La derrota demócrata en tiempos de genocidio; Kamala Harris y la ausencia de mensaje
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La derrota demócrata en tiempos de genocidio; Kamala Harris y la ausencia de mensaje

Naief Yehya

Nueva York.- En los círculos liberales de las redes sociales (específicamente en el Twitter -X- demócrata) la respuesta a la elección de Donald Trump a la presidencia no se hizo esperar. A minutos de declararse el resultado, numerosos apasionados votantes del Partido Demócrata saltaron a sus cuentas en redes sociales para culpar e insultar a los árabes americanos, a los latinos, a los negros y a todos los demás que calificaron de traidores e idiotas por no votar por su candidata. 

Frases como:  -“Ojalá que ahora sí conviertan a Gaza en un estacionamiento” -“Espero que los deporten a todos” se repitieron con variantes cientos o miles de veces. El salto de rabia que dieron estos demócratas de su usual postura de supuesta tolerancia, ideales igualitarios e incluyentes al franco racismo y la soberbia de la supremacía “nativista” y blanca sorprendió poco y fue en gran medida ignorada por los medios masivos. 

El hecho es que el liderazgo del Partido Demócrata cree merecer el voto cautivo de los trabajadores y de los grupos minoritarios. Cualquier desviación es inaceptable, aunque el partido haya abandonado a esos grupos hace años y se conforme con lanzar declaraciones vacías y amenazas de cuando en cuando mientras las relaciones laborales, raciales y las políticas género están dirigidas cada vez más hacia la derecha.

Es evidente que los principales obstáculos para que Harris triunfara fueron que tan sólo tuvo 103 días para hacer campaña, mientras que Trump hizo la suya durante cuatro años de forma ininterrumpida. Además, ella vino a representar ante los ojos de los votantes frustrados todo lo que veían como fracasos, ambigüedades y políticas impopulares del régimen actual.  

Obviamente, a esto hay que añadir el hecho de que la candidata es negra de origen indio, lo cual por sí mismo ya representaba un obstáculo con ciertos votantes en un país profundamente racista. Sin embargo, no debemos olvidar que Obama ganó dos veces la presidencia de manera contundente y que numerosos hombres y mujeres de color ocupan cargos de elección popular desde hace décadas. 

Realmente es demasiado simplista creer que Harris fue rechazada únicamente por ser mujer de color. Así mismo es imposible explicar con dogmas que un criminal convicto, que ha mostrado infinidad de veces su racismo, ignorancia y que emplea la presidencia para su enriquecimiento personal y sus vendettas.  

Kamala se convirtió en candidata de forma inesperada por el mero designio del real poder del partido (Nancy Pelosi, los Clinton, los Obama y operadores como Jim Clyburn y Chuck Shumer), quienes empujaron a un obviamente decrépito presidente Joe Biden a retirarse, después del arranque de pánico que les provocó verlo exhibirse en el debate contra Trump. 

Harris, quien en la elección primaria de 2020 fue la primera candidata en eliminarse debido a su nulo carisma, pobrísima plataforma e incapacidad de conectar con los votantes, fue recompensaba por Biden (a quien en un debate acusó de racismo) con el puesto de vicepresidenta. Biden la eligió como han hecho otros presidentes por ser un personaje con cierto carisma pero más bien gris que no le haría sombra.  

El otro lastre enorme que acarreaba Harris era precisamente el legado de Biden, un presidente que en gran medida triunfó en la elección anterior contra Trump por el rechazo popular contra la reelección de Trump pero también por seguir las recomendaciones de reformas sociales que impulsó Bernie Sanders, al respecto de extender los beneficios de la seguridad social, perdonar la deuda estudiantil, aumentar salarios, considerar el cambio climático, proteger los recursos naturales y otras causas progresistas. 

Sin embargo, como suele suceder, Biden fue “corrigiendo a la derecha” primero al resignarse a no poder cumplir con sus promesas más ambiciosas culpando al Congreso y luego debido a la invasión rusa de Ucrania, para la cual destinó miles de millones de dólares en armas. Pero el giro decisivo, con el cual perdió gran parte del voto progresista, estudiantil, árabe estadounidense y musulmán fue al dar su apoyo incondicional al genocidio que Israel está cometiendo en Gaza.  

Cuando Harris tuvo la oportunidad de cambiar de curso ofreciendo medidas concretas, por lo menos para alivianar la catástrofe humanitaria o restringir el envío de armas, optó por seguir la línea de su jefe aun cuando esas políticas violan directamente la legislación estadounidense (La ley de asistencia exterior, Ley de Control de Exportaciones de Armas, La Ley de Crímenes de Guerra de Estados Unidos, La Ley Leahy y La Ley de Implementación de la Convención sobre el Genocidio).  

Su negativa a exigir un cese al fuego o dejar de armar a Israel con miles de millones de dólares (hasta ahora se han enviado desde el 7 de octubre de 2023 cerca de 20 mil millones de dólares en “asistencia de seguridad) o a llevar a cabo investigaciones serias acerca de la brutalidad maniaca del ataque y la campaña de exterminio sistemático (destrucción de hospitales, de plantas de purificación de agua, de residencias, asesinato de reporteros y personal médico, así como impedir la entrada de alimentos, agua o medicinas) la convirtieron ante los ojos del mundo en una extensión del régimen despiadado de “Genocide Joe”.  

Cuando Kamala fue interrumpida en un mitin por gente que exigía un cese al fuego en Gaza los calló con un “Yo estoy hablando”. Entre sus seguidores el gesto fue popular por lo que lo repitió en otras ocasiones, como una actitud de “girl boss” o “niña jefa”, pero fue percibido como un insulto imperdonable por aquellos que no se toman un genocidio a la ligera. Por si no fuera suficiente oponerse a un genocidio por principio muchos de estos activistas habían perdido (y siguen perdiendo) familiares y amigos en la masacre de Gaza. 

¿Cómo es posible que Kamala y su equipo pensaran que semejante acto de desprecio pasara sin causar estragos? Es claro que Gaza no fue el único factor determinante pero un porcentaje considerable de votantes tomaron en cuenta la complicidad del régimen de Biden en el genocidio: 3.7% de los votantes de Pensilvania, Wisconsin y Míchigan suena a poco pero son 583,000 votos. Biden recibió el 69% del voto de Dearborn, Michigan (con una gran población de origen árabe) en 2020, Trump lo ganó ahora con 42% contra Harris que obtuvo apenas el 38%.  

En buena medida la derrota en la Casa Blanca, la pérdida del voto popular, del senado y del Congreso se debió a la desconfianza que proyectaba continuar con el programa económico de Biden, del cual Kamala dijo que no cambiaría nada. También fue relevante el rechazo popular en contra de la agenda de política de identidad de género y el “wokismo” (término despectivo con el que denominan a cualquier atisbo de crítica social) que muchos republicanos ven como una amenaza existencial.   

Fue completamente devastador que los demócratas perdieron todos los estados péndulo (swing states), es decir aquellos en disputa: Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, North Carolina, Pennsylvania y Wisconsin. Para que esto sucediera fue determinante la profunda arrogancia y menosprecio que los demócratas tenían por la campaña de Trump al no tomarla en serio. Así mismo, el hecho de que los medios masivos y los principales canales informativos (CNN, MSNBC) eran cada día más anti Trumpianos causó una resaca mediática que polarizó a la gente que se identifica con el movimiento MAGA (Make America Great Again).  

Los demócratas perdieron de vista nuevamente (y esta vez con un antecedente incuestionable como fue la derrota de Hillary Clinton) el alcance, poder de convencimiento y la resonancia del mensaje de su oponente. Kamala no se distanció de su jefe en nada significativo sino que optó por un programa político lleno de ambigüedades que trataba de favorecer aún más a las corporaciones mientras hablaba de su apoyo a las clases populares. 

Su reclamo fundamental eran los derechos reproductivos de la mujer, sin embargo cualquiera con memoria sabe que desde la era de Obama esos derechos hubieran podido ser convertidos en derechos inalienables. Así, sus promesas radicaban en tratar de recuperar algo del terreno perdido en las últimas administraciones, en particular con la eliminación de Roe vs. Wade que protegía el derecho al aborto en todo el país. Mientras que por el otro lado quería mostrar que sería un líder fuerte al prometer que tendría al “ejército más letal del mundo”. 

Millones de votantes demócratas tanto en estados republicanos como demócratas, pero especialmente en aquellos estados en disputa, simplemente optaron por no votar por ninguna de las dos pésimas opciones. Kamala perdió en esencia diez millones de votos con respecto a la última elección (71 millones contra 81 millones de Biden), mientras Trump obtuvo un poco más de un millón de votos más (76 millones contra 74.2 millones) así que más que Trump ganara en realidad perdió el Partido Demócrata. 

El Partido Verde y los demás candidatos alternativos apenas pudieron recuperar algunos de esos votos.  Tras la victoria de Trump en 2016, los demócratas salieron en las siguientes elecciones (2018, 2020 y 2022) a votar en masa para impedir que Trump se reeligiera y que impusiera a sus protegidos en diferentes puestos. En este caso reinó la desolación y la desesperanza y las bases no tenían la voluntad ni la confianza en que sus acciones tuvieran impacto alguno. 

Los demócratas han querido presentar esto como una irresponsabilidad, una idiotez o cobardía, no obstante fue una reacción natural y comprensible ante la falsa dicotomía entre: derechos de la mujer o genocidio.  Una de las estrategias más desafortunadas de Harris fue buscar el apoyo de republicanos prominentes antagónicos a Trump, de esa manera reclutó a numerosos políticos de derecha peleados con Trump pero carentes de apoyo popular y eventualmente terminó haciendo campaña con la exsenadora de extrema derecha Lynn Cheney, hija del vicepresidente de George W. Bush, quien también le ofreció su apoyo. 

Los Cheney son políticos con una trayectoria alarmante de apoyo a causas retrogradas en todos los dominios (todas las guerras recientes, uso de la tortura, políticas anti-LGBT y más), por lo que son objeto de un profundo repudio en el país (Cheney perdió su curul representando a Wyoming en el Congreso por manifestarse en contra de Trump y del ataque contra el Capitolio del 6 de enero) incluso entre sus excompañeros de partido. Cuesta trabajo entender qué quiso mostrar Kamala al pasearse con ese respaldo, Lynn Cheney llegó al Congreso únicamente con el apoyo del 39% de su partido. 

Prácticamente cualquier elemento en la agenda de la candidata a la presidencia representaba lo opuesto de la ideología de los Cheney. Con ese esfuerzo de incluir republicanos lo que se logró fue antagonizar a más progresistas.  Y el golpe final de las estrategias desesperadas fue lanzar un llamado a las mujeres republicanas para que votaran en secreto por ella y les mintieran a sus familiares, con la ilusión de que estas mujeres querían defender los derechos de la mujer. 

Habría que ver quién fue el genial estratega que pensó que esta idea no sería patética y mostraría la desesperación demócrata. El tema que Harris y su equipo quisieron proyectar era el del gozo y la alegría, para contrarrestar la sordidez del tema del resentimiento, represalia, la venganza y el rencor de Trump y su equipo. No obstante, los estadounidenses se acercan cada día con menor entusiasmo a la política y cada vez están más desilusionados por la política. 

La vicepresidenta creyó que su mensaje de “Defender la democracia” tendría impacto en el mundo post 6 de enero, pero definitivamente no fue así. Harris se enfocó en convocar celebridades del más alto nivel como Beyoncé, Taylor Swift, Jennifer López, Oprah y la plana mayor de Hollywood mientras se burlaban de las celebridades de medio pelo que arrastraba Trump.  Y el costo de una campaña con superestrellas internacionales se disparó, Harris dilapidó veinte mil millones de dólares y su campaña quedó en deuda por más de 20 millones de dólares tras este fracaso. 

La pasarela de la fama no sirvió para gran cosa ante la desbandada electoral. Más que alegría, convicción o fuerza la campaña se caracterizó por una ausencia de un mensaje claro y coherente. Esto era muy evidente ya que Kamala estaba siempre a la defensiva, teniendo que responder a las agresiones, cada vez más soeces, de Trump y su equipo. De esa manera el expresidente siempre controlaba los ciclos noticiosos con declaraciones estridentes y sus provocaciones en vez de alarmar o disuadir a sus seguidores eran carne roja para las fieras. 

 Harris se sentía obligada en reiterar que ella era capitalista, porque Trump no cesaba de acusarla de ser comunista y marxista, esto se traducía en que muchos la vieran como demasiado a la izquierda. Así mismo, su compulsiva necesidad de asegurar una y otra vez que lo más importante para ella era la seguridad de Israel no cambió la opinión de nadie y aunque ha apoyado sin crítica alguna al régimen sionista, su apartheid y al genocidio del pueblo palestino, mucha gente la consideraba enemiga de Israel e incluso antisemita. 

El simple hecho de no haberse presentado al Congreso cuando Netanyahu fue invitado a promover su propaganda genocida fue visto por mucho como un terrible abandono del principal aliado de Estados Unidos. Sin embargo, ese mismo día Kamala se encontró con el primer ministro israelí a quien le garantizó su más completo apoyo.  Ahora bien la cantaleta del Partido Demócrata ha sido y sigue siendo que “Las cosas se van a poner mucho peor con Trump”. 

En principio no hay duda de que Trump facilitará aún más los recursos y dará su apoyo sin la menor limitación al régimen genocida del ahora criminal perseguido por la Corte Penal Internacional (que lanzó su orden de arresto contra Netanyahu y su ex ministro de la defensa, Yoav Gallant).  El régimen trumpiano no concederá nada a la de por si modesta facción de legisladores que se oponen al genocidio, pero no olvidemos que Biden y Harris han hecho exactamente lo mismo, lanzando de cuando en cuando algún lamento hipócrita por el alto número de muertes civiles en Gaza y el Líbano. 

No hubo un solo día en que la situación mejorara en palestina desde el 7 de octubre, no cesaron los envíos de armas no se respetaron las “líneas rojas” que dictó el presidente, no se investigó un solo caso de crímenes contra la humanidad, ni siquiera cuando se trataba de víctimas de organismos humanitarios o de ciudadanos estadounidenses.  

Hoy el gobierno israelí anuncia sin el menor pudor que los palestinos no podrán regresar al norte de Gaza y se encuentran en una campaña de exterminio de la población restante en esa zona. Se ha hecho público el uso de la violación, que han reconocido muchas figuras públicas sionistas como una estrategia válida, y el mundo sigue ignorando la obviedad de la catástrofe y repiten el mantra de que esto no es un genocidio. Por supuesto que podemos imaginar que las cosas se pondrán peor pero entonces también debemos de redefinir el significado de la palabra “peor”.

Escritor, analista y periodista

17 de diciembre de 2024