Ivonne Acuña Murillo*
Gradualmente, algunas fuerzas políticas han perdido espacios de poder en México. Esto se ha traducido no sólo en la falta de un proyecto de país que ofrecer a la ciudadanía, sino en la ausencia de narrativas coherentes y en la degradación discursiva de quienes pretenden ejercer nuevamente el poder.
En este punto se encuentran el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN), los cuales ocuparon la silla presidencial y un importante número de gubernaturas y presidencias municipales, el primero por 71 años y el segundo durante dos sexenios. En ambos casos, se aprecia la falta de un proyecto de país que responda no sólo a las necesidades y exigencias ciudadanas, sino que se contraponga al elaborado, defendido y llevado al poder por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y dos de sus dirigencias más importantes: el expresidente Andrés Manuel López Obrador y la actual Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
El proyecto de la Cuarta Transformación (4T) supone la separación del poder político del poder económico, lo cual debería traducirse en un cambio de orientación no sólo en los factores de fuerza operados para imponer a la nación proyectos de grupo, sino en la reorientación del gasto público y la definición de políticas públicas: “Por el bien de todos, primero los pobres” reza la idea-fuerza del lopezobradorismo. Incluye también un cambio en la relación entre los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, especialmente entre el primero y el tercero a partir de una Reforma Judicial que brinda a la ciudadanía la posibilidad de elegir, vía el voto, a Ministros, Magistrados y Jueces. Se diría que se busca la democratización del Poder Judicial para romper la relación de este poder con las élites políticas y económicas desplazadas por la 4T.
Asimismo, la reorientación del gasto público en aras de un mayor bienestar para los sectores menos favorecidos y el empoderamiento de una ciudadanía sometida a un proceso pedagógico que por más de dos décadas le informó sobre quiénes son los enemigos del pueblo y sus intereses, qué estructuras había que cambiar, qué ideales defender, qué conductas observar y a quién y dónde denunciar, cómo ejercer el derecho a votar para cambiar de modelo de país y de gobierno. Empoderamiento ejercido a través de herramientas democráticas como la consulta popular. Por mencionar sólo sus elementos más importantes.
Muy brevemente dicho, cabría preguntarle al PRI y al PAN ¿Qué ofrecen a cambio? Especialmente cuando durante sus administraciones los poderes económico y político operaron juntos para la defensa de sus intereses comunes: aprovechar el modelo económico neoliberal para hacer del país su botín y para crear o acrecentar sus ya de por sí inmensas fortunas. Cuando utilizaban al Poder Judicial para legislar en favor de dicho modelo y la extracción de recursos; para tapar sus abusos y corruptelas; para defender a quienes formaban y aún forman parte de dichas élites.
Cuando dirigían el gasto público hacia una política asistencialista cuyo objetivo era impedir la revuelta social de quienes cargaban sobre sus espaldas lo peor del neoliberalismo: desempleo, bajos salarios, explotación laboral, bajos ingresos y nulas posibilidades de mejora, mientras los pocos llenaban sus cuentas bancarias, alojadas en paraísos fiscales, con el desvío del dinero público o haciendo uso de información privilegiada. Cuando hacían de las promesas falsas y el engaño la estrategia para obtener votos y seguir gobernando para un pequeño núcleo de privilegiados.
Se podrá argumentar que si la gente cambia, los partidos políticos y sus liderazgos también podrían hacerlo. Asumiendo que esto sea cierto o, como se dice en abogacía, suponiendo sin conceder, cabe preguntarse por los indicios de ese cambio. ¿Han dejado de corromperse, pactar en lo oscurito, desviar fondos públicos, pensar en sus intereses del grupo al que pertenecen antes que en la población, ver a la ciudadanía como ignorantes menores de edad? ¿Han hecho una verdadera autocrítica revisando sus errores y las razones por las que gran parte de la ciudadanía ya no vota por ellos? ¿Han modificado las bases de sus partidos, reformulado sus objetivos y valores?
¿Han replanteado su orientación económicoideológica y se han puesto del lado de las personas más necesitadas? ¿Se han comprometido en la conformación de una nueva propuesta de país más igualitaria y equitativa? ¿Están ocupados en la formación de cuadros políticos capaces de afrontar los retos históricos del México de hoy?
No creo o, al menos, no parece que algo así esté ocurriendo. Por el contrario, dirigen su tiempo y baterías a denostar al gobierno pasado y al actual, al expresidente López Obrador y a la presidenta Sheinbaum y ejecutivos locales, a integrantes del Poder Legislativo y a quienes ocupan cargos en el Poder Judicial. Por supuesto, sus blancos favoritos se encuentran en la parte más alta de la estructura de poder.
Y así como no tienen un proyecto de país diferente al actual, pero sobre todo distinto de aquello que hicieron sus últimos gobernantes, no tienen tampoco una narrativa creíble que permita pensarles como esos políticos diferentes que dicen ser.
Narrativa, como la define Enrique Silva en su artículo de El Financiero, “Narrativas políticas”, publicado el 15 de febrero de 2024, a saber: “… es la construcción y presentación de historias o relatos que tienen como objetivo comunicar mensajes específicos… para dar forma a la percepción pública, influenciar opiniones y movilizar el apoyo de la población”. Una narrativa bien estructurada permite, a decir del mismo Silva, influir en la toma de decisiones y contribuir en la formación de la identidad política.
En el centro de estas historias o relatos se encuentran personajes que desempeñan roles clave en la historia pasada al tiempo que sitúan a su partido político en un contexto histórico particular para darle sentido y significado al presente, pero sobre todo al futuro, conectando con sus seguidores a través de emociones y valores compartidos que intentan generar empatía, identificación y movilización en la búsqueda de soluciones específicas para conflictos o desafíos reales o imaginados.
El relato construido por el PRI y el PAN tiene un solo eje discursivo: Morena y la 4T están destruyendo a México. No importa la evidencia, no basta que los hechos digan otra cosa, estos agoreros del desastre que viene o ya está aquí, pretenden crear la percepción de que sus dichos son ciertos, con la intención de movilizar a la gente en contra de los gobiernos morenistas. Al no obtener los resultados esperados, comenzaron a unir a este eje historias, grandes y pequeñas, con las que han pretendido deslegitimar de una vez por todas a López Obrador, Sheinbaum y a Morena.
Lo han intentado todo para mostrar que no hay diferencia entre ellos y quien gobierna actualmente: “La Casa Gris” de uno de los hijos del expresidente; los tenis de marca de otro de ellos; las vacaciones en la playa de su esposa e hijo menor; los Chocolates Rocío; los rieles del tren maya que “son el negocio privado” también de uno de sus hijos; los supuestos nexos con el narco y el crimen organizado; la supuesta intención de Beatriz Gutiérrez Müller para conseguir la nacionalidad española y un largo etcétera.
Pero, cabe preguntarse, si los elementos mencionados forman parte de una narrativa que produzca identidad política, a menos que sea sólo por descarte, pero no porque la oposición formada por PAN y PRI ofrezca realmente un catálogo de propuestas siquiera aceptables.
No es menor tampoco que, ante la falta de liderazgos bien formados y creíbles, acudan a un expresidente de dudosa memoria, nada menos que a Ernesto Zedillo Ponce de León, cuyos haberes no son nada recomendables: ser el creador del rescate bancario conocido como el Fobaproa a través del cual convirtió deuda privada, la de los banqueros, en deuda pública, la de la población mexicana; masacres como la de Acteal; la crisis económica de 1994 debido a la cual miles y miles de personas en el país perdieron su patrimonio.
Qué flaca debe estar la caballada para que, en una especie de sesión espiritista, se convoque a un personaje casi olvidado. ¿Qué tipo de mensajes podría enviar a la ciudadanía un expresidente con esas credenciales? ¿Qué emociones positivas movería para crear la percepción de que su partido, el PRI, tiene algo nuevo y valioso que ofrecer? Y qué decir del PAN, que ante la falta de grandes figuras políticas se ha tenido que conformar con elegir como candidata a la presidencia a una política que a partir de múltiples filiaciones intentó mostrarse como una persona cercana a la gente, especialmente a quienes forman parte de los pueblos originarios, y que nunca pudo levantar una campaña electoral que pudiera competir con la candidata de la Coalición “Sigamos haciendo historia”.
O que se resigna a convertir en legislador a otro candidato a la presidencia, acusado de recibir moches y vivir lujosamente más allá de sus ingresos y que volvió a México después de haberse autoexiliado y autonombrado perseguido político para no hacer frente a posibles demandas judiciales, y que muda sus discursos grandilocuentes por expresiones coprófilas, las cuales me permiten abordar el último tema, el de la degradación discursiva.
Por principio es válido decir que ante la falta de una narrativa que vaya más allá de la descalificación, las noticias falsas, los bots, los troll centers y la difamación, la oposición política ha entrado en una degradación discursiva que resta dignidad a los debates públicos. Un buen ejemplo de esto es precisamente Ricardo Anaya Cortés, quien no hace mucho tiempo se refirió a la elección judicial que tuvo lugar el pasado 1 de junio en los siguientes términos: “La elección del domingo, la mal llamada elección judicial, fue un cochinero, un fraude, una marranada, una porquería y un auténtico desastre…”, el cual se ocupó de puntualizar, y cuando se le acabaron los adjetivos acudió a “un refrán popular” para afirmar que “la caca flota” y “ya empezó a flotar”.
Pero no sólo los insultos y las referencias sexuales van dirigidas a quienes habitan la casa de enfrente, para los excorreligionarios también hay menciones de bajo nivel, como la hecha por la priista Carolina Viggiano que cuestionó a expriistas, alguno que otro exgobernador, que han claudicado y se han incorporado a las filas de la 4T llamándoles “nalgas prontas”.
O para no ir más lejos, la senadora Lilly Téllez, que ha llamado al presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña: “bellaco”, “reyezuelo de narcopolíticos”, “chango en el Senado”, y que últimamente ha olvidado su nombre para referirse a él como “Changoleón”, en clara referencia a un indigente de nombre Samuel González Quiroz, quien murió el 9 de febrero de 2023 y que saltó a la fama al ser entrevistado en el programa “Incógnito, de Televisa, conducido por Facundo”. Actitud más que contradictoria si se tiene en cuenta que, tiempo atrás, ella le exigió a gritos al líder del Senado que la llamara por su nombre.
Insultos, burlas, descalificaciones, apodos, referencias sexuales y difamaciones componen el repertorio de quienes carecen de ideas para cuestionar el proceder de sus adversarios políticos pero, sobre todo, de quienes formando parte de la oposición política carecen de una narrativa estructurada, convincente y adecuada a los tiempos que corren.
*Doctora en Ciencia Social y maestra en Sociología Política, catedrática de la Universidad Iberoamericana