La Casa de los Famosos: economías del morbo y la atención
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La Casa de los Famosos: economías del morbo y la atención

Fernando Ruiz Molina

Es indudable que “La casa de los famosos” (LCDF), programa que produce Endemol y Televisa, tiene cautivos a los públicos mexicanos, que día a día, y especialmente, domingo con domingo, se acopla a las dinámicas de las transmisiones, o es partícipe del tráfico e interacción con los contenidos generados para multimedia tanto por las redes oficiales, fans y equipos de mercadotecnia de cada personaje.

Desde recortes de video con anclajes textuales que resaltan alguna frase, cualidad o aspecto en la personalidad de los personajes, memes o microtextos que destacan alguna dimensión en los performances, estrategias y tácticas de cada participante: desde el humor, el carácter y el afecto, hasta aquellos momentos considerados “épicos” o “success”, además de la amplificación de las anécdotas compartidas por los participantes para una audiencia aparentemente “no visible”, pero todo el tiempo presente.

¿Por qué nos atrapa tanto un programa como LCDF? Lo primero, es el morbo, el deseo de intercambiar nuestros lugares con los de unos supuestos famosos, mirarlos sin ser vistos, inmersos en situaciones aparentemente “cotidianas”, “socializando como cualquiera”, y en su aparente “humanidad” y “transparencia”: en su mayoría, actores, periodistas y actrices de la vieja guardia de los media pre-redes sociales, algunos rodeados de atmósferas que en su época conmocionaron la sociedad mexicana, y también, aquellos que pertenecen a “la actualidad”, influencers en ascenso o con fandoms específicos y consolidados, cuyos contenidos invaden nuestros feeds, y que ahora, en LCDF, despiertan la expectativa de que dejarán ver de sí más allá de sus personas. 

Segundo, porque posee una tecnología socio-mercadotécnica de enganchamiento psico-proyectivo. El programa está diseñado para provocar en los espectadores experiencias proyectivas, lograr la empatía e identificación de los mismos con uno o varios de los personajes (o su contrario, la apatía y el repudio). En ellos, el espectador deposita y engancha sus creencias políticas y conductas modeladas en la confrontación de su subjetividad con otras, sus conflictos internos y búsqueda de pistas para lograr la culminación de los problemas del día a día o el cese de sus preocupaciones, a través de la psico-proyección de su experiencia sobre las experiencias y estrategias performativas desplegadas por los integrantes de LCDF, y lo que percibe como la negociación de los sentidos del sí mismo dentro del mundo, ahora elevado a un concurso de simpatías y rating espectacular.

De ahí que el espectador, asocie las tácticas individuales o grupales de los participantes de LCDF con los que vive dentro de su entorno inmediato: la oficina, familia, colonia, barrio o lugar de residencia y escuela; o que la pedagogía ultra-competitiva, de cálculo, cultivo y ejercimiento de poder a nivel banal, resuene con las estrategias que ponen en práctica “los famosos”, como la instrumentalización de los discursos feministas para sedimentar en el otro una imagen negativa, despertar controversias, incomodarse entre sí, o ejercer cierta presión psicológica y moral.

De este modo, también se han instrumentalizado las luchas por el reconocimiento y respeto a las neurodivergencias, además de la puesta en marcha de tácticas fallidas o exitosas de seducción entre los participantes. El espectador además es testigo de los murmullos, de lo que comparten en el espectro del “secreto” o trazan como plan a nivel de “lo confidencial” y en la abierta búsqueda de la afectación de los demás competidores, a través de un sistema de “nominaciones”, y eventualmente, su expulsión, misma que queda en manos de las audiencias. Un simulacro de poder, en esta economía espectacular que busca atrapar y extractivizar nuestra atención.

Morbo que atrapa a propios y extraños: pone al ciudadano de a pie en posibilidad de contemplar las corporalidades de los “famosos” en pleno descuido y fuera de la pose para los medios, y en un lugar desde donde puede corroborar la congruencia entre lo que los personajes expresan y dicen ser, y aquello que performan ante cámaras, a la vez que funge como juez. Por supuesto, un falso poder, más bien una función asignada dentro del ensamblaje del negocio total. Según el periodista de espectáculos Alex Kaffie, los sueldos en LCDF oscilan entre los 80 mil a 500 mil pesos semanales, más las primas por menciones publicitarias pactadas con antelación entre participantes y sponsors.

Una pregunta ronda a todos: ¿esto es real o planeado? Ciertamente, lo único que es tangible es que se trata de un show, con reglas y normas, entre participantes y espectadores, y un contrato comunicativo ficcional, y por ende, ubicado el territorio del simulacro, la disuasión, persuasión y seducción. Esto no significa necesariamente que estos contenidos no guarden impactos y efectos sociales dentro las audiencias, a nivel percepción individual o colectiva. Se trata de un modelo de enganchamiento por psicoproyección, que incluso llegó a capturar a la Secretaria de la Mujer de la Ciudad de México, legítimamente preocupada por la emisión de mensajes controversiales, pero ajena al funcionamiento de los contratos ficcionales en cuestión.

El mismo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en aras de respetar la libertad de expresión, pidió a las autoridades del país no involucrarse en lo que es notoriamente un show y un modelo que especula con el morbo y la controversia (artificial o no). Tiene como efecto espectacular, Guy Debord dixIt, la banalización de luchas y causas históricas legítimas, ahora empleadas como estrategias discursivas y de resonancia afectiva por los performers, en abierta y amplia competencia entre sí. Una suerte de teatro de la crueldad elevado a un sofisticado modelo de negocios.

Se trata de un esquema agresivo de enganchamiento multiplataforma, en capacidad de invadir cada pantalla y conversación, feed, desatar pasiones y producir ganancias a través de la controversia. Es parte de lo que en el Tlatelolco Lab, Laboratorio Digital Para la Democracia del PUEDJS-UNAM, hemos denominado: diseño technopharmakólogico de la mercancía. Es decir, contenidos cuyos diseños son adictivos, operan a nivel subjetividad, enganchan, producen un efecto inmersivo, extractivizan nuestra atención y afectos, y pueden producir ganancias, de las cuales, el ciudadano de a pie, no mira ningún peso a cambio, aunque su trabajo afectivo y participación, irónicamente, ocupen un lugar central en el desarrollo de este modelo de negocios. Como escribía Debord: “El espectáculo no es el sueño, sino la pesadilla de la que hay que despertar”.

Investigador del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia Justicia y Sociedad PUEDJS-UNAM

18 de octubre de 2024