Naief Yehya*
Nueva York.- Cuando este texto se publique en las páginas de la valerosa y solidaria revista Zócalo, el genocidio del pueblo palestino en su fase post 7 de Octubre habrá cumplido dos años. No quiere esto decir que las cosas antes de esta masacre brutal fueran aceptables, pero el pretexto que dio la operación de resistencia “Diluvio al Aqsa” permitió al Estado de Israel lanzar una ofensiva sostenida y apoyada por las potencias occidentales, con el claro objetivo de exterminar o expulsar a la población palestina.
Se ha repetido hasta el cansancio que nunca antes un genocidio fue transmitido en streaming, registrado y archivado en redes sociales como ahora. Las peores atrocidades imaginables se volvieron la cotidianidad del doom scrolling o el consumo digital compulsivo de horrores y malas noticias. Desde el inicio de esta fase sanguinaria de la ocupación no ha pasado día en que las plataformas X, Bluesky y demás estén saturadas de imágenes de brutalidad inconcebible, mientras la mayoría de los medios masivos siguen con su blanqueamiento de dichos crímenes.
La violenta incursión de militantes de Hamás y otras organizaciones al territorio israelí desde Gaza no solamente fue el banderín de salida de la destrucción total que el tecno-etno-estado de apartheid deseaba llevar a cabo desde la Nakba de 1948, sino que también sirvió para lanzar una agresiva ofensiva bélica, expansionista y terrorista en contra de todos los países que consideran enemigos de la región: Líbano, Siria, Yemen e Irán. En las últimas semanas Israel ha incrementado la intensidad de sus bombardeos sobre la ciudad de Gaza con la intención de desaparecer toda estructura y señal de vida.
Pero aparte de eso han bombardeado con drones dos veces a la Flotilla Sumud que intenta romper el bloqueo mientras navegaban por el Mediterráneo (con lo que han agredido a Túnez por bombardear un barco en uno de sus puertos) y a Portugal que es la nación donde está registrado el barco familia de la flotilla. Siete países agredidos en un par de semanas.
Militarmente las misiones destructivas israelíes han sido un éxito. Han derrotado a: Hamás, Hezbolá, el gobierno de Bashar Assad, eliminado a la cúpula militar iraní, bombardeado las plantas nucleares de ese país y atacado despiadadamente a Yemen. No obstante, la opinión mundial ha comenzado a dar un vuelco. La masacre y la destrucción sin fin eventualmente se vuelven indigestas hasta para los más desinformados, negligentes y cómplices.
El 16 de septiembre una comisión independiente de la ONU determinó que Israel está cometiendo un genocidio con el fin de destruir al pueblo palestino. Esto no terminó con el negacionismo de los que apoyan a Israel. El martes 9 de septiembre Israel envió bombarderos a la capital catarí, Doha, a eliminar a la delegación negociadora de Hamás. Los aviones recargaron combustible aparentemente de un avión británico. Las defensas aéreas cataríes no fueron activadas. Estados Unidos mintió diciendo que quisieron prevenir a Catar, pero se enteraron demasiado tarde.
Hamás afirmó que sus principales líderes sobrevivieron, aunque reconoció la muerte de dos miembros de bajo rango, tres guardaespaldas y un guardia catarí. Entre los muertos está el hijo del negociador principal; pero ninguno de los líderes de la organización. Aun para los estándares desbocados y criminalmente furiosos de la política exterior israelí el ataque lanzado contra los representantes de Hamás en las negociaciones convocadas por Estados Unidos representó un desafío de una osadía tan sorprendente como torpe.
De entrada es una traición a sus propios aliados y al régimen de Trump; es prácticamente sacrificar a los rehenes israelíes sobrevivientes, además de ser un golpe brutal al orden internacional que se han dedicado a despedazar.
No obstante, este ataque contra un estado petrolero que el gobierno de Netanyahu ha usado por años como intermediario para financiar a Hamás (desde 2012 el buró político de esa organización está en Catar), negociar con grupos y países con los que no tienen relaciones y a la vez señalar como aliado del terrorismo cuando le conviene, fue un fracaso mayúsculo.
Como es bien sabido: “Durante años, el gobierno catarí envió millones de dólares mensuales a la Franja de Gaza, dinero que ayudó a apuntalar al gobierno de Hamás allí. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no sólo lo toleró sino que lo alentó”, escribieron Mark Mazzetti y Ronen Bergman en The New York Times, el 10 de diciembre de 2023. Netanyahu quería tener a Hamás en el liderazgo ahí, suficientemente fuertes para someter a la población pero no lo suficiente para ser una amenaza. Hamás era ideal ya que Israel podía decir que no era posible negociar con ellos debido a que querían destruir Israel. A pesar de que esta historia es bien conocida y está ampliamente documentada. Israel emplea rutinariamente sus sistemas de propaganda con espectacular hipocresía para acusar a Catar.
El ataque en Doha fue una maniobra más de parte de Israel para destruir toda posible negociación de cese al fuego. A la vez Catar es la sede de la principal base militar estadounidense en el Medio Oriente (con una enorme inversión catarí) y en su reciente viaje en mayo a la región Trump aseguró que se responsabilizaba de la seguridad y protección del emirato. Catar gasta miles de millones de dólares anuales en armas, sistemas de defensa y servicios estadounidenses.
Además, Catar le ofreció a Trump como regalo un jet Boeing, “un palacio volador de súper lujo” para que fuera su avión presidencial, esta flagrante “mordida” tenía por objetivo estimular la inversión y los negocios, que además llevaba la ilusión de que se les tomaría más en serio en el panorama mundial. Cuando Irán arremetió contra esa misma base militar el 23 de junio de 2025, en represalia por las bombas estadunidenses usadas por Israel en la “Guerra de los Doce Días”, en junio, Catar no gozó de protección alguna y de no ser porque Irán previno horas antes de su intención de bombardear y que no trataron de alcanzar ningún blanco civil, no hubo pérdidas humanas.
Cualquiera que haya puesto atención y tenga un mínimo de sentido común puede entender que Netanyahu ha saboteado todas las iniciativas de cese al fuego y las oportunidades para que los rehenes (vivos y muertos) sean regresados. La supervivencia política del primer ministro israelí depende de que el país esté en crisis, ya que de lo contrario pasaría sus días defendiéndose de sus múltiples acusaciones de corrupción y abusos de poder. Oportunamente cada vez que debe presentarse en la Corte algo estruendoso sucede, ya sea un ataque con misiles a un país extranjero o una oportuna matanza doméstica.
Pero lo más importante es que al avanzar como un bulldozer en contra de los palestinos en Gaza y en Cisjordania, con la complicidad de Occidente, está a punto de convertirse en el Führer israelí que logre conquistar la totalidad de Palestina, el Lebensraum sionista del río al mar, con lo que un canalla corrupto y asesino se asumiría como uno de los padres de su patria. Con cada una de sus acciones Netanyahu recupera su popularidad y pone en evidencia que no es una anomalía para la sociedad israelí sino el líder que ha durado más en el poder desde la fundación del Estado.
Ahora bien, al permitir, tolerar y apoyar ilimitadamente este ataque, Estados Unidos ha traicionado el compromiso que tiene con los países del Golfo, quienes en esencia, como señala el periodista Zvi Bar’el, en Haaretz: pagan por su seguridad al invertir en la economía estadunidense, especialmente al comprar grandes cantidades de armas.
Además de que siguen la línea ideológica de Washington y hacen eco de la propaganda política occidental. Incluyendo oponerse a Rusia y China, así como acusar a Irán de ser una amenaza regional y global, también concuerdan con la definición de terrorismo usada por Washington y, en última instancia, normalizarán las relaciones con Israel como parte de los “Acuerdos de Abraham”, fruto de la visión de Trump.
La idea estadunidense de crear una alianza entre los petro emiratos del Golfo, Egipto, Jordania y alguno que otro país árabe dócil, con Israel parece desmoronarse, pero nunca hay que subestimar la cobardía y complicidad de estas naciones.
Este atentado terrorista fue llevado a cabo tan sólo unos días después de que Israel asesinó en un bombardeo el 28 de agosto, en la capital Sanaa, al primer ministro de Yemen, Ahmed al-Rahawki, con parte de su gabinete, mientras tenían una reunión. Este magnicidio pasó prácticamente inadvertido en Occidente.
Lo cual tan sólo reforzó la impunidad de Israel y quedó claro que cualquier líder del mundo que se atreva a oponerse al frenesí criminal israelí, armado por Estados Unidos y Europa Occidental, puede volverse un blanco y ser eliminado con todo su gobierno, en cualquier lugar del mundo. Quizá no sea exagerado pensar que en un futuro líderes como el primer ministro Pedro Sánchez, de España, sea considerado un blanco legítimo por haber cancelado una compra de armas por 700 millones de euros a dos fabricantes israelíes, Elbit Systems y Rafael.
La decisión del gobierno de Sánchez es parte de las nueve medidas designadas para presionar a Israel en protesta por el genocidio y para obligarlos a detener su campaña de destrucción. También en España las protestas contra la Vuelta ciclista por permitir a un equipo representante del régimen genocida israelí tuvieron tal impacto y magnitud que lograron cancelar la llegada a Madrid y movilizaron a decenas de miles de españoles que salieron a protestar y exigir la expulsión de ese equipo de la contienda.
Entre decenas de ataques en contra de Sanaa, Al -Jawf y otros blancos en Yemen, el 10 de septiembre Israel bombardeó los dos principales periódicos de Yemen y asesinó a 31 periodistas y trabajadores de los medios, acusándolos de distribuir y diseminar mensajes de propaganda. Esto es particularmente irónico dada la naturaleza propagandística y el uso indiscriminado de hasbará por parte de medios proisraelíes que se han dedicado a negar los crímenes contra la humanidad, el genocidio y la hambruna usada como arma por parte del gobierno y ejército israelíes.
El asesinato de periodistas no tiene nada que ver con la defensa del Estado, sino que es una agresión contra aquellos que denuncian las atrocidades, por eso han asesinado a más de 270 periodistas palestinos en 23 meses de bombardeos e invasión en Gaza.
Mientras tanto, Israel continua con la campaña sistemática de destrucción de toda infraestructura que quede en pie en la ciudad de Gaza, al tiempo en que exigen a más de un millón de personas, algunas que han sido desplazadas hasta 15 veces desde el inicio del genocidio, a volver a huir bajo bombardeos indiscriminados a las que denominan con cinismo zonas seguras, en el sur de la Franja. El objetivo evidente es que desde ahí esperan eventualmente expulsar a los supervivientes hacia Egipto y así concretar la limpieza étnica que anhelan.
Al tiempo en que caen las bombas en Gaza, Marco Rubio, el secretario de Estado de Trump, fue a visitar Israel nuevamente, en gran medida para contrarrestar las críticas principalmente europeas en contra del régimen de Tel Aviv y la amenaza de que algunos países europeos reconocerán a Palestina en el seno de la ONU.
Al decir que la relación entre Israel y Estados Unidos “nunca ha sido más fuerte”, Rubio mandó un mensaje que contradice las declaraciones de Trump de “no estar nada contento” con el bombardeo a Catar. Pero a la vez la actitud incoherente y absurda no sorprende, especialmente después de la reunión en la Casa Blanca de Trump con el exprimer ministro británico y criminal de guerra Tony Blair y su yerno Jared Kushner, el 1 de septiembre para crear su Riviera de Gaza: “De un aliado iraní demolido a un próspero aliado abrahámico”.
Un plan que implica la expulsión de la totalidad de la población de Gaza, para erigir una serie de ciudades sobre las ruinas y los cuerpos pulverizados de los cientos de miles de gazatíes asesinados, Trump planea que la coordinación de esta reconstrucción quede en manos de la pandilla criminal que llaman Fundación Humanitaria para Gaza o GHF, la cual ha creado el sistema de ofrecer comida como señuelo para asesinar palestinos hambrientos y contratan mercenarios islamofóbicos y neonazis para operar al lado de soldados israelíes.
El diario Haaretz llamó a este proyecto: “Un plan trumpiano para enriquecerse rápidamente basado en crímenes de guerra, inteligencia artificial y turismo”. El plan, pone en evidencia su desprecio por la población nativa, la cual sería borrada, pero más allá de eso, muestra su dolorosa ignorancia de la región, las políticas locales, la geografía y los recursos naturales.
Cuando esto se escribe los países del Golfo siguen buscando cómo responder a la agresión israelí. Es de esperar que ofrecerán algo así como una declaración de condena tan enfática como irrelevante, cualquier cosa que puedan mostrar como un postura digna a su población y la comunidad internacional sin provocar la ira de Trump ni de los israelíes. Si bien es evidente que no tomarán medidas militares ahora, como tampoco lo hicieron a lo largo de dos años de genocidio, no es de esperar que utilicen su enorme poder económico (inversiones en fondos con más de 4 mil millones de dólares) para presionar a Washington o Tel Aviv.
No obstante, la lección que les será difícil olvidar es que Trump les demostró que a pesar de ser serviles, sumisos y útiles a los intereses estadunidenses, su seguridad no está garantizada. Tampoco es de esperar que se retiren de los Acuerdos Abrahámicos, firmados en 2020, que abrieron las relaciones diplomáticas de los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos y pretenden normalizar las relaciones de Israel con otros países árabes.
Han pasado dos años desde el inicio de esta catástrofe y la deshumanización de los palestinos continúa, los medios informativos siguen el discurso de la hasbará israelí al pie de la letra.
Los despidos, presión y amenazas contra cualquiera que se atreve a confrontar la censura, el cinismo y la propaganda en la vida privada, las redes sociales, la academia (particularmente notable fue que la Universidad de Berkeley, a pesar de su larga tradición liberal se rindió a las políticas trumpianas y la amenaza de recortes a su presupuesto, por lo que entregó una lista con 160 nombres de estudiantes y profesores acusados de antisemitismo, en un acto que rebasa los excesos del macartismo más rabioso y de la persecución durante la era de la guerra de Vietnam) y el mundo laboral sigue extendiéndose.
No obstante, cada vez hay más voces de disidencia. En la entrega de los premios Emmy, el 14 de septiembre, el actor español Javier Bardem, portando una kufiya, se manifestó en entrevistas en contra del genocidio y la actriz Hanna Einbinder, con un botón de Artist4Ceasefire, pidió desde el podio en su mensaje de agradecimiento libertad para Palestina. Otros actores como Aimee Lou Wood and Natasha Rothwell, Ruth Negga y Chris Perfetti también llevaban el botón y Megan Stalter llevaba en su bolso una etiqueta que decía “cese al fuego”. Fueron muy pocos pero su valentía es notable ante la perspectiva de ser cancelados y de perder oportunidad de trabajar en esa industria.
Tendremos que esperar para ver qué efecto tiene el que miles de profesionales de la industria del cine firmaron una carta prometiendo no trabajar para instituciones israelíes y aquellas que sean cómplices del sionismo o que no condenen el genocidio. Es cierto que esto tiene un modesto valor simbólico así como las enormes manifestaciones en contra del genocidio en todo el mundo, especialmente la huelga general en Italia el 22 de septiembre. Es casi imposible imaginar que el tecno-etno estado de apartheid cambie de no ser por la presión de un boicot masivo o de acciones armadas.
Mientras, seguirán muriendo decenas de palestinos todos los días.
*Analista internacional, ensayista y escritor. El Planeta de los hongos, su más reciente libro.