Miguel Ángel Lara
Dedicado con cariño a Pablo Alabarces, Juan Branz y Daniel Zambaglione
Somos seres contradictorios y hoy se fue el más virtuoso y pecador de los contradictorios: Zyanya Mariana, poetisa mexicana.
¿Cómo escribir un artículo sobre alguien con el que no conecté jamás? ¿Sobre un futbolista que no me causó ninguna emoción? ¿Sobre una persona a la que tampoco entendí? ¿Cómo navegar en el mar de contradicciones y las hipérboles que ha causado su muerte? ¿Lo veo desde el pensamiento crítico? ¿Desde la cultura mediática? ¿Desde la psicología social? ¿Desde la identidad nacional? ¿Desde la globalización y la geopolítica del futbol? ¿Desde el dolor? ¿Desde el sinsabor del sabor de sus relaciones personales y sociales? ¿Desde sus enormes virtudes como futbolista? ¿Desde sus obscenos, decadentes y peligrosos desatinos a su propia persona? ¿Desde donde lo veo?
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Diego jugó al futbol no para impresionar a nadie, sino para ser feliz, en un argumento contrario a su vida, donde la cotidianidad era un asunto a resolver, ahí en la casa, en la calle, se sentía acosado por Claudio Gentile, la vida lo mordía, lo apretaba, lo asfixiaba, le pateaba los tobillos y se le barría inmisericorde, como Goikoetxea en en aquel 1983. En la cancha Diego fue libre, autosuficiente, tanto que la excelsitud le tocaba siempre el corazón y la mente. Maradona vence a un imperio con el alma del pobre desde el púlpito de la comodidad del dinero. ¿Quién puede debatir a Maradona jugado futbol? Corpóreamente perfecto, mítico, cincelando la cancha con la perfección de Miguel Ángel. Quién, por otro lado, ¿puede debatir sus excesos?
Maradona es perfectamente contradictorio por eso abre tantos signos de interrogación en una especie de rompecabezas infinito donde cada pieza construye por sí misma muchísimas historias y episodios reales, imaginarios, míticos. El ídolo impune hasta de las reflexiones feministas, el ídolo impune al que se le puso por encima de dios y en cuya piedra, la pelota que no se mancha, se construyó una iglesia que maradonianamente pone de hinojos a muchísimas personas que encontraron un refugio a su ateísmo con el Diego.
Diego es la pedagogía de la esperanza. Con él, los argentinos y muchas personas oprimidas soñaron que podrían ser felices y reivindicar causas golpeadas por la desesperanza, como aquella que se gestó el inolvidable 22 de junio de 1986 y que tuvo como campo de batalla simbólico el Estadio Azteca y como lienzo la portería norte donde el Diego creó, cinceló y trazó la mayor contradicción que el futbol haya visto jamás: de la “Mano de Dios”, hasta la mayor obra de arte convertida en gol. Eso no fue un partido de futbol fue el final inesperado de un guion de cine que comenzó el 2 de abril de 1982. Él es la alegría de revertir a las Faukland a las Malvinas que se argentinizaron con el Diego. Es el soporte de una carga subalterna que simbólicamente encontró en el Azteca un campo de batalla que “vengó” una guerra.
Pero por otro lado, es la desesperanza misma, la marginación parasitaria con la que trazó su propio viacrucis, ese, la de las drogas, el machismo, las relaciones peligrosas con la mafia italiana, la de la destrucción de su propio cuerpo, la de las realidades paralelas y oscuras. Los abrazos del poder incómodo, la desobediencia y resistencia que pensaban personas de carne y hueso que no gustaban al orden social. La discusión se ha centrado en la figura del futbolista en términos de «monstruo/genio» cuando la discusión de fondo es la estructura específica del deporte como espacio generalizado que valida, oculta y minimiza las múltiples violencias masculinas con la idea de los ídolos impunes.
En cuanto al futbol, su esencia, es que tiene tantas esencias, se centra en el juego, que en él, es un intento voluntario de vencer obstáculos innecesarios. Lo logró. Utilizó en su favor los medios menos eficientes en favor de medios más eficientes, es decir revirtió la definición del juego mismo que el filósofo Bernard Suits utilizó en “A Philosophical Inquiry Into Sport”. Ese que enfureció a muchos y que otros acogieron justamente como una filosofía de la cancha. Justo por eso el Diego le da al futbol un fin lúdico, jugaba “bajo las reglas” pero cuando tenía la pelota, era su juego, su “Homo Ludens”, hacía añicos a las reglas para convertirlas en un arte que no sigue las reglas, porque el arte no sigue las reglas, punto.
Bajo esta condición, el profesor de literatura de la Universidad de Stanford, Hans Urlich Gumbrecht dice en el libro La Fascinación por el Deporte, “del estar-ante-los-ojos admiramos como genios a seres humanos que, desde una posición externa, interpretaron al mundo de maneras inesperadas, tuvieron ideas verdaderas y de este modo, motivaron la esperanza de cambios agudos en el futuro”. El futbol se incluye como una de las actividades más importantes que el ser humano haya creado jamás, y como toda actividad tiene sus genios, sus figuras y sus desventuras, en todos ellas esta el Diego porque pocas tan arrebatadoras, hipnóticas y hermosísimas como un hombre que baila en la cancha y se desvanece lleno de gracia como si fuera el final del Lago de los Cisnes por completo, fuera de ella.
El poder del Diego radica en sus contradicciones, en sus pecados, en su condición de jugador-humano hecho Dios por los hombres, las y los imperfectos que necesitan que alguien como ellos y ellas reine en los cielos para darse cuenta que pueden acceder a ese reino sin condiciones. Simbólicamente eso es muy poderoso y que el perfil del futbolista hecho Dios en la cancha, sea justamente el motor del juego del hombre.
¿Pero qué cosas estoy escribiendo? El tipo me molesta, me molesta mucho. No le presté jamás la atención debida, tanto, que estando en el estadio Azteca aquel 22 de junio del 86, no vi el “gol del siglo”, por voltear a ver a una muchacha. ¡Diablos! ¡Me atrapó la propia contradicción! Y sí, la contradicción adjunto con el convencimiento de preferir a Pelé, a Cruyff, a Zidane o a Kevin De Bruyne. Además siempre me ha molestado la idea de reducir al futbol a dos o tres protagonistas en su rica, poderosa y prolongada historia.
El futbol no se reduce al Diego, al Rey o a Johan. Un juego tan total, tan inconmensurable, no puede verse desde la perspectiva de dos o tres jugadores tal como sucede hoy día con el otro argentino y con el portugués. (Suspiro). Es difícil escribir del Diego desde el corazón, más aún, desde la razón, si desde la contradicción que me causa el tener, sí, el tener que hablar de él. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué le reconozco su enorme presencia? ¿Sus cualidades futbolísticas? ¿Su humanidad? ¡No lo sé! El Diego es un tópico dramático de la vida pública donde el azar y el dolor se vuelven parte integrante de la alta competencia, pero también de las relaciones complejas a las que los seres humanos nos sometemos, la complejidad para entenderlo es lo que me hace escribir estas líneas que en principio iban a ser sobre su relación con los medios. ¡Que bah! Eso le queda muy chico a una figura como la del Diego. Las artes, los medios, la política, los movimientos feministas, los terroristas, los ricos, las mafias, los pobres, la historia, la filosofía, la ciencia, todos entraron en diálogo tras la partida de una figura enigmáticamente controversial cuya partida dejó dolor, llanto, desolación y tristeza al futbol y a su historia.
Si ya se dijo todo y se seguirá diciendo todo sobre el Diego ¿Qué puedo aportar? No lo sé. Lo cierto es que el tipo es, puede ser pensado como un ejercicio espiritual, valoral o como una algofilia donde el dolor físico era parte integrante de su ser. “Sin dolor no hay arte en la cancha”, dijo después del partido en donde diseñó y ejecutó un portentoso gol de tiro libre a la Juventus, jugando para el Nápoles, donde sus pies dialogaron con su cabeza en una danza de inteligencia perfecta, para que el trazo prístino de la pelota pasara por encima de la barrera con un toque delicado de aquella zurda que conmovió al mundo: ¡Golazo!
La vida del Diego es un rico conjunto de herramientas conceptuales para entender al futbol y otras hierbas, donde se revelan una variedad de capas entrelazadas que generan una discusión en distintos públicos y que contribuye sin embargo, a reunirlos en comunidades cada vez más abarcadoras. Fascinante para un futbolista ¿cierto? Fascinante para alguien que nació en una villa periférica de Buenos Aires, que transformó y conceptualizó el mundo a discreción. Naciones, estados, economías, hablaron de él, construyeron conceptos sobre él y sus acciones, y sin embargo, como sistema, nunca lograron interpretarlo.
¿Qué conclusiones puedo escribir después de todo esto? No lo sé, en verdad que no lo sé. Este texto se me sale de control porque no logro reconocer al Diego, repito, no lo siento. Lo único que sé es que su construcción como territorio histórico de la humanidad, es producto de múltiples contextos culturales, limitarlo sólo al futbol o a sus excesos sería tener un concepto microscópico de su historia. Con su muerte, muchas disciplinas entraron en un diálogo interior como no se veía quizá desde la muerte de John Lennon o Gandhi. Pasó por otro lado, de ser un territorio meramente masculino a la feminización conceptual de su persona, pues muchas mujeres, desde las agresiones que tuvo hacía ellas, construyeron un pensamiento critico que quizá nunca se había tenido, a partir de poner ejemplos de machismo del comportamiento del Diego en las escuelas, muchas empezaron movimientos feministas como Ellen Hampshire en Nueva York. Eso nos habla de lo pluricultural y polémico humano, de la persona, del ser histórico, que controversial dibujó muchas lágrimas, sonrisas, satisfacciones, decepciones, conjeturas y un enorme etc. ¿Y la historia lo juzgara? No, ya fue juzgado, analizado millones de veces, lo cierto es que el Diego está ahí, escribiendo las reglas del futbol, del arte, de la política, de la religión, de los medios, de lo que sea. Ahí está el Diego… siempre.
Publicado en la edición #250 de revista Zócalo (diciembre 2020).
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