Genaro Lozano*
Me siento profundamente contento de estar aquí con todas, todos y todes ustedes. Me siento profundamente orgulloso de nuestra Ciudad de México que conmemora el mes del orgullo LGBT. Me siento profundamente orgulloso de ver a tantas personas de la diversidad sexual exitosas, felices, contentas trabajando todos los días por mejorar las condiciones de nuestras hermanas, hermanos, hermanes que no viven felices, que por el contrario viven amenazadas, que no sobreviven o subsisten, que son acosadas o que les niegan un derecho. Me siento profundamente esperanzado porque sé que lograremos colectivamente mejorar las condiciones para todas las personas de la diversidad sexual en estos años.
Y es que en los últimos 25 años, Ciudad de México se ha convertido en un epicentro del progreso, en un referente de la inclusión. El movimiento LGBT nació aquí, en esta ciudad, después de una larguísima trayectoria que abarca 124 años y no sólo los 50 que lleva la marcha del orgullo.
El 18 de noviembre de 1901, en la Ciudad de México, 41 mariquitas, 41 hombres de costumbres raras, 41 lagartones, 41 mujercitos, adjetivos con los cuales fueron llamados por la prensa de la época y por obras literarias como la de Eduardo Castrejón, fueron detenidos en el célebre baile de los 42, porque uno escapó. Con ello, de repente en la Ciudad de México supimos que la homosexualidad no sólo era una moda o una ocurrencia de un personaje fabuloso llamado Oscar Wilde, sino también la de Efrén Rebolledo, Salvador Novo, su gel y sus “jotografías”, y de ahí al imaginario del país del mariachi, de la masculinidad dominante.
Ciudad de México se convierte en la cuna del movimiento LGBT mexicano, el espacio donde lo gay fue estableciendo su derecho a existir públicamente, por parafrasear a Monsiváis. Si Nueva York tuvo su revolución de Stonewall, el movimiento LGBT mexicano tuvo su revolución de Tlatelolco un 2 de octubre de 1978 cuando un numeroso contingente de activistas LGBT marchan en la conmemoración del décimo aniversario de la matanza de estudiantes, que se convierte en la primera presencia masiva y pública de homosexuales y lesbianas y que logra pasar la prueba, como ha escrito Alejandro Brito.
Ayer veía en Twitter una invitación de Juan Jacobo Hernández, el padre de la marcha del orgullo de la CDMX, a visitar los expedientes del Archivo General de la Nación para ver su ficha en la que el Estado mexicano, los servicios de inteligencia y espionaje, lo consideraban como un sujeto peligroso. Y no pude más que sonreír y pensar en la guapura de Juan Jacobo, en su resiliencia, en cómo él y otros de nuestros padres y madres del movimiento, como Gloria Careaga, Patria Jiménez, Henri Donnadieu, Claudia Hinojosa, Max Mejía, Pedro Preciado, Nancy Cárdenas, Gloria Davenport y tantas personas más, valientemente abrieron las puertas de esta ciudad para que hoy podamos todas, todos y todes nosotres estar aquí conmemorando esa historia y siendo beneficiarios de ese trabajo pionero en América Latina.
Esa es la historia de la CDMX, la de los primeros brazos armados del movimiento organizado gay que probaron su poder de movilización. El Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, las lesbianas de Oikabeth y el Grupo Lambda de Liberación Homosexual fueron las primeras señales de una ciudad moderna, global y “gayizada”. El mítico bar El Taller, la calle de Amberes de la Zona Rosa y la Glorieta de Insurgentes desplazaron la clandestinidad de las cantinas y los bares de las calles de Cuba y Tacuba, donde Novo se pavoneaba, y se convirtieron en el epicentro de la cultura gay citadina del entonces DF.
Quienes habitamos en la Ciudad de México reconocemos los profundos cambios que se han generado en ella en este siglo, a pesar de navegar a contracorriente durante los primeros 12 años del siglo 21. No puede negarse que hoy la Ciudad de México es vanguardia no sólo a nivel nacional, sino también internacional con respecto a la inclusión. Ser gay, lesbiana, bisexual o transexual en la Ciudad de México hoy es sinónimo de ser un ciudadano o ciudadana con obligaciones como todos los demás, pero también con derechos como todos y todas las demás.
Ninguno de los avances en el reconocimiento de nuestros derechos ha sido por generación espontánea. Todo ha sido producto de deliberación para construir una ciudad respetuosa, incluyente. El trabajo de generaciones de activistas históricos del feminismo, y de la diversidad sexual, pero también gracias al apoyo de aliados en partidos políticos de izquierda y a la alternancia en el Ejecutivo y lo que significó para la vida democrática de México la apertura de temas de no discriminación. Personas aliadas como el legislador heterosexual David Razú, quien impulsó la iniciativa de matrimonio igualitario. Personas aliadas como la entonces jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, quien abrió la puerta para profundizar en los avances en la capital del país. Hoy tenemos en la Presidencia no sólo a la primera mujer, sino también a la Presidenta más aliada de la diversidad sexual de nuestra historia con el gabinete más aliado de la historia también. Eso es de celebrar.
Hoy celebro que en la capital tengamos como jefa de Gobierno a otra mujer, a una mujer que viene de los activismos feministas, de las bases, de la lucha contra la pobreza y el despojo. Hoy también tenemos en Clara Brugada a una aliada convencida de la riqueza que le da la diversidad sexual a la Ciudad de México. Tenemos a una jefa de Gobierno comprometida con nuestras causas y con el ánimo de escuchar y construir para que nadie se quede atrás.
Tenemos en la Ciudad de México muchos avances e instituciones que trabajan para la diversidad, pero también hay muchos retos. Por eso celebro la reciente creación de la Secretaría Ejecutiva a cargo de Hilda Téllez, quien tiene el mandato de construir colectivamente una agenda para los próximos años y es aquí donde me permito recordar algunos pendientes de esta agenda:
1) La CDMX necesita realizar un primer censo sobre poblaciones de la diversidad sexual. Saber cuántos somos, quiénes somos, dónde estamos, el nivel socioeconómico y la educación para poder atender mejor a estas poblaciones y elaborar mejores políticas públicas. La Ciudad de México ha sido pionera de los derechos LGBT y debe ponerle el ejemplo al INEGI para que se haga un censo nacional.
2) Que se realice un primer catálogo de sitios históricos del movimiento LGBT mexicano, tal y como se hace un registro del INBA y del INAH de sitios históricos nacionales. Calles nombradas en honor de nuestros activismos históricos, quizás en la Zona Rosa.
3) Ciudades como San Francisco y Chicago ya fueron pioneras en la creación de museos de la historia de la diversidad sexual. La Ciudad de México que se vanagloria, y con razón, de tener los mejores museos de América Latina, no tiene hoy en día un museo dedicado a contar la historia del movimiento LGBT, un museo dedicado a reconstruir la memoria de la diversidad sexual de nuestra ciudad. Un movimiento sin memoria está condenado a la extinción.
4) La apertura de más centros comunitarios de la diversidad sexual en todas las alcaldías y más recursos para el que existe ya en la Zona Rosa, el primero de su tipo.
5) Un centro de apoyo especial, un refugio para dormir y alimentos para niños y jóvenes en situación de calle y que se identifican como LGBT. Ahí está por ejemplo el trabajo de Empire State Pride Agenda, en la ciudad de Nueva York que ha construido un refugio así.
6) Se requiere una campaña contra el bullying dirigido a los niños y niñas LGBT y a los hijos e hijas de parejas del mismo sexo en los libros de texto de las escuelas primarias de todo el país.
7) Una discusión profunda sobre la situación de las personas en movilidad, especialmente las personas de la diversidad, las mujeres trans centroamericanas, que pasan por nuestra Ciudad en busca de mejores oportunidades.
Y finalmente una discusión que viene ocupando mi cabeza en las últimas semanas. La noble pero muy polémica idea de decretar la marcha del orgullo como patrimonio inmaterial de la CDMX; hay argumentos potentes. Por ejemplo, hay quienes piensan que declarar la marcha como patrimonio inmaterial no es quitarle fuerza, sino reconocerlo. Hay quienes piensan que decretarla patrimonio inmaterial no la institucionaliza, la inmortaliza. La protege para el futuro y preserva la historia de lucha con la que se ha construido. Pero hay también quienes piensan que decretarla patrimonio inmaterial es robársela a los activismos, es una práctica extractivista y neoliberal. Por ello les exhorto a que se tomen en cuenta los argumentos del colectivo IncluyeT que año con año trabaja muy profesionalmente y de manera incansable para que la marcha tenga un sentido de demanda y político y no sólo sea una fiesta.
Finalizo celebrando que la Ciudad de México tenga hoy esta vocación incluyente que sea este faro global al que todo mundo mira. Que viva la diversidad sexual, que viva la Ciudad de México. Feliz mes del orgullo.
*Texto leído por el periodista durante la presentación del programa de eventos “Capital con Orgullo”, organizado por el Gobierno de la Ciudad de México.