Héctor Bialostozky*
En octubre se cumplen dos años desde que hemos estado expuestos de manera excesiva a noticias que llegan de Palestina e Israel. Nuestras pantallas han estado inundadas con imágenes de guerra, destrucción, sufrimiento y muerte que hemos internalizado y que permanecen en nuestra psique durante días.
Estas imágenes, y los discursos que las acompañan, se insertan dentro de dos narrativas diametralmente opuestas: una, la narrativa sionista, de naturaleza más visible, mejor financiada y perfectamente diseñada, y que se había mantenido hasta hace poco, como la voz hegemónica en la discusión; y la otra, la narrativa palestina, de naturaleza más decolonial, más frágil y que se había mantenido invisibilizada en los márgenes de la controversia.
Desde un inicio resulta evidente lo incompatibles, polarizadas y opuestas que son ambas visiones. Incluso son tan dispares y subjetivas que parecen dignas de un trastorno bipolar.
Sin embargo, después de analizar por más de dos años lo visto y lo publicado en los medios de comunicación, muchos de nosotros hemos llegado a la conclusión de que ambas narrativas no tienen el mismo valor y peso, ni son moralmente equiparables. Especialmente después de que hay un genocidio en curso. Hoy, la narrativa sionista ya no se sostiene, por más de que le inviertan millones de dólares a la Hasbara y le paguen a influencers y a especialistas para que la defiendan.
Actualmente, ya no quedan dudas ni hay espacio para la discusión; claramente hay un colonizador y un colonizado, un perpetrador y una víctima. Un ejército increíblemente poderoso masacrando a una población civil indefensa, un genocidio y no una guerra entre iguales.
En este punto también resulta evidente que la narrativa sionista está construida sobre mentiras y que vive del auto engaño colectivo. Está enferma de poder, y de un deseo obsesivo de controlarlo todo. Carece de auto-crítica y odia que hablen mal de ella. Es prepotente y agresiva; ignorante; antisemita y racista; eurocéntrica, colonialista y claramente islamófoba; paranoica, narcisista y carente de moral y empatía.
Además de que le gusta el sadomasoquismo. Engloba los discursos de todos los actores dentro y fuera de Israel que son facilitadores y cómplices de los crímenes de lesa humanidad, que se están cometiendo en Gaza y Cisjordania. financiados por Israel y Estados Unidos para difundir sus propias agendas. Allí también utilizan, por ejemplo, acusaciones de antisemitismo y/o de apoyo a Hamás para desacreditar cualquier crítica a las acciones israelíes. Sin embargo, las redes sociales también se han vuelto fuentes indispensables de información para los ciudadanos que buscamos entender de manera más profunda el conflicto, más allá de las narrativas oficiales de los medios de comunicación tradicionales. Los periodistas ciudadanos e influencers de opinión que comparten su perspectiva en Instagram, Facebook y Tik Tok se han convertido en las fuentes más confiables para contrarrestar la manipulación y romper el cerco mediático. De igual manera resulta muy útil seguir a civiles palestinos que retratan en sus teléfonos sus vidas bajo la guerra y que utilizan las redes para exponer y denunciar los abusos a los que están sometidos bajo la ocupación. El conflicto en Gaza y Cisjordania se ha transformado en una guerra feroz y desenfrenada de narrativas. La desinformación sigue siendo usada como una herramienta para distraernos de las atrocidades cometidas por Israel en el terreno. Recientemente, la negación de que hay hambruna en Gaza, el rechazo de las conclusiones sobre el genocidio por parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y la desacreditación de las cifras de civiles palestinos asesinados y heridos en la ofensiva israelí publicadas por el Ministerio de Salud de la Franja de Gaza o por estudios científicos como el de The Lancet o el de la Universidad de Londres, son ejemplos de los esfuerzos de Israel y de los Estados Unidos de socavar las evaluaciones de los expertos y promover narrativas que niegan las atrocidades y deshumanizan a los palestinos. Sin embargo, la narrativa sionista ha fracasado. Somos millones de seres humanos, incluidos muchos judíos, que atestiguamos la verdad, nos oponemos al sionismo y defendemos el derecho a la libre autodeterminación del pueblo palestino como solución al conflicto. *AnalistaEn contraste, la narrativa palestina es consciente, empática, moral y emocionalmente sana; integrada por fuentes más confiables, ilustradas y humanistas. Y cuenta con el apoyo de los pueblos solidarios del mundo que apoyan la lucha por la justicia y la liberación.
Pero las preguntas que muchos todavía nos hacemos son: ¿qué pasó para que personas honorables y moralmente intachables en nuestras familias judías que viven dentro y fuera de Israel abrazaran el sionismo, se enfermaran de su narrativa y lo defendieran a capa y espada, especialmente después de siglos de persecución que culminaron en el Holocausto de nuestro pueblo?, ¿qué pasó en Israel y en el mundo para que este cuerpo de mentiras fuera socialmente aceptado a pesar de más de 50 años de abusos, apartheid, limpieza étnica y todo un catálogo de crímenes de lesa humanidad cometidos en contra del pueblo palestino, y que ahora ha finalizado en el genocidio de ese pueblo hermano?
Una de las respuestas más inmediatas la podemos encontrar en el nacimiento y desarrollo del sionismo y en el proceso histórico de construcción, internalización y diseminación de su narrativa desde sus orígenes hasta su etapa genocida actual. Empecemos por señalar que el sionismo es una ideología que se fue construyendo a partir de la manipulación profunda de miedos inconscientes intergeneracionales y de traumas no tramitados de todo un pueblo. Contiene en su seno impulsos ciegos e incontrolables.
Sus orígenes históricos se remontan a la Europa del siglo XIX con las ideas del periodista y activista político Theodor Herzl en pleno auge de los nacionalismos y los Estados-Nación y que muchos judíos europeos abrazaron con pasión después de ser discriminados y perseguidos durante siglos. Los nacionalismos, por cierto, ya habían promovido grandes genocidios en varios rincones del planeta en el siglo XIX.
Desde la fundación del Estado de Israel en 1948, los israelíes y los judíos sionistas de la “diáspora” continuaron introyectando y afinando la narrativa sionista, que se exacerbó desde mediados de la década de los noventa del siglo XX con el ascenso de la derecha en Israel, y que se radicalizó a partir de octubre 7 del 2023 donde ya perdió cualquier tipo de sensatez.
Pero no nos vayamos muy lejos y analicemos el porque la narrativa sionista se ha ido radicalizando tan súbitamente ante los ojos del mundo tras el ataque de Hamás de octubre 7; y específicamente como se han usado los medios de comunicación para justificar las acciones bélicas subsecuentes, hasta el punto de transformar a Israel en un estado genocida, que rompe todos los principios morales y las leyes internacionales de convivencia, y que se ha aislado del mundo hasta convertirse en un estado paria.
En Israel, los gobiernos tanto del laborismo como del Likud llevan más de cincuenta años construyendo y promoviendo una narrativa que distorsiona los hechos históricos y tergiversa la realidad, y que ha llevado a la sociedad israelí a sentirse bajo amenaza constante y a vivir en un estado de agresión perpetua.
Esta adoctrinación comienza desde el nacimiento con la familia y pasa por la educación escolar, el servicio militar obligatorio y el ejército, los medios de comunicación, las instituciones y la sociedad en general. Es una indoctrinación que también experimentan los judíos de la mal llamada “diáspora” en sus propias escuelas, sinagogas y comunidades en sus respectivos países.
Desde el ascenso al poder de Netanyahu y de la derecha en la década de los noventa, en Israel se ha recrudecido el uso de los medios de comunicación masiva como herramientas de propaganda de la narrativa sionista. Claramente se ha promovido una versión oficial impuesta desde el poder que impulsa un nacionalismo agresivo. Por un lado, fomenta mensajes patrióticos, supremacistas y militaristas, y por otro lado promueve el odio a los árabes y al islam, deshumaniza a la población palestina e invisibiliza los abusos que ésta vive diariamente bajo la ocupación.
Dicha versión se ha recrudecido desde el 7 de octubre y utiliza el trauma del ataque de Hamás y el tema de los secuestrados para polarizar y radicalizar más aún a la sociedad y así concretar la agenda mesiánica, expansionista, militarista y genocida del actual gobierno y de los sectores más reaccionarios de la población israelí.
El discurso oficial en los medios de comunicación generalmente gira en torno a un enemigo sobredimensionado llamado Hamás, que es antisemita y quiere exterminar al pueblo judío, incluso usando alegorías bíblicas de la lucha entre el bien (los judíos representados por Israel) y el mal (Hamás y los árabes) para justificarse. La ocupación como semilla de la resistencia ni siquiera es considerada.
Al mismo tiempo la narrativa sionista busca difundir la idea de que el pueblo judío es un pueblo perseguido y victimizado que hasta la creación del estado de Israel vivía indefenso. Ahora Israel es representado como el estado invencible que viene a defender a los judíos de toda amenaza. Para sustentar esta historia, usan, por ejemplo, los recientes ataques de los beepers a Hezbolá en Líbano y la caída del régimen de Assad en Siria como prueba de que Israel es la nueva potencia regional que va a cambiar y dominar, la nueva versión de Medio Oriente.
El discurso oficial también se mantiene hegemónico a través del control y la censura de los medios de comunicación que ofrecen una perspectiva alternativa a la narrativa sionista dominante. Los medios críticos dentro de Israel ahora son considerados “enemigo” o “traidor” y son objeto de sanciones, cierre o se hacen intentos de transformarlos en un medio de propaganda gubernamental. Por ejemplo, el gobierno ha impuesto un boicot a Haaretz, al principal periódico de izquierda. El propio Netanyahu ha pedido a la sociedad y a los anunciantes que lo boicoteen, calificándolo de “antisemita” y de ser “noticias falsas”, y acusando a sus propietarios de llevar un “ataque terrorista contra la democracia”.
Asimismo, el parlamento israelí recientemente aprobó la llamada “ley Al Jazeera” que permite el cierre de todos los medios de comunicación extranjeros que puedan representar una amenaza a la seguridad del país. A Al Jazeera la acusan de ser “portavoz de Hamás” y a sus periodistas de ser “miembros de Hamás”. Con estas acciones el gobierno poco a poco ha ido homogenizando, domesticando y radicalizando a la opinión pública hasta convertirla en una masa acrítica de asesinos esquizoides de ultra derecha.
Aunado a esto, la censura militar de medios también se ha incrementado y cualquier información sobre las operaciones y capacidades militares del ejército, planes de defensa y emergencia en Israel y daños en suelo israelí como los que hicieron los misiles lanzados desde Teherán a Tel Aviv, deben de pasar por un filtro de censura militar antes de ser publicadas. Además, se silencian los testimonios y las historias palestinas, se evitan emitir imágenes de Gaza y se refuerza el discurso oficial de que no hay inocentes en Gaza. La narrativa oficial acaba justificando y promoviendo incluso el genocidio.
La política de desinformación israelí también se propone silenciar la verdad de lo que ocurre adentro de Gaza y Cisjordania. Para esconder los crímenes de lesa humanidad que allí comete, Israel elimina de manera deliberada y sistemática a los periodistas palestinos que cubren los acontecimientos en el terreno. La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos ha documentado que “al menos 247 periodistas palestinos han sido asesinados en Gaza desde el 7 de octubre de 2023”.
Incluso en los casos en que los reporteros se identifican claramente, como por ejemplo con chalecos o distintivos de prensa, también han sido eliminados. Israel ha transformado a los territorios ocupados en la región más peligrosa del mundo para ejercer el periodismo y en uno de los conflictos más mortíferos para la prensa en la historia de la humanidad. Además ha destruido toda la estructura mediática e informativa de la Franja por medio de bombardeos indiscriminados y deliberados.
Israel también prohíbe la entrada a Gaza a los periodistas y medios de comunicación internacionales. Desde el inicio de la guerra, Israel sólo permite el acceso a aquellos periodistas que están acompañados por las fuerzas armadas, sometidos a supervisión militar. Mientras tanto, los relatos creíbles y los testimonios de actores presenciales de organizaciones de ayuda humanitaria son constantemente desacreditados y cuestionados.
A los organismos más respetables como la UNRWA y otras agencias de la ONU, Médicos sin Fronteras, Save the Children y a expertos independientes en temas como hambruna y genocidio los han desacreditado con acusaciones que van desde antisemitismo hasta que apoyan Hamás, y en algunos casos incluso han levantado hasta cargos penales para amedrentarlos.
Aquí habría que agregar que el silenciamiento y la distorsión de lo que ocurre en Gaza y en todo Medio Oriente es apoyada por los medios de comunicación internacionales, principalmente los occidentales. Estos presentan “una cobertura sesgada que a menudo prioriza la narrativa israelí sobre la narrativa palestina, apoyándose en gran medida en informes oficiales del lado israelí sin una verificación adecuada de los hechos”.
CNN, The New York Times o Deustche Welle han mostrado un sesgo constante contra los palestinos y su sufrimiento, convirtiéndose en cómplices del genocidio. Mientras tanto, medios como Al Jazeera, TRT y Middle East Eye se han vuelto cadenas de noticias imprescindibles para las personas que queremos estar informados de lo que realmente está ocurriendo en los territorios ocupados y en la región de Medio Oriente.
En las redes sociales también hay esfuerzos concertados de censura, desinformación y propaganda financiados por Israel y Estados Unidos para difundir sus propias agendas. Allí también utilizan, por ejemplo, acusaciones de antisemitismo y/o de apoyo a Hamás para desacreditar cualquier crítica a las acciones israelíes.
Sin embargo, las redes sociales también se han vuelto fuentes indispensables de información para los ciudadanos que buscamos entender de manera más profunda el conflicto, más allá de las narrativas oficiales de los medios de comunicación tradicionales. Los periodistas ciudadanos e influencers de opinión que comparten su perspectiva en Instagram, Facebook y TikTok se han convertido en las fuentes más confiables para contrarrestar la manipulación y romper el cerco mediático. De igual manera resulta muy útil seguir a civiles palestinos que retratan en sus teléfonos sus vidas bajo la guerra y que utilizan las redes para exponer y denunciar los abusos a los que están sometidos bajo la ocupación.
El conflicto en Gaza y Cisjordania se ha transformado en una guerra feroz y desenfrenada de narrativas. La desinformación sigue siendo usada como una herramienta para distraernos de las atrocidades cometidas por Israel en el terreno.
Recientemente, la negación de que hay hambruna en Gaza, el rechazo de las conclusiones sobre el genocidio por parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y la desacreditación de las cifras de civiles palestinos asesinados y heridos en la ofensiva israelí publicadas por el Ministerio de Salud de la Franja de Gaza o por estudios científicos como el de The Lancet o el de la Universidad de Londres, son ejemplos de los esfuerzos de Israel y de los Estados Unidos de socavar las evaluaciones de los expertos y promover narrativas que niegan las atrocidades y deshumanizan a los palestinos.
Sin embargo, la narrativa sionista ha fracasado. Somos millones de seres humanos, incluidos muchos judíos, que atestiguamos la verdad, nos oponemos al sionismo y defendemos el derecho a la libre autodeterminación del pueblo palestino como solución al conflicto.
*Analista