¿Cómo se ganan o pierden las guerras? Israel, Irán y la masacre en Gaza
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¿Cómo se ganan o pierden las guerras? Israel, Irán y la masacre en Gaza

Naief Yehya

La brutal masacre de Gaza llevada a cabo por el ejército israelí a partir del ataque “Inundación Al Aqsa”, de Hamás y otros grupos palestinos armados el 7 de octubre de 2023, ha vuelto a poner en evidencia las complejidades que representa una acción bélica, especialmente una dirigida en contra de una población civil que no cuenta con la protección de un ejército, una fuerza aérea, artillería o siquiera la simpatía de los gobiernos “democráticos” de Occidente, que son los defensores del orden liberal internacional impuesto desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

A más de seis meses de bombardeos indiscriminados, invasión, bloqueo y hambruna usada como arma de exterminio, más de 34,000 personas, de los cuales 14,000 eran niños y 10,000 mujeres han sido asesinados (y muy probablemente decenas de miles más yacen entre los escombros). Israel ha matado a cientos de trabajadores de organizaciones humanitarias, a cientos de profesionales de la salud y a cientos de periodistas, además de haber destruido la infraestructura médica de la franja de Gaza, todas las instituciones de educación superior, plantas de agua y luz entre muchas otras instalaciones indispensables para la supervivencia.

Al mismo tiempo ha puesto en evidencia que a pesar de la brutal desproporción de sus acciones militares difícilmente pueden considerar esta masacre y devastación, un triunfo. En los seis meses de tirar sobre Gaza más explosivos que el equivalente a dos bombas atómicas, como la usada en Hiroshima, el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu ha fracasado en sus dos objetivos principales: recuperar a los rehenes tomados por los militantes palestinos el 7 de octubre y destruir por completo a Hamás. La descomunal operación militar no sólo no ha liberado a los rehenes sino que por el contrario ha contribuido a la muerte de un número indeterminado de ellos y Hamás, según el propio ejército israelí, no ha desaparecido ni ha sido desarmado.

Sin embargo, esta venganza ha dejado una devastación inmensa con la que intentan eliminar cualquier esperanza de que los palestinos establezcan un estado soberano, como declaró Netanyahu el 27 de junio de 2023 (más de tres meses antes del 7 de octubre). El objetivo es hacer que la franja sea inhabitable y que la población palestina no pueda regresar, con lo que se daría una limpieza étnica y eventualmente construirían nuevos asentamientos exclusivos para colonos. En términos de destrucción indiscriminada, se puede pensar que Israel está triunfando, al haber devastado la zona y al hacer a todas las familias gazatíes víctimas de la masacre.

La derrota de la victoria

La guerra es el colapso del diálogo y la negociación y a veces no es tan fácil reconocer quién es el ganador. En esencia triunfar es alcanzar los objetivos determinados inicialmente. De ahí que la guerra de Vietnam o la Guerra Contra el Terror, de Bush y Obama no fueron ganadas por Estados Unidos, ya que a pesar de causar destrucción y muerte a escala monstruosa en las poblaciones nativas partieron de objetivos ambiguos, no lograron imponer la voluntad política estadounidense y culminaron con retiradas humillantes. Israel lanzó su campaña de destrucción y exterminio contra Gaza inmediatamente después de un ataque que exhibió sus debilidades y si bien inicialmente tuvieron solidaridad y simpatía de la comunidad internacional, en poco tiempo dilapidaron ese apoyo y la reputación del país se ha hundido.

Aunque Tel Aviv y sus aliados lo niegan con vehemencia y costosas campañas de propaganda (hasbará), esta agresión es un genocidio (la Corte Internacional de Justicia determinó el 26 de enero que muy probablemente era un genocidio con una votación de 14-2 y el 28 de marzo con un voto de 15-1 emitió órdenes adicionales para que Israel dejara de violar los derechos de los palestinos que protege la Convención contra el Genocidio) y el desplazamiento con extrema violencia a 1.7 millones de civiles es una limpieza étnica, la catástrofe humanitaria más grave desde la Nakba de 1948.

Esto ha provocado que Israel tenga rupturas y distanciamientos con naciones aliadas y organizaciones humanitarias en el mundo. Las muestras más recientes de esto son las manifestaciones antigenocidio en las universidades estadounidenses que han sido promocionadas por la propaganda sionista como antisemitas. Netanyahu ha llegado al extremo increíble de enajenar al gobierno estadounidense que históricamente ha apoyado a Israel en cualquier circunstancia.

Mientras tanto, con un gigantesco costo humano, la causa de la liberación palestina se ha vuelto un tema central en la agenda internacional. Un asunto que había sido enterrado por la propaganda israelí se ha convertido en un tema candente y un tsunami de malestar planetario que ha provocado una variedad de reacciones en todo el mundo y seguirá creciendo en los próximos meses y años. Aún a pesar de la complicidad de los gobiernos occidentales, cada día más gente en el mundo sale a las calles a manifestarse a favor de los derechos de un pueblo que vive bajo la ocupación militar, el apartheid, la destrucción sistemática de su cultura y el despojo de sus tierras y bienes.

Más impunidad

El primero de abril pasado Israel cometió un crimen sin precedente al destruir con drones el edificio consular del complejo de la embajada de Irán en la capital de Siria en un bombardeo que cobró la vida de dieciséis personas, incluyendo el general Mohammad Reza Zahedi, comandante de la fuerza de elite Quds para Siria y el Líbano, además de otros dos comandantes y cuatro oficiales iraníes.

Aparentemente Israel planeó durante dos meses este ataque que su gabinete aprobó el 22 de marzo, y tan sólo le avisó a Estados Unidos pocas horas antes de llevarlo a cabo. En un típico ejercicio de propaganda, mediante malabares lingüísticos, este acto criminal fue definido por The New York Times, como: “Un error de cálculo”, y no como una terrible violación al derecho internacional y a la Convención de Viena. Inglaterra, Estados Unidos y Francia, ignoraron la ley y el orden mundial, y vetaron una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU para condenar a Israel por el ataque.

Después también hicieron caso omiso a la propuesta de Irán de contener su respuesta militar a cambio de un cese al fuego en Gaza. Esta acción militar es la continuación de una larga campaña de asesinatos de científicos y militares del Cuerpo de Guardia Revolucionaria Islámica, ciberataques, sanciones y uso de terceras fuerzas. En el pasado Irán ha lanzado ataques contra intereses israelíes en varios países, incluyendo Argentina, e Israel ha golpeado blancos iraníes dentro y fuera de ese país y en toda la región en lo que se ha dado en llamar “la guerra de las sombras”. Tel Aviv puede considerar su atentado terrorista contra una embajada como un golpe victorioso, independientemente de ser una violación flagrante de la ley internacional y de las normas básicas de diplomacia y convivencia entre naciones, especialmente porque gracias a la complicidad estadounidense y europea lograron que quedara impune y pasara casi desapercibido por la “opinión mundial” moldeada por los medios corporativos de comunicación.

El fin de la paciencia

La respuesta de Irán, que usualmente sigue la estrategia que se ha dado a llamar “Paciencia estratégica”, que consiste en no confrontar directamente a Israel sino promover acciones militares a través de grupos aliados como Hamás en Gaza, Hezbolá en el Líbano, Ansar Alá (la milicia Hutí) en el estrecho de Ormuz, así como otros grupos en Siria, que conforman el Eje de la resistencia. Irán esperó dos semanas y lanzó su ataque en contra de Israel el 13 de abril, “Operación Verdadera Promesa,” pero anunciaron por canales diplomáticos (a través de los embajadores de Suiza, Omán y Turquía) que no tenían intención de tener una guerra contra Israel ni menos contra Estados Unidos y que no atacarían blancos civiles. Estados Unidos, Inglaterra, Francia e incluso Jordania pudieron prepararse y planear con Israel la defensa para interceptar los más de 300 dispositivos que lanzó Irán y que incluían 185 drones lentos, 36 misiles cruise y 110 misiles balísticos. Los blancos elegidos eran todos militares e Irán mantuvo durante la operación una línea de comunicación abierta, vía Omán, con Estados Unidos.

La defensa antiaérea, en gran medida coordinada por Estados Unidos y sus bases en Irak, derribó una gran parte de los misiles y drones antes de que entraran al espacio aéreo israelí. Tan sólo 75 artefactos lograron penetrarlo y casi todos fueron derribados por las defensas de ese país. Sin embargo, a pesar del despliegue de un sistema de defensa multinacional —con jets y navíos de altísima tecnología—, del escudo antiaéreo “Domo de Hierro” y el sistema de intercepción de misiles David’s Sling u Honda de David, alrededor de una docena de misiles dieron en sus blancos y aunque causaron daños mínimos y un herido, esto mostró la vulnerabilidad de esas zonas e instalaciones militares, que se cuentan entre las más protegidas del mundo.

Este primer ataque iraní al territorio israelí en la historia siguió la lógica de que enviaban cientos de armas porque tienen miles y que en esta ocasión habían avisado pero la próxima vez probablemente no lo harían. Irán demostró su potencial para un ataque a largo rango en Israel, además de que probó las deficiencias del escudo israelí y lanzó un mensaje para tratar de prevenir otros ataques.

De acuerdo con el general Reem Aminoach en Ynet news, el costo para detener este ataque fue de alrededor de 1.35 mil millones de dólares. Irán gastó en el ataque cerca de 35 millones de dólares, y es bastante obvio que, como han definido algunos, fue “performativo” y altamente coreografiado, es decir que en gran medida fue una muestra de poder que no tenía intención de causar daño real y por tanto provocar una guerra.

Por eso enviaron los drones en oleadas y con mucho aviso, de forma que fueran fácilmente derribados sin saturar los sistemas de defensa, así mismo no dispararon misiles más grandes y precisos sino una gran cantidad de señuelos. De cualquier manera los misiles que dieron en dos bases aéreas en el Néguev: Nevatim y Ramon, así como en un centro de inteligencia de la Mossad en las Alturas del Golán (instalaciones que participaron en el ataque contra la embajada) bastaron a Irán para probar que podían, aún en esas condiciones, atacar a Israel. Los blancos elegidos para el ataque estaban justificados por el Artículo 51 de la carta de las Naciones Unidas, ya que se concentraron en la estructura militar que fue el origen de la agresión israelí del primero de abril. Irán advirtió que si había otro ataque responderían sin prevenir.

El hecho de que el ataque fue masivo y que no causó daños fue presentado por Israel y sus aliados como una gran victoria, con la cual presumían que Israel había resistido a un ataque y de esa forma habían derrotado a Irán. Esto tiene dos problemas, el primero es que en el afán del régimen de Tel Aviv por mostrar al mundo que no está aislado reconocieron la necesidad de la ayuda de potencias y de países vecinos para defenderse. Además, al agradecer a sus aliados árabes los puso en evidencia ante su propia población de colaborar en el genocidio.

En particular el rey de Jordania, quien es detestado por una gran parte de la población (no olvidemos que buena parte de ellos son palestinos exiliados), quedó exhibido con esta acción totalmente impopular. Siempre llama la atención que los países árabes que Occidente considera moderados son dictaduras totalitarias brutales. Para Irán cualquier respuesta debía de considerar las posibles consecuencias, la más evidente era que Estados Unidos y sus aliados los atacaran con bombardeos masivos. Es impensable que consideraran una invasión con tropas después de los numerosos y costosos fracasos que han tenido. Para Irán era importante que la acción militar de represalia no fuera una distracción de la masacre que sigue teniendo lugar en Gaza. Tampoco podían ignorar la posibilidad de que un gobierno extremista como el de Netanyahu y sus fanáticos optaran por una respuesta nuclear. Ahora bien, hay quienes estiman que Irán está enriqueciendo uranio a gran velocidad y que podrían desarrollar un arma nuclear en seis meses si el supremo líder Ayatola Khamenei, quien se ha mostrado renuente a perseguir ese objetivo, lo aprueba, aunque posiblemente esto sea propaganda. Un ataque masivo israelí contra Irán podría hacer que Teherán se enfoque en una bomba atómica. Una gran guerra regional sería obviamente catastrófica además de que dañaría los planes de desarrollo económico de Irán, que actualmente se encuentra concentrada en perseguir un “giro hacia el este”, por eso se unió en enero al fórum de los BRICS+, así como a la Organización de Cooperación de Shanghái. Con estas medidas trata de abrir nuevos mercados y evadir las sanciones estadounidenses y europeas.

La contra respuesta militar israelí tuvo lugar el 18 de abril. Aparentemente Israel disparó dos misiles desde aviones localizados cientos de kilómetros fuera del espacio aéreo iraní contra una base militar en Isfahán y otra en Tabriz en el centro de Irán, y lanzó drones desde dentro de ese país para confundir a los sistemas antiaéreos. Los drones eran quadcopters explosivos como los que han utilizados en otros ataques contra Irán. Siria anunció que también atacaron defensas aéreas en el sur de su territorio. Esta acción tampoco causó daños significativos, aparte de haber dado en una batería antiaérea situada en un sitio estratégico por la cercanía de las instalaciones nucleares de Natanz.

De esa manera Israel mostró su capacidad de golpear en lugares sensibles dentro del territorio iraní sin exponerse. Si bien puede Israel asumir que su respuesta fue una victoria, no era lo que pedían los aliados de extrema derecha de Netanyahu quienes exigían una respuesta masiva y devastadora. Sin embargo, Biden le recomendó al primer ministro que aceptara esa victoria y no hiciera más. Esto lo puso en un callejón sin salida ya que después de años de retórica belicista en contra de Irán, desaprovechó la oportunidad de probar su determinación. Mostrarse débil ante los extremistas y fanáticos en su gobierno puede ser muy costoso políticamente. Además de que su dependencia de las armas de Washington, algo que nunca fue un secreto, puede ser usada en su contra en las luchas de poder internas. Netanyahu ha tratado en numerosas ocasiones de arrastrar a Estados Unidos a una guerra contra Irán, si algún día lo logra ese será su mayor triunfo. En esta ocasión volvió a fracasar. Habrá que ver las repercusiones que esto tendrá en un líder que necesita la guerra para sobrevivir políticamente y tal vez para poderse mantener fuera de la cárcel.

Los únicos perdedores

Para terminar, es increíble considerar que ante el bombardeo iraní varias potencias mundiales y por lo menos un país árabe salieron a impedir que las bombas cayeran en Israel, mientras que docenas de miles de toneladas de explosivos han caído y siguen cayendo sobre Gaza y ninguno de ellos en seis meses de genocidio ha sentido motivación alguna por intervenir, detener tan sólo una bomba, proteger a las víctimas o aminorar de alguna forma el sufrimiento del pueblo palestino. Es difícil saber quién gana y quién pierde una guerra, pero definitivamente los palestinos siempre pierden ante la negligencia, racismo y complicidad del mundo.

Escritor, analista y periodista

23 de mayo de 2024