Cristina Pacheco, gran conversadora y emblemática escritora
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Cristina Pacheco, gran conversadora y emblemática escritora

Abraham Pensamiento

La atosigante inseguridad y la rampante pobreza son el rostro de la Ciudad de México. Sin embargo, parece que eso ha quedado en el olvido; no obstante, Cristina Pacheco caminó por las calles, buscando personas para que le contaran las historias de sus vidas, incluidas sus luchas, pasiones, trabajos, sueños, intereses, entre otros. 

A un año de su partida, la huella que dejó Cristina Pacheco es indudable. En su última colaboración en el periódico La Jornada, Cristina Pacheco nos obsequia un retrato extraordinario de lo que fueron sus preocupaciones: la voz de las mujeres, bajo un título muy sugerente: Misoginia: persistencia intolerable. 

En este texto, ella habla de la protesta que las mujeres realizaron en diferentes partes del mundo el 25 de noviembre; asimismo, nos comparte algunos datos abrumadores de diversas organizaciones, una de ellas es la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la cual indica que una mujer es asesinada por motivos de género en al menos 26 países de la región y que, por lo tanto, al año son asesinadas aproximadamente 3 mil mujeres. 

Una de las historias que ella cuenta es la de María Fernanda Olivares, atropellada el 12 de junio de 2021 por Diego Helguera, quien, a pesar de que ha sido declarado culpable, un juez le concedió ocho aplazamientos para que se le otorgue la pena correspondiente. Posteriormente, con enorme sensibilidad, relata brevemente, que las instancias legales tienen que cambiar inexorablemente. 

Es menester recordar que ella escribía con un seudónimo masculino con la intención de ser tomada en cuenta. Cristina, con esta colaboración, deja muy claro la importancia de las mujeres en el desarrollo de una región, sin embargo, más importante todavía, exige que las autoridades jurisdiccionales tengan la empatía para resolver con celeridad y sensatez esa clase de temas. 

La penúltima colaboración de Cristina Pacheco en su columna semanal se titula Dos balas, es la historia de Don Lázaro, un hombre mayor que trabaja con Jennifer, una mujer que tiene que mantener a sus tres hijos y a su marido, Arnulfo, que se encuentra encarcelado. Don Lázaro ha perdido la esperanza después de que le cortaron la pierna debido a que le dispararon una noche mientras caminaba con su pareja, Eunice. 

No obstante, en una tarde Jennifer le cuenta a la narradora que su marido fue sentenciado, pero no por robo, sino por intento de homicidio. ¿A quién intentó asesinar Arnulfo? ¡A Don Lázaro! En el texto son apreciables todas las preocupaciones que Cristina tuvo a lo largo de su vida: la pobreza que conduce a las personas a cometer actos criminales, la dicotomía de la moralidad y lo verdaderamente paradójico que resulta la vida misma. 

En Mar de historias es muy probable entrecruzarse con una historia en común. Los mexicanos hemos atestiguado que la empatía es viable si se aplica de manera contundente, más si las personas que lo hacen son, por antonomasia, magnánimas. Es el caso de Cristina Pacheco, quien, con sus entrevistas y concomitantes trabajos literarios consiguió empatizar con una sociedad olvidada, marginada, transgredida por todo: el capitalismo, la vorágine consumista, la moda, la modernidad, etcétera. 

La obra de Cristina hace lo que pocas veces un escritor puede hacer: congraciarnos con los demás y ser, por un momento, por un chisporroteo fugaz de haces de luz, por una sístole y una diástole coadunadas, el otro. 

Los libros de Cristina —de una interesante riqueza poética— cuentan las historias de los otros, de los que no aparecen en la televisión, de los que no prorrumpen las plazas con largos discursos, esos olvidados, esos que sólo tienen un propósito: sobrevivir al embate de la vida diaria con risas, amor y ajetreo. 

Somos los otros, y ellos son nosotros: “C’est vivre et cesser de vivre qui sont des solutions imaginaires, l’existence est ailleurs”, señaló André Breton. Títulos como Sopita de fideo (1984) y La última noche del tigre (1987) tienen el propósito de presentar la rutina de las personas que se encuentran en medio del apretujón del metro, los que con pujanza salen de madrugada hacia sus trabajos y después llegar, durante el crepúsculo del día, a sus hogares; esquivando, allanando, abatiendo contra el tiempo antropófago de la Ciudad de México. 

Los rostros de las páginas de esos libros son los de los vendedores ambulantes, boleros y basureros, los de los panaderos y las cabareteras, los de los organilleros y jilgueros del centro de la Ciudad, son los ancianos, los niños, las amas de casa, son las diversas historias de los héroes anónimos de México, de los que no pueden soñar porque así les tocó, como Carlos Fuentes escribió en La región más transparente: “Con el tumultuoso silencio de todos los recuerdos, entre el polvo de la ciudad, quisiera tocar los dedos de Gladys García y decirle, sólo decirle: Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer”. 

La Ciudad de México se mueve a un ritmo desigual, indistinto; su clima, frío y, un par de horas más tarde, cálido; dinámica, al ritmo del danzón; pero estática al son de los tambores prehispánicos del Zócalo; ruidosa por las bataholas de los automóviles, callada en avenidas principales; esta Ciudad es la entidad de las historias más desgarradoras al igual que las del triunfo, el periodismo y la política; contrastante, no tiene un nombre ni un solo rostro, tiene varios nombres, varias máscaras, siempre es otra, constantes signos en rotación como escribía Octavio Paz. 

Uno de los libros más sublimes de la autora es Limpios de todo amor (2002) en el que se recrean las vidas de las personas que alguna vez han transitado por esta entidad.

Asimismo, Cristina estaba profundamente interesada en recrear las frases, las conversaciones, las noticias, las modas, los recuerdos, las preocupaciones, las charlas de sobremesa, las reverberaciones, las protestas; en general todo lo que  ha pasado por las calles y por las paredes de esta demarcación, y así lo hizo con su primer libro; a saber: Para vivir aquí (1983). 

No obstante, si hay algo que ha marcado a la Ciudad de México, se trata, insoslayablemente, de los sismos (en este caso, del terremoto de 1985). Cristina logró plasmar en su libro Zona de desastre (1986) esas experiencias tan abrumadoras y tan desesperantes, historias de los sobrevivientes al igual que de la gente que lo perdió todo; héroes que —a través de la solidaridad, así como de la resiliencia— consiguieron salir adelante. La autora cuenta una sola historia repartida a largo del tiempo, con varios protagonistas, pero con un mismo escenario. 

Sin embargo, ella no sólo se dedicó a la narrativa, también realizó varios trabajos periodísticos, tal es el caso de La luz de México: entrevistas con pintores y fotógrafos (1989). En este texto, de fácil lectura, nos permite adentrarnos en el íntimo mundo de más de cuarenta pintores y fotógrafos, quienes comparten sus diferentes perspectivas acerca de los colores, la geometría, así como del muralismo; visiones tan distintas como las de Carlos Mérida y Juan Soriano, Manuel Álvarez Bravo y Armando Salas Portugal, entre otros. 

Lo que distingue este trabajo de la crítica, a mi parecer, son dos cosas: la primera es que la selección como el orden de las entrevistas no tienen particularidad; mientras que, en segundo lugar, la crítica hace comparaciones contemporáneas e históricas del desarrollo de la pintura en México, no obstante, el libro de Cristina lo hace desde la perspectiva de los autores. 

De esa manera, Tamayo nos cuenta que su familia no tenía ningún interés artístico, pero que vendieron fruta en la Merced o que O’Gorman hizo su primer mural al interior de una pulquería. Incluso, se encargó de recopilar entrevistas sobre los distintos trabajos que existen en México en su libro Oficios de México (1993). 

Otro trabajo también de carácter periodístico es El corazón de la noche (2004), en el que, del mismo modo en el que sucedió con sus textos anteriores; verbigracia, Cuarto de azotea (1986) o Los trabajos perdidos (1998), se reúnen las historias de algunos habitantes de la capital mexicana, quienes le expresan a Cristina sus preocupaciones, objetivos, pasatiempos y, más importante todavía, su esperanza. 

Cristina también abordó el género infantil, dejando obras como La chistera maravillosa (2007) en la que, nuevamente, la otredad es un tópico recurrente; a saber: ¿cómo adaptarse a los cambios? En este texto se narran, con exquisito lirismo, las aventuras de Gonzalo: “Gonzalo tiene que alejarse de su casa porque su padre está enfermo. 

Separarse del ambiente hogareño lo pone nervioso y triste, pero al llegar a casa de sus abuelos descubre un jardín con personajes fantásticos que le permiten viajar a un mundo mágico”. La obra de Cristina Pacheco, desde la narrativa, como desde sus trabajos periodísticos e infantiles hasta su vida personal, son un rastro sempiterno de una intelectual comprometida.

10 de enero de 2025