Sergio Lugo
El 13 de mayo murió Pepe Mujica. Es quizá el político más querido en el mundo, por su carisma, austeridad y congruencia en su forma de vivir.
Fue guerrillero con el Movimiento Nacional de los Tupamaros, en Uruguay. Lo hirieron de seis balazos. Lo metieron a la cárcel, casi dos años, y escapó.
Luego lo volvieron a apresar, y ahí estuvo desde 1972 hasta 1985, en total casi 15 años de cautiverio, y de esos, Pepe ha dicho que estuvo más de 10 años, sin poder leer un libro, incomunicado.
Así de bárbara fue la dictadura militar fascista de Bordaberry, de aquella época.
Mujica, aislado en la cárcel —contó después—, que le daba las migajas a las ratas, porque eran el único ser vivo, y lo mismo las hormigas, a las que podía escuchar.
El fascismo trató de matarlo en vida, por medio de la locura, en la cárcel, pero no pudieron.
Y su esposa, su pareja de vida, Lucía Topolansky, con quien estuvo viviendo por más de 40 años, igualmente, permaneció en la prisión, se fugó, la torturaron, la volvieron a encarcelar, casi el mismo tiempo que Pepe, ella declaró que estaría con él, toda la vida, y lo cumplió.
Ojalá, ahora, más escritores y periodistas escriban sobre Lucía, para que sirva de inspiración a las nuevas generaciones.
Después de 1985, ambos estuvieron libres, con el fin de la dictadura, más tarde Pepe, se convirtió en diputado, senador, ministro y Presidente de la República, del 1 de marzo de 2010 al 2015.
Recomiendo la entrevista que le hizo el español Jesús Quintero, en el programa “El perro verde”, en 1988, ahí habla de sus miedos, el encierro, que se puede domesticar a una araña, sobre la vida, y la muerte. Es como un diálogo filosófico.
Cuando Pepe asumió la Presidencia de Uruguay tenía 74 años. Hizo lo que pudo, a su edad, y aplicó lo que aprendió en la cárcel: la humildad.
Donó casi todo su salario, se fue a vivir con Lucía, en su casita en el campo, manejaba su vocho, azul cielo, modelo 1987, era vegetariano, y cada fin de año, convivía y comía con los más pobres.
Pepe Mujica no fingía, pues seguramente, estando en la cárcel, aprendió que lo material no era lo más valioso, sino la vida y la libertad. Su inspiración siempre fue Lucía.
Mujica se volvió tan famoso, en todo el mundo, por su austeridad, se tomó fotos con decenas de celebridades, como la banda de rock Aerosmith, donde posan con una guitarra blanca autografiada.
Manu Chao lamentó su muerte, lo mismo que Residente y varios artistas más.
Pero ahora, después de su partida, hay una izquierda retrógrada, de España, que lo critica y afirma que no era revolucionario. ¿Qué esperaban, que Pepe tomara un tanque militar y disparara a todos?
Esa Izquierda sectaria le hace el juego a la Derecha, también española (y de otras partes de Europa), la que asegura que los españoles vinieron a “civilizar”, y “educar” a los aztecas —en referencia a los mexicanos—. Los evangelizadores españoles hasta dudaban si los indígenas tenían alma o no.
Por 300 años de colonización, el Rey de España nos ordenaba cómo pensar, desde la comodidad de su trono, sin que viniera a Nueva España (México) para ver nuestra realidad.
Y así esa Izquierda (no puedo generalizar), muy teórica, pero de papel, quiere dictar qué o quiénes sí son revolucionarios, justamente, desde la comodidad de un escritorio, en España, sin venir a las calles de América Latina, a luchar.
A esos sectarios no les basta que Pepe haya recibido balazos en su cuerpo, que en casi 15 años de cárcel a veces sólo convivía con ratas y hormigas (los únicos seres vivos), que sólo podía ir al baño una vez al día. Que la vida se le apagaba cada minuto de su soledad en prisión, donde te carcomía el cuerpo y la mente, esa oscuridad represora.
Pepe tuvo errores y contradicciones, no era perfecto.
En su funeral, su amigo Mauricio Rosencof recordó cuando él también estuvo en prisión con Pepe, y los 11 años de aislamiento que pasaron, recitó el pequeño poema que escribió sobre eso:
“Y si este fuera/ mi último poema/ insumiso y triste/ raído pero entero/ tan sólo una palabra escribiría: Compañero”.
Pero Pepe cuando salió de la cárcel, en lugar del rencor y el odio, habló del amor, la reconciliación, algo parecido a Mandela.
Pepe tampoco se propuso ser un “influencer” de superación personal, simplemente inundó las redes sociales por su comportamiento y pensamiento filosófico de Izquierda, era como el Benedetti de la política. Los jóvenes lo adoran.
A muchos, alguna vez, un discurso de Pepe, nos ha hecho llorar. Y ahora su funeral ha sido muy conmovedor, el pueblo lo ama.
De los mandatarios presentes estaba su amigo Lula, frente al féretro, y junto a Lucía Topolansky.
Antes, en el recorrido por la calle, del cortejo fúnebre, publicaron una foto de Lucía en el coche, sostenía una carta, que quizá se la dio alguien del pueblo, eran varios corazones dibujados (por la forma, quizá por un niño), se alcanza a leer: “Gracias Pepe. Te amamos”. Me gustó mucho, porque ahora debemos apapachar a su viuda, Lucía.
Pepe Mujica y Lucía Topolansky nos enseñaron que la Revolución se hace con las armas, pero también con el corazón.

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