Manuel Tejeda Reyes
En política hay dos maneras distintas de actuar frente al jefe y al poderoso: la primera es buscar proximidad, confianza; estar al pendiente de sus gustos, requerimientos y hasta de sus pensamientos para tratar de atenderlos y llegar a decir a todo que sí e incluso ser lo más abyecto posible, a tal punto que se logre la mimetización con quien manda.
La otra forma es manifestar independencia, dando puntos de vista genuinos, aunque éstos puedan resultar incómodos; buscando que sea la fuerza de los razonamientos propios y no sólo aquellos que sean los más parecidos o iguales a los del mandamás -los que terminan imponiéndose a la hora de tomar decisiones-, aunque eso pueda desgarrar la frágil persistencia de las simpatías.
En la lucha por alcanzar la candidatura del partido en el gobierno a la Presidencia de la República, Claudia Sheinbaum ha optado por comportarse conforme a los lineamientos de la primera de las alternativas. Ha buscado ser la consentida del profesor, la más aplicada de la clase; la que lleva siempre las tareas; la que saca diez en todo y siempre e incluso, con tal de agradar al maestro, la que acusa a sus compañeros si cometen alguna travesura.
Marcelo Ebrard, sabedor de que no es el niño consentido del líder y que tiene el estigma de la caída de la Línea 12 del Metro, se mueve sin confrontarse y está apostando por convertirse en la segunda alternativa, en la menos mala de las opciones, en la figura emergente en caso de que la primera opción no cuaje. Por su parte, Adán Augusto López quiere ser la nueva ramificación del árbol del obradorismo; el otro tabasqueño que habla igual, hace pausas igual y que quiere y admira al “pueblo bueno” igual que López Obrador. Hasta ahí las tres “corcholatas” del oficialismo.
En el otro extremo, actuando de manera diametralmente opuesta a la de sus hasta ahora correligionarios, está el senador Ricardo Monreal, a quien el Presidente ni menciona ni considera entre sus “corcholatas”. El líder de la mayoría de Morena en el Senado apuesta por convertirse en la otra alternativa, en la presencia incómoda, en el aspirante por derecho propio al proyecto de ser el próximo Presidente.
Y es que mientras la jefa de Gobierno de la Ciudad de México y los secretarios de Relaciones Exteriores y de Gobernación han optado por no confrontarse y por ser obedientes para así ganar el favor del poderoso y alcanzar la herencia, Ricardo Monreal, sabedor de que su nombre no está en ese testamento, decidió disputar abiertamente la candidatura. Lo primero que puede pensarse frente a una decisión de esta naturaleza es que el senador no tiene ninguna oportunidad; que en un partido como Morena la única candidatura factible es la que el Presidente determine. Sin embargo, si Ricardo Monreal quiere ser el sucesor de López Obrador, ciertamente no tiene de otra que lanzarse a luchar por ganar una contienda interna en la que está en clara desventaja.
Y creo que la irrupción del legislador zacatecano en la discusión sobre los presidenciables de Morena ha sido por demás positiva, ya que gracias a su presencia dejamos de hablar sólo de quién de entre las “corcholatas” goza de mayor popularidad; quién tiene más y mejores atributos personales; quién es el ganador del premio al más obradorista o incluso; quién sería el seguro continuador -o la segura continuadora- del proyecto del Presidente.
Eso es bueno porque sin la presencia del senador Monreal, seguramente que en las próximas semanas y en los siguientes meses, la lucha política rumbo al proceso electoral del año 2024 -que visto el estado que guarda la oposición es muy factible que se vaya a decidir dentro de los cuadros políticos del oficialismo- iba a ocurrir únicamente en grillas palaciegas, exhibiciones en redes sociales, trascendidos y filtraciones de prensa, golpes bajos, mítines y reuniones en las cuales lo único que se disputaría es si lo que se escuchó con más sonoridad fue el grito de “presidente” o “presidenta” o quién de entre las “corcholatas” recibió más o menos aplausos, así como luchas intensas para ver quién moviliza más “simpatizantes”, o quién reúne más espectaculares.
Hasta ahora las “corcholatas” no pintan para tener algún debate sobre los programas de gobierno que pensarían implementar si alcanzaran la Presidencia y cómo vislumbran el futuro del país. Entre ellos no parece que vaya a tener lugar alguna discusión sustantiva sobre los muchos y variados problemas nacionales.
En este contexto, Monreal tomó una decisión inteligente al lanzar su “Proyecto de nación”, que aborda diversos temas complejos y sus propuestas de solución. La presentación en distintos foros y en varias ciudades del país, seguramente le dará cierta presencia política dentro de su partido y principalmente fuera de él –por ejemplo, en Movimiento Ciudadano, en el PRI o el PAN-, a un aspirante presidencial que camina por la libre y que quierecortejar afuera y presionar adentro. En todo caso, con independencia de la discusión sobre las propuestas de Monreal, la iniciativa que tomó es sana para fortalecer el debate público y la reflexión democrática, máxime que los otros posibles contendientes en Morena no parece que vayan a hacer algo semejante.
Y en otro lance político y jurídico en el que se tensó de nueva cuenta su relación con el gobierno federal, pero que le dio notoriedad en su lucha por ser candidato presidencial, Ricardo Monreal emitió su voto sobre adscribir a la Guardia Nacional en la Secretaría de la Defensa Nacional.
La abierta contradicción entre su encargo como coordinador de la fracción parlamentaria de Morena en el Senado, cuyos integrantes no dudaban en acompañar el voto mayoritario de sus correligionarios en la Cámara de Diputados a favor de iniciativas que contradicen lo dispuesto por la Constitución, con su certeza de jurista respecto a la inconstitucionalidad de la minuta que remitía esas iniciativas del Presidente López Obrador, precisamente en la forma que a él le gusta, es decir, sin moverle ni una coma, terminó resolviéndose con la abstención y con un documento en el cual el presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado expuso las razones de su voto particular.
La reacción del Ejecutivo no se hizo esperar; al día siguiente, precisamente en la tierra del legislador, Zacatecas, y en presencia de su hermano el gobernador, el Presidente Andrés Manuel López Obrador abiertamente lo señaló por acreditar con su actuación “la falsedad, la hipocresía y la politiquería del conservadurismo de México”. Ese fue el pistoletazo de salida, porque las inusuales y extremadamente duras palabras del Presidente se transformaron en un irreflexivo río de manifestaciones más que viles contra el senador, repetidas y vueltas a repetir en medios de comunicación y en redes sociales. Monreal se manifestó respecto del embate con otro documento donde explica las razones que sustentaron su abstención.
Y es que tampoco hay vuelta de hoja, el único camino jurídicamente posible, la única ruta sujeta a la Constitución para que sea efectivamente factible que la Guardia Nacional quede adscrita a la Secretaría de la Defensa, es reformar el artículo 21 de nuestra máxima norma. Quiero manifestar a quien se tome la molestia de leer este texto que aquí el tema no es si se está a favor o en contra de que los miembros del Ejército realicen tareas de seguridad pública; ni se trata de estar políticamente a favor o en contra de las acciones del gobierno federal; tampoco es una cuestión de politiquería ni es un tema de conservadurismo, sino de estar a favor o en contra de lo que expresamente refiere la Constitución.
En otras palabras, el asunto es si se va a tomar la Constitución en serio o no. Reconozco que Ricardo Monreal, al abstenerse de votar a favor de la aprobación de leyes contrarias a la Constitución, considerando su posición de líder de la mayoría en el Senado, puso en riesgo su cargo. Y para mí no pasa inadvertido que con independencia de la variada y dilatada actividad pública que ha tenido el hoy legislador Ricardo Monreal, en este caso, al tomar el camino correcto de la Constitución en una muy difícil decisión, solamente por su posición política y no por la dificultad del caso que se puso a consideración de los senadores, nos mostró cuál es la ruta que se debe seguir ante una disyuntiva similar, dado que esquivó con mesura e inteligencia las trampas de la política y al mismo tiempo respetó la Constitución.
La próxima batalla, al momento en el que escribo estas líneas, será la aprobación o no de la iniciativa del PRI para reformar un artículo transitorio de la Constitución y así permitir el acompañamiento militar a la Guardia Nacional, hasta el año 2028, en las tareas de seguridad pública, misma iniciativa que presentó una legisladora cercana a Alito Moreno, al parecer a cambio de dotar de impunidad a este último e impresentable personaje y que también salió de la Cámara de Diputados rápido y sin cambiar ni una coma.
Todo indica que su paso por el Senado no será un simple trámite. Monreal ya mandó el mensaje de que tiene dudas sobre si alcanzarán el número de votos suficientes para obtener la mayoría calificada y así aprobar la iniciativa y también dejó en claro que no bastan los votos de las bancadas de Morena y sus aliados, porque para sacar adelante la pretensión presidencial se necesitan al menos los votos de 10 senadores de oposición. Hoy, el único morenista que tiene puentes tendidos con la oposición es precisamente Ricardo Monreal. El secretario de Gobernación, Adán Augusto López, en su interés de seguir siendo “corcholata”, los dinamitó.
Monreal puede o no gustar, pero no se le puede regatear que es esforzado y habilidoso, y frente a las necesidades actuales del Ejecutivo lo cierto es que tiene hoy una posición de privilegio para tratar con la oposición, postura que no tiene nadie más. No percibo, en este momento, que eso le vaya a resultar suficiente para ser el candidato del Presidente y por lo tanto de su partido, pero lo cierto es que es actualmente es el único de los cuatro precandidatos de Morena que tiene algo diferente que decir, que tiene opiniones fundadas y discordantes del coro oficial, con el añadido de que pesan por los argumentos que contienen. Los otros tres precandidatos, las “corcholatas”, sólo están para medir lo fuerte o débil de los aplausos que reciben, para decir que les da mucha alegría ver y oír el apoyo que les brindan y lo primordial, para enaltecer al Presidente.