René Juvenal Bejarano Martínez
Mira atrás sin miedo,
el pasado es maestro,
guarda en sus cicatrices
las lecciones que tu orgullo olvida.
Mira el presente de frente,
con los ojos abiertos a la verdad,
y abre el futuro
como quien descorre un velo
y deja entrar la luz.
No guíes multitudes,
forma dirigentes:
el río no se engrandece
si no alimenta otros cauces.
El caudal que sólo inunda
se agota en sí mismo;
el que reparte su agua
hace fértiles las orillas.
Predica con tu vida,
porque la palabra sin ejemplo
es humo que se disuelve en el viento.
Sé la llama que enciende,
no el eco que se apaga.
Repite los ideales
como quien riega la semilla:
una y otra vez,
gota tras gota,
hasta que en cada conciencia
florezca la memoria.
Acepta tu ciclo,
como el sol que nace,
brilla
y sabe ocultarse
para que otro día comience.
El que se aferra a su luz
termina cegando,
el que sabe retirarse
alumbra en los demás.
La soberbia es un yugo,
la envidia una sombra estéril.
Camina ligero,
sin cadenas en el alma:
el proyecto es más grande que tu nombre,
y tu nombre es nada
si no se siembra en los otros.
Un buen líder se eleva
por encima de la discordia,
no se entrega al demonio
de sus pasiones bajas.
Es grande quien domina su ira,
más que aquel que conquista ciudades.
Si erras, reconoce;
si caes, levántate.
Más digno es el que aprende
que aquel que se obceca
y cava su propia ruina
en la ceguera del orgullo.
La vanidad se desvanece
como estatua sin pedestal.
El verdadero legado
permanece en la cosecha:
en los frutos que maduran
mucho después de tu partida.
Ellos hablarán, aunque no estés,
ellos serán tu voz
cuando tu garganta calle.
Has de entender que la derrota nunca es un punto final, sino un espejo. En él se reflejan los errores de gestión, las fracturas internas y también la oportunidad de recomenzar. La izquierda boliviana, y en particular el Movimiento al Socialismo, no perdió solamente frente a una oposición más organizada: perdió contra sí misma, contra su incapacidad de corregir rumbos, contra su propio divisionismo que se transformó en debilidad política.
Recuerda siempre: la responsabilidad de un líder no se mide en la inmediatez de un aplauso, sino en su capacidad de tender un puente entre el ayer, el hoy y el mañana. Revisa el pasado con humildad para aprender de sus enseñanzas y de sus heridas; evalúa el presente con lucidez, sin engañarte con falsas victorias; y vislumbra el futuro con esperanza, porque solo desde esa tríada podrás delinear una ruta que inspire y sostenga a los demás.
Un buen líder no dirige solamente masas: también dirige dirigentes. Si reduces tu acción a movilizar multitudes, habrás construido castillos de arena. Tu tarea más profunda es formar cuadros, cultivar conciencias, multiplicar voluntades. Predica con el ejemplo, escucha con atención, siente con sensibilidad. No te conformes con ser seguido: procura que cada seguidor se convierta en actor de su propia historia, y que la colectividad florezca con cada persona.
Jamás olvides que lo principal son los ideales. Ellos son la brújula en medio de la tormenta, el horizonte en tiempos de incertidumbre. No son palabras huecas: son semillas del porvenir. Repite sus fundamentos, explica su sentido, siembra una y otra vez su significado hasta que echen raíces en la conciencia colectiva. Cuando cada dirigente se convierta en monitor, cuando cada militante pueda replicar con claridad la enseñanza, entonces tu voz habrá trascendido tu propia garganta y se habrá vuelto voz de un pueblo entero.
La derrota de 2025 en Bolivia te recuerda que no basta con gobernar; hay que gobernar bien. No basta con invocar la unidad; hay que practicarla. No basta con enarbolar banderas; hay que sostenerlas limpias, sin que se manchen en el fango de la corrupción o la indiferencia. Si la izquierda se divide, se debilita; si olvida sus principios, se vacía; si deja de escuchar al pueblo, deja también de representarlo.
Aprende, pues, de este revés. Conviértelo en lección. Porque el verdadero fracaso no está en perder una elección, sino en no aprender nada de ella.
Un buen líder sabe que su ciclo vital no es eterno. Has de comprender que llega un momento en que la renovación se vuelve indispensable. Y entonces, con madurez y sin celo, debes hacerte a un lado para que otros emerjan, para que la antorcha no se apague en tu puño, sino que ilumine desde nuevas manos. Quien sabe retirarse a tiempo no se extingue: se multiplica en quienes continúan.
Aprende de los errores de Bolivia. La izquierda no fue derrotada solo por las dificultades de gobernar, sino por las ambiciones reeleccionistas que desgastaron al Movimiento al Socialismo y dividieron a su base social. Esa insistencia en prolongar un liderazgo más allá de su ciclo natural sembró discordia, debilitó la unidad y abrió el camino al adversario.
Huye de la necedad del soberbio y del veneno de la envidia. No mires a los otros líderes como rivales que te quitan espacio, sino como compañeros de camino que enriquecen la causa común. Recuerda siempre: lo que importa no es tu protagonismo, sino el avance del proyecto. Modera tu ego como se doma un caballo brioso: si lo dejas desbocado, puede hacerte ganar la carrera, pero perder el sentido del viaje.
No permitas que las discordias te encadenen. El dirigente que se consume en pleitos personales traiciona el horizonte colectivo. Un buen líder se eleva por encima de las pasiones bajas: no se deja arrastrar por el rencor, la ira o la venganza. Y si se equivoca, no persiste en la ceguera: reconoce sus errores, rectifica el rumbo y abre espacio al diálogo. Porque la obstinación ciega no fortalece a nadie: es la tumba de los proyectos y de los dirigentes.
Mira el ejemplo de lo ocurrido: la incapacidad de reconocer límites fracturó al MAS, alejó a sectores populares y permitió que la derecha encontrara resquicios para avanzar. No fue solo una elección perdida: fue la consecuencia de la soberbia convertida en estrategia.
Recuerda, finalmente, que tu mejor legado no será la vanidad personal ni las estatuas erigidas en tu nombre. No serán los cánticos a tu figura lo que trascienda. Tu verdadera huella será la cosecha de tu trabajo: los avances palpables, las conquistas colectivas, los frutos sembrados en la tierra de la historia. Puede que no vivas para verlos, pero si tu labor fue sincera, hablarán por ti. Y tu nombre no será mármol frío, sino semilla viva que renace en cada generación.
La derrota de Bolivia te enseña una lección clara: si no cuidas la unidad, si no renuevas el liderazgo a tiempo, si confundes la causa con tu persona, arriesgas a que todo lo construido se debilite. Aprende de ello: haz de la humildad tu estrategia, de la renovación tu legado y de la colectividad tu victoria.
El líder que no mira hacia atrás tropieza en el presente y ciega su futuro.
Has de recordar, como escribió Santayana, que “quien olvida su historia está condenado a repetirla” ¹. El MAS olvidó los errores de los ciclos de poder que se eternizan y volvió a caminar sobre las mismas piedras: concentración personalista, cierre al relevo, desgaste de la legitimidad. Aprende de ello: mirar hacia atrás no es nostalgia, sino brújula.
Dirigir es guiar a otros dirigentes, no coleccionar seguidores.
Gramsci enseñaba que el verdadero intelectual orgánico forma conciencia, no clientelas². No basta con multitudes que aclaman: necesitas formar cuadros capaces de sostener la causa sin ti. Porque un pueblo que depende de un solo nombre está condenado a la orfandad cuando ese nombre cae.
Quien manda con ejemplo gobierna más que con palabras.
Confucio lo dijo hace siglos: “El superior gobierna sobre todo con su conducta” ³. No es el discurso lo que cimenta la autoridad moral, sino la coherencia entre lo que predicas y lo que practicas.
Los ideales son semillas: hay que sembrarlas mil veces hasta que broten en cada conciencia.
José Martí afirmaba que sembrar ideas es sembrar futuro⁴. No basta enunciarlas una sola vez: has de repetirlas, explicarlas, regarlas con el ejemplo, hasta que germinen en cada militante y en cada ciudadano.
El ciclo del líder es como el sol: nace, brilla y se oculta para que otro día despunte.
Simone de Beauvoir recordaba que la libertad no es propiedad, sino tránsito⁵. Entiende que el liderazgo es un amanecer, un esplendor y un ocaso. Saber retirarse a tiempo es permitir que otro sol ilumine la misma causa.
Retirarse con madurez es multiplicarse en quienes continúan.
Como enseñó Cicerón en su De Senectute, la verdadera grandeza no consiste en aferrarse al poder, sino en cederlo para que otros lo prolonguen⁶. Quien se retira con dignidad no desaparece: florece en los que siguen.
La soberbia es necedad vestida de mando; la envidia, un veneno que mata la esperanza.
Erasmo de Róterdam ya denunciaba en Elogio de la locura cómo los poderosos confundían soberbia con autoridad⁷. La historia de Bolivia en 2025 mostró que la necedad de prolongar un liderazgo en lugar de abrir paso al relevo envenenó la esperanza y dividió al movimiento.
El verdadero triunfo no está en el protagonismo, sino en el avance del proyecto común.
Bertolt Brecht decía que “el individuo es un puente, no un fin” ⁸. No importa cuánto brilles tú, sino cuánto avance la causa que representas. El protagonismo es un relámpago; el proyecto colectivo, un río que se abre camino.
Un buen líder se eleva sobre las discordias y no se entrega al demonio de sus pasiones.
Marco Aurelio, en sus Meditaciones, pedía al gobernante no rendirse a la ira, sino gobernar su interior antes que pretender gobernar a los demás⁹. El dirigente que se deja arrastrar por el rencor pierde autoridad y se convierte en esclavo de su propia cólera.
Errar no es perder: perder es negarse a reconocer el error.
Hannah Arendt advertía que la política está hecha de juicios imperfectos; el error es humano, la negación del error conduce a la tiranía¹⁰. Si caes, levántate; pero si niegas que caíste, arrastras a todos al abismo.
La vanidad se desvanece; la cosecha perdura.
Como escribió Quevedo: “Serán ceniza, mas tendrá sentido” ¹¹. El aplauso es fugaz, la estatua se derrumba, pero la cosecha —un derecho conquistado, una desigualdad vencida, una libertad alcanzada— permanece más allá del tiempo del líder.
El legado del líder no es su nombre, sino los frutos que siembra en la historia.
Walter Benjamin hablaba de “encender una chispa de esperanza en el pasado” para iluminar el presente¹². Tu nombre puede borrarse, pero si tu obra alimenta a los pueblos, ellos lo rescatarán. El dirigente que siembra frutos no necesita monumentos: vive en la historia encarnada en la gente.
Reflexión final
La derrota del MAS en 2025 enseña que el poder, cuando se aferra a sí mismo, se erosiona; y cuando se comparte, se multiplica. Toma estas lecciones no como reproches ajenos, sino como advertencias para tu propio camino. Porque el verdadero dirigente no se mide por lo que acumula en su persona, sino por lo que hace florecer en los demás.
Notas
- George Santayana, The Life of Reason, or the Phases of Human Progress, vol. I: Reason in Common Sense (1905–1906).
- Antonio Gramsci, Quaderni del carcere (Cuadernos de la cárcel, 1929–1935, ed. 1948).
- Confucio, Analectos (II, 3).
- José Martí, Obras Completas, especialmente La Edad de Oro (1889).
- Simone de Beauvoir, Pour une morale de l’ambiguïté (La ética de la ambigüedad, 1947).
- Marco Tulio Cicerón, Cato Maior de Senectute (De Senectute, 44 a.C.).
- Erasmo de Róterdam, Moriae Encomium (Elogio de la locura, 1511).
- Bertolt Brecht, An die Nachgeborenen (A los que vendrán, 1939) y Schriften zum Theater.
- Marco Aurelio, Meditaciones, especialmente II, 1; VI, 30; XI, 18.
- Hannah Arendt, The Human Condition (La condición humana, 1958) y Between Past and Future (Entre el pasado y el futuro, 1961).
- Francisco de Quevedo, Soneto Amor constante más allá de la muerte (publicado en El Parnaso español, 1635).
- Walter Benjamin, Über den Begriff der Geschichte (Tesis sobre la filosofía de la historia, 1940), Tesis VI.