El FICUNAM rinde homenaje a Víctor Erice
Cine, Principales

El FICUNAM rinde homenaje a Víctor Erice

Rodrigo Aviña Estévez

En el marco de su décima cuarta edición el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), realizado del 13 al 20 de junio, el influyente realizador Víctor Erice, una de las leyendas vivas del cine español, visitó por vez primera la Ciudad de México como parte del homenaje y retrospectiva que organizó el festival. Y es que, con tan sólo cuatro largometrajes, es innegable la huella que la filmografía de Erice ha dejado en el cine contemporáneo.

Nació el 30 de junio de 1940 en Valle de Carranza, Vizcaya, Erice estudió en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid. El español se ha caracterizado no sólo por su estilo poético y su enfoque contemplativo, sino por la sensibilidad que transmite el ritmo de sus películas y el entendimiento a la profundidad que existe en la memoria y en lo perdido; aquellos fantasmas que permanecen a través de la imagen y la nostalgia. Su estilo y obra ha influido a generaciones de cineastas y ha cimentado su lugar como uno de los grandes autores del cine mundial.

Por ello, el 16 de junio el director fue galardonado con la Medalla Filmoteca UNAM en una emotiva ceremonia celebrada en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario, celebrando su enorme impacto en la industria cinematográfica. Ante el homenaje, Víctor Erice recibió con lágrimas en los ojos el galardón y agradeció la hospitalidad del festival, mencionando que aquella medalla tendría un lugar especial entre sus premios, pues aquella fue la primera vez que una filmoteca reconoció su labor fílmica.

De igual manera, dentro de las actividades organizadas por FICUNAM, el 19 de junio en el auditorio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), se organizó El Futuro de lo Perdido; charla con el cineasta sobre las reflexiones que existen en torno al presente y al mañana de la creación cinematográfica. En el conversatorio moderado por Abril Alzaga y Maximiliano Cruz, Erice compartió su filosofía sobre la creación cinematográfica, remarcando su compromiso existencial con el arte del cine. El realizador destacó la importancia de no únicamente realizar películas, sino también el placer que existe en contemplarlas, estudiarlas y escribir sobre ellas.

Para Erice, el cine no es solo un oficio, sino una aventura que parte siempre en busca de algo desconocido. “Nunca he pretendido hacer arte con mis películas, sino he pretendido ir al encuentro de algo que no conozco, ir al encuentro del prójimo”, mencionó Erice. En su intervención, subrayó la importancia de la educación en el ámbito del cine; la necesidad que existe de transmitir el conocimiento cinematográfico de las generaciones pasadas a los futuros cineastas.

Defendió la aplicación de una educación pública que incluya disciplinas artísticas como la literatura, el cine y la pintura, considerándolas esenciales para el desarrollo humano. En ese sentido, el director también resaltó la relevancia de preservar y conservar los materiales cinematográficos, que constituyen toda historia del cine y con ello de la memoria de un arte funerario por sí mismo.

Este homenaje a Víctor Erice en FICUNAM 14 no sólo honró sus logros pasados, sino que también puso de relieve su influencia continua y el futuro del arte cinematográfico. Y es que revisitando los largometrajes del cineasta, mismos que tuvieron su exhibición en el marco del festival, es posible advertir la huella de un artista con una profunda capacidad para conmover y evocar. El cine de Víctor Erice es una ventana a la esencia misma de la humanidad y el paso del tiempo. Con una filmografía limitada pero profundamente impactante, Erice ha explorado la relación entre la memoria y la realidad de una manera única, siendo sus películas un viaje introspectivo donde cada fotograma se convierte en una obra de arte.

En su ópera prima, El Espíritu de la Colmena (1973), Víctor Erice nos sumerge en la España rural de la posguerra a través de los ojos de Ana, una niña cuya inocencia y curiosidad son despertadas por la proyección del clásico de horror Frankenstein de James Whale de 1931. Ambientada en un paisaje melancólico, la cinta refleja el despertar de Ana a una realidad más amplia y compleja. La relación de Ana con su hermana Isabel y sus interacciones con su entorno nos muestran una España marcada por la guerra y el aislamiento, donde el cine se convierte en una ventana a otros mundos y posibilidades. A través de sus imágenes, Erice medita sobre la soledad, el despertar a la realidad y la fragilidad de la infancia, invitándonos a reflexionar sobre la búsqueda de significado en medio de una incipiente España franquista, incierta y absurda, suspendida entre la realidad y la fantasía.

Aquí, el cine emerge como maestro y motor constante de sueños y deseos, resaltando su importancia en la formación de la identidad y la percepción del mundo. La ausencia e incapacidad de comunicación en el núcleo familiar, consecuencia de una guerra con estragos más allá de los evidentes, se refleja en la incomprensión de la muerte y su primer acercamiento en la infancia desde dos vertientes aparentemente distantes: la belleza y el horror, pero ambas comprensibles.

De alguna forma, aquel primer largometraje tendría un impacto explícito en La Morte Rouge (2006); mediometraje de introspección sobre la infancia y el impacto del cine en la percepción personal del realizador, en donde Erice rememora su propia experiencia infantil al ver una película de misterio en un cine de su niñez.

La conexión entre la vida íntima de Erice y su obra se vuelve palpable, ya que al igual que Ana en El Espíritu de la Colmena, Erice experimentó ese despertar a una realidad más compleja a través del cine, particularmente con The Scarlet Claw/La Garra Escarlata (Dir. Roy William Neill, 1945) de la saga de aventuras de Sherlock Holmes. En esta cinta, Erice mezcla imágenes de archivo mostrando cómo el cine puede moldear nuestras percepciones; y con ello, influyendo también en nuestra formación de recuerdos.

La Morte Rouge profundiza en el poder de las imágenes y su capacidad para evocar emociones y recuerdos, y nos invita a reflexionar sobre la relación entre el cine y nuestra propia identidad. Esta relación íntima y personal entre la experiencia del director y la narrativa de sus películas revela a su vez la profundidad con la que Erice entiende y utiliza el cine, no sólo como una herramienta de narración, sino como un medio para explorar y comprender la propia existencia.

La exploración de la memoria y la identidad vuelven a estar presentes en El Sur (1983). El segundo largometraje de Erice, basado en la novela corta de Adelaida García Morales, se convierte en una meditación sobre la memoria histórica y personal, en donde la joven Estrella intenta desentrañar los secretos del pasado de su padre. Ambientada en el norte de España, su título y la narrativa aluden constantemente a un sur sevillano lleno de misterios y revelaciones; una fantasía infantil que representa la madurez e independencia. Erice opta por utilizar la luz y la sombra de tal manera que construye una atmósfera de misterio y nostalgia en cada escena, capturando la complejidad de los lazos familiares y las sombras del pasado.

La relación de Estrella con su padre, un hombre melancólico y reservado, tiene también un lazo sustancial con el cine como motor de ilustración y de entendimiento. Como sucede en aquella escena en la que Estrella descubre que su padre asiste a ver una película protagonizada por su antiguo amor, una actriz cuya muerte ficticia es presenciada en la pantalla.

En su documental El Sol del Membrillo (1992), la luz también adquiere un protagonismo silencioso, mientras sigue al pintor Antonio López García en su esfuerzo por capturar la imagen de un membrillero en su jardín. La batalla perenne del artista con la luz cambiante y las estaciones representa una lucha en vano, en la que el pintor se doblega ante la belleza de la realidad y de la naturaleza misma. Las operaciones meticulosas de proteger el bastidor de la lluvia, de marcar las hojas y los frutos para guiar la composición visual, y de ajustar las formas con una vara, presentan a un artista renuente a simplemente replicar una imagen, sino a servir y contemplar su realidad. Erice no solo registra el proceso artístico, sino que lo realza con belleza y respeto mediante el cine.

 Finalmente, tras tres décadas de su último largometraje, Víctor Erice regresó de nuevo con un largometraje tan sensible como profundo. Cerrar los Ojos (2023) se sumerge en un recorrido intimista, en el que la memoria reluce en su intento por comprenderla y conciliarse con ella. El cine aquí es el mejor medio para viajar en el tiempo y el principal evocador del ayer. No es gratuito que una ficticia película incompleta del pasado esté filmada en celuloide como símbolo del recuerdo atrofiado pero luminoso, y que para el presente se haya optado por grabar en digital.

Se trata de un enigma sin respuesta, como sucede con ese programa televisivo sobre casos no resueltos en búsqueda del actor desaparecido Julio Arenas, quien se esfumó a la mitad del rodaje de la película del cineasta Miguel Garay. Más de veinte años después, tras concluirse que el actor murió pese a jamás haberse encontrado su cadáver, el programa de TV trae de nuevo el misterio. Cerrar los Ojos

Es un maravilloso canto de cisne de un espléndido artista, en el que reflexiona sobre la vejez, su propia obra y todo aquello que escapa de nuestro entendimiento. La obra de Erice sigue resonando con fuerza. Sus películas nos invitan a detenernos a observar más allá de nuestro entorno; porque incluso los misterios del día pueden ser dilucidados en la pantalla del cine.

Abogado y crítico de cine

20 de agosto de 2024