Ricardo Monreal Ávila*
La relación entre México y Estados Unidos ha sido, a lo largo de nuestra historia, una de las más complejas y determinantes para el rumbo de nuestra nación. Compartimos más de tres mil kilómetros de frontera, millones de vínculos familiares y económicos, una interdependencia comercial sin precedentes y, al mismo tiempo, profundas asimetrías de poder. Esta dualidad ha marcado la forma en la que ambos países nos miramos, nos necesitamos y, también, nos presionamos mutuamente.
En el terreno económico, el comercio bilateral supera ya los 800 mil millones de dólares anuales, convirtiendo a México en el principal socio comercial de Estados Unidos. Detrás de estas cifras hay millones de empleos, cadenas de valor integradas y comunidades enteras que dependen del flujo constante de bienes, servicios y capitales. Sin embargo, esta fortaleza no nos exenta de las tensiones que, de manera recurrente, Wash i ng ton utiliza como instrumento de presión política.
Uno de los mecanismos más frecuentes ha sido el de las amenazas arancelarias. Bajo distintos gobiernos estadounidenses, se ha recurrido a la imposición o advertencia de aranceles como una herramienta de chantaje para obligar a México a tomar decisiones en materia migratoria, energética, laboral o de seguridad. Estas medidas no sólo encarecen el comercio, sino que envían un mensaje claro: Estados Unidos está dispuesto a utilizar el peso de su economía para condicionar nuestra soberanía, no solo la nuestra, sino la de la Unión Europea, la del resto de América y la asiática.
Lo vimos en 2019, cuando se anunció un arancel progresivo a todas las exportaciones mexicanas si no se reforzaba el control migratorio en la frontera sur. Lo escuchamos nuevamente en los últimos meses, con voces que buscan imponer gravámenes a productos mexicanos bajo el argumento de “proteger” la industria estadounidense. Estas acciones, más allá de lo estrictamente comercial, tienen un claro trasfondo político-electoral: utilizan a México como chivo expiatorio para capitalizar votos internos en Estados Unidos.
Ante este panorama, vale la pena subrayar que México no se ha quedado inmóvil. Al contrario, nuestra presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y nuestra diplomacia han mostrado una inteligencia estratégica que merece reconocimiento. Hemos sabido responder con firmeza y, al mismo tiempo, con prudencia. Firmeza porque defendemos nuestros intereses nacionales, y prudencia porque entendemos que una confrontación abierta sería perjudicial para ambos países.
La clave está en recordar que la relación es de interdependencia: así como México necesita de los Estados Unidos, también Estados Unidos necesita de México. Nuestra mano de obra, nuestros productos agrícolas, nuestra industria automotriz y manufacturera son fundamentales para mantener a flote su economía. Cada automóvil, cada computadora y cada alimento que cruza la frontera lleva consigo una parte del trabajo mexicano. Esta realidad limita, en gran medida, el margen de maniobra de quienes en Estados Unidos buscan presionarnos con aranceles.
Además, México ha apostado por diversificar sus relaciones comerciales, fortaleciendo vínculos con Europa, Asia y América Latina. Esta estrategia, aunque todavía en construcción, envía un mensaje claro: no somos un país que dependa exclusivamente de un socio, sino una nación con la capacidad de integrarse a la economía global con dignidad y soberanía.
Otro elemento clave ha sido la diplomacia parlamentaria y la cooperación interinstitucional. Desde el Congreso mexicano hemos impulsado foros de diálogo con legisladores estadounidenses, hemos puesto sobre la mesa los beneficios mutuos del libre comercio y hemos insistido en la necesidad de respetar los acuerdos internacionales como el T-MEC. Nuestra tarea es recordar constantemente que los aranceles no solo afectan a México, sino también al consumidor estadounidense, que termina pagando más por los productos que consume diariamente.
No podemos dejar de lado el componente de inteligencia política que México ha demostrado en esta relación. En lugar de caer en provocaciones, se han buscado mecanismos de negociación, mesas de trabajo y soluciones conjuntas. Esta visión de Estado ha evitado crisis mayores y ha preservado la estabilidad de los mercados, con datos y hechos que no son menores, por ejemplo, ser uno de los países con menos repercusiones económicas desde la implementación de estas políticas trumpistas, al que se le han impuesto menos aranceles, a pesar de ser el país que más relaciones de todo tipo tiene con Estados Unidos, difícil muy difícil, tarea la de la Presidenta, y que ha llevado con muchísima dignidad e inteligencia, nos queda la tarea de apoyarla incondicionalmente y con mucha determinación.
Como diputado federal, estoy convencido de que la defensa de nuestros intereses frente a Estados Unidos no se logra con discursos encendidos, sino con argumentos sólidos, con diplomacia inteligente y con unidad nacional. La historia nos ha enseñado que cuando México enfrenta las presiones externas dividido, los costos son altos. En cambio, cuando lo hacemos unidos, con visión de futuro, logramos no solo resistir, sino también avanzar.
Las presiones arancelarias son una realidad que seguramente volverá a aparecer en el horizonte. La pregunta es cómo vamos a responder. México debe mantener la estrategia que ha dado frutos: diálogo, firmeza y diversificación. Pero, sobre todo, debemos fortalecer nuestro mercado interno para que nuestra economía no dependa de las decisiones de un país vecino. Una nación con crecimiento sólido, con inversión en ciencia y tecnología, con empleo digno y con soberanía energética será menos vulnerable a los chantajes externos.
La relación con Estados Unidos seguirá siendo compleja, pero no debemos verla como una amenaza, sino como una oportunidad para reafirmar nuestra capacidad de negociación y nuestra dignidad como país. La inteligencia de México radica en no olvidar que somos un socio indispensable, y que ningún muro, arancel o amenaza puede borrar los lazos profundos que unen a nuestros pueblos.
El reto está en nosotros: mantenernos firmes, unidos y con visión de futuro. Porque la defensa de México frente a las presiones externas no es sólo una tarea del gobierno, sino un compromiso de toda la sociedad.
*Presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados