La derechización de Israel y sus trágicas consecuencias 
Internacionales, Religión, Sociedad

La derechización de Israel y sus trágicas consecuencias 

Héctor Bialostozky

En una entrevista que realizó al Colectivo de Judíos Antisionistas al que pertenezco, el periodista Jenaro Villamil preguntó algo muy pertinente: “¿Qué fue lo que pasó en Israel para que la sociedad se haya radicalizado tanto hacia la extrema derecha?”. Mi respuesta inmediata fue afirmar que esa derechización es una tendencia que se propaga y usurpa el poder en varias partes del mundo. Sin profundizar más, pasé a describir lo que veo como un común denominador que va de la mano con el ascenso de esa corriente ideológica en varios países: el fortalecimiento de la islamofobia y el antiarabismo. 

Pero mi respuesta se quedó corta ante la complejidad del problema. Son muchos los factores que convergieron para explicar el origen y el desarrollo de este desafortunado fenómeno. Desde el punto de vista histórico, el Estado de Israel nació como un proyecto colonial de asentamiento y de desplazamiento de la población nativa. Por ello, desde su concepción fue un proyecto inherentemente antidemocrático y racista.

El dirigente sionista británico de origen bielorruso Chaim Weizmann, quien después se convertiría en el primer presidente del Estado de Israel, adelantó que la intención de los sionistas era “establecer una sociedad para que Palestina sea tan judía como Inglaterra es inglesa y América es americana”. Por consiguiente, desde un inicio este proyecto alarmó a los palestinos que vivían en esas tierras desde tiempos ancestrales y a los países árabes circundantes que serían futuros vecinos y enemigos. 

Sin embargo, dentro del sionismo siempre hubo diferentes corrientes. Unas mucho más moderadas, como los laboristas y los socialistas, que creían en un Estado judío democrático y pluralista que debía respetar los derechos de todas las minorías independientemente de su religión y apoyaban, incluso, la creación de un Estado palestino independiente.

Y otras corrientes mucho más extremistas y hacia la derecha, como el movimiento sionista-revisionista de Vladimir Jabotinsky, que en su seno contenía elementos ultranacionalistas, supremacistas y anti-árabes, que tenían pretensiones de expansión territorial y que vivían con una obsesión por aplastar cualquier aspiración del pueblo palestino por su libre autodeterminación. De esta corriente desciende el partido Likud de Benjamin Netanyahu y la extrema derecha israelí que ahora está en el poder. 

Desafortunadamente, la derecha llega al poder en 1996 tras el asesinato del primer ministro laborista Isaac Rabin, perpetrado por un nacionalista israelí de ultraderecha. No es una coincidencia que Rabin había firmado unos años antes los Acuerdos de Oslo que sentaban las bases para un proceso de paz que prometía la coexistencia pacífica entre dos Estados: uno israelí y uno palestino.

Era claro que Netanyahu y los sectores nacionalistas y supremacistas de Israel se oponían al acuerdo y que el asesinato de Rabin les vino como anillo al dedo. Para 1996 Netanyahu, del partido Likud, gana las elecciones y desde entonces se convierte en el hombre fuerte de Israel. Y aunque hubo otros partidos y primeros ministros que gobernaron Israel intermitentemente entre los periodos de gobierno de Netanyahu, ya nadie se lo pudo quitar de encima.   

Con Netanyahu en el poder durante más de dos décadas, el partido Likud se transformó de un partido populista neoliberal mainstream a un partido de extrema derecha nacionalista y religiosa, especialmente al hacer coalición con ultraortodoxos, nacionalistas y mesiánicos, incluido el movimiento de colonos.

Además, integraron en los altos rangos del gobierno a elementos extremistas como Bezazel Smotrich e Itamar Ben Gvir, y a elementos de la nueva ultraderecha kahanista que promueven “el ultranacionalismo religioso, supremacía judía, obsesión con la pureza étnica, el ‘renacimiento nacional’, la violencia, el odio a los árabes, a la izquierda y con su homofobia, representan cada vez más el mainstream en Israel reflejando la creciente radicalización de su sociedad” (Maciek Wisniewski, periódico La Jornada 26/11/2022).

La ultraderecha siempre necesita un chivo expiatorio para florecer, y los judíos lo sabemos. Netanyahu y sus secuaces apuntaron sus cañones hacia los organismos internacionales multilaterales, las ONG’s y organizaciones pro-derechos humanos, y a lo que ellos describen como la “extrema” izquierda. A todas los acusan de antisemitas. Pero en realidad toda su ideología se basa en un odio profundo hacia los palestinos, los árabes y el Islam, y mucho de su discurso y de sus políticas se sustentan en la arabofobia y en la islamofobia.

Conciben y justifican este odio como una guerra entre civilizaciones: Israel representando los supuestos valores iluminados de la civilización occidental que lucha en contra del islamismo extremista, una ideología oscurantista, antidemocrática y tiránica digna de pueblos primitivos y violentos. El régimen y la sociedad israelí no sólo ignoraron el hecho de que muchos judíos israelíes son de origen árabe, sino que subestimaron el hecho de que dentro de Israel hay una población significativa de origen árabe y musulmana, y de que sus propios vecinos son principalmente árabes y musulmanes.

Es una guerra inganable. Desde que llega al poder Netanyahu y su gobierno en los 90, hacia el interior de Israel y en los territorios ocupados, profundizan el racismo, el apartheid y la limpieza étnica. Y en su política exterior, de la mano con Estados Unidos, contribuyen a la desestabilización del Medio Oriente, apoyan las prácticas antidemocráticas y los cambios de régimen en varios países vecinos, y participan en la destrucción de sociedades enteras y en el asesinato de millones de personas desde Libia hasta Irak. 

En el campo social, Israel también se fue moviendo hacia la extrema derecha. Todos sabemos que el Estado sionista nació de las terribles experiencias de la persecución antisemita en Europa, que culminaron con el holocausto nazi. La sociedad israelí se fundó sobre la idea de que los judíos siempre habían sido y serán perseguidos y que necesitaban un Estado-nación propio con un poderoso ejército para defenderse. El aislacionismo, la paranoia y la necesidad de control se vuelven parte consustancial de la psique israelí desde sus inicios. Por ello Israel se convierte en uno de los Estados más militarizados del mundo y uno de los principales productores masivos de armas. 

La relación entre sociedad y ejército es profunda. En Israel ir al ejército es un ritual de paso y un espacio de indoctrinación. Hay servicio militar obligatorio de dos años para mujeres y tres años para hombres. Aunque el ejército no supera más de 200 mil soldados profesionales, las Fuerzas de Defensa se basan sobre todo en sus reservas de más de 500 mil soldados llamados de forma regular para entrenamiento y servicio. 

Desde la llegada de Netanyahu al poder en los 90, la sociedad israelí se militariza exponencialmente, la relación entre ejército y política se vuelve mucho más simbiótica y el país da claros pasos hacia el totalitarismo. Dentro de Israel la Policía se militariza y aumenta la cantidad de civiles armados. Paralelamente, también se agudizan la represión, el hostigamiento y el miedo a disentir de los sectores israelíes judíos progresistas y de los palestinos israelíes.  

Obviamente, en los territorios ocupados de Cisjordania, Gaza y Jerusalén del Este, la ocupación se vuelve mucho más cruel y extrema desde 1996 con el asesinato constante de niños, mujeres y hombres palestinos, el arresto de miles de personas palestinas (que Israel llama prisioneros) sin procesos legales justos, algunos incluso menores de edad, el control del movimiento de la población palestina, el aumento de demoliciones de propiedades palestinas, el robo de territorios palestinos, la construcción de asentamientos judíos, y la represión y silenciamiento de cualquier oposición a la ocupación. Desde un principio queda claro que Netanyahu y su gobierno quieren destruir cualquier posibilidad de la formación de un Estado palestino. 

Ocurre también un asalto a las leyes y a las instituciones encargadas de la impartición de justicia que garantizaban la vida democrática israelí (que ya de por sí era selectiva). Hacia el interior del país, Netanyahu y su gobierno construyen paulatinamente un régimen basado en un nacionalismo judío autoritario y religioso, en clara degeneración de la que ellos mismos describen como “la única democracia en Medio Oriente”.

Impulsan, por ejemplo, reformas judiciales para limitar el poder de la Suprema Corte. También promueven leyes racistas que materializan más aún la desigualdad étnica; tal como la “Ley fundamental: Israel como el Estado-nación del pueblo judío”, un texto muy controvertido por considerarse discriminatorio hacia las minorías árabe y drusa que aprobaron en la Knéset (Parlamento) en 2018. En los territorios ocupados profundizan el apartheid, con un sistema normativo para unos y un sistema prerrogativo para otros.

La impunidad se vuelve un privilegio sólo de los ciudadanos judíos israelíes y de los colonos que pueden cometer abusos a diestra y siniestra sin pagar las consecuencias. Y peor aún, de la misma manera que se comportan los israelíes hacia el interior del país, hacia el exterior Israel viola constantemente las leyes del derecho internacional, comete crímenes de lesa humanidad ante los ojos del mundo y se convierte cada vez más en un Estado paria.

Como dice Antonio Gramsci: “La conquista del poder cultural es previa a la del poder político”. En el campo cultural y educativo, Netanyahu y su gobierno aplican una estrategia muy bien planificada de derechización de las mentalidades de sus ciudadanos. Desde que asumen el mando en 1996, van tomando el control de la educación y de los medios de comunicación, a veces de manera encubierta y silenciosa y a veces de manera pública y evidente, con el propósito de controlar la narrativa y de formar una población que no pueda pensar críticamente, que se crea su propaganda y sus mentiras, y que se vuelva miedosa, sumisa, complaciente y obediente. En la educación hay un mayor protagonismo de la religión, y una guerra en contra de la iluminación y los valores universales. 

Las piezas medulares del discurso de la extrema derecha israelí son: fomentar un racismo virulento hacia palestinos, árabes y musulmanes, invisibilizar, satanizar y deshumanizar a los palestinos, desconocer la existencia de la ocupación e ignorar los abusos diarios a la que son sometidos los palestinos, fomentar un odio irracional a Hamás, a Hezbollah y a Irán, y considerar cualquier respuesta a la ocupación como terrorismo.

Por otro lado, buscan fomentar el militarismo desmedido como única posibilidad de sobrevivencia del pueblo y de la nación, intentan impulsar la idea de que las fuerzas de Defensa de Israel son “el ejército más moral del mundo” y tratan de diseminar la idea de que Israel es “la única democracia de Medio Oriente”. Además, promueven el supremacismo judío y la creencia de que el pueblo de Israel es el pueblo elegido de Dios. 

Este discurso lo acompañan con la censura y el silenciamiento de voces disidentes, de medios críticos y de todos aquellos que cuestionan la narrativa oficial. Y lo fomentan con una falta de autocrítica y con una actitud defensiva. Señalan cualquier cuestionamiento al Estado de Israel, a su gobierno y a sus políticas, por más salvajes que éstas sean, como resultado del antisemitismo. Para ello se autodenominan como el Estado judío y se declaran representantes de todos los judíos a nivel mundial, con el objetivo de reafirmar la premisa de que antisionismo es igual a antisemitismo. 

Sólo hace falta leer el Jerusalem Post, Times of Israel, Israel Hayom o casi cualquier otro medio de comunicación israelí para conocer esta lamentable narrativa basada en la desinformación y manipulación. También han intentado desinformar y manipular a la opinión mundial a través de la Hasbará, pero sus esfuerzos actualmente ya no están rindiendo tantos frutos. 

El ataque de Hamás del 7 de octubre abrió las puertas del infierno. Ya se había preparado el terreno con mucha anterioridad. Sólo se necesitaba un acontecimiento puntual para generar consenso en una sociedad que para ese momento ya estaba francamente en un estado esquizoide.

Israel estaba listo para liberar a sus demonios y materializar el crimen de crímenes: el genocidio de un pueblo entero, que no perdona a niños, mujeres, ancianos ni a jóvenes. Nunca hay que olvidar que la extrema derecha es genocida por naturaleza y su empoderamiento paulatino en Israel trajo las consecuencias previsibles y espeluznantes que todos estamos atestiguando hoy.

*Artista y activista

3 de junio de 2025