Donald Trump y la decadencia de la política
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Donald Trump y la decadencia de la política

Ivonne Acuña Murillo

Por segunda ocasión en Estados Unidos triunfa el discurso del odio, aquel que saca lo peor de las y los votantes, el que apela a las peores emociones, el que otorga permiso para ser todo lo políticamente incorrecto: supremacista, racista, clasista, machista, misógino, sexista. Con Donald Trump vencieron las llamadas “mayorías” en contra de las también llamadas “minorías”.

Las élites blancas, anglosajonas, estadunidenses, masculinas y ricas pasaron y seguirán pasando por encima de las personas morenas, de color, no anglosajonas, pobres, mujeres y sexualmente divergentes. Con Donald Trump la política como una manera de solucionar desacuerdos a partir de reglas de convivencia entra en decadencia. Se vota para que, en nombre de las y los demás, se opere “legítimamente” en contra de las personas más desfavorecidas a pesar de que, con su voto, ellas mismas lo hayan decidido así.

Sin duda, el resultado electoral pasado en la todavía potencia número uno del mundo merece ser objeto de estudio con las preguntas: ¿por qué personas que forman parte de las minorías mencionadas votaron por Trump?, ¿es acaso que no saben quién es y qué representa?, ¿obtienen algún beneficio, aunque sólo sea simbólico al elegirlo? Por supuesto, responderlas supone una investigación amplia y profunda entre los electores trumpistas, sus decisiones y deseos, lo que no impide avanzar algunas hipótesis como las que se expondrán aquí.

En primer lugar, hay que reconocer en Trump a un gran comunicador, capaz de mover las más diversas emociones. El estadunidense ya demostró en dos ocasiones que con el discurso aparentemente de un loco, outsider de la política, un rico caprichoso acostumbrado a dominar y a ganar, violador de la ley y de los valores en boga, se puede llegar a la mente de las personas que se han sentido ignoradas, olvidadas, descalificadas, superadas, desplazadas por los movimientos sociales y económicos que dan primacía a los grupos antaño discriminados, explotados, maltratados.

Llegó, en principio, a los hombres maduros estadunidenses de zonas rurales dejados de lado cuando la globalización económica impuso patrones comerciales e industriales basados en la deslocalización de la producción y del trabajo. El eslogan Make America Great Again, se convirtió en la promesa de volver a las décadas en las que la clase media estadunidense se desarrolló de manera importante alcanzando un nivel de vida sin precedentes, para después ser desechada cuando las fábricas y las armadoras de autos, entre otras empresas, mudaron a otros países.

En segundo lugar, su acertada apuesta por mantener el lugar de Estados Unidos como primera potencia una especie de valor en contra de las mujeres que los desplazan del trabajo, que ganan más que ellos, que les ordenan cuando ocupan puestos laborales más altos, que ya no se dejan dominar, que no están dispuestas a comportarse como inferiores y a reconocer su presumible superioridad física, moral e intelectual. En este punto, aunque no se crea, se suman mujeres interesadas en que su vida no cambie y siga siendo “como antes” cuando los hombres dominaban la política y el mundo.

Como puede observarse, no es Trump un loco que no sabe lo que hace o lo que dice. Alguien que desvaría escupiendo lo primero que viene a su mente. Aunque, tal vez sí podría inferirse que en su camino a la primera nominación del Partido Republicano se topó con un discurso que desenterró emociones, sentimientos y valores que permanecían ocultos pero que no habían desaparecido en espera de mejores tiempos. Y es ahí donde rápidamente entendió el camino que debía seguir.

Promover el miedo y satanizar a los migrantes, a los indocumentados, a los chinos, a los presos, a las mujeres y a cuanta minoría resulte molesta al status quo le ha dado los frutos esperados. Contrario a lo pensado por los asesores de Kamala Harris que intentaron se diferenciara de Trump con un discurso conciliador que apelara a la unión y a la defensa de la democracia, fue el discurso de odio dirigido a denigrar al otro el que triunfó, pero también al ofrecer protección en contra de los diferentes, de todos aquellos que en la narrativa trumpista atentan en contra del estilo de vida estadunidense, especialmente de aquel al que Trump promete volver.

El de Trump es un discurso fácil de comprar: simple, emotivo, terrenal, palpable, encaminado a fijar en la mente de quienes se han sentido desplazados la posibilidad de que sus privilegios les sean restituidos. Make America Great Again se traduce así en la existencia de un país en el que estará permitido discriminar, excluir, expulsar, explotar, maltratar, violentar, asesinar a esos otros y otras que han subvertido el orden social masculino, capitalista, racista, clasista, misógino y sexista.

De esta manera, con Trump llegan quienes se asumen dueños del mundo y sus beneficios, de una u otra manera, sin importar si su status no se corresponde con el mundo que sueñan, como en el caso de los hombres negros o latinos, pero que sí les ofrece la posibilidad de subordinar y violentar a otras personas, mujeres e indocumentados por ejemplo, y sentir que aún conservan parte de los privilegios del hombre blanco, rico, macho y poderoso que sueñan ser o al que quieren parecerse.

No se puede negar que Trump llegó de nuevo a la presidencia de Estados Unidos a través de un proceso democrático, aunque este mismo haya estado plagado de exageraciones, mentiras, infamias en contra de las minorías que supuestamente se alimentan con las mascotas, perros y gatos, de las y los estadunidenses blancos, que viven en una isla “llena de basura” o que provienen de las prisiones del mundo, abiertas para dejarles marchar hacia la potencia del norte.

A diferencia de su primer periodo, los resultados electorales recientes en los que el candidato republicano prácticamente ganó todo: el voto popular, los votos electorales, la Cámara de Representantes, el Senado y los estados bisagra, permiten pensar que ahora sí vamos a conocer al verdadero Trump y sus alcances.

Por lo pronto, queda afirmar la decadencia de la política, cuanto admite que en nombre de la democracia llegue al poder un personaje que promueve el odio, el miedo y todos aquellos sentimientos y emociones encaminados a operar en contra de las personas que en la estructura política y social son las menos favorecidas.

Doctora en ciencia social; maestra en ciencia política; especialidad en estudios de la mujer (Colegio de México). Licenciada en ciencias políticas y sociales (UNAM)

25 de diciembre de 2024