Cuatro generaciones de mujeres que han cambiado el mundo soñando, deseando… y actuando
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Cuatro generaciones de mujeres que han cambiado el mundo soñando, deseando… y actuando

Ivonne Acuña

Como mujer joven se puede suponer que las oportunidades de hoy han estado siempre ahí, que solo hace falta tomarlas para ser alguien en el mundo. Nada más falso, por siglos las mujeres han sido constreñidas por una desigualdad construida a partir de una cultura masculina-misógina de acuerdo con la cual las mujeres han sido vistas, primero como el segundo sexo, creadas a partir de una costilla del primer hombre; segundo, como un sexo de segunda, es decir, como inferiores a los hombres, cuyo lugar en el mundo es más valorado que el suyo.

Esta concepción supuso y aún supone que su lugar es el hogar y sus actividades todas aquellas relacionadas con el «ser para los otros»; esto es, todo el trabajo doméstico que siendo vital para la supervivencia de la especie es considerado como de menor valía, al imaginar, de manera errónea, que el cuidado de una familia no requiere de una inteligencia superior.

Poco a poco los estereotipos en que mujeres y hombres han sido encasillados van cambiando. He aquí la historia resumida de cuatro generaciones de mujeres que han cambiado el mundo soñando, deseando, actuando, abriendo brecha y construyendo un lugar mejor para las que siguen.

Esta relatoría comienza con mis abuelas, que por azares del destino se llamaban Concepción, a la madre de mi padre le llamábamos «mamita», y a la de mi madre «mamá Conchita», pues nuestros primas y primos mayores así lo hacían.

Las historias de ambas son singulares, mi mamita fue una mujer que trascendió su tiempo, pues después de casarse con el hombre que sus hermanos habían elegido para ella, se divorció, no sé bien si con la intervención de esos mismos hermanos o no. Pero a partir de ahí vivió como una mujer libre que se atrevió a trabajar, a dejar a su hijo e hija al cuidado de sus familiares, a mantenerles, a procurarles una vida mejor. Siendo yucateca vino a la ciudad de México a probar suerte, se volvió a casar, puso una casa de huéspedes en la colonia Roma, dio clases de baile y se enfrentó a la vida con valor y algo de locura.

Por su parte, mi mamá Conchita formaba parte de una familia de artistas de circo, su propio circo, en el que sus hermanos eran trapecistas y su hermana la estrella de la fuerza dental. Mi abuelita no quiso ser artista del circo, prefirió quedarse en casa y cocinar para la familia. Ella y su hermana eran vigiladas todo el tiempo por su padre, madre y hermanos, quienes al salir a la calle no les permitían levantar la cara y cuando lo hacían les daban un manazo en la frente para que volvieran a bajarla. Fue el encierro y la severa vigilancia los que la llevaron a decidir irse con el primer hombre que pasara y fue así como dejó Argentina y se mudó a México, para jamás volver a ver a su padre y madre, quienes la declararon muerta. Formó familia con mi abuelo, director de orquesta en el famoso Circo Atayde Hermanos, un hombre mucho mayor que ya había tenido tres descendientes con una primera mujer y cuatro más con una que había muerto joven de una enfermedad propia de la guerra, dice mi mamá.

Mamá Conchita tuvo cinco hijas y un hijo y además vivió, por unos años, con las tres jóvenes hijas de la segunda mujer de mi abuelo, quienes nunca le dijeron madre, tal vez dada su juventud, sino «Conchita» pero siempre tuvieron hacia ella una cariñosa cercanía. Finalmente, su primera elección se volvió destino y nunca salió de la cocina de su casa, dedicada totalmente a la crianza y cuidado de su numerosa familia.

Estas historias transcurrieron a inicios del siglo XX. Más tarde, otras dos mujeres pudieron experimentar necesidades diferentes a las de mis dos abuelas. Primero mi madre, Josefina, quien nacida en 1935 tuvo la oportunidad de estudiar completa la primaria y una carrera comercial, a instancias de su propio padre, el viudo con quien casó mi abuela. Un hombre también fuera de época que procuró darles educación a sus hijas y no solo a su hijo varón. A las dos mayores les pagó clases de piano y a la segunda incluso la secundaria. A mi mamá ya no le tocó eso de la secundaria y las clases de piano, aunque aprendió a tocar «los Changuitos», un ejercicio propio de las primeras lecciones, con solo presenciar las clases dadas a sus hermanas.

Ella quería aprender a tocar el piano y seguir estudiando algo más que la primaria y la carrera comercial, pero nunca se lo dijo a su padre, quien murió sin saber siquiera que tenía una hija que, siendo una buena estudiante, tenía deseos de ser una profesionista y que ahora ve en mí aquello que quiso ser y que no logró, al dedicarse a cumplir con el papel que la sociedad tenía designado para ella.

Otra mujer, la madre de mi esposo, María de los Ángeles, sufrió en carne propia la costumbre de no recibir educación formal. Cuando muy niña su familia residía en Houston, Texas, Estados Unidos, pero un aviso del gobierno cambió su destino. Se le informó a su padre que si no enviaba a sus hijos e hijas a la escuela sería encarcelado. Él decidió entonces volver con su familia a México, a un pueblo cerca de Texcoco. Ahí logró evitar las dos amenazas: ser encarcelado y enviar a sus hijos a la escuela.

Una vez que tuvo edad para ir a la escuela, María de los Ángeles trató de convencer a su padre por todos los medios, incluidas genuinas lágrimas, para que la dejara ir a la escuela. Él se negó, las razones: ella debía levantarse muy temprano a hacer las tortillas o no era bueno que conviviera con otros hombres fuera de los de su familia. Al final, ella aprendió a leer y escribir por su cuenta y cuando nació su primer nieto se decidió a estudiar la primaria. Pero nuevamente, se truncó su anhelo de saber cuando un día de camino a la escuela sintió que algo no andaba bien.

Se regresó a la casa que compartía con su hija y encontró al bebé, de cuatro meses, a punto de asfixiarse con un cojín que cubría su carita sin que la empleada doméstica que debía cuidarlo se diera cuenta. Decidió entonces dedicarse a su nieto y a los 3 que le siguieron y, por tanto, abandonar la escuela. Hoy, a los 90 años, es una asidua e informada lectora de periódicos y cuanto escrito cae en sus manos, incluidos los míos, fan del box, el futbol y admiradora de El Chicharito. Y no deja de repetir lo mucho que le hubiera gustado estudiar.

Las hijas de mujeres como Josefina y María de los Ángeles somos las afortunadas en formar parte, tal vez, de la primera generación que tuvo más oportunidades para estudiar y trabajar.

María de los Ángeles educó y creció a una exitosa profesionista, Graciela, la mejor médica que he conocido y quien pudo abrirse paso en un mundo regido por reglas y valores masculinos, en su mayoría misóginos, gracias a un padre que la preparó para eso. Mi madre, por su parte, nunca impidió a sus hijas estudiar e hizo todo lo que estuvo a su alcance para apoyarnos en este periodo de la vida para que llegáramos hasta donde quisiéramos.

Cuando yo era niña nunca tuve conciencia de la discriminación a que éramos sometidas las mujeres, tal vez porque en mi entorno inmediato había igual número de niñas que de niños en la escuela y nunca sentí que se me hiciera menos o a alguna de mis compañeras, por ser mujeres. Tal vez porque tuvimos la suerte de pertenecer a la clase media en ascenso y porque las oportunidades se multiplicaron. Eso tuvo un gran efecto en nosotras, muchas seguimos estudiando, algunas la secundaria, la prepa y/o una carrera corta y otras la universidad, incluso posgrados.

He aquí los nombres y experiencias de algunas de mis amigas y coetáneas, quienes amablemente accedieron a compartir conmigo sus historias.

Rosalía estudió la licenciatura en Relaciones Comerciales en el IPN, la ejerció por varios años hasta el nacimiento de su primer hijo. Se dedicó a su familia de tiempo completo por 17 años, al final de los cuales decidió volver a trabajar, pero todo había cambiado. La falta de actualización la llevó a aceptar trabajos que requerían menor preparación que la que había recibido años antes y aun así logró colocarse en uno de estos trabajos como supervisora.

Norma egresó del Colegio de Pedagogía, de la UNAM, ejerció 5 años, se casó y emigró a los Estados Unidos, donde dejó de trabajar para criar a sus tres hij@s. Muchos años después volvió a estudiar y ahora tiene proyectado dar clases de español.

Adriana estudió Medicina Veterinaria y Zootecnia y se fue a vivir a Chichihualco, en el estado de Guerrero. Un pueblo que a decir de ella «era 100% machista» y donde no permitían a las mujeres trabajar y menos atender la salud de las vacas. Poco a poco se abrió brecha hasta que logró el reconocimiento de los hombres y se convirtió en la única veterinaria de la región. Sin embargo, tuvo que dejar de trabajar porque una empleada doméstica se robó a su hija. Afortunadamente la recuperó, pero eso la llevó a dejar su trabajo para dedicarse al cuidado de sus hijas. No resistió mucho, pronto consiguió un trabajo en la Secretaría de Educación de Guerrero, con horario fijo, servicio de guardería y la facilidad de salir por sus hijas y volver con ellas al trabajo.

Sissi estudió la carrera técnica de diseño decorativo, trabajó como diseñadora gráfica durante 13 años para TV Azteca y como profesora de artes pláticas en primaria y secundaria. Después, junto con su hermana, comenzó a dar clases de patchwork (trabajo hecho a base de pedazos de tela) y a partir de 2010 se independizó y ahora es dueña de su propio negocio.

Teresa estudió Psicología en la UAM, una especialidad en Psicoterapia Familiar, una maestría en Psicología del Trabajo, otra en Psicoterapia Psicoanalítica y un doctorado en la UIC en Psicoanálisis y Familia. Se ha dedicado además a la docencia y a la consulta privada y asume que su amor y dedicación al estudio provocaron su divorcio al no ser compatibles con su vida de casada.

Lourdes estudió Medicina, la especialidad en Psiquiatría, la maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura. Ejerce la psiquiatría desde hace 26 años en el hospital psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, en el que fue la primera mujer jefa de terapia intensiva. Actualmente desempeña el mismo cargo, a la vez que es jefa de otras áreas y cuenta con el récord de haber sido la jefe/a más joven de todo el hospital. Gran mérito en un tiempo y ámbito profesional en el que predominaban los hombres.

Victoria estudió la licenciatura en Teología y también la Maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura, en la UIC. Fue la única mujer laica de su generación durante toda la carrera.

Otras mujeres, pertenecientes a una o dos generaciones posteriores a la mía, también compartieron su testimonio. Claudia, estudió la licenciatura en Pedagogía y la Maestría en Educación, trabaja por su cuenta como docente y gestora de trámites ante SEP y vive la vida como mejor le parece sin apegarse del todo al «deber ser». Y Brenda es estudiante de doctorado en la UNAM y periodista, se dedica a vivir y hacer lo que quiere.

Muchas otras amigas y compañeras de generación han llevado sus vidas al éxito como bailarinas (Lourdes), profesoras de jardín de niños y primaria (Antonia, Carolina, Claudia), como dueñas de su propia agencia de viajes (Gabriela), trabajando desde jovencitas y siendo amorosas madres (Ivonne), estudiando y ejerciendo la odontología (Rosaluz), trabajando en un aeropuerto, viajando y conociendo el mundo (Sonia) y tantas más a quienes aún no he preguntado qué estudiaron o a qué se dedican.

Se observa entonces cómo las mujeres nacidas en la década de los años 60 tuvieron más oportunidades para desarrollarse que las mujeres de generaciones anteriores y que las que nacieron en las décadas subsecuentes vieron y verán ampliarse aún más esas oportunidades. Aunque hay que apuntar que detrás de estas historias de éxito profesional y familiar se encuentran batallas, fricciones, divorcios, renuncias, desencuentros, fracasos y muchas, muchísimas horas de trabajo en la medida que muchas han enfrentado aun la doble y triple jornada de trabajo, siendo amas de casa, madres, esposas, parejas, amantes, trabajadoras y profesionistas.

Que lo dicho sirva de evidencia para afirmar que en condiciones de igualdad de derechos y equidad de trato las mujeres son capaces de lograr cualquier cosa y de que cuando no es así también son igualmente capaces de abrir brecha y emparejar el piso para las que siguen.

7 de marzo de 2025