Naief Yehya
Cuando faltan pocos días para que se cumplan nueve meses del inicio del brutal ataque israelí contra Gaza, que comenzó en esta fase el 7 de octubre de 2023, con el ataque de Hamás y otros grupos militantes en contra de varios cuarteles, kibutzims y un festival de música, es necesario hacer una revisión de lo que ha sucedido.
Israel ha asesinado a más de 37,000 palestinos y herido a más de 85,000 personas. Se asume que hay más de 10,000 personas sepultadas bajo los escombros; 56% de los muertos son mujeres y niños. Paralelamente, colonos y el ejército han asesinado en ese mismo tiempo a más de 500 palestinos en Cisjordania y han destruido 15 comunidades a las que han limpiado étnicamente. Los defensores de esta masacre insisten apasionadamente que no se trata de un genocidio, a pesar de que la Corte Internacional de Justicia y numerosas organizaciones humanitarias afirman que hay amplias evidencias de la intención de exterminio y limpieza étnica de la población palestina.
Basta recordar las palabras de líderes del gobierno, el ejército e incluso de la población. La deshumanización de los palestinos ha sido promovida por el Estado y los medios de comunicación de manera masiva e insistente. Aunque hay quienes aún se manifiestan a favor de las negociaciones para liberar a los rehenes capturados el 7 de octubre y por un cese al fuego, la mayoría de la población israelí apoya esta masacre.
Esto se materializa en los ataques indiscriminados, desproporcionados y continuos que han despedazado la franja de Gaza. Las masacres cometidas han sido numerosas, así como las declaraciones del gobierno al respecto de impedir el flujo de agua, alimentos, medicinas, electricidad y cualquier necesidad básica. Esto ha provocado condiciones de hambruna y causado epidemias que hubieran podido evitarse.
La infraestructura médica, educativa (625 mil niños y estudiantes no tienen acceso a la educación) y de servicios básicos ha sido pulverizada en toda Gaza con la intención de hacer la vida imposible. Han sido asesinados más trabajadores de la ONU, personal médico, humanitario y de emergencias que en ningún otro conflicto en décadas. Con todo esto el ejército israelí apenas ha rescatado a siete rehenes y a pesar de la brutalidad, crueldad extrema y los saqueos no ha sido capaz de eliminar o siquiera neutralizar a Hamás que a pesar de las inmensas bajas sigue operando. No obstante, de la catástrofe humanitaria Occidente, especialmente Estados Unidos, Inglaterra y Alemania siguen apoyando a Israel, aunque de cuando en cuando critiquen discretamente la conducción de la matanza para cuidar las formas y pretender que tienen consciencia.
La violenta reacción oficial a las tomas de instalaciones y plantones en universidades estadounidenses y europeas de estudiantes en contra del genocidio, a favor de la defensa de los derechos palestinos y para obligar a las instituciones a abandonar sus inversiones en Israel pusieron nuevamente énfasis en el alto costo de manifestarse públicamente en contra del régimen sionista.
Sin el menor temor a violar la libertad de expresión de empleados, académicos y estudiantes, las instituciones educativas han amenazado, despedido, expulsado y tomado represalias sin tener que rendir cuentas ni correr el riesgo de ser “cancelados”. Si bien un buen número de los manifestantes anti-genocidio en las universidades son judíos, las administraciones de numerosas universidades se opusieron al diálogo y en cambio respondieron de inmediato a los llamados de estudiantes judíos proisraelíes, quienes argumentaban no sentirse seguros.
Políticos y representantes de la policía hablaban del espantoso antisemitismo que dominaba en los campuses, sin embargo, tan sólo podían señalar que la violencia provenía de personas ajenas a las manifestaciones, algunos desequilibrados y varios obvios infiltrados y provocadores. El clima en los “campamentos” era de cordialidad y la única amenaza era la brutalidad policiaca. Mientras tanto el Congreso aprobó una iniciativa de ley para determinar que el antisionismo es antisemitismo, de manera que cualquier crítica a las políticas del estado de apartheid israelí es considerada un discurso de odio.
Las manifestaciones universitarias tuvieron impacto al mostrar al mundo que existía disidencia entre los jóvenes al respecto de la política prosionista en Occidente, sin embargo, la línea oficial prácticamente no cambió. A pesar del enorme costo que tendrá para el presidente Joe Biden en la próxima elección su complicidad con el genocidio, él y el partido demócrata se han mantenido firmes en su apoyo a la masacre.
Basta considerar el caso del representante Jamal Bowman, uno de los pocos políticos en el Congreso que han acusado a Israel por sus políticas genocidas, que fue sometido a una elección primaria del partido, en la que grupos afines a Israel, invirtieron más de 15 millones de dólares para sustituirlo por el político proisraelí, George Latimer. No hay aquí ni siquiera un velo de pudor o un mínimo de discreción en el hecho de que una organización cabildera al servicio de un país extranjero haya comprado una elección, dentro del seno del partido demócrata. Resulta increíble que no habrá la menor consecuencia.
La estrategia pública de la Casa Blanca ha sido proyectar una imagen de determinación en su apoyo a Israel y al mismo tiempo mostrar al mundo una cara de preocupación por las víctimas civiles. Para hacerlo han mentido y han justificado atrocidades y han pretendido que Israel mismo se encargará de investigar sus crímenes de guerra. Con esto Washington ha perdido lo que le restaba de credibilidad. Particularmente cuando Biden determinó que atacar Rafah representaba una “línea roja” que no podían rebasar. Desde entonces el ejército de ocupación israelí no solamente ha atacado Rafah, sino que ha cometido numerosas matanzas con altísimos números de víctimas, en un conflicto donde todos los muertos son daño colateral.
El ataque en contra del campamento de refugiados de Nuseirat el 8 de junio de 2024, denominado “operación de rescate” fue una demostración de la crueldad deshumanizante, la brutalidad irracional y la torpeza criminal del ejército de ese país. El ataque del ejército, el Shin Bet y Estados Unidos, aparentemente duró alrededor de 75 minutos con misiles, helicópteros apache, centenares de drones armados, tanques e infantería (algunos de ellos disfrazados de palestinos y otros escondidos en vehículos civiles).
El objetivo era el rescate de cuatro rehenes secuestrados del festival de música el 7 de octubre. El éxito de esa misión tuvo un costo de 274 palestinos asesinados, 64 de ellos niños y 57 mujeres, además de 400 heridos. Aunque es imposible saber las cifras precisas debido a que familias enteras pueden estar sepultadas bajo los escombros. Yoav Gallant, quien tiene una orden de aprehensión por crímenes de guerra por la Corte Penal Internacional, declaró que esta había sido “una de las operaciones más heroicas y extraordinarias de las que he sido testigo a lo largo de 47 años de servicio en las fuerzas de defensa israelíes”. Los rehenes rescatados se convirtieron en la cara de la propaganda israelí y esta campaña criminal que pudo haberse evitado mediante negociaciones, ha sido celebrada en Occidente como un gran triunfo.
Probablemente la mitad de la población israelí detesta al primer ministro Benjamin Netanyahu, no obstante, mucho menos se oponen a esta masacre. Probablemente logren eliminar a una gran parte de la población palestina entre aquellos que serán asesinados y los que podrán expulsar, sin embargo, deberán vivir con el estigma del genocidio, con la historia imborrable de estas matanzas. ¿Podrá la mayoría israelí vivir con semejante estigma?
Escritor, analista y periodista