Naief Yehya
Nueva York.— Mordechai Barfman, un plomero estadounidense, judío de 27 años, venía conduciendo su camioneta a las 21:00 horas el lunes 17 de febrero en Pine Tree Drive, en Miami Beach. Cámaras de vigilancia registraron cuando frenó, bajó de su camioneta y disparó 17 veces su pistola semiautomática en contra de dos hombres que viajaban en otro auto. Uno de los hombres recibió una bala en un hombro, el otro tuvo un rozón en el antebrazo.
Cuando lo detuvieron dijo candorosamente que había visto a dos palestinos y los había matado. Quizá se imaginó que vivía en Israel. Luego se supo que los individuos agredidos eran Yarin y Ari Rabey, padre e hijo israelíes que vacacionaban en la ciudad. Los supervivientes del ataque lograron escapar y fueron transportados a un hospital desde donde postearon en Facebook fotos de Ari y de las balas que impactaron el Hyundai en que viajaban.
Ari escribió: “Mi padre y yo pasamos por un intento de asesinato por motivos antisemitas”. Y concluyó: “Muerte a los árabes”. La historia no podría ser más irónica. Víctimas y victimario coinciden en su intenso odio a los árabes, el primero estaba dispuesto a asesinar a desconocidos que no le habían hecho nada simplemente por creer que pertenecían a una identidad étnica. Los otros en vez de buscar justicia y descubrir quién los agredió tienen el reflejo automático de culpar a “los árabes” y desearles la muerte.
Odio, frustración, venganza y la directiva Hannibal
Ese mismo odio frenético e incontrolable es lo que ha llevado a los sucesivos gobiernos israelíes desde la Nakba (la catástrofe de 1948) a la deshumanización, al despojo de tierras, propiedades y bienes, a la limpieza étnica, al asesinato y al genocidio de la población palestina. Ese odio intenso fue lo que volvió la campaña punitiva en contra de Hamás (por su atrevimiento y desafío al atacar cuarteles y poblaciones israelíes cercanas de Gaza el 7 de octubre de 2023) una masacre inmensa y un crimen grotesco contra la humanidad, que consiste en matar a alrededor de 60,000 personas por el simple hecho de ser palestinos, destruir prácticamente toda la infraestructura que permitía la vida de 2.5 millones de personas en la franja y dejar ese territorio inhabitable.
Desde el mismo 7 de octubre fue ese odio lo que llevó a que los soldados israelíes, en la confusión y pánico, dispararan contra todo lo que podían y aplicaran la controvertida directiva Hannibal (que supuestamente determina que es mejor matar a un compatriota que permitir que sea capturado). El ejército israelí no ha confirmado ni negado hasta la fecha haber ejecutado esa directiva, pero cada vez hay más testimonios en la prensa israelí (la prensa mundial en general ha preferido evitar la controversia por temor a verse acusada de antisemitismo) de que en efecto fue utilizada.

Ese mismo odio fue la causa de que un número indeterminado de rehenes israelíes murieran bajo las bombas que tiraba su propio ejército o que fueran envenenados en túneles o balaceados como los tres rehenes liberados, que el ejército israelí asesinó el 15 de diciembre de 2023 a pesar de que ondeaban banderas blancas y pedían auxilio y compasión a gritos en hebreo a los soldados que les disparaban.
Agentes de Shin Bet y militares en funciones han declarado a la organización Local Call que para compensar la incapacidad de localizar a los comandantes de Hamás en los túneles optaron por bombardeos masivos provocando miles de víctimas colaterales, así mismo usaron poderosas bombas bunker busters de penetración en barrios residenciales sin importar las consecuencias. Estas bombas liberan una enorme cantidad de monóxido de carbono lo cual emplearon intencionalmente para asfixiar a quienes se ocultaran bajo tierra, incluso a cientos de metros del punto de impacto.
Este efecto se descubrió por accidente en 2017, escribe Yuval Abraham y se ha usado desde 2021 en Gaza.
“El gas permanece en los subterráneos y la gente se sofoca. Podíamos atacar eficazmente a cualquiera que se encuentre bajo tierra utilizando las bombas anti-búnkeres de la Fuerza Aérea, que aunque no destruyan el túnel, liberan gases que matan a cualquiera que se encuentre dentro. El túnel se convierte entonces en una trampa mortal”, declaró el general de brigada Guy Hazoot. Se sabe que en estos ataques los israelíes mataron a rehenes e incluso elementos del ejército protestaron en su momento esta táctica, escribe Abraham.
Aunque el ejército lo ha negado, la publicación +972 Magazine descubrió que la Fuerza Aérea llevó a cabo experimentos físico químicos sobre el efecto del gas en espacios cerrados, y el ejército ha deliberado al respecto de las implicaciones éticas de este método. En el mismo artículo Abraham escribe: “Nik Beizer, Ron Sherman y Elia Toledano murieron definitivamente por asfixia como resultado de un bombardeo el 10 de noviembre de 2023 que tuvo como objetivo a Ahmed Ghandour, un comandante de brigada de Hamás en el norte de Gaza”.
Inicialmente el ejército israelí declaró que los rehenes habían sido asesinados por Hamás. Diez meses más tarde, al no poder ocultar que los cuerpos no tenían heridas y estaban intactos tuvieron que reconocer que habían muerto envenenados por monóxido de carbono. Abraham escribe: “El mayor general Nitzan Alon le explicó [a familiares de las víctimas] que “las bombas son convencionales, pero tienen un efecto secundario que provoca la liberación de gases tóxicos debido a una reacción química, y esa es la causa de la muerte”.
También se disculpó diciendo: ‘No sabíamos que estaban allí’. Esté, de acuerdo con las fuentes, no fue un incidente aislado, sino que hubo docenas de casos en que las bombas pusieron en riesgo o cobraron vidas de los cautivos israelíes. Por supuesto que el uso de agentes químicos, aún si se trata de derivados o efectos secundarios del uso de otras armas, está prohibido por la Convención de Armas Químicas. Pero Israel tiene una larga historia de violar tratados internacionales y leyes que sancionan los crímenes de guerra.
Pilotos de la fuerza aérea israelí declararon al diario israelí Yedioth Ahronot que el 7 de octubre dispararon “tremendas cantidades de municiones” en contra de gente que cruzaba la reja de Gaza en ambas direcciones, sin saber a quién estaban matando: “Veintiocho helicópteros de combate dispararon durante el día toda la munición que cargaban y tras rearmarse regresaron en nuevas incursiones. Se usaron cientos de morteros de cañón de 30 milímetros y misiles Hellfire”. Y añadieron: “La frecuencia de los disparos contra los miles de terroristas fue enorme al principio y sólo en un momento determinado los pilotos comenzaron a disminuir sus ataques y a elegir cuidadosamente los objetivos”.
Comandantes de tanques también confirmaron haber disparado contra cientos de camionetas Toyota que iban cargadas de gente, en las cuales potencialmente llevaban rehenes. El periodista Ronen Bergman escribió que el ejército puso en marcha la directiva Hannibal al medio día para detener a cualquier costo los intentos de Hamás de regresar a Gaza. De esa manera destruyeron alrededor de 70 vehículos matando a todos en el interior. Uno de los casos más sonados es el de un tanque que disparó en contra de una casa en el kibutz Be’eri, donde cerca de 40 milicianos de Hamás estaban refugiándose mientras tenían a 15 rehenes.
Este es el incidente de la casa Pessi, del cual se ha hablado mucho en los medios israelíes (no tanto fuera de ese país) y del que se supo lo ocurrido debido a las declaraciones de dos supervivientes. En ese kibutz otras casas también fueron atacadas con misiles de tanque. En el kibutz Nir Oz un helicópte ro disparó en contra de combatientes de Hamás que llevaban en una camioneta rehenes, matándolos a todos. Otros civiles murieron en el fuego cruzado entre soldados y militantes. Oficialmente el ejército ha negado haber matado deliberadamente a los rehenes.
De zona de demolición a Riviera del Medio Oriente
El primer invitado que tuvo Donald Trump en la Casa Blanca apenas tomó el poder por segunda vez fue Benjamin Netanyahu, el 4 de febrero, en desafío a la orden de arresto en su contra de la Corte Internacional de Justicia. La conferencia de prensa que dieron los criminales convictos (el israelí por crímenes contra la humanidad y el estadounidenses por 34 cargos que van de fraude electoral a falsificación de documentos) destacó por el atropellado e insensato anuncio de parte de Trump de que Estados Unidos “tomaría la franja de Gaza”, evacuar permanentemente a los palestinos y la desarrollaría como la Riviera de la zona. Mientras, Netanyahu sonreía entre sorprendido y fascinado.
El futuro de la zona era tratado como si fuera un proyecto de desarrollo inmobiliario, lo cual ponía en su honesta perspectiva y dimensión la participación de Estados Unidos en el genocidio, apartheid y limpieza étnica. La justificación hipócrita que ofreció el exestrella del reality show El aprendiz era más que risible: Gaza es una muy peligrosa zona de demolición y los palestinos estarán mucho mejor en otra parte, quizá en Jordania o Egipto.
No mencionó que el encargado de la demolición era el propio Bibi Netanyahu que estaba a su lado ni que las bombas usadas eran en su mayoría estadounidenses, ni habló de complicidad europea (el nuevo canciller Friedrich Merz, al ganar las elecciones alemanas aún no tomaba el poder cuando anunció que su primer invitado será Netanyahu) y por supuesto no mencionó a las decenas de miles de muertos palestinos.

La idea es tan criminal que únicamente la extrema derecha israelí y los arabófobos (los palestinos no son todos musulmanes por tanto esto va más allá de la islamofobia) más radicales se atreven a mencionarla en voz alta. Sin embargo, Trump convertido en el agente del caos y la destrucción es hoy el feliz pregonero de una limpieza étnica y una más grave catástrofe o Nakba. Al tiempo en que el frágil cese al fuego se sostiene (a pesar de que Israel sigue bombardeando y asesinando palestinos sin motivo), las condiciones en Cisjordania se han deteriorado de manera apabullante y el ejercito ahí está cumpliendo el sueño sionista de eliminar a los nativos.
El 23 de febrero el ministro de Defensa, Israel Katz, anunció que el objetivo de su operación era expulsar a los residentes de los campos de refugiados de Jenin, Tul Karm y Nur Shams, y no permitirles regresar por lo menos durante un año. Esta declaración directamente contradice la afirmación de los altos mandos. Y con esto han regresado los tanques a Jenin por primera vez en veinte años mientras las expulsiones no han cesado, sin dar tiempo a la gente de recoger por lo menos sus pertenencias más necesarias. Alrededor de cuarenta mil personas han sido desplazadas cuando esto se escribe y han debido buscar santuario en otros pueblos o localidades cercanas temiendo volver a correr con la misma suerte y ser obligados nuevamente a huir.
Al ambiente tenso del cese al fuego se han sumado dos elementos que el gobierno israelí ha usado para amenazar con el regreso a las hostilidades. Por un lado, la entrega de los cadáveres de la rehén Shiri Bibas con sus dos hijos, Ariel de cuatro años y Kfir, de 11 meses. El marido y padre, Yarden, fue también capturado pero fue liberado después de 484 días. La mujer y los niños estaban en manos de la organización marginal, Kataib al Mujahideen, y el marido en las de Hamás. Desde el 7 de octubre las fotos de esta familia se habían vuelto omnipresentes e icónicas para enfatizar la brutalidad de gente capaz de secuestrar niños pequeños y atacar familias.
Curiosamente las decenas de miles de niños palestinos aplastados, despedazados, incinerados, muertos de enfermedades curables y de inanición no han logrado moderar el apetito sangriento de quienes quieren destruir a los palestinos ni han sido considerados dignos de atención por los gobiernos occidentales.
El cuerpo que se entregó por Shiri resultó ser de una mujer palestina anónima. Esto fue interpretado como una provocación y dio lugar a que los israelíes detuvieron el intercambio de rehenes. Sin embargo, al día siguiente se corrigió el error y se entregó el cuerpo de la madre. De cualquier forma, Israel se negó a cumplir con su compromiso de liberar a 600 cautivos como estaba previsto. En lugar de eso lanzaron una campaña para contradecir la versión de que las bombas israelíes habían matado a los Bibas.
El portavoz del ejército, el almirante Daniel Hagari, declaró que de acuerdo con su estudio forense miembros de Hamás habían asesinado a los niños a sangre fría, estrangulándolos con sus manos y luego los habían mutilado con piedras para que parecieran víctimas de las explosiones. Lo que se sabe es que la madre y los bebés Bibas murieron en las primeras semanas del ataque genocida israelí, al tiempo en que Hamás ofrecía devolver a todos los rehenes a cambio de que pararan el ataque. En vez de eso Netanyahu apostó por la destrucción y la masacre a gran escala.
En noviembre de 2023 Hamás anunció que habían muerto en un bombardeo. Por ahora es difícil saber la verdad, pero no sorprende que la hasbara se enfoque en este caso trágico, que distorsionen las evidencias e ignoren o traten de silenciar a Yarden, quien culpó en un video muy circulado al gobierno de su país por la muerte de su familia. Por supuesto que dicho video ha sido también descalificado como parte de la propaganda de Hamás.
A ese regreso trágico de cadáveres se sumó la imagen de la liberación del soldado israelí Omer Tov, quien besó en la frente a dos combatientes de las brigadas Al Qassam ante las cámaras del mundo. La imagen fue inmediatamente justificada como el resultado de una puesta en escena propagandísti ca, de la presión brutal sobre los rehenes o bien del síndrome de Estocolmo pero para entonces el video ya estaba circulando de forma incontrolable en las redes sociales y en algunos canales independientes de comunicación.
The New York Times, The Washington Post, Le Monde y la mayoría de los grandes diarios del mundo evitaron mencionar ese gesto (en Israel los diarios sí lo mencionan, así como también lo hizo The Guardian). En cambio, escribieron de las numerosas violaciones al cese al fuego, incluyendo “las ceremonias humillantes y degradantes de liberación de los rehenes y la explotación cínica para fines de propaganda”.
Sea lo que sea esa imagen puede entenderse como lo que el periodista palestino Ahmed Shihab-Eldin describió en Al Jazeera como: “Un acto de guerra sin armas en contra de la maquinaria de la deshumanización israelí”. El analista y activista palestino-kuwaití Khaled Safi escribió en X que esos besos eran el golpe más brutal en contra de “77 años de mentiras sistemáticas… Todo lo que queda en sus manos son las cenizas de su propaganda desmoronada”.
El odio anti palestino que sigue creciendo en estos momentos de múltiples formas en todo el mundo es responsable de la expulsión de estudiantes propalestinos en Estados Unidos, así como del caso de la noche del jueves 20 de febrero, en que tres bombas explotaron en dos autobuses vacíos en el suburbio al sur de Tel Aviv de Bat Yam. No hubo heridos.
Inmediatamente se responsabilizó a “terroristas árabes”. Cerca de las bombas había bolsas con textos en árabe que decían “ataque” y “Tul Karm”. El viernes la policía arrestó a dos israelíes que están ahora detenidos por la Shin Bet y curiosamente no se volvió a mencionar el incidente a pesar de las implicaciones de esta provocación evidente que buscaba que se diera por terminado el cese al fuego y reiniciará la guerra, así como para dar una justificación a más violencia en Cisjordania.
El odio anti palestino que lleva a un plomero de Florida a “matar” a dos personas por su apariencia es el perfecto ejemplo de lo que provoca la retórica proisraelí asimilada y normalizada por los medios occidentales.
* Escritor, analista y periodista, autor de El planeta de los hongos, su más reciente libro