Que veinte meses no es nada.  De la “nueva normalidad” a la “realidad gaseosa”
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Que veinte meses no es nada. De la “nueva normalidad” a la “realidad gaseosa”

Tanius Karam*

Desde que inició la pandemia a la fecha, han pasado 20 meses, que por momentos parecen años. La cronología ha sido tan rápida como inesperada: En febrero de 2020 se registró en México el primer caso de COVID.  El 11 de marzo 2020 la OMS dicta declaratoria de pandemia. A fines del mes siguiente se decretó el confinamiento cuyo principal punto fue cuando todo el sistema educativo suspendió actividades presenciales a partir del 20 de marzo; tres días después comienza la denominada jornada de “sana distancia”; abril del 2020 declaratoria fase 3 de emergencia.

En mayo 2020 comenzó a barajarse un plan de “nuevo normalidad” y se declaró un plan para gestionarla a partir del 1 de junio. En noviembre se superó el millón de casos en México y 100 mil muertes. Tras intento de regresar el 18 de diciembre se volvió activar el “semáforo rojo”, recurso muy polémico que ha devenido en indicador gelatinoso y poco claro que ha llevado a traslapes de declaraciones entre funcionarios.

A finales de diciembre llegaron las primeras vacunas a México; un mes después, ya en enero 2021 el Presidente anunció que se contagió de COVID. Tras haberse iniciado en diciembre la aplicación de vacunas a personal de salud, en enero comenzó para población civil, adultos mayores. En febrero 2021 se alcanzaron los 2 millones de infectados y también en ese mes se contagió de COVID, el polémico subsecretario de salud López Gatell.

López Gatell

A veinte meses (febrero 2020- agosto 2021) prosiguen las temáticas y asuntos públicos a atender: nuevas variantes; la estandarización del mercado internacional de vacunas; el atraso en el proceso de vacunación; la discusión respecto por ejemplo a vacunas que ha adquirido el gobierno mexicano (como la Cansino) que no han resuelto todos los estándares de optimización; las adaptaciones a la “nueva normalidad”, las estrategias diferenciadas en cada país, y en el caso de México, la discusión pública respecto al regreso —siempre sobrepuesto el adjetivo “seguro”— a clases.

Como todo sucede que conmociona a la sociedad (lo ha sido de guerras, otras pandemias), se obliga a un corte que marca antes o después, que a veces adquieren apelativo como “guerra fría”, algo así como <una-guerra-sin-serlo>.

La diferencia en el caso COVID no es tanto el virus o la pandemia, como el contexto de una sociedad globalizada, sobre-tecnologizada, con enormes flujos de circulación y last but not least, sobre-comunicada que tiene su doble valencia: positiva en cuanto acceso, cantidad, recursos y medios para saber mucho de muchas cosas de forma rápida, multimedial y de manera interconectada con otras personas; y su valencia negativa: fake-news, fácil manipulación de audio, imagen, texto, diseño, nuevas maneras de alterar las cosas para generar efectos especiales, a veces agrupado en el neologismo de “info-demia” que ha llevado de hecho a instituciones, twitteros y al responsable de medios públicos del país, el conocido analista Jenaro Villamil a alertar, y denunciar casos de noticias falsas que son asestados por muy diversos tipos de actores, en el caso nacional entre otros, enemigos políticos del actual régimen.

Fake-news

Los conceptos de “verdad”, “identidad” y ahora “normalidad” encantan al analista de la comunicación porque a través de su estudio en las prácticas discursiva se naturaliza una visión del mundo, y sobre todo se ofrecen recursos expresivos para dar fundamento a su construcción. Hace algunas décadas pululaban en las conversaciones académicas el concepto de “ideología” que en resumen era el medio de un grupo de opinión, de poder o de interés por “legitimar”, “validar” y “naturalizar” una visión de las cosas; dicho recurso suponía usar nociones “identidad”, “realidad”, “verdad” que al tener un espectro semántico altísimo, poseen una promesa referencial de estabilidad y totalidad que generalmente gusta al poder.

Con todo lo atroz y descolocador de la pandemia, de sus usos e intentos desaforados por parte de administradores, políticos, instituciones y sistemas de control, para manejar los hechos, las informaciones y el “control de daños”, la pandemia ha sido un laboratorio donde podemos analizar los recursos comunicativos de distintas sociedades en sus esfuerzos por controlar lo imprevisible y lo limitados de nuestras instituciones

Los grados entre la realidad y la ficción

De los efectos socio-culturales que ha traído la pandemia está la de una colección muy diversa de relatos, historias, mitos y anécdotas que van de lo trágico a lo heroico, de lo desalentador y limitado de nuestras estructuras sanitarias, a actos muchas veces que reflejan lo mejor como personas, profesionistas o sociedad en su conjunto.

Imposible dejar de pensar en algunas películas que en nada rivalizan a lo que hemos vivido en estos 20 meses. En películas hemos vistos esos escenarios apocalípticos donde  prolifera el desorden y el caos.  Podemos recordar la clásica Outbreak (1995) con un gran elenco, entre otros Dustin Hoffman y Morgan Freeman, donde un virus lejano pone en jaque a la humanidad entera; mismo patrón que sigue en cintas como Contagio (2011), Paciente cero (2018) entre muchas otras. En estas películas se observa —como corresponde a cualquier género o subgénero— regularidades de una narrativa que funcionan exitosamente en el mundo del espectáculo: el origen casi incidental de un hecho que pone en jaque a todo el grupo humano; los héroes o heroínas voluntarios e involuntarios; el científico o el político que pueden moverse desde un sentido más utilitario/pragmática a otro más humano (esto se ejemplifica claramente en Outbreak con los papeles que representan Freeman —quien hace las veces del “militan bueno”— y el también experimentado actor Donald Sutherland —su contraparte narrativa).

Paciente cero

         Siempre después de un incidente de esta naturaleza, en las películas parece llegar rápidamente la “normalidad” lo que no parece sea el caso en nuestra realidad. Es cierto que ahora al hablar de “normalidad”, se establece un tipo de corte entre antes-después de la pandemia y del COVID, que como una especie de atmósfera para que quedara entre nosotros no solo en su aprendizaje cultural sino una especie de recordatorio, presencia latente que nos recuerda lo mejor y lo peor de nosotros como grupo y sociedad.

Esta tensión entre normal y realidad es algo que fascina al mundo del entretenimiento y el espectáculo, como si fuera parte de un deporte el borrar las huellas de ficciones para hacer-creer al espectador que aquello que ve es real, es una fotografía de cómo sucedieron los hechos y por tanto el espectáculo no es una representación artificial, sino una imagen de cómo sucedieron los hechos. Esos juegos entre la ficción y la realidad son sin duda un objeto de estudio muy importante. A propósito del origen de la literatura en América Latina, el Nobel García Márquez decía que a veces el papel de la ficción no es inventar un mundo, sino hacer creíble la realidad de suyo fantástica, inesperada y maravillosa.

Sobre estas trasposiciones, traslapes, dobleces, “mentiras a medias” o ficción deliberada hemos escrito a propósito de las narrativas audiovisuales del narcotráfico, donde los juegos del hacer-creer, hacer-parecer mantienen entretenido hasta al hartazgo a cualquier usuario de servicios de streaming o el televidente que atribuye valor de valor a lo que pasa frente a la pantalla, y lo último que piensa en corroborar o comparar la información porque lo que quiere no es saber o conocer, sino entretenerse o distraerse. Si bien el tema demanda más espacio, a manera de hipótesis proponemos tres macro-niveles niveles de representación de la realidad —algo así como “tipos ideales” a la Weber—en el caso de lo que hemos visto de la pandemia y de sus relatos.

De un lado tenemos una cierta explicación pret-a-porter del poder en turno, en el país en turno. Este es el discurso de la doxa” del poder en turno, de la “verdad oficial”. Hace uso meses (Cf. “Funciones comunicativas y altibajos discursivos…” en Sintaxis 19, pp.15-34) intentamos usar el viejo modelo comunicativo de Roman Jakobson y sus célebres funciones del lenguaje en la comunicación para comenzar un intento de agrupación del flujo inmenso de discursos que van de discursos oficiales hasta memes, de consejos para la salud hasta las más diversas motivacionales del tipo “junto-sí-podremos”.

En todo caso proponemos como primer micro-universo discursivo, una especie de “piso semántico” del cual partir, el argumento de la autoridad formal puede tener variantes: la propiamente político-partidista (a favor y en contra de las decisiones oficiales), la de la autoridad de salud y la científica (o de “expertos”) a veces confundida con la segunda, pero que son dos planos distintos. Sobra decir que no hay continuidad ni homogeneidad y más que un discurso del control, lo parece de la gestión del descontrol con altibajos, contradicciones y también con posibles aciertos que pueden desdibujarse en un entorno tan incierto y con sentimientos muy encontrados. En el caso mexicano tenemos las “mañaneras” y los cientos de conferencias de López Gatell, que ha pasado por todos los estados de relación con la verdad: desde la certidumbre hasta la incredulidad pasando por cierto hartazgo.

Del otro polo semántico tenemos un segundo tipo, una especie de discurso que podemos nombrar de la “conspiración” y que sobre todo intenta buscar explicaciones totales y radicales a fenómenos complejos. La conjura más que “verdadera” es “performativa”, es decir, genera efectos en la creencia de una explicación con redes ocultas, misteriosos propósitos y subrepticios poderes (o no tanto). Los relatos de la conjura no son formulados a propósito de dar información sino de ofrecer una impresión de explicación integral, más o menos sencilla de comprender y con algo de espectacularidad a través de sobreponer o subrayar algunos rasgos o componentes que son llevados al extremo.

En todo caso la “conjura” funciona como un intento de compresión, que de hecho no solamente es a propósito de la pandemia, sino de grandes hechos históricos o situaciones. La literatura al respecto es vastísima y atribuye a poderes específicos un control omnímodo sobre el mundo.

Finalmente, quizá el menos evidente de estos macro-niveles que presentamos, apelamos a un rango cívico, o ciudadano y que representa la reacción, interpretación o elaboración que realizan distintos sectores de la sociedad civil. Aquí vemos un primer componente emocional y sentimental, que no niega su azoro ante los hechos, formula quejas contra la improvisación y hace demandas particulares o específicas. Ahí emergen las formas de resistencia, de autoprotección y pueden generar cadenas alternas de información. Y cabe no sobrevalorar o ensalzar ingenuamente los “discursos cívicos”, porque aquí también opera eso que Carlos Scolari ha llamado en Cultura snack (2020) la “sociedad gaseosa” y tiene entre muchos rasgos brevedad, fugacidad, fragmentación, remixabilidad, infoxicación, lo cual va siendo parte de la cultura popular y de los lenguajes usados por cualquier usuario de alguna pantalla (celular, videojuego, servicio de streaming, tableta).

Scolari quien es autor del blog Hipermediaciones.com propone superar la hipótesis de la sociedad líquida de uso recurrente por más de 20 años, y ahora —siguiendo  con la tradición de metáforas físicas— apela a la “sociedad gaseosa” propia de una nueva ecología mediática que se exacerba cuanto más autocontenido es el consumo de información, que físicamente queda enmarcado en el espacio privado, inmediato, íntimo en la  vida del sujeto.

Nuestra vida se ha vuelto más “compleja” en el sentido cibernético del término: más in-formada, más inter-conectada, más multi-mediada, más hiper-textualizada, más narrativizada. La metáfora socio-cultural “líquida” es desplazada ahora por la “gaseosa”: millones de moléculas que parecen enloquecidas chocando y rebotando a la manera de esos millones de mensajes que recibimos y enviamos diariamente y son parte de nuestra vida paralela, la del mundo online, de una intermitencia voraz entre lo que hacemos en la calle, en el teletrabajo, en la complicada intimidad doméstica, con lo que miramos en el celular o abrimos en una de las decenas de “pestañas” de nuestra desktop.

Información ya no es conocimiento, ni certeza, ni realidad. Hace tiempo hemos roto aquél viejo aforismo “una imagen dice más que mil palabras”; ahora sabemos que una imagen, o muchas, pueden mentir más que las palabras. Lo que vemos o escuchamos no son signos diáfanos de lo que sucede afuera, sino que es parte de una gran cadena de datos que el sujeto tiene que recomponer para darle un sentido y hacer de ello algo útil en su construcción del mundo. La neurología nos ha enseñado que el concepto de realidad es un conjunto de operaciones cerebrales gracias a las cuales esa mega-computadora personal que es nuestro cerebro recoge, integra y organiza millones de estímulos para dar la sensación de “yo”, “realidad”, “hoy”. Una pequeña alteración en cualquier parte del cerebro puede alterar esa maravillosa sensación del “aquí”, del “hoy”, del “ahora” que cada segundo nos regala el sistema neurológico y nos permite convivir y compartir con quienes queremos.

La “nueva normalidad”, se abre en muchos derroteros, algunos de ellos no superados cuando el COVID ha dejado secuelas que serán imborrables o alteraciones que aun cuando ya no se tenga el virus, éste ha generado daños a veces irreversibles en algunos órganos del cuerpo. En todo caso esta pandemia vino a recordarnos suponer vivir en mundo tecnologizado pero muy asimétrico; global pero aun con bastiones de tremenda diferencia entre países. La naturaleza existe como totalidad que por momentos puede ser incontrolable, y no hablamos de huracanes o terremotos, sino de fenómenos microscópicos que tienen la capacidad de desquiciarnos.

Esta “nueva normalidad” nos ha recordado lo frágil de nuestras instituciones —aun en los países más desarrollados—, y nos pasa una serie facturas —a unos países más que otros— de las consecuencias terribles cuando se desatiende el derecho universal a una salud digna, gratuita, pública y de calidad. En realidad, la “mejor cara” de la “nueva normalidad”, supone no olvidar los retos de una nueva sociabilidad donde solo podrá salvarnos el aprender y fortalecer nuestro sentido de cooperación, solidaridad, altruismo y madurar nuestra inteligencia social que aun en medio de las cosas más atroces, aprendamos a sacar lo mejor de especie y lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra evolución.

*Catedrático y analista.

6 de octubre de 2021