Los medios, deslocados
Periodismo, Principales

Los medios, deslocados

Alma Rosa Alva de la Selva

Con un impacto parecido al efecto dominó, la jornada electoral del 2 de junio continúa generando reacciones en cadena, incluidos, por supuesto, en las empresas de la comunicación.

Como quedó claro, buena parte de la industria mediática (medios impresos, radio, TV y medios digitales) fueron el espacio para difundir las “campañas negras”, instrumento propagandístico apuntalado contra la opción electoral que se perfilaba para ganar la contienda por la presidencia de la República.

Durante meses, conocidos lectores de noticias, columnistas, conductores de programas y múltiples “opinólogos” actuaron con alevosía, premeditación y ventaja frente a sus lectores, audiencias y usuarios. Estas prácticas representan reprobables transgresiones al ejercicio del periodismo profesional.

Fue así como, por ejemplo, sin recato alguno, dichos conductores y opinólogos hicieron de lado cualquier aproximación posible a la objetividad. Ese parámetro que hace la diferencia entre el periodismo competente y responsable de aquél que actúa a partir de consignas. De manera automática aplicaron sesgos a la información, amplificaron sucesos, intencionalmente omitieron datos o de manera flagrante, como ya es costumbre, continuaron mezclando sus opiniones con material informativo.

En la idea de contribuir a crear una atmósfera de crispación que influyera en la percepción social sobre el partido guinda, habiendo tomado la agenda política de la alianza opositora en lugar de la agenda social, y con la descalificación sistemática como la dinámica a seguir, la industria mediática echó mano de un repertorio de todo tipo de recursos (discursivos, audiovisuales, construcción de fake news o hasta deep fakes) a su alcance, para configurar a la opción de Morena en los meses previos a la contienda electoral como una amenaza para el país.

Durante el periodo electoral, el periodismo crítico brilló por su ausencia. Fueron muy pocos aquellos que no cayeron en las diatribas y narrativas tóxicas del golpeteo cotidiano, flaco en argumentos, pero sobrado de ironías; afirmaciones sin sustento o apelaciones al odio o al miedo. Fueron menos quienes, especialmente desde los espacios digitales, presentaron reflexiones de fondo, análisis serios e información con respaldo de fuentes acreditadas.

Claramente obedientes de las directrices ideológicas de la oposición prianista, la “política editorial” o “el ángulo informativo” de esos medios se redujo a asumir y aplicar el consabido tratamiento maniqueísta a la información, personalidades y hechos relacionados con la actual administración de gobierno, de una forma tan obvia y predecible que no resistió el juicio de las audiencias: más que medios “informativos”, fueron instrumentos propagandísticos.

Tal apreciación alcanzó incluso a “figuras” de los espacios de noticias y hasta a supuestos adalides de la libertad de expresión y el derecho a la información, quienes en la coyuntura electoral súbitamente se desprendieron de su aparente imparcialidad y dispusieron sus espacios para la difusión de las visiones ideológicas de la coalición derechista tripartita.

Esa etapa fue una oportunidad perdida para el periodismo. Pierde el periodismo cuando, en lugar de asumir su función social y de ponerse a la altura de las circunstancias que impuso un importante momento político, simplemente “recibe línea”, se mimetiza y hasta se reconoce con los intereses de sus promotores. Pierde el periodismo cuando, como ha ocurrido, en lugar de ofrecer a sus audiencias, públicos o usuarios digitales fieles registros de los hechos ocurridos o puntos de vista fundamentados y que les sean útiles para construirse una opinión propia, trabajan para quienes se aferran a que “todo sea como antes”, es decir, amplios gastos de publicidad oficial, prebendas y “apapachos”.

En cuanto a los medios digitales, la red fue testigo de un intenso flujo de mensajes, producto evidente de la “participación” de granjas de bots; y de información “sesgada”. Si bien el ambiente fue de intensa confrontación y agresividad, hubo una mayor diversidad de participantes y puntos de vista.

Sin embargo, llegado el 2 de junio, se vivió una inédita jornada electoral, y se confirmó que no hay mercadotecnia política que valga ante la obstinada realidad. A fin de cuentas, esta se impone y derriba construcciones simbólicas tan rudimentarias y ya conocidas como la acometida por la oposición. Asociado a ello, la saturación de tal carga propagandística hizo su parte y resultó en un efecto boomerang.

El lunes 3 de junio, los medios amanecieron descolocados: el resultado de los comicios, anunciado horas antes, fue adverso a sus patrocinadores o socios. Los espacios de noticias matutinos no se ubicaban en la realidad política emergente, como tampoco quienes han vivido en los “filtros burbuja” o en las “cámaras de eco” creadas en la red, cuando no en espacios sociales aislados del exterior.

Esa mañana, sorprendido por los resultados, el sector más poderoso y visible de los medios “tradicionales” comerciales atisbó el desplome de lo que le quedaba de credibilidad, esa que es el valor más alto del trabajo periodístico. Valor que se refleja en crecientes y fieles audiencias y que repercute en la inversión publicitaria.

Una vez más, esos medios quedaron exhibidos en cuanto a su asociación con partidos y grupos políticos contrarios al avance democrático nacional.

Fue así como la coyuntura electoral reciente reafirmó que la industria mediática, y en especial su sector más influyente, forma parte del que fuera durante largas décadas del Siglo XX el “bloque dominante” en el poder (Mejía Barquera dixit), membresía que le rindiera tantos frutos hasta los tiempos actuales y entre cuyas características ha sobresalido hasta ahora su estrecho contacto con los gobiernos en turno. De esta fórmula han surgido favorables negociaciones con las altas esferas de la burocracia política, ya sea en materia de marco legal, exenciones fiscales e, incluso, cargos en altas instancias del poder público, desde las cuales han defendido sus intereses a cambio de un manejo de la industria congruente con los intereses de los sucesivos gobiernos.

Ese armónico vínculo se está alterando. El cambio en la correlación de fuerzas políticas para la conducción del país, que surgió en 2018 y ha sido ratificado y ampliado en 2024, resulta desconcertante para los medios. Las alianzas políticas articuladas históricamente se encuentran en plena incertidumbre y a la búsqueda de asideros. A poco tiempo de la confirmación del contundente resultado electoral comenzaron a aparecer algunas muestras de oportunismo político, con transformaciones súbitas de algunos hasta hace poco furibundos defensores del prianismo, transmutados en pioneros de una “prudente” avanzada para congraciarse con el nuevo gobierno y que, a su vez, explora fórmulas posibles de acercamiento.

Es momento de que la industria mediática comprenda el cambio político y la exigencia democrática emanada de los votos emitidos en aquel caluroso día de junio, y que a partir de ello se ponga a tono con las transformaciones sociales, políticas y culturales que conlleva.

Asimismo, los medios habrán de tomar en cuenta que sus audiencias decrecerán en una sociedad que se percibe cada vez más engañada por esos medios, en la medida en que las nuevas generaciones cuentan con otros canales y fuentes de información; para estas, el escenario de los “líderes de opinión” y de los “intelectuales orgánicos” que “orientaban” al público es historia.

De no tomar un rumbo distinto frente al cambio, tal circunstancia alejará más aún a la industria mediática de amplias porciones de la sociedad mexicana interesada en nuevos escenarios informativos, en lo que sería una constatación más de que los medios continuarán formando parte de los sectores más rezagados del México del Siglo XXI.

Doctora en comunicación y catedrática de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM

30 de julio de 2024