Diputada Juana María Juárez
Hablar de Xochimilco es hablar de la raíz viva de nuestra historia, de un territorio que no solo conserva su belleza natural y riqueza cultural, sino también la memoria profunda de un pueblo que floreció mucho antes de la llegada de los españoles. Xochimilco, que en náhuatl significa “en el campo de flores”, es uno de los lugares más emblemáticos de la Ciudad de México y de toda Mesoamérica por su origen milenario, su sabiduría agrícola y la resistencia de su gente.
Desde tiempos prehispánicos, Xochimilco fue una región estratégica por sus condiciones geográficas y su sistema lacustre. Las chinampas, esas islas artificiales construidas con técnica ancestral sobre el lago, fueron un modelo de agricultura sustentable que abasteció de alimento a los grandes centros urbanos del altépetl mexica, incluyendo a Tenochtitlan. Esta ingeniería agroecológica no solo garantizó el sustento de sus habitantes, sino que convirtió a Xochimilco en un pilar económico de la región. La habilidad de sus pobladores para dominar el agua, cultivar flores, hortalizas y maíz, y mantener un equilibrio con la naturaleza, es una muestra de su avanzada organización social y de su profundo conocimiento del entorno.
La vida en Xochimilco siempre ha estado marcada por el trabajo colectivo, por el respeto a la tierra y por una espiritualidad ligada al agua, a los cerros, a las flores y a los ciclos de la vida. Esa cosmovisión perdura en cada celebración, en cada trajinera que cruza los canales, en cada ofrenda colocada en honor a los santos patronos y a la Madre Tierra. Pero más allá del colorido que nos representa ante el mundo, Xochimilco es un ejemplo de identidad, de resistencia y de dignidad de los pueblos originarios que aún luchan por conservar sus usos y costumbres frente al avance de la urbanización.
En esa historia de resistencia y permanencia, las mujeres xochimilcas han sido y siguen siendo protagonistas. Desde la época prehispánica, desempeñaron roles fundamentales en la agricultura, el intercambio comercial en los tianguis, la transmisión del conocimiento medicinal y el resguardo de las tradiciones. Hoy, son ellas quienes mantienen vivas las costumbres, quienes organizan las fiestas patronales, quienes enseñan náhuatl a las nuevas generaciones y quienes defienden el territorio frente a los megaproyectos que amenazan la tierra y el agua.
La mujer en Xochimilco es símbolo del trabajo, de la dignidad y de fortaleza que, desde tiempos ancestrales, han recorrido con flores al hombro los caminos del mercado, las veredas de los pueblos y las calles de la ciudad. Su imagen nos recuerda que sin ellas, Xochimilco no florecería.
Como representante popular y mujer de Xochimilco, me enorgullece levantar la voz por nuestra historia, por nuestras mujeres y por nuestro futuro. Mi compromiso es con la memoria viva de nuestros ancestros, con la defensa del patrimonio biocultural que heredamos y con la dignidad de las mujeres que, día a día, sostienen el alma de Xochimilco. Que nunca más se nos vea solamente como paisaje turístico, sino como lo que somos: un pueblo originario con derechos, con sabiduría y con voz propia.





