La campaña de 2024 y la inmunidad a la mentira
Comunicación Política, Principales

La campaña de 2024 y la inmunidad a la mentira

Héctor Alejandro Quintanar

A inicios de marzo de 2024, en un conocido programa de análisis político en Televisa, uno de los participantes, Jorge Castañeda, dio un consejo gratuito a la alianza del PRIAN y a su candidata Xóchitl Gálvez. Les dijo que, si querían revertir la ventaja de Claudia Sheinbaum en las encuestas, la estrategia que había que seguir era go negative. O sea, hacer una campaña sucia, “pero sucia en serio”.

Ello significaba hacer mensajes “contra Claudia y también contra López Obrador” basados en “investigación de oposición, en chismes, con todo”. Como un director técnico marrullero que ordena a su defensa que entre al campo a fracturar la pierna del delantero estrella rival, el señor Castañeda expuso, con una sinceridad que más bien se llama cinismo, una degradación del discurso de campaña, donde se valiera “todo”.

Si bien el mensaje porril de Castañeda indigna, no sorprende. No sólo no es un mensaje nuevo, sino que se ancla en raíces añejas que, además, exponen coincidencias dignas de reflexión. El propio Jorge Castañeda, veinte años atrás, en mayo de 2004, declaró en uno de sus arrebatos de franqueza reveladora que a López Obrador, entonces Jefe de Gobierno, había que ganarle “por la buena o por la mala”. El llamado antidemocrático de Castañeda parecía ser escuchado por el entonces presidente Vicente Fox, que ese mismo mes perpetró la trampa autoritaria del desafuero contra el tabasqueño.

Así, a Castañeda se le puede acusar de sucio y antidemocrático, pero no de inconsistente, pues por veinte años ha mantenido una postura que, en realidad, es propia de un amplio sector de las derechas mexicanas: contra López Obrador, desde siempre, todo se vale, desde la turbiedad golpista en la política —como el desafuero y otras chicanas jurídicas desleales—, hasta la mentira y la agresión más cínicas en el discurso de campaña. Y también fuera de ella.

Resulta curioso también que Castañeda haya hecho la convocatoria a volver la campaña de Xóchitl Gálvez una pocilga en el mes de marzo de 2024. Justamente 18 años atrás, el 6 de marzo de 2006, dio inicio la que fue, hasta entonces, la campaña más sucia y deliberadamente violatoria de la ley electoral que se haya hecho en México.

La historia es conocida: el 19 de enero de 2006, cuando comenzó la competencia electoral de aquel año por la presidencia, el candidato del PAN, Felipe Calderón, iba diez puntos abajo en las encuestas frente a López Obrador. En ese arranque, el contenido de sus espots fue algo mentiroso, pero anodino, porque en ellos se exaltaban “las manos limpias” del panista (aunque en realidad estuvieran sucias por sus corruptelas en Banobras y en la SENER).

La ausencia de entusiasmo y la falta de eficacia de esta campaña hizo que en el equipo de Calderón se diera un giro radical en marzo: se despidió a Francisco Ortiz, su publicista, para darle prioridad a Juan Camilo Mouriño y Antonio Solá, quienes preconizaban una idea: sólo con una campaña sucia de golpeteo, abiertamente violatoria de la ley (que prohíbe tal tipo de propaganda), se lograría reventar la ventaja amplia del tabasqueño en las preferencias electorales.

La historia venidera también es conocida: el PAN emitió trece tipos de espots donde acusaron engaños cínicos contra López Obrador, a quien señalaron que “endeudó la Ciudad de México” (cuando en realidad la deuda se redujo en su sexenio), de estar vinculado a Hugo Chávez (pese a que la investigación del IFE declaró que eso era falso en 2008), de querer emplear deuda pública para programas de pensiones y, en otra serie de espots, de querer reelegirse y preconizar una guerra asimétrica en México.

Todo era mentira deliberada. Así lo plantearon en el “cuarto de guerra” calderonista: había que golpear a como diera lugar al adversario de la izquierda partidista. El problema es que esa inercia no concluyó en 2006, y se mantuvo vigente todo el sexenio calderonista, para así convertir a López Obrador en uno de los personajes más atacados —que no criticados— en la historia mexicana reciente.

Porque esa serie de mentiras no se limitó a campañas de espots pagadas por partidos que competían por la presidencia, sino que fue secundada —consciente o inconscientemente— en el discurso público por diversas voces del ecosistema mediático.

La inercia de golpeteo no tuvo fin. De 2006 a 2012, las calumnias contra el tabasqueño y el movimiento que lideraba persistieron: se le acusó en la prensa de tener responsabilidad en los ataques terroristas de Morelia en 2008; de haber financiado el plantón de Reforma con dinero del Sindicato Mexicano de Electricistas (años más tarde se cambiaría la versión por que fue Ebrard, y años más tarde, el narco… quizá en 2030 digan que fue Putin o Netanyahu).

Se le acusó de padecer diabetes (en el periódico La Crónica, bajo la pluma irresponsable de un tal Leopoldo Mendívil); y, en espots de nuevo ilegales financiados, otra vez, por el Consejo Coordinador Empresarial, se le comparó con Hitler, Mussolini, Pinochet y Victoriano Huerta, en el marco de la protesta legítima contra un intento de albazo legislativo a favor de la reforma energética privatizadora de Felipe Calderón, en abril de 2008.

Construir un compendio de las mentiras que se han dicho contra López Obrador, su movimiento y su entorno implicaría una hazaña biblio-hemerográfica que resultaría en una obra monumental de miles de páginas. De ahí que sólo se señale aquí que el año de 2006 resultó en un punto de inflexión donde por primera vez en la historia, una campaña política decidió centrar su discurso en ataques abiertos y mentirosos a un adversario.

Quizá en esa coyuntura el discurso mentiroso y agresivo tuvo relativo éxito. Pero a un costo muy alto: la maniqueización de la sociedad y la manipulación de un sector de personas capaces de creer las engañifas más grotescas. El corto plazo de esa estrategia sí ayudó a Calderón a disminuir su desventaja en encuestas contra AMLO, y con ello darle una coartada al fraude electoral cometido en el año 2006.

Pero el largo plazo de esa estrategia parece haber sido contraproducente. No salirse del guion contra López Obrador y su movimiento en 2012 y 2018, más que confirmar los prejuicios de las derechas, parece haber servido para hartar o indignar a los ciudadanos, testigos de dos sexenios —el de Calderón y Peña Nieto— protagonizados por la exacerbación de la violencia y de la corrupción respectivamente.

“¿Quién era el verdadero peligro para México?”, parecería ser la tesis con la cual un amplio sector de la población decidió interpretar la realidad política, cuyos hechos siempre tienen más peso que las campañas de espots negativos a la hora de pensar la situación de cada quien y, desde luego, tomar decisiones políticas.

Como fábula de “Pedro y el Lobo”, los grandes gritos de las derechas contra “el peligro para México” que era AMLO terminaron perdiendo la potencia aterrorizante de 2006. Y no sólo eso, a la luz de las matanzas perpetradas en el sexenio calderonista, o crímenes como la “Casa Blanca” y desfalcos en Pemex en el sexenio de Peña, se puede decir que más bien el PRIAN, cuando usaba el mote de “peligro para México”, más que atacar a un adversario, hacía su autodescripción.

La llegada de 2018 y el tsunami de 30 millones de votos debió ser un llamado de atención para esas derechas. La popularidad sostenida que ha gozado el presidente desde entonces, debió darles un alto en el camino para repensar estrategias. Pero anclados al “por la buena o por la mala” de Castañeda, decidieron porfiar en el mismo discurso, con más autoengaño de su eficacia que resultados reales.

Y ahora, con un agravante. Si contra López Obrador se predijo que si fuera Presidente, el dólar llegaría a los cuarenta pesos (como especuló Sánchez Susarrey en 2006); o que se iba a reelegir, como auguró el señor Enrique Krauze en su libelo El mesías tropical de 2006; o que iba a pelearse con el gobierno estadunidense, o que iba a aumentar la crisis económica, o que iba a obligarnos a aprender ruso en las escuelas… y todo quedó en meras bravatas absurdas, emitidas por personajes que en            vez de ganar adeptos perdieron credibilidad.

En fin, para el ciudadano de a pie, que ve no sólo aumentado su salario, sino que el peso se fortaleció como no lo hacía en décadas; o para el votante común que observa que AMLO nunca se reeligió como auguraron sus malquerientes; esas mentiras cínicas se convirtieron ya no es un molesto estribillo de gente enceguecida —o envilecida—, sino en un aliciente para simpatizar aún más con el político que fue acusado de todas las taras apocalípticas posibles y no se cumplió ninguna.

Quizá ahí entrañe una paradoja. Como un cuerpo que se inmuniza ante virus dañinos, a fuerza de conocerlos muy bien y por largo tiempo, la sociedad mexicana parece haber quedado curada de espanto ante cierto discurso público que hoy sigue siendo protagónico en el PRIAN.

No es que haya una lealtad o fe ciegas por el Presidente López Obrador, sino que existe un válido escepticismo, o por lo menos una intención de matiz, cada vez que sus detractores de nuevo le imputan a él, o al partido que lo aupó, alguna acusación desternillante. Como el niño de la fábula que gritaba contra el lobo, la hoy oposición quemó sus naves alertando contra un peligro que nunca fue tal. Como el poema de Sor Juana, procedieron con “el denuedo y parecer loco, del niño que puso el coco, y luego le tuvo miedo”.

Probablemente la explicación de por qué la candidata natural del obradorismo, Claudia Sheinbaum, gozó, a lo largo de toda la campaña presidencial de 2024, de una amplia ventaja en encuestas, que se mantuvo estable a pesar de que, de nuevo, en su contra se desataran los demonios y los deseos de go negative. Una sociedad inmunizada ante el odio y las mentiras de cualquier campaña, es una sociedad que insta a una autocrítica y a elevar el debate público.

Por el bien del país, no sólo de las derechas, deben hacerse votos para que el sexenio entrante depongan esa actitud fallida que no sólo exhibe su escasa imaginación política, sino, de manera clara, su escasa vocación democrática.

Analista y académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM

17 de junio de 2024