de la exposición. Es famoso por ser el “baúl lleno de gente”, una expresión célebre debido a los miles de documentos inéditos que Pessoa guardó en su interior.

La casa cuenta con una museología donde se exhiben objetos personales, muebles y la valiosa biblioteca particular del autor, junto a obras de arte, como el famoso retrato de su gran amigo el pintor Almada Negreiros, a quien conoció en 1913 siendo jóvenes. Se respira un ambiente íntimo y reflexivo que permite pensar sobre el mundo literario que Fernando Pessoa creó con sus famosos heterónimos, más de 100, a quienes les dio nombre y vida propios.

Octavio Paz, en su ensayo Fernando Pessoa: el desconocido de sí mismo, señala que la autenticidad de los heterónimos de Pessoa depende de su coherencia poética, de su verosimilitud. Fueron creaciones necesarias, pues de otro modo no habría consagrado su vida a vivirlos y crearlos; lo que cuenta ahora no es que hayan sido necesarios para su autor, sino, si lo son también para nosotros.

Fernando Pessoa nació en Lisboa, en 1888. Quedó huérfano de padre siendo niño. Su madre se volvió a casar con un cónsul portugués, por lo que tuvieron que ir a radicar en Durban, África del Sur. Esto ocurrió en 1896. Diez años más tarde, regresó a Lisboa trayendo consigo el inglés como primera lengua, la que influyó en su vida y en su obra. Nunca más volvió a salir de Portugal. Murió joven, a los 47 años, en 1935. Paz señala: “Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía. Pessoa dudó siempre de la realidad de este mundo… nada en su vida es sorprendente, nada, excepto sus poemas. Su secreto, por lo demás está escrito en su nombre: Pessoa quiere decir persona en portugués y viene de persona, de máscara… personaje de ficción, ninguno: Pessoa”.

Fernando Pessoa y José Saramago nacieron con una diferencia de 34 años. Desafortunadamente, el primero murió relativamente joven, y nunca se conocieron. Sin embargo, Saramago escribió sobre un heterónimo del poeta, El año de la muerte de Ricardo Reis. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran tratado? Es un ejercicio fascinante imaginar cómo habría sido un encuentro entre ambos. Pessoa con su capacidad para crear complejos heterónimos y su exploración de la identidad, podría haber encontrado uno para Saramago dedicado a explorar temas relacionados con la historia, la política y la condición humana, quizá habría escrito un ensayo poético.

También se vale especular en los viajes… cada uno se convierte en una travesía introspectiva al darnos la oportunidad de conocer a través de los museos, a personajes como Saramago y Pessoa. Descubrimos que viajar es un acto de manifiesto externo como de reencuentro interno. Finalmente regresamos a casa no solamente con recuerdos almacenados, sino con un renovado sentido de quienes somos.

*Periodista y escritora

2 de junio de 2025