Tanius Karam*
La reunión Putin-Trump en Alaska, el 15 de agosto, y la cumbre con líderes europeos y el presidente ucraniano, Zelenski, en la Casa Blanca, el 18 de agosto, son el marco de un capítulo importante -quizá el mayor-, logrado en lo que va de la guerra de Ucrania-Rusia, sobre la que hemos escrito en varios números de Zócalo.
La guerra de signos y símbolos no ha sido para menos; todo ha querido ser interpretado por encima de la temporalidad de ambas reuniones. La enorme alfombra roja por la que caminó Putin mientras Trump le aplaudía, o el encuentro de gran formato (como si fuera una mini-reunión de la ONU) en la Casa Blanca. Estos dos encuentros han sido históricos y decisivos.
Esas reuniones son también lecciones de tablero geopolítico para entender las implicaciones que los acuerdos en torno a Ucrania (y otros temas) van a tener en comercio, energía, tecnología, tecnologías digitales, exploración espacial, seguridad internacional, el tema del Ártico, y rehacer con todo ello, las relaciones comerciales con Rusia, lo que también permitiría hacer contención con China.
Primer Acto
Se ha comentado mucho por qué Alaska (Fuerza Aérea Elmendorf-Richardson, Anchorage) para la reunión del pasado 15 de agosto, fue parte de Rusia hasta el siglo XIX, que se la vendió a Estados Unidos. Así que es un punto medio entre los dos países. No hay que olvidar que pesa una orden de aprehensión contra el presidente ruso por la Corte Internacional de La Haya, y teóricamente podría ser detenido si visitara cualquier país que reconoce las sentencias de esta Corte.
Las delegaciones fueron formadas, en el caso de país norteamericano, además del Presidente, por el conservador secretario de Estado, Marco Rubio, y el enviado especial Steve Witkoff, quien sustituyó a la mediadora anterior, Kellock, quien era muy pro-Zelenski, y sin la presencia del vicepresidente J.D. Vance, quien ha sido particularmente crítico contra Putin, lo que refleja la apuesta por un acercamiento pragmático. Por Rusia asistieron Putin, el canciller Serguéi Lavrov y otros altos funcionarios.
Una de las lecciones de Alaska es que las narrativas del conflicto cambian, porque ahora se marca como culpable a las administraciones demócratas de Estados Unidos, sobre todo la de Biden por el estallido del conflicto en 2022. En algunas entrevistas en medios de comunicación Trump ha culpado a otras administraciones demócratas como Obama, a quien señala por haber orillado a Rusia a acercarse más a China, con lo que se sugiere una intención por debilitar ese acercamiento.
Dentro de la narrativa dominante se hace evidente el gran debilitamiento por parte de Zelenski -a quien de hecho el exaliado de Trump, Elon Musk, criticó por aferrarse al poder por no aceptar elecciones en su país-, y los fuertes cuestionamientos sobre su legitimidad debido al desgaste interno por corrupción y militarización.
Además Trump reconoce que su gobierno necesita a Rusia como socio estratégico, especialmente para contrarrestar a China en áreas como recursos energéticos, tierras raras, comercio, tecnología y exploración espacial. En esta nueva narrativa que emerge, aparece la Unión Europea marginada y que la única salida al conflicto ucraniano, según esta visión, implicaría la caída de Zelenski y una nueva arquitectura multipolar.
En esta narrativa Trump ya no se posiciona como parte del conflicto, sino como una figura neutral, con disposición a retirarse si las negociaciones no avanzan. Además, este papel como negociador y mediador dista de la imagen difundida en los medios internacionales como alguien rijoso y rudo. Más aún, en este nuevo relato Trump quiere erigirse como potencial candidato a “Premio Nobel de la Paz” aunque se aproximan semanas críticas donde no podría lograr nada o desmarcarse del problema, generando la idea de que es un asunto entre Rusia, Europa y Ucrania.
En la parte estadunidense, la relación con Rusia no sólo es un asunto de diplomacia tradicional, sino un instrumento por el cual Trump quiere mostrar independencia frente al establishment de Washington -claramente al bloque demócrata-, pero no únicamente, sino también ante otras fuerzas del Deep State como el papel del gran especulador George Soros. El único contrapeso interno que puede haber contra Trump es el escándalo Epstein, lo cual afecta su capacidad de acción y su imagen doméstica, que lo obligaría a equilibrar su agenda exterior con una crisis política interna. Aunque el problema del Epstein-gate de ventilarse toda la información, afectaría no sólo a Trump, sino también a líderes y expresidentes demócratas.
Por su parte, Rusia lo que ha querido con la reunión en Alaska es mejorar la relación bilateral que según tras la guerra en Ucrania ha estado en un punto muy bajo desde la Guerra Fría. Al reunirse con el presidente estadunidense en su territorio, Putin logra un reconocimiento internacional, demostrando que no está aislado a pesar de la orden de arresto en su contra. Esto también es un mensaje para otros países que lo apoyan.
Putin busca usar la cumbre para reafirmar sus posturas y lograr que Estados Unidos reconozca sus intereses en la región. Su afirmación de que la guerra no habría ocurrido si Trump estuviera en el poder es un claro intento de legitimar su visión del conflicto. Y lo más importante que Putin está demostrando que tiene la iniciativa y que está dispuesto a negociar sólo en sus términos, insistiendo en que las causas profundas del conflicto deben ser eliminadas.
Rusia surge como el actor fortalecido en el tablero geopolítico. En lo militar, ha logrado avances significativos en Ucrania, lo cual consolida su posición. El tiempo corre a su favor, mientras sus adversarios enfrentan crisis internas y políticas muy serias. En asuntos estratégicos, Putin mantiene línea firme: la no entrada de Ucrania en la OTAN es innegociable, y exige garantías de seguridad claras, al grado que durante la cumbre no detuvo ataques contra Ucrania.
En lo diplomático, su presencia en futuras cumbres lo coloca en un G3 global con China y Trump (quien no se sabe si irá a la cumbre de Beijing en septiembre) que de hecho deja a Europa reducida a actor secundario en el tablero internacional. Tras la cumbre de Alaska parece que Putin ya no considera a Ucrania como su prioridad máxima; ahora, su enfoque está en asegurar un resultado que consolide territorial y diplomáticamente sus conquistas, sin concesiones. Para él, lo que cuenta es su victoria, su narrativa y su estabilidad geopolítica.
Segundo acto
Respecto a la cumbre en Washington (18 de agosto), abona a la participación de los actores dentro del tablero. No resulta casual que, así como en la de Alaska, la compulsión semiótica también quiera sacar información del body language, las fotografías, los guiños no verbales y actitudes que pueden observarse tras el aparente cuidado diplomático de los actores.
El escenario de la reunión fue una cumbre de las principales potencias occidentales, una especie de mini-ONU con varias cabinas para los traductores y círculos concéntricos.
El primer dato fue la diferencia en el trato y comunicación Trump-Zelenski, quien tuvo un mejor comportamiento en esta reunión de agosto, a diferencia de la fallida de febrero donde todo se salió de guion. Lo primero que llamó la atención es el cambio de atuendo de un Zelenski más militar -que es siempre un guiño hacia sus fuerzas armadas-, pero “informal” en los códigos diplomático y políticos, lo que de hecho le generó menciones negativas de sus interlocutores, y ahora optó por algo más sobrio y ligeramente formal, ya que de hecho fue vestido como lo hiciera cuando asistió al funeral del papa Francisco en El Vaticano.
Quizá Zelenski sepa que sus días están contados y se rumora que puede haber ya un reemplazo pactado para sustituirlo, en el sentido que sí va a firmar la paz. Putin no quiere sentarse con Zelenski justamente no por ser un interlocutor legítimo. Este reemplazo puede ser Valerii Fédorovych Zaluzhnyi, actual embajador de Ucrania en el Reino Unido, que aunque ya no es miembro de la Unión Europea parece el aliado europeo más importante.
La reunión de Washington es una rendición tácita de los aliados europeos de Ucrania, quienes para no quedarse fuera y no perder del todo la relación con Estados Unidos han decidido ir a Washington y reconocer en parte la perspectiva de Trump, y quienes ahora también viran la solicitud desde el “cese al fuego”, a pedir “garantías de seguridad”, lo que reduce aún más el peso de Zelenski en la negociación, cuyas demandas particulares y específicas no aparecen en la negociación (no ofrece ningún territorio de Ucrania, conservar la península de Crimea, ingresar a la OTAN).
Desde hace tiempo, la Unión Europea se ha debilitado y sometido al “complejo militar-industrial” estadunidense y a políticas que, en lugar de dañar a Rusia, han afectado gravemente a las economías europeas. Los países europeos fueron excluidos de los grandes acuerdos que perfilarían un orden multipolar encabezado por Estados Unidos, Rusia, China y las naciones del BRICS.
Cada país europeo tiene su particular conflicto: Alemania está debilitada tras la destrucción de sus misiles de largo alcance en Ucrania. Macron en Francia y Sunak en Gran Bretaña igualmente viven en sus países una decreciente aprobación de sus poblaciones en las encuestas, lo que permite verlos como “líderes en declive”. Mientras que España vive terribles escándalos de corrupción y descrédito del presidente Sánchez.
En el caso de la presidenta italiana, Meloni, aunque con discurso duro, se mantiene más estable, aclarando que permanece aliada a sus socios europeos, pero no enviará tropas a terreno. En suma, la Unión Europea está fracturada, en crisis interna y sin liderazgo fuerte.
Varios analistas aseguraron que las reuniones de Alaska y Washington no generaron nada en concreto. La cumbre fue más de forma que de fondo: mucho espectáculo, pocos resultados concretos, pero también se reconoce como pasos que pueden llevar a una paz, y lo cual no tomará mucho tiempo en decidirse. El futuro inmediato se conocerá las próximas semanas. Si fracasa la idea de cumbre trilateral, Trump podría retirarse del proceso y dejar que la guerra continúe.
En cualquier escenario la situación para Ucrania en el futuro cercano no resulta halagüeña, lo cual no deja de ser lamentable y triste por el enorme costo para su población civil, que está pagando las consecuencias de los errores diplomáticos, de los malos cálculos europeos y ahora de lo que parece un cobro de piso muy caro de Estados Unidos, todo ello sin obtener ninguna de sus peticiones originales.
Suele decirse que en una guerra todos pierden, pero en este caso es cierto que Europa y Ucrania son claros perdedores. En la parte estadunidense se configura una ambivalencia fruto también de sus conflictos políticos y culturales internos que explican en parte la llegada en versión 2.0 del particular liderazgo político del magnate inmobiliario Donald Trump.
Pero nada de esto parecer aplicar ahora para Rusia, aunque ciertamente lamentar la muerte de sus t ropas, pero en lo económico, no parecen que las sanciones hayan hecho mella, y en lo político, ningún opositor aparece, que pueda palidecer el absolutismo de Putin, quien ha sabido mover las fichas del tablero geopolítico.
*Catedrático de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y de la Universidad Anáhuac México-Norte. Su libro más reciente: Violencia y narcotráfico.