Más allá del brillo de la pantalla
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Más allá del brillo de la pantalla

Rodrigo Aviña Estévez

Los obstáculos de encontrarnos a nosotros mismos a través de los medios de comunicación en ocasiones son evidentes, principalmente en aquella etapa incipiente como la infancia y la adolescencia en la que el desarrollo incluso puede verse limitado. Y es que en el lugar en donde se supone tendría que formarse la identidad y las conexiones humanas, surge en cambio la dependencia e incluso el hallazgo de aquella ausencia de empatía únicamente presente en la pantalla.

Con un estreno limitado en salas a nivel mundial y disponible en México únicamente en plataformas de streaming, I Saw the TV Glow/Vi el Brillo del Televisor (2024) dirigida por Jane Schoenbrun, directorx estadounidense quien se identifica como persona no binaria, entra a los terrenos del horror más delirante para contar con irrefutable originalidad una historia sobre el miedo a la individualidad y el refugio emocional en el que puede transformarse un programa de televisión.

Ambientada principalmente en los años noventa, la película se centra en el joven Owen (Justice Smith) y su atípico vínculo con Maddy (Brigette Lundy-Paine), una chica un par de años mayor que él, apasionada por un popular programa de televisión llamado The Pink Opaque. Debido a las estrictas reglas de sus padres quienes no le permiten ver televisión después de las diez de la noche, Owen nunca ha tenido la oportunidad de verlo. Curioso y fascinado, Owen decide buscar una solución y convence a sus padres para que le permitan pasar la noche en casa de un amigo, todo con el objetivo de ir a la casa de Maddy y adentrarse en el mundo de aquel programa para jóvenes que, al igual que la película misma, pareciera tomar su inspiración en Twin Peaks y en más ficciones lyncheanas.

The P ink Opaque sigue las aventuras de dos chicas que mantienen una conexión psíquica, a pesar de vivir en lugares distantes; juntas enfrentan desafíos sobrenaturales, derrotando a un nuevo monstruo semanal en cada episodio, todos creados por el máximo villano de la serie, el Señor Melancolía. Este mundo ficticio ofrece a Owen una vía para explorar versiones alternativas de sí mismo, incluyendo la posibilidad de ser alguien que jamás imaginó: un ser bello y poderoso.

La relación de Owen con The Pink Opaque se entrelaza con su nueva amiga quien también encuentra en el programa un espejo para su identidad. Para Maddy, que lucha con su sexualidad, el subtexto casi lésbico del programa es un salvavidas que le permite reconocerse abiertamente. No obstante, su viaje de autodescubrimiento avanza mucho más rápido que el de Owen, llevándola a comprender que nunca encajarán en el mundo que habitan y que su única opción es escapar de aquella realidad que no es el programa. Cuando Maddy decide irse, Owen debido al miedo decide no seguirla, marcando una separación que será un punto de inflexión en sus vidas.

Ocho años después, Maddy regresa al mundo de Owen con la revelación de que The Pink Opaque podría no ser sólo un programa de entretenimiento juvenil de media hora, sino una puerta a una dimensión más profunda que su existencia.

Schoenbrun impregna la película de una autenticidad queer visceral. Owen es un reflejo de experiencias reales de personas LGBT+ que han crecido en entornos que no les permiten ser quienes querían ser. Su dependencia a de The Pink Opaque es a la vez un mecanismo de supervivencia y una trampa, un recordatorio de cómo los medios que consumimos pueden moldearnos, pero también limitarnos hacia quienes somos y quiénes queremos ser. La frase Todavía hay tiempo, escrita enormemente en color rosa encima de la calle, resuena como un mantra para aquellos atrapados entre la desesperación y la posibilidad. Sin embargo, ante ello, también es importante cuestionar sobre cuanto una identidad se moldea a partir de los medios que se consumen; porque si bien éstos tienen el poder de reflejar nuestra realidad y ofrecer una vía para explorar otras formas de ser, también tienen el potencial de cerrarnos dentro de límites definidos por ellos mismos.

Lejos de ser una simple narrativa de afirmación queer, I Saw the TV Glow se adentra en terrenos más complejos y agridulces. La película ofrece un espacio para confrontar las limitaciones de los medios de comunicación como vehículos de identidad. Al final, esta obra de Schoenbrun no es sólo un homenaje a la nostalgia o cualquier película de género, sino una invitación a mirar más allá de las narrativas que hemos heredado y a construir nuevas historias que reflejen quienes realmente somos.

Y es que en la filmografía Jane Schoenbrun la relación como individuos con los medios es una constante, principalmente los digitales. En su primer largometraje A Self Induced Allucination/Una Alucinación Autoinducida (2018) exploró por medio del documental cómo el mito de Slenderman, personaje de terror creado por historias ficticias en internet, se convertía en un fenómeno colectivo a través de las herramientas virtuales. Se trataba de un mosaico de voces anónimas unidas por la creación de una narrativa compartida en internet, contada mediante la recopilación de metraje encontrado de videos existente en YouTube. Caso aún más notorio es el de su segunda cinta We’re All Going to the World’s Fair/Todos Vamos a la Feria Mundial (2021). Ambientada en un espacio sombrío y casi onírico, la película sigue a Casey (Anna Cobb), una adolescente solitaria que decide participar en un misterioso reto de internet conocido como La Feria Mundial. Este desafío, que comienza con un ritual casi iniciático frente a una pantalla, promete transformar física o psicológicamente a quienes lo realizan de formas impredecibles.

La película se desarrolla como una especie de diario íntimo en el que el espectador es testigo de las grabaciones que Casey sube a internet. Con cada video, la protagonista parece hundirse más en un mundo donde su identidad se desdibuja, mientras el juego, aparentemente inofensivo, se convierte en una experiencia perturbadora. Las transformaciones prometidas por La Feria Mundial son ambiguas y no necesariamente lo esperado; lo que realmente cambia es la percepción que Casey tiene de sí misma y su lugar en el mundo. Para Casey, el reto es una forma de escapar de su aislamiento, pero también un espacio donde se confronta con sus propios temores e inseguridades.

Su interacción con el único otro personaje relevante de la película, un hombre misterioso de mediana edad que conocemos por su usuario digital JLB (Michael J. Rogers), añade aún más a la atmósfera inquietante. JLB actúa como una figura ambivalente, al mismo tiempo amenaza y protege, alguien que parece entender las reglas del juego mucho más que Casey. De esta forma, al igual que en I Saw the TV Glow, los personajes comienzan a establecer un lazo que rebasa lo socialmente convencional, esta vez por medio de su contacto únicamente en monitores distantes; una relación de incómoda ternura difícil de descifrar sus intenciones.

En ese sentido, el interés en lo que es real y lo que no lo es, es central en las películas de Schoenbrun, donde fenómenos de horror inexplicables a menudo actúan como una fuente de conexión para sus personajes solitarios quienes son en su mayoría casi parias; seres lastimosos rechazados por su entorno, aislándolos a una soledad que es curada gracias al mundo emocional que construimos a través de los medios. Y quizá ese también es el cine del futuro, conexiones más humanas nacidas no del contacto físico, sino de las sombras compartidas que los medios nos permiten habitar juntos, aunque sólo sea por un instante.

* Abogado y crítico de cine

1 de marzo de 2025