Tanius Karam*
Durante los primeros días de junio los periódicos llenaron sus planas del “divorcio” entre Trump y Musk por su intercambio de declaraciones incendiarias. Se arrojaron “océanos de tinta” haciendo suposiciones y describiendo la egolatría, bravuconería y megalomanía, que los distingue, en su particular historia de “relación con-beneficio”. El contexto inmediato del aquelarre fueron las fuertes críticas de Musk contra la ley sobre impuesto y política interna que al momento sigue discutiéndose.
El 11 de junio Musk dijo arrepentirse y reconoció que “había ido demasiado lejos”. No hay forma de saber si esta disculpa es sincera o se deba a que Trump amenazó con rescindir contratos y subsidios gubernamentales a las empresas de Trump. De hecho hasta el padre de Musk, Errol, dijo que su hijo había cometido un error al iniciar la pelea con el Presidente.
Al margen del show, las altisonancias o los arrepentimientos, esa relación permite discutir características del nuevo liberalismo. Esta pugna puede reflejar más que lucha de egos (que también), visiones encontradas de economía y política, aun cuando tengan coincidencias. El liberalismo de Trump, muy pragmático, contra una especie de anarcocapitalismo tecnocrático que representa Elon Musk.
El magnate tecnológico aboga por la eficiencia y la austeridad fiscal; mientras que el business man neoyorquino no teme los déficits y con ello impulsa la economía o satisface a las bases electorales. Este debate contiene dos conceptos claves.
Conceptos claves de partida
El primer punto de análisis, sin el cual no podemos comprender nada de lo que sucede, es el papel de la deuda pública de Estados Unidos. Es el dinero que debe el vecino país como resultado de préstamos acumulados, y que equivale a la suma de todos los déficits pasados menos los superávit. Hoy día la deuda bruta en ese país supera los 36 billones de dólares (trillions de forma anglosajona). Esto es 120% del PIB, algo nunca visto desde la Segunda Guerra Mundial.
Hay otros conceptos importantes a tomar en cuenta como “déficit fiscal”, “gasto obligatorio” (gasto público que es dictado por leyes, como prestaciones sociales, social security), “gasto discrecional” (fondos destinados a programas específicos), el cual supone, un tercio del presupuesto, pero a diferencia del “obligatorio”, sí se debate y decide anualmente.
Si aquí no se aprueban los fondos, el gobierno se paraliza, y es cuando se han dado los famosos shootdowns o cierres de gobierno. Hay que sumar adicionalmente “intereses de deuda” que son compromisos que el gobierno debe pagar a sus acreedores por deuda emitida. Estados Unidos está en niveles récords de deuda, mucha de la cual vence este año, de aquí la obsesión de Trump para que la reserva federal baje las tasas de interés.
Las contradicciones de Musk
Musk y Trump coinciden en diagnosticar que existe un problema de despilfarro y de endeudamiento del gobierno, pero ahora vemos que discrepan radicalmente en el cómo atajarlo o incluso si atenderlo es prioritario. La postura del magnate tecnológico se caracteriza por una cruzada contra el gasto público descontrolado.
Musk ha acusado estos primeros días de junio a Washington de despilfarrar el dinero de los contribuyentes y llevar al país a la ruina financiera. Asegura, -no sin razón-, que el nivel de gasto excesivo llevará a Estados Unidos a la esclavitud de la deuda, por ello la crítica voraz contra el proyecto fiscal que impulsa Trump.
Vemos como Musk con muy poca comprensión de lo que es el Estado, intentó realizar su tarea, como si ésta fuera una especie de empresa tecnológica o startup, y quiso ajustar por todas partes: despidió funcionarios, recortó programas y buscó ahorrar por todas partes, pero aquí comenzaron los problemas porque la política real, y es obvio, que muchos agentes del Estado no cooperaran del todo.
Hoy sabemos que casi todo el gasto federal resulta intocable: Defensa, pensiones, Medicare, intereses de deuda, de modo que esos audaces recortes propuestos por el dueño de Tesla apenas lograron ahorrar 175,000 millones de dólares, y eso inflando cifras con medidas que podrían ser cuestionables. Además, el desempeño bursátil de las empresas de Musk ha sido fatal.
Del lado de la crítica contra Musk, están quienes lo tachan de simplista e hipócrita. Las empresas de Musk han recibido subsidios del Estado y contratos públicos millonarios. Tesla ha tenido créditos fiscales enormes, SpaceX ha hecho acuerdos con la NASA y la Defensa. Así que hacer una crítica feroz contra el gasto mientras se lucra con éste, es “poco” contradictorio.
Los críticos de Musk recuerdan que no se puede gobernar sólo con números, cálculos, análisis fríos y hojas de excel. Cada recorte afecta de manera importante vidas humanas. En ese sentido, decisiones tecnocráticas al final pueden ser socialmente injustas, insostenibles, si no van acompañadas de alguna sensibilidad política.
¿Y qué quiere Trump?
Ahora, en el caso de Trump, insiste en que la prioridad es revitalizar Estados Unidos. Según él, luego de años de estancamiento y malos acuerdos comerciales en el pasado, se hace necesaria una “guerra arancelaría”, con el argumento también de proteger la industria local -lo que en principio es muy antiliberal- pero desafía las normas del libre comercio. Pero de acuerdo con su perspectiva, la deuda es preocupante solamente si la economía se estanca. Es decir representaría un sub-tipo de liberalismo “sumamente” pragmático, y que puede ser “liberal” en unas cosas, pero no en otras.
De acuerdo con Trump, mientras haya crecimiento robusto el país podrá pagar sus obligaciones o refinanciarlas. Para ello necesita que entre dinero al país, gracias a lo cual podrá bajar los impuestos. En materia fiscal parece manejar un “populismo fiscal heterodoxo”.
En su primer mandato bajó impuestos en 2017, y a la vez aumentó el gasto en áreas que consideró de interés (Defensa e infraestructura) pero no se obsesionó por el déficit. También es cierto que en ese primer mandato la deuda nacional subió 7.8 billones adicionales, lo que se aceleró por los programas durante la pandemia del Covid-19, sin haber tocado los programas sociales clave.
Opositores a Trump le reprochan su incoherencia fiscal. Si baja impuestos a ricos y empresas, reduce ingresos públicos a la vez que aumenta el gasto, medida que seguro generará inflación. Un análisis publicado el miércoles 4 de junio por la Oficina de Asuntos Presupuestarios del Congreso (CBO) publicado por Los Angeles Times, el congreso reducirá los impuestos en 3,75 billones de dólares, pero también aumentará los déficits en 2,4 billones de dólares durante la próxima década.
De esta manera a la vieja usanza de cualquier político tradicional, a Trump lo critican por su clientelismo, repartir beneficios inmediatos vía rebajas fiscales y gastos en sectores clave. Trump aprendió de la política “aventar” la bomba al futuro para que a otro le explote, reproduciendo la frase popular “lo que no es en mi año, no es en mi daño”.
Más allá de show… las preguntas de fondo
Es claro que aunque al principio convendría a Trump tener a Musk -entre otras razones por las aportaciones económicas que el billonario hizo a la campaña del neoyorquino-, justo la incursión de Musk encendió las alarmas respecto a los beneficios contrarios que pudiera tener DOGE. Además, un magnate recortando programas sociales sobre la sombra provocó resistencias en distintos frentes.
Este debate lleva a otra pregunta:¿Quién sabe gobernar mejor un país?, ¿los expertos tecnólogos, los líderes políticos tradicionales, ninguno de estos? Los tecnócratas pueden aportar innovación, visión de largo plazo y quizá menos clientelismo. Los políticos, experiencia en la gestión pública, representación de sectores diversos, responsabilidad de rendición de cuentas en las urnas. Las dos perspectivas tienen sus riesgos.
Un gobierno dominado por tecnócratas podría ser más eficiente, pero mucho más insensible y frío a los problemas sociales; un gobierno tecnocrático puede redundar en elitismo muy propenso a recortar derechos dentro de la lógica costo-beneficio. En cambio, un gobierno más tradicional, incluso populista, puede ser más “cercano”, pero caer en imprudencia y sacrificar la estabilidad futura por los aplausos del presente.
Como vemos tras el show mediático visto los primeros días de junio, tratado como lucha de egos, estamos ante temas más preocupantes. Además, si lo vemos bien, ambos extremos ponen en jaque al sistema: Si la deuda sigue creciendo al ritmo actual, la confianza en el dólar y en la capacidad de pago de Estados Unidos se va a ir erosionando, como ya ocurre (lo cual puede beneficiar al peso mexicano), y va a elevar las tasas de interés aún más hasta desestabilizar la economía global.
Ningún país, ni siquiera el vecino del norte, puede endeudarse eternamente sin consecuencias, por más que algunos economistas de corte keynesiano digan lo contrario. Más de la mitad del gasto federal estadunidense son cheques a ciudadanos, pensiones, salud, ayudas de los que dependen millones de personas de este país.
Cabe mencionar que en el fondo ni Musk ni Trump ofrecen una solución realmente satisfactoria al dilema de la gestión y administración del Estado contempo ráneo. Musk quiso tratar al Estado como empresa y descubrió que un país no tiene dueños ni un propósito único, y sí tiene muy diversas obligaciones con millones de ciudadanos. El otro trató al Estado como una cartera sin fondo para cumplir sus promesas, apostando a que la grandeza estadunidense aguantará todo, lo que ciertamente es muy cuestionable.
Para el economista y youtuber catalán Mark Vidal, la ruptura entre Musk y Trump es más que una simple discusión sobre presupuestos. Es el inicio de un gran debate. Es el síntoma de una crisis de legitimidad que atraviesan las democracias de Occidente. La vieja tensión entre eficiencia, representatividad, Estado, dependencia, racionalidad técnica, voluntad popular, entre la lógica del mercado y las obligaciones de un Estado social.
La paradoja es demoledora. Musk demostró que la eficiencia empresarial se estrella contra la realidad política de una democracia tan compleja como la estadunidense; mientras que Trump evidencia que el populismo fiscal puede ser electoralmente exitoso, pero puede llegar a ser insostenible. Entre la frialdad tecnocrática y el clientelismo político, resulta que Estados Unidos, y por extensión todo Occidente, sigue sin encontrar una “tercera vía” que combine responsabilidad fiscal con sensibilidad social, innovación con legitimidad democrática.
Ya podríamos también elevar la preguntar si lo que se vive en el vecino país, y en el mundo occidental, es realmente una democracia. Mientras esa síntesis no aparezca, seguiremos asistiendo a choques espectaculares en las formas, pero estériles en los resultados, y no sé si sea políticamente incorrecto parafrasear a Augusto Monterroso: “…y cuando me desperté… la enorme deuda gubernamental seguía ahí…”
*Catedrático de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y de la Universidad Anáhuac México-Norte.