Naief Yehya
El 7 de octubre se cumple un año del ataque de Hamás en contra de bases militares, kibutzims y un festival de música cerca del muro del campo de concentración que es la franja de Gaza. Ese día murieron alrededor de 1, 200 israelíes, tanto por las balas y explosivos de los militantes palestinos como por la respuesta desmesurada del ejército israelí y su directiva Hannibal, que determina que es mejor matar a sus compatriotas que permitir que sean tomados como rehenes.
Hoy sabemos mucho más de lo que sucedió ese día aunque aún haya incógnitas y buena parte de la propaganda diseminada con ferocidad ha sido desmentida por varias organizaciones y agencias periodísticas incluyendo el diario israelí Haaretz (como la historia de los 40 bebés inexistentes decapitados, las violaciones masivas que nunca ocurrieron, las familias incineradas y las mutilaciones grotescas hechas por diversión que solo tuvieron lugar en la imaginación de los soldados y los miembros de la organización de voluntarios religiosos ZAKA, que se dedica, sin una preparación forense formal a recoger cadáveres). Estas historias siguen circulando sin evidencia alguna, incluso en boca de políticos y periodistas en los medios masivos, como justificación de las atrocidades que ha cometido Israel en contra de los palestinos en estos 365 días.
Estos doce meses pasarán a la historia como un año de genocidio flagrante en Gaza transmitido en streaming ante los ojos indiferentes y hastiados del mundo. El ataque, que algunos llaman guerra, no es la única acción militar en contra de civiles que está llevando a cabo el Estado israelí, que al mismo tiempo ha desatado mayor represión en contra de la población palestina de Cisjordania. Ahí el ejército no sólo permite sino también incita y protege a los colonos fundamentalistas cuando atacan matan y destruyen las propiedades a los nativos para luego despojarlos de sus tierras. Israel ha lanzado bombardeos contra Yemen, Irak y Siria, así como una ofensiva bélica masiva en contra del Líbano y ha asesinado adversarios, líderes e interlocutores en Damasco, Beirut y Teherán.
Mediante una descomunal campaña propagandística, Israel y sus aliados han logrado normalizar la carnicería que están llevando a cabo, así como su campaña para causar hambruna y desatar epidemias entre los sobrevivientes de Gaza. También han vuelto la tortura y violación de detenidos herramientas de “legítima defensa”. Mientras la población israelí sigue apoyando de manera abrumadora la matanza, Josep Borrell, el Coordinador de política extranjera de la unión europea, y Antonio Guterres, el secretario general de la ONU, han coincidido al criticar las acciones israelíes en contra de civiles en Gaza y al condenar el uso del hambre como arma de guerra, en base a evidencias sólidas e incontrovertibles.
La cifra oficial de muertes, supera los 42,000 pero la publicación médica británica The Lancet, publicó en su sección de correspondencia un artículo en donde se estima que debe haber más de 186,000 muertos, contando los desaparecidos bajo los escombros que ahora ocupan más del 80% del territorio de la franja y las familias enteras desintegradas por los explosivos, que nadie buscará. La complicidad estadounidense y europea permitirán que esta masacre continue y se extienda a otros países vecinos, ya que no solamente no han criticado ni sancionado con seriedad las acciones israelíes sino que tampoco han cesado de proveer armas, inteligencia, incluso tropas de elite y recursos diversos. Aparte las potencias occidentales llevan a cabo sus propias campañas de propaganda anti palestina y antiárabes, y reprimen a sus propias poblaciones cuando se manifiestan en contra del apartheid sionista y el genocidio en Gaza.
La hasbará israelí, o desinformación y propaganda financiada por el Estado y difundida por todos los canales informativos y redes sociales, sigue pregonando el mismo guión absurdo e inverosímil de victimización de siempre. A pesar de que hay inagotables evidencias que están al alcance de cualquiera, los medios masivos siguen satanizando a las víctimas, ocultando información y repitiendo las mismas mentiras que se han vuelto dogma desde hace décadas. La realidad es inasible para estos adoctrinados que se ocultan de los horrores lanzando descalificaciones de antisemitismo, ataques ad hominem y balbuceando puntos dictados por los propagandistas. La deshumanización de los palestinos y los árabes en general entre la población israelí y en muchos otros lugares ha sido muy efectiva. La forma como los defensores del genocidio se expresan del sufrimiento que se vive en Gaza es inverosímil, la hostilidad patológica que proyectan a quienes ven como el enemigo es frenética e incontrolable.
Es muy difícil imaginar cómo podría sanar una sociedad que en buena medida está inmersa en un culto supremacista, sádico y sanguinario que los ha enfermado de odio. Una parte de los amigos y aliados de Israel, aquellos que reconocen el cataclismo de este año de violencia militar desenfrenada, han querido responsabilizar al primer ministro Benjamin Netanyahu y su gobierno de extrema derecha. Sin embargo, la realidad es que un porcentaje muy alto de la población está completamente de acuerdo con estas acciones e incluso hay segmentos de la sociedad que quisieran ver más violencia y más fuerza usada en contra del enemigo.
Como ha dicho Norman Finkelstein las tres razones de la reacción israelí al 7 de octubre son: la sed de venganza al sentirse humillados por las acciones de los palestinos (a los que se refieren como “árabes” ya que se niegan aceptar que son nativos de esa tierra) que ven como subhumanos (algo que ha repetido públicamente el ministro de defensa israelí Yoav Gallant y el presidente Isaac Herzog, entre otros políticos y figuras públicas israelíes); la urgencia de restaurar la sensación de seguridad que el Estado ha creado al aterrorizar a los palestino y sus vecinos con violencia extrema; y el deseo de expulsar a la población palestina de Gaza para incorporar ese territorio a Israel.
La organización Propública reveló en un artículo publicado el 24 de septiembre que las dos principales autoridades en la distribución de asistencia humanitaria, la Agencia de Desarrollo Internacional (USAID) y la Oficina de Refugiados del Departamento de Estado, coincidieron desde el pasado mes de abril en que Israel ha bloqueado deliberadamente el acceso de comida, medicinas y vacunas a Gaza. Esto es grave ya que la ley estadounidense exige al gobierno cortar su exportación de armas a países que impidan la distribución de ayuda humanitaria que ellos mismos proveen.
La administración de Biden y en particular el secretario de Estado y aliado incondicional de Israel, Antony Blinken, no aceptaron estas conclusiones y en mayo Blinken mintió al Congreso diciendo que Israel no estaba prohibiendo ni restringiendo el transporte ni la entrega de la ayuda humanitaria. Ya para entonces la imposición de requerimientos inalcanzables, caprichosos e ilógicos a las organizaciones humanitarias, los asesinatos de trabajadores humanitarios, la destrucción masiva de infraestructura agrícola y los bombardeos de ambulancias y hospitales habían sido motivo de consternación mundial.
El ejército desvía e impide el paso de camiones de suministros, así como ha permitido a fanáticos sionistas destruir cargamentos destinados para Gaza (todo esto ha sido ampliamente documentado en medios alternativos y redes sociales). Una de las justificaciones usadas por Israel es la ridícula acusación sin prueba alguna de que la división de las Naciones Unidas dedicada a Palestina tiene vínculos con Hamás. Esto se ha traducido en lo que USAID define como: “Una de las peores catástrofes humanitarias en el mundo”. Al revelarse esta información Blinken salió a mentir nuevamente a los medios para justificar la legalidad de las más de 50,000 toneladas de armas que Estados Unidos ha entregado a Israel para llevar a cabo su masacre. Esto sin duda ameritaría que el Secretario de Estado sea despedido, sin embargo es dudoso que el régimen de Biden y Harris lleven a cabo cualquier acción que limite su apoyo a Israel. Tanto el partido demócrata como el republicano dependen de sus donadores proisraelíes, especialmente en tiempos electorales.
El frente libanés
Hezbolá se formó a principios de los años 80 del siglo pasado para defender a la población libanesa de la invasión y la ocupación israelí de sur del país, una de tantas agresiones de que ha sido objeto Líbano de su vecino al sur. De manera similar a Hamás, esta organización también cuenta con un brazo militar, otro político (con miembros en el parlamento y en diferentes ministerios del gobierno) y uno más social, que ofrece servicios a la población, programas de asistencia, escuelas, y hospitales. Ambos grupos son parte de esa red no muy claramente definida ni organizada que se conoce como el Eje de Resistencia, al que pertenece Irán, grupos en Irak, Siria y Ansarallah de Yemen. Cada vez que los medios masivos hacen eco de la propaganda y repiten que se trata de organizaciones terroristas, su objetivo es impedir que el mundo entienda qué son estos grupos, sus funciones en la sociedad y su origen.
Se puede y debe criticar a Hezbolá y Hamás por su inoperancia social, corrupción, métodos de operación pero es absurdo ignorar que son producto de la necesidad de sociedades acosadas y agredidas por enemigos extranjeros poderosos. En 2000 Hezbolá jugó un papel fundamental en la expulsión de las fuerzas israelíes que ocupaban el Líbano y en 2006 sobrevivieron fortalecidos de otra ofensiva de ese país. A partir del 8 de octubre, Hezbolá lanzó una campaña de hostigamiento al disparar cohetes en contra del norte de Israel, como parte del “frente de apoyo” a la franja de Gaza, lo que ha provocado que cerca de 60,000 personas hayan sido evacuadas. Israel ha respondido con enorme intensidad y asesinatos dirigidos en el Líbano. Esta dinámica cambió cuando la Mossad, la agencia de inteligencia israelí lanzó un ataque terrorista sin precedente en contra de los militantes de esa organización.
Los dispositivos explotaron en autos, tiendas, bancos y calles, con lo que causaron un enorme daño colateral. Agentes israelíes lograron interferir en la línea de suministro de pagers (dispositivos de comunicación que aún utilizan principalmente médicos y personal de emergencia en muchos países), los cuales alteraron al insertarles pequeñas cantidades de un poderoso explosivo (quizá tetranitrato de pentaeritritol) que podían ser activadas con una señal. Los pagers originalmente eran manufacturados por la compañía Gold Apollo, de Taiwán. Sin embargo, Hezbolá parece haberlos comprado a un intermediario, la empresa fantasma húngara, BAC. Hezbolá utiliza estos dispositivos de comunicación un tanto anticuados desde hace tiempo. El líder del grupo, Hassan Nasrallah, recientemente ordenó que se limitara el uso de celulares debido a su vulnerabilidad a la vigilancia israelí (y la complicidad de los fabricantes, servidores y proveedores). A las 3:30 del martes 17 de septiembre una señal enviada a cientos de pagers los hizo explotar en las manos y bolsillos de sus usuarios, sin importar donde o con quien estaban.
Este ataque indiscriminado cobró 11 vidas (la organización militante reconoció 8 muertes de entre sus filas y tres personas no vinculadas con ellos, incluyendo una niña de 8 años) y dejó alrededor de 2,700 heridos, muchos de ellos de gravedad (mutilaciones, heridas en el torso y muchos casos de ceguera, aparte de los efectos psicológicos). En su siempre paradójica y propagandística cobertura, The New York Times afirma que Israel no ha reconocido ser culpable de este acto de terrorismo pero añade: “Israel calculó que el riesgo de herir a gente no afiliada con Hezbolá era bajo, dado el tamaño del explosivo”. El ataque fue llamado por los medios masivos “el ataque de pagers de Hezbolá”, con lo que parecían sugerir que esa organización había atacado a sus propios integrantes.
Al día siguiente, el miércoles, siguieron más detonaciones de dispositivos de comunicación, como walkie talkies, radios y otros aparatos electrónicos con lo que se sumaron 40 muertes y 3,250 heridos más. El pánico se extendía. El hecho de que Israel decidió poner en acción su ataque no durante una conflagración directa ni en el campo de batalla sino en el curso de la cotidianidad y sin saber a quién asesinaban acentúa su carácter cruel y su naturaleza terrorista. La prensa occidental en gran medida no condenó este ataque, sino que lo llamaron audaz, imaginativo y preciso. Algunos periodistas, como David Ignatius, de The Washington Post, compararon esta acción con algo digno de una película de James Bond. No obstante, no hay duda de que se trata de un crimen contra la humanidad.
La ley internacional determina que es un crimen de guerra utilizar dispositivos de uso civil como armas con el fin de aterrorizar a toda la población. La estrategia de convertir a cientos de individuos en bombas humanas pone en evidencia la vulnerabilidad de un mundo dependiente de sus artefactos electrónicos de comunicación, información y entretenimiento. Hoy fue Líbano, mañana podrá ser cualquier lugar del planeta donde la población quedará paralizada, aterrorizada y desmoralizada. Todos podemos ser blancos de criminales sin escrúpulos que pueden convertirnos en involuntarios terroristas suicidas, simplemente con insertarse en las cadenas de manufactura y distribución de cualquiera de los sistemas con circuitos electrónicos que conforman nuestra mediósfera.
A ese ataque siguió una ola de bombardeos aéreos masivos en contra de numerosas poblaciones, principalmente en el sur del país y el valle de Bekaa, pero que llegó hasta los suburbios de Beirut. En estos ataques en zonas densamente pobladas destruyeron centros médicos, escuelas, edificios residenciales y toda clase de construcciones civiles. Más de 500 libaneses murieron y alrededor de 1,600 quedaron heridos en lo que podría ser el inicio de otra guerra de exterminio.
La monstruosa hipocresía de Netanyahu consistió en esta ocasión en enviar mensajes a la población libanesa para que abandonaran la región mientras sus bombas destruían sus hogares al tiempo en que también bombardeaban a la población desplazada. El argumento del ejército es que Líbano ha “militarizado su infraestructura civil” por lo que cualquier construcción se considera un blanco legítimo. En su campaña de propaganda el régimen de Tel Aviv ha difundido imágenes asininas que muestran un cohete oculto en una casa modesta, como si semejante construcción ofreciera posibilidades de disparar desde un “cuarto de lanzamiento de cohetes”, como declaró el ex primer ministro Naftali Bennett. No es novedad que la hasbará israelí considere imbécil al público.
El ataque israelí ha unido a la población libanesa que han hecho a un lado, por lo menos temporalmente, sus muchas diferencias sectarias, religiosas, ideológicas y étnicas para apoyar a Hezbolá. Esto sucede en medio de una terrible crisis económica que empeoró con la pandemia y la gigantesca explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, que mató a más de 200 personas, hirió a 7,000 y aún no se ha determinado quien fue responsable de esta catástrofe.
Mientras esto se escribe parece inminente que vendrá una ofensiva terrestre israelí y una nueva invasión. Nadie en el Líbano es tan optimista o crédulo como para pensar que la ONU o las potencias occidentales podrán impedir el avance de Israel en su territorio. El ministro Gallant ha amenazado diciendo que “lo que podemos hacer en Gaza lo podemos hacer en Beirut”. También el ministro de educación israelí. Yoav Kisch, dijo: “Líbano, como lo conocemos dejará de existir” y ha declarado, junto con Bennett y otros políticos que no hay diferencia entre Hezbolá y los libaneses.
Israel busca desatar una guerra masiva e involucrar a Estados Unidos y sus aliados europeos, con el fin de acabar con sus adversarios en la región, en lo que han llamado “la lógica de la desescalada a través de la escalada”. Este ataque puso fin a cualquier iniciativa de cese al fuego en Gaza y fue llevado a cabo poco antes del inicio de la Asamblea General de las Unidas, casi como una provocación y un desafío a los países del mundo, como una manera de decir que no les importa en lo más mínimo la opinión internacional. Así mismo, este ataque es el resultado de que Irán no respondió militarmente al asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán en agosto.
El año 2024 será recordado como aquel en que Israel normalizó el asesinato de niños, los bloqueos de suministros indispensables (para la supervivencia de una población cautiva y hacinada desde agua y alimentos hasta medicinas), la tortura, la violación y mutilación de presos en sus cárceles y campos de concentración, la supresión de la prensa (mediante la prohibición de acceso a las zonas de conflicto, el cierre y censura de Al Jazeera, así como el asesinato sistemático de cientos de periodistas en Gaza) y a emplear terrorismo digital para asesinar indiscriminadamente y a control remoto vía señales de radio. Es difícil imaginar qué otras estrategias se les ocurrirán a los genios militares israelíes en las próximas semanas y meses. Mientras tanto el mundo pretende no ver las masacres israelíes, por un lado en complicidad y por el otro con terror de que si critican o protestan serán acusados de antisemitismo.