Gerardo Albarrán de Alba*
El escándalo por la desacreditación que hizo la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García” al proyecto de tesis de maestría de Carlos Pozos, luego de que el Presidente Andrés Manuel López Obrador accedió públicamente a autografiarla, podría reducirse a un suceso de la farándula a la que pertenece el personaje que se hace llamar a sí mismo “Lord Molécula”, y no a un debate del periodismo, al que degrada pretendiendo ejercelo.
Lo preocupante es que se convirtió en un acto político por la dedicatoria presidencial: “Para Carlos Pozos, periodista independiente, defensor de causas justas y hombre honesto”. A López Obrador no se le puede acusar de avalar una falsa tesis; él puede alegar que sólo regaló un autógrafo en un documento y, además, que lo hizo de buena fe, pues no tiene por qué saber que no cumplía los requisitos académicos para siquiera ser registrada como proyecto de tesis y que tampoco ha sido aprobada por su asesor, Fernando Díaz Naranjo. Su responsabilidad es otra. Si algo hay que reclamarle al Presidente es –al menos– su concepto de “periodismo independiente”, en el que inscribe a su palero de confianza en las “Mañaneras”, y su idea de “honestidad”, adjetivo que le atribuyó a su instrumento de propaganda.
El episodio es ocasión para recordar que el periodismo –todo– debe ser independiente. Pero ser independiente no significa ser neutral. El periodismo no lo es ni puede serlo, pues siempre está marcado por ideologías. Hay periodismo de izquierda y hay periodismo de derecha. En ambos casos, y dependiendo del tema, la línea editorial se puede cargar más a su extremo o acercarse más al centro, pero nunca deja de tomar posición política (pretender no hacerlo es una engañosa posición en sí misma).
También debemos reflexionar en quién es periodista y quién no lo es. Este es un tema más complicado, porque toda persona tiene derecho a buscar información y a difundirla a través de los medios a su alcance. Ejercer la libertad de expresión –que se nutre del derecho a la información– no convierte a cualquiera en periodista, por más que quienes somos periodistas ejerzamos de manera profesional esa misma libertad de expresión.
A diferencia de la libertad de expresión que gozan las demás personas en otras actividades, periodismo y periodistas nos regimos por convenciones deontológicas que nos obligan moral y profesionalmente a verificar la información, así como a contrastar y contextualizar cada hecho, cada dato, cada dicho. Al buscar información, al procesarla y al difundirla, estamos sujetos a códigos de ética que dotan de pertinencia social a nuestra profesión.
Un periodista profesional debe ser independiente e imparcial, lo que –de nuevo– no significa ser neutral. Ser independiente e imparcial significa ser intelectualmente honesto para no tergiversar la realidad en aras de hacerla parecer a nuestros puntos de vista, aun cuando contradiga nuestras creencias, nuestras preferencias y nuestros deseos.
Para ser periodistas profesionales debemos ser independientes de los poderes económico y político, tomar la distancia suficiente para no obnubilarse por filias y fobias. Esa es la imparcialidad que se requiere. Ejercer honestamente un periodismo de izquierda o de derecha es hacerlo de forma transparente para defender e impulsar valores filosóficos de la ideología que adoptemos (sobre todo, cuando son valores compartidos por todo el espectro, como la democracia y los derechos humanos, por ejemplo), pero no para defender intereses que utilizan a la ideología (de derecha o de izquierda) como coartada. El episodio que provoca esta reflexión subraya que “Lord Molécula” no es periodista, no hace periodismo. Es una caricatura epistemológica que envilece todo lo que usurpa y ridiculiza a quien le avala.
*Periodista y analista