Del viernes 26 al domingo 28 de septiembre, el World Trade Center de la Ciudad de México se convirtió en la capital del mundo geek con la celebración de Animole, la convención dedicada al anime y la cultura pop japonesa, hermana de La Mole.
Desde el primer día el recinto lució abarrotado de visitantes: familias, grupos de amigos, cosplayers y fanáticos que llenaron cada pasillo. El ambiente era vibrante y visualmente atractivo; la mezcla de colores, disfraces y escenarios convirtió al lugar en un espectáculo por sí mismo.
Uno de los stands que más miradas robó fue, sin duda, el de Pokémon. Desde lejos ya se distinguía por su vibra luminosa y el entusiasmo de quienes hacían fila, todos ansiosos por vivir una dinámica diseñada a la medida de los entrenadores de corazón. La propuesta era sencilla en papel, pero tremendamente emocionante en la práctica: primero elegías a tu Pokémon favorito con capacidad de megaevolucionar, después recibías una tarjeta personalizada con tu nombre de entrenador y la imagen de ese compañero especial, y finalmente venía el plato fuerte: un video de cinco segundos en el que debías hacer el gesto de activar la mega piedra. Frente a la pantalla, como por arte de magia, aparecía tu Pokémon transformado en su versión más poderosa qué te hubiera enviado al correo que habías registrado.

Pero si hubo un área que logró combinar diversión, creatividad y un toque de paciencia zen, fue la de Bandai. Su propuesta no se limitó a un solo stand, sino que invitó a recorrerlos todos en un pequeño rally geek. Cada parada escondía una experiencia distinta: desde aprender a dominar un yoyo con trucos básicos hasta poner a prueba la suerte en los gachapones japoneses, esas cápsulas sorpresa que se han vuelto adicción cultural en todo el mundo. Con cada actividad completada, el asistente recibía un sello, y al juntar todos se desbloqueaba el premio mayor: la oportunidad de sentarse a armar un Gundam.
Ahí comenzaba lo que muchos consideraron el corazón de la experiencia. El proceso de armar uno de estos mechas no era simplemente un hobby; era un ritual que combinaba concentración, paciencia y una buena dosis de asombro. Retirar las piezas con cuidado, seguir las instrucciones como si fueran un mapa secreto y ver cómo poco a poco las extremidades, el torso y la cabeza iban cobrando forma, generaba una sensación de logro muy particular. El ruido de la convención desaparecía por un momento, y lo que quedaba era ese instante íntimo entre las manos y el modelo. Fue una actividad inmersiva, casi meditativa, en la que uno podía sentirse en soledad, pero en el mejor sentido: aislado del caos para conectarse con la calma de la construcción. Cuando el Gundam quedaba finalmente de pie, listo para ser admirado, la satisfacción era total.

La convención no se limitó a un solo tipo de público: era un mosaico de propuestas que parecían multiplicarse en cada pasillo. Desde la ruleta de Churu que emocionaba a los amantes de los gatos con premios irresistibles, hasta las mesas abarrotadas en la zona de juegos de mesa donde se mezclaban risas, dados y cartas. La presencia editorial también fue contundente, con Panini liderando el terreno de los cómics y el manga, mientras que en el mundo gamer brillaban stands como el de Free Fire, que se convirtió en un punto de encuentro para jugadores de todas las edades.
Para quienes ya piensan en octubre, los fans del terror encontraron un rincón escalofriante: máscaras detalladas de Michael Myers, Pennywise —en ambas versiones, clásica y moderna— y Vecna de Stranger Things, listas para anticipar Halloween con estilo. Cada una de estas piezas parecía sacada directamente de la pantalla, con acabados tan cuidados que obligaban a detenerse un momento para observarlas de cerca.
Y luego estaban los cosplays, ese desfile no oficial que se volvió uno de los espectáculos más entrañables del fin de semana. No faltaron los clásicos ni las sorpresas: un grupo de Flash corriendo entre los pasillos como si salieran del multiverso, una chica imponente caracterizada como Pyramid Head, varias versiones de Hatsune Miku iluminando el ambiente con sus cabelleras turquesa, y hasta los enigmáticos Daft Punk, que parecían haber salido directamente de un escenario de música electrónica. Pero lo más tierno llegó de la mano de una pareja joven que empujaba una carriola: la mamá, disfrazada de Enfermera Joy de Pokémon, acompañada de su bebé, que miraba curioso a través del carrito, arrancó sonrisas y fotografías espontáneas. Fue un recordatorio de que Animole no era solo para coleccionistas o fanáticos hardcore, sino un espacio familiar, multigeneracional y abierto a todos.
El corazón del anime también palpitó con fuerza en el escenario del doblaje. Ahí se reunieron leyendas vivientes de la voz en español: Magda Giner, inmortalizada como Lois en Malcolm y más recientemente como Turboruca en Dandadan; Diana Santos, pionera absoluta que prestó su voz a Bella en La Bella y la Bestia, y a los inolvidables Heidi y Pedro en el anime clásico; y Carlos Segundo, ovacionado por generaciones enteras por ser Piccoro en Dragon Ball Z. Escucharlos en vivo fue un viaje nostálgico, un puente directo a las infancias de miles de asistentes.
La presencia internacional dio un brillo extra: la carismática Amy Jo Johnson, la inolvidable Power Ranger Rosa, despertó la emoción de los fans noventeros, mientras que el escritor Scott Snyder, figura clave en el cómic estadounidense contemporáneo, demostró su cercanía con el público. Aunque su firma tenía costo, en el stand de Panini se dio el lujo de autografiar ejemplares de su obra de manera gratuita a quienes llegaran con sus cómics bajo el brazo. Una muestra de que, en eventos como este, la conexión entre creador y fanático trasciende cualquier barrera.
Animole 2025 dejó claro que es un espacio para todos. Anime, cómics, videojuegos, cosplay, doblaje y hasta comida para gatos convivieron bajo un mismo techo en un ambiente diverso y festivo. Tras un fin de semana lleno de actividades, lo único que queda es esperar con ansias la próxima edición, programada para marzo.