Naief Yehya
Nueva York. – El martes 5 de noviembre próximo tendrán lugar las elecciones en Estados Unidos. Una vez más ambos partidos declaran que esta es la elección más importante de la historia y que de no resultar electo su candidato a la presidencia, la nación se hundirá en la devastación provocada por el/la candidata/a rival. Han sucedido tantas cosas literalmente cataclísmicas en estos últimos años, especialmente en el último, que es fácil olvidar las emociones y ansiedad ante la elección hace cuatro años.
En esta ocasión, mientras Israel lleva a cabo un genocidio en Gaza y comete un número de masacres en el Líbano, así como ataques a Irán, Yemen y Siria con el completo apoyo (armamentista, financiero, diplomático y político) de Estados Unidos, la desazón y el desconsuelo han alcanzado un nivel sin precedente.
Es difícil de creer que puedan tener lugar atrocidades semejantes con el apoyo total de ambos partidos y candidatos. Mientras, por un lado, Donald Trump ha asegurado que ayudará a su amigo, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, a terminar su misión (es decir a la completa destrucción de Hamás y Hezbolá); por el otro, Kamala Harris dice que nunca impedirá que Israel ejerza su derecho a la “legítima defensa Israelí” (lo cual en el caso de Palestina es falso, ya que no existe semejante derecho para un país que tiene ocupado a otro).
Ambos dicen lo mismo, sólo que la demócrata emplea eufemismos, para Trump el costo humano es insignificante, para Kamala “demasiados palestinos han muerto”, pero eso no afecta en lo más mínimo su apoyo. Los dos tienen encargados que tratan de convencer a miembros de las comunidades propalestinas, a pesar de que los candidatos no hagan muchos esfuerzos por suavizar ante ellos sus posiciones intransigentes.
El mensaje de los candidatos es: da lo mismo lo que pienses de Gaza. Los grandes donadores son lo único que importa, mientras ellos estén a gusto con la masacre, nada cambiará. Es clarísimo que Kamala podrá perder esta elección debido a no haber hecho concesión alguna, aunque sea simbólica a la población estadounidense palestina, musulmana, árabe o con simpatía por esa gente o región.
En esencia, el estado de Michigan, que siempre oscila en su apoyo entre los dos partidos, tiene una de las comunidades árabes y musulmanas más grandes del país y su apoyo puede determinar la dirección de la elección debido al sistema del colegio electoral. Recientemente en CNN la candidata demócrata dijo en pocas palabras que si la gente quería que el precio de los bienes elementales siguiera siendo accesible, tendrían que ignorar el genocidio palestino.
Harris promete que volverá a hacer que el aborto sea legal (la Suprema Corte de Justicia, con tres miembros nombrados por Trump recientemente, eliminó la ley que legitimaba el aborto, Roe vs. Wade de 1973 que reconocía el derecho constitucional a la libertad, que incluía el derecho a decidir si se detiene o continúa con un embarazo) y que protegerá a la seguridad social.
En esencia, ofrece restaurar algo, un mínimo, de los derechos y conquistas de décadas de militancia y activismo político que ambos partidos han erosionado o dejado destruir. “Soy yo o con Trump les va a ir peor”, es la idea. La única certeza es que la situación no ha dejado de ponerse peor, Desde el 7 de octubre y ninguna acción del gobierno de Biden-Harris ha aminorado el sufrimiento palestino o libanés, restringiendo las entregas de armas, presionando a Israel de manera eficiente o por lo menos honesta. Más que una elección, estamos ante una extorsión.
No hay duda de que con Trump el destino de los palestinos está sellado, no habrá intento alguno por moderar las políticas brutales, desquiciadas y fascistas del régimen de Tel Aviv. Por el contrario, el ex conductor del programa televisivo El aprendiz alentará a Netanyahu y a su gabinete de extrema derecha a que siga adelante en su campaña hasta eliminar o erradicar al último palestino “entre el río y el océano”.
Pero no debemos olvidar que Kamala ha estado muy cerca de Biden en su apoyo total a Israel, en esta que han convertido en su guerra. No habrá la menor desviación de ese compromiso. Una buena parte de los votantes demócratas están perfectamente conformes con lo que promete, algunos resignados a ser testigos de un genocidio, pero dispuestos a ignorarlo si eso beneficia a su partido y a su bolsillo. Otros desean que la matanza continúe y defienden al etnoestado con política de apartheid en su misión de limpieza étnica. Unos cuantos creen en la ingenua falacia de “votar por Kamala y empujarla a la izquierda”.
Algo así se vivió con la llegada de Biden a la presidencia, quien en un principio adoptó algunas reformas, políticas e ideas de carácter social de Bernie Sanders. No obstante, Biden no dudó un segundo en apoyar a Israel en su campaña de devastación y exterminio masivo tras el ataque de Hamás y otras organizaciones palestinas en contra de asentamientos, bases militares, un festival de música y kibutzims en los alrededores del campo de concentración más grande del mundo, que era Gaza.
Ante la evidencia de que Kamala no cambiará nada en su política hacia Israel y Palestina, desapareció toda ilusión de que al reemplazar a Biden existía la esperanza de que las cosas cambiaran. Ahora lo que queda es tener la ilusión de que en secreto Harris piensa hacer algo positivo por los palestinos. Pero como eso es una tontería el movimiento Abandonar a Biden se ha convertido en Abandonar a Harris, ya que es imposible premiar con el voto a quien ha sido partícipe de esa masacre histórica y que promete continuar con lo mismo.
Entre los logros de la campaña de Kamala Harris y Tim Walz no sorprende que cuenten con haber reclutado a celebridades liberales como Beyoncé, Spike Lee, LeBron James y Billie Eilish, sino que haya enrolado al exvicepresidente Dick Cheney y su hija Liz, ambos figuras detestables asociadas con lo que era la extrema derecha del partido republicano. Ahora Liz Cheney acompaña a Kamala a ciertos eventos para poner en evidencia lo ridículo que es pensar que la candidata representa otra cosa que una derecha extrema maquillada. Harris no ha cuestionado el apoyo de un político que fue responsable por los peores excesos de la “Guerra contra el terror”, incluyendo el uso de la tortura.
Lo primero que debemos preguntarnos es: ¿dónde quedó la certeza moral de que no existe un crimen peor que un genocidio? Nos hemos acostumbrado a la decisión electoral pragmática, a conformarnos con la realidad de que en Estados Unidos gobierna un sistema bipartidista en el que las diferencias entre las opciones son meramente de apariencia. Los republicanos son francamente fascistas, racistas, mojigatos y están al servicio de multimillonarios y grandes corporaciones. Los demócratas tienen un discurso liberal vacuo pero cuando están en el poder aplican las imposiciones racistas y fascista de los republicanos como si no hubiera alternativa y están al servicio de multimillonarios y grandes corporaciones. Hemos perdido de vista que un voto debe tener por lo menos un halo de decencia y significar algo más que validar componendas elementales y concesiones básicas de parte de los poderes que han desmantelado las protecciones que ofrecía el Estado.
Se han elegido presidentes durante esa pavorosa campaña mortal que ha sido La guerra contra el terror, mientras los líderes de ambos partidos aplaudían y enviaban tropas y armas para decimar a la población de Afganistán, Irak, Siria y Yemen. Eso normalizó las masacres de pueblos árabes y musulmanes, así como asumió la inevitable militarización de la sociedad, una infección que se ha extendido por el continente, incluyendo en México.
Votar por Obama no solamente no representó un cambio real ni detuvo las invasiones y bombardeos a países remotos, sino que, por el contrario, los multiplicó hasta adquirir el sórdido privilegio de ser el único presidente que no tuvo un solo día de paz en los ocho años que ocupó la Casa Blanca. Además, Obama se volvió el primer presidente con una “lista de la muerte” a la que siempre se añadían (y nunca se retiraban) nombres de supuestos terroristas para ser eliminados mediante drones y misiles en una variedad de países.
A un año del comienzo de la matanza más descomunal de palestinos de la historia, ya que supera a la brutalidad de la Nakba que comenzó en 1948, los grandes medios, la mayoría de los políticos, las grandes universidades, las corporaciones y la mayoría de las agencias del gobierno siguen firmemente del lado de Israel (castigando a colegas, empleados, estudiantes, socios y cualquiera que apoye el derecho de los palestinos a existir).
El hecho, que se ha demostrado ampliamente, es que el ejército israelí ha asesinado a un número sin precedente de niños (que cientos de ellos han muerto al recibir impactos de bala en la cabeza por francotiradores), de periodistas, de trabajadores, de organizaciones humanitarias (cuando esto se escribe, Israel acaba de prohibir que la UNRAW —la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Medio Oriente— pueda seguir operando), de mujeres, de ancianos y de inválidos, no ha cambiado nada ante los ojos del gobierno de Biden-Harris.
Se ha destruido toda infraestructura que permite la vida, desde los hogares en Gaza y ese modelo ya se repite en los bombardeos del Líbano, con lo que es evidente que el plan desde siempre fue tomar Gaza, en su totalidad. Ya hoy se anuncia que toda la población del norte de la Franja, al menos cien mil personas, está en peligro de morir por las bombas, balas, misiles, tanques, bulldozers, drones, falta de alimentos y servicios médicos básicos, así como infecciones y enfermedades curables.
Existe una alternativa, aunque se trate de un voto moral, que muchos piensan tan sólo ayudará a Trump: el Partido verde y sus candidatos Jill Stein y Butch Ware. La doctora Stein, quien es judía, es la única candidata que se ha manifestado de manera tajante a favor de cortar el suministro de armas y el apoyo a Israel. El sistema bipartidista está diseñado para impedir en lo posible la amenaza de cualquier tercera opción. No solamente las estructuras electorales imponen toda clase de obstáculos legales y de presión para evitar que demócratas y republicanos tenga que competir contra otros candidatos con otras ideas, los medios, casi en su totalidad, se dedican a mostrar esta opción como algo absurdo y risible, y a cualquiera que exprese su deseo por votar por ellos como un iluso en el mejor de los casos y un “idiota útil” en el peor.
La idea de este y otros grupos de castigar a los demócratas es también una ilusión, ya que esto no hará que ese partido recapacite y cambie sus políticas hacia los palestinos, musulmanes y árabes, sino que tan sólo serán un conveniente chivo expiatorio en caso de que Trump gane. De manera semejante, cuando perdió Hillary Clinton se culpó a los seguidores de Bernie Sanders, en lugar de a las pésimas políticas y desastrosa campaña de esa candidata.
Así que preparémonos en caso de que pierda Harris a ver a la gente que apoya a Palestina satanizada por los propios demócratas. A pesar de su retórica islamofóbica, Trump ha logrado cautivar a líderes de comunidades musulmanas que han creído en su promesa de que acabar con la agresión israelí. Resulta patética la condescendencia del partido demócrata que después de negarse a que una voz palestina subiera al escenario durante el reciente congreso, creen que el problema de esa comunidad es su ignorancia.
La realidad es que el abandono a Harris viene de entender la historia y relación de ese partido con Israel y sus defensores. Como escribe Josh Rogin en The Washington Post: “…si Harris pierde Michigan y las elecciones, no será porque los votantes musulmanes hayan sido desleales al Partido Demócrata. Será porque ella y el Partido Demócrata no les fueron leales”. Así, cuando los demócratas y liberales acusan a alguien progresista o propalestino de ayudar a Trump es inverosímil que no puedan ver que la responsable es Harris por su completo y total servilismo al sionismo.
Escritor, analista y periodista